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TUMACO, ESPACIO Y SOCIEDAD ENCALLADOS. NI EL ESTADO NI LA IGLESIA

Tumaco, espacio y sociedad encallados


Más allá del abandono y la pobreza, una historia de desencuentro entre los territorios del Pacífico y un proyecto de nación católico y excluyente. Geografía, economía y cultura en esta trama de oportunidades perdidas. 

Óscar Almario García*
Tormenta perfecta

Los paros cívicos en Chocó y Buenaventura que hasta hace pocos días ocuparan las primeras páginas de los medios parecieron sorprender a la opinión y a las autoridades nacionales. Pero los paros en realidad fueron precedidos por una serie de señales del malestar que se extendía por toda la región Pacífica y que desembocó en la decisión de adelantar esas protestas masivas. 

Las primeras señales de alarma provinieron del extremo sur de la región, de Tumaco, donde desde comienzos del año se estaba incubando una “tormenta perfecta” a raíz del posconflicto, como la llamó un informe periodístico. La razón: el vacío territorial dejado por las FARC a consecuencia de los acuerdos empezó a ser llenado por otros actores armados y la delincuencia, fenómeno que, sumado a la crisis social de amplias proporciones que se ha instalado en este puerto, amenaza con reciclar la violencia hasta un nivel insospechado.

El drama

Cultivos ilícitos en Tumaco. Uno de los municipios que tiene más cultivos de coca en el país. Foto: Gobernación de Nariño

Tumaco, con 200 000 habitantes, 100 000 de ellos repartidos en 300 veredas ribereñas y en esteros, es el municipio de Colombia con más cultivos de coca en la actualidad (20 000 hectáreas sembradas); padece una oleada de homicidios por la presencia de bandas enfrentadas por el territorio y los negocios ilícitos, conectadas con el crimen transnacional que compra la producción; un desempleo absoluto que condena a 100 000 jóvenes al rebusque; la violencia, el miedo y la falta de oportunidades se han instalado como cotidianidad a pesar del aumento del pie de fuerza en policía y ejército; mientras que la debilidad institucional frente a esta situación es patética, los niveles de confianza y la economía legal mínimas y la ciudadanía impotente.

Estos fenómenos golpean especialmente a los jóvenes que no encuentran destino para sus vidas distinto de la delincuencia o el rebusque y a las mujeres que han sido víctimas de la violencia sexual y social. Una parte del campesinado, que tiene entre otras actividades la siembra de la coca, se resiste a la política gubernamental de erradicación y aspersión con presencia militar, y busca alternativas como la sustitución de cultivos, ha recurrido a la movilización y bloqueos a la carretera Pasto-Tumaco, donde se produjeron choques violentos con la fuerza pública durante varios días.

Lo que hay detrás

La espectacular geografía del Pacífico sur colombiano relaciona sierra y costa en forma fluida, cuenta con los diez ríos que desembocan en la rada de Tumaco y una línea de manglar que protege la tierra de los embates del mar y donde se forma un laberinto de esteros. Esta disposición del espacio, que en el pasado fue una bendición para los asentamientos, suministró recursos y facilitó la vida social, ahora parece operar sobre todo como venganza.

La espectacular geografía que en el pasado fue una bendición ahora parece operar como venganza. 

En efecto, ese espacio, en cuyo centro se encuentra Tumaco como población y puerto, funciona hoy a favor del proyecto narcotraficante que ha copado y está desintegrando la sociedad regional. Siembra, raspa, pastificación, cristalización, empacado y envío de coca (200 toneladas año, según cálculos oficiales) forman la única cadena productiva completa en el territorio, en la que concurren la geografía, la situación social y el acceso al comercio mundial. Esta cadena ha permitido que la cultura del dinero fácil socave la tradición laboriosa, sencilla y pacífica de sus gentes. Rupturas en el tejido social, brechas generacionales, pérdida de valores colectivos y vulnerabilidad de jóvenes y mujeres agravan el deterioro social.

La paradoja consiste en que mientras se producía el cambio de Tumaco en las últimas décadas (crecimiento, urbanización, pérdida de la vocación pesquera y portuaria) y fracasaban los tímidos planes para su desarrollo proyectados desde el Gobierno (como el Plan Quinquenal del gobierno Santos) y los sectores empresariales (las emblemáticas industrias de la pesca y la palma), el crimen internacional fue definiendo su territorio como un nodo para sus intereses.

De esta manera se entrecruzaron las tendencias globales del crimen organizado con la demanda creciente de recursos y la logística del conflicto interno, tal como lo ha puesto de manifiesto en los últimos años la enconada lucha por el control del territorio y las rutas de comercialización de la droga. Es una suerte de globalización invertida.

Oportunidades perdidas

No hay que olvidar que las sedimentaciones del pasado se materializan en el espacio.
Así, lo que debió funcionar en favor de la integración de la región con otras dinámicas virtuosas no ha ocurrido y no está ocurriendo, como en el caso de la relación sierra-costa. El eje Pasto-Barbacoas-Tumaco como articulador del espacio social, después de la decadencia de Barbacoas, la mítica ciudad del oro, se simplificó en un centro político en Pasto y una periferia portuaria en Tumaco, pero con las nefastas secuelas del centralismo, clientelismo, corrupción política, dependencia y no complementariedad. El ferrocarril Tumaco-El Diviso, construido en los años veinte del siglo pasado como conexión expedita con Pasto, demostró con su fracaso que los diseños de región y de nación predominantes no admiten la diversidad como principio.

La integración promisoria entre los tres grandes ecosistemas del sur, selva amazónica, Andes y Pacífico, no ha contado con los liderazgos adecuados y, a su modo, el oleoducto Transandino (Orito-Tumaco), que es fuente de otras prácticas ilegales con la gasolina, es testimonio de la constante pérdida de oportunidades.

La integración fronteriza con el Ecuador es otra de las oportunidades desperdiciadas, como lo indica el caso de la carretera binacional Colombia-Ecuador que debe unir a Tumaco con Esmeraldas, porque mientras que el Ecuador ya terminó la parte que le corresponde, Colombia está si acaso a un año de concluir sus labores y con sistemáticas interrupciones de la obra.

La Universidad Nacional de Colombia proyectó la apertura de una sede en Tumaco al amparo de la Ley de Fronteras y de las políticas de integración proclamadas por los países de la región, pero hasta ahora no ha recibido apoyo para construir la primera infraestructura de los Gobiernos nacional ni departamental, y en cambio sí de los de Japón y Holanda.

Ni el Estado ni la Iglesia

Puerto de Tumaco. Foto: Wikimedia Commons 

En el marco de la Constitución de 1886, los territorios del Pacífico, como otros donde predominaban los pueblos indígenas, negros y mulatos, fueron considerados “Territorios Nacionales” -léase auténticas fronteras internas, étnicas, culturales y morales-, en las cuales el Estado renunció a su control, que le fue endosado a distintas órdenes religiosas católicas.

Primero agustinos recoletos y después carmelitas descalzos, entre finales del siglo XIX y hasta bien entrada la segunda mitad del XX, forjaron un proyecto civilizatorio cristiano que, con matices y diferencias que no es del caso detallar, intentó modificar la cultura ribereña y mareña de los descendientes de africanos y de los grupos indígenas, concentrándolos en poblados para controlarlos mejor, dotarlos de capillas y servicios educativos, de salud y asistencia, e induciendo cambios en los ritmos del trabajo, los hábitos de vida y las relaciones afectivas. 
Aprender a convivir con una Iglesia cercana pero distinta de su modo de ser e identidad,

Resumiendo mucho, esos territorios y sus gentes se formaron por lo menos durante dos grandes oleadas de población. La primera, durante el siglo XIX, cuando fueron marginados por un Estado nacional que se construía allende la cordillera; y la segunda, durante buena parte del siglo XX, bajo la presión e influencia de las misiones católicas.

De acuerdo con esos ritmos, tuvieron que aprender a convivir con un Estado distante pero irrenunciable y con una Iglesia más cercana pero finalmente distinta de su modo de ser e identidad, por lo cual ajustaron esta a la identidad política nacional y la identidad religiosa católica, pero sin renunciar del todo a sus prácticas, rituales, fiestas y maneras de ser.

Conflicto y esperanza

A constantes como el abandono estatal y la intervención de misiones católicas, cabe adicionar otra de larga duración que ha marcado la historia del territorio: la de los modelos extractivos con actividades como el oro, la pesca, las pieles y otros beneficios de la fauna, las maderas finas y otros productos forestales.

Aparte de las características económicas del extractivismo (ciclos depredadores del medio ambiente, establecimiento de enclaves productivos, sobreexplotación de la fuerza laboral local, ausencia de cadena de valor tecnológico), este se soporta en discursos y prácticas que se mantienen y transforman con el tiempo y se ajustan a los cambios sociales y políticos.

En efecto, los imaginarios decimonónicos del Pacífico como naturaleza a explotar se han ido modificando por la invención del Tercer Mundo, el desarrollismo y el ambientalismo, con los que se quiere ahora garantizar el control de recursos estratégicos.

El antiguo prejuicio frente a negros e indígenas como obstáculos al progreso y el desarrollo ha cedido en parte su lugar a la idea de la utilidad de “poblaciones originarias” que contribuyan a la preservación de ecosistemas complejos.

El predominante racismo de otros tiempos coexiste con discursos edulcorados sobre la diversidad étnica y cultural pero siempre y cuando no amenace los poderes de siempre.

Basado en dicho modelo extractivista de variados ciclos, Tumaco experimentó unos cincuenta años de bonanza y crecimiento (1920-1970), cuando se configuró una élite blanca dirigente de origen extranjero y presenció el ascenso de grupos mulatos que se mezclaron en parte con los primeros. Ambos grupos se hicieron al control del poder, los cargos estatales, la administración portuaria, los beneficios de la industria pesquera y el comercio, y de los productos extraídos. Durante este período aumentaron las exportaciones, la cobertura de la educación y otros servicios públicos, complementados por el control religioso y político.

La actual decadencia económica y precariedad institucional que caracteriza al territorio tumaqueño sintetiza un largo proceso de desencuentro entre la nación, la región y los grupos étnicos. El Estado nacional desconoció el aporte de negros e indígenas a la construcción del país y el proyecto cristiano los redujo a poblaciones a transformar.

Sin embargo, el agotamiento de los ciclos extractivos, la incapacidad de los servicios tipo enclave (como el puerto) para incluir ampliamente a la población y la limitada evangelización de la población estimularon el reconocimiento del territorio como opción de vida y de futuro, anunciando una fase esperanzadora.

Lo anterior tomó plena forma con el movimiento étnico-territorial que desataron la Constitución de 1991, la Ley 70 de 1993 y sus decretos reglamentarios, que reconocieron el carácter multiétnico de la nación colombiana y validaron los derechos territoriales de las comunidades afrodescendientes en los ríos, autorizando la titulación colectiva.

Sin embargo, el conflicto interno iba a interferir de manera grave estas dinámicas aplazando la transformación regional y agregando nuevos elementos a la crisis social.

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* Doctor en Antropología social y cultural de la Universidad de Sevilla, profesor titular de la Facultad de Ciencias Humanas y Económicas de la Universidad Nacional de Colombia, Sede Medellín.


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