Por qué no le creo a Santos
Mantengo presentes las caras de miedo de decenas de jóvenes campesinos apiñados en camiones, verdaderas “jaulas ganaderas”, con destino a algún batallón militar.
Por: María Elvira Bonilla
Los vi en el Eje Cafetero, en el Caquetá, en el Huila. Jóvenes retenidos en las habituales redadas callejeras de reclutamiento adelantadas por el ejército a la salida de un concierto, de un simple picado de fútbol, en la tienda del barrio tomando gaseosa. Reclutados para cumplir el servicio militar obligatorio e ir a la guerra. Eran los tiempos de Juan Manuel Santos ministro de Defensa y Álvaro Uribe presidente de la República.
Ese es el mismo Juan Manuel Santos que ahora en campaña, en un comercial de televisión, les pregunta a unas mujeres si prestarían sus hijos para la guerra, cuando él como ministro multiplicó el reclutamiento de jóvenes, pobres la mayoría, para crecer el pie de fuerza. Sin importarle de dónde vienen ni qué sueñan con sus vidas, ni siquiera si están dispuestos a morir en una guerra que no entienden. Es el mismo que hoy, con evidente oportunismo publicitario y electoral, juega a solidarizarse con unas madres que, cuando en la vida real se acercan a los cuarteles militares a preguntar por sus hijos recién reclutados, son desatendidas, mal tratadas. ¡Tanto cinismo duele y siembra desconfianza! Porque así es en todo.
Es el mismo que se apropió de la paz como consigna electoral, el que creció a la sombra de Álvaro Uribe Vélez y que quiso confundirse con él en la estrategia de guerra, porque era entonces lo que tocaba hacer para catapultarse hacia la Presidencia. Y lo hizo a la cabeza de un ejército que ya entonces actuaba bajo la lógica macabra del “conteo de cadáveres” que indujo a los “falsos positivos”, por los que unos pocos uniformados de baja graduación pagan cárcel, pero no los maquinadores perversos, de cuello blanco y “manos limpias”.
Para liderar un proceso de paz que convenza y una al país se requiere de un líder consistente, con principios y convicciones, con posturas claras por impopulares que sean. Un comportamiento tan ajeno a los políticos colombianos y a los gobernantes que como Santos navegan atrapados en los reflejos oportunistas, orientados por la viveza inmediatista y el vaivén de las encuestas. Sin ruta clara, sin propósitos, sin compromisos.
Santos, como la mayoría de la dirigencia colombiana, le apuesta a una paz barata, de bajo costo, firmada sobre unos acuerdos susceptibles de evadir, que en sus manos muy probablemente acabarían incumplidos y la paz burlada. No creo en su compromiso con las reformas de fondo que se requieren para tener un país en paz y que, como dicen en La Habana, todas están en el congelador, sin mentar, cocinándose tapadamente al vaivén de las aguas en cada coyuntura. Y así no es.
Pero no apostarle a Santos no significa, como lo está clamando el coro de santistas de última hora, no querer la paz. Al contrario, precisamente porque creo en la necesidad de una paz en serio, sin trampas ni conejo, basada en las reformas de fondo que el país pide a gritos, es que no quiero la reelección de Juan Manuel Santos.
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