LA DOLENCIA QUE PADEZCO
No sé si el mío es mal raro o es mal de muchos pero si se, aunque poco puedo hacer, que la ciencia y la voluntad humana ya encontraron cura para este achaque. La dolencia que sobrellevo sin resignación desde años ha y que automedico con agüitas y yerbitas, es una punzante desazón ideológico-existencial por el atraso tolimense, es decir, sufro intensa ansiedad por estar consciente de que teniéndolo todo para vivir bien, nada se hace por el progreso y calidad de vida de nuestros hijos y de nosotros mismos y también por estar obligado, “desde los años del ruido”, a ser testigo y víctima de la nefasta entrega a las manos ligeras y el verbo fácil de fulleros y teguas de oficio de la pródiga potencialidad cualitativa y cuantitativa que tiene la región para edificar mejor futuro.
¿Qué frena al tolimense para abrir el debate, coherente y serio para forjar visión propia de futuro y definir lineamientos para construirla? ¿Por qué terquear en refritos y sandeces banderizas para propugnar desarrollo? ¿Por qué creer que per se inversión es progreso? Urgen respuestas. En prosaica metáfora diría que la “dinámica del desarrollo tolimense” que hoy ocurre y ocurrió en el pasado es como un festejo que se hace en nuestra propia casa sin que nosotros entendamos el porqué del jolgorio, funjamos de disk jockeys o pinchadiscos, elijamos menú de viandas y bebidas, bailemos con “nuestros tesoros” y a cambio, con estoica sumisión y en cancha propia, aceptemos cumplir roles secundarios, recibir poquedades y paliar anhelos con simples fábulas de progreso.
En la historia del Tolima (con excepciones que confirman la regla) no somos nosotros, son otros quienes cantan, bailan, se llenan y gozan de nuestros recursos y así, aunque dadores de felicidad, nosotros sólo recogemos migajas y jamás podremos ser felices. Si la desazón ideológico-existencial por el atraso tolimense fuese epidemia, he ahí la paradoja, seguramente debatiríamos y acordaríamos qué queremos, seriamos amos y animadores de ese querer, decidiríamos a quien invitar y a quien no, gozaríamos de lo nuestro, nos verían como referente de prosperidad y, sobre todo, seriamos un pueblo con ideas diferentes pero unido y con semblante de esperanza.
La única vía posible para salir del círculo vicioso de pobreza o superar la falsa sensación de que nos movemos porque percibimos el movimiento ajeno, no es basar estrategias de desarrollo sólo en pragmatismos económicos, pues una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa así las cosas se entretejan. Sin dinero no hay desarrollo pero el desarrollo no es dinero y por ende asumir con arrojo y decoro el asunto del progreso regional exige develar académica, jurídica y políticamente profundos sentidos antropológicos, sociológicos y territoriales para dar sentido histórico y ético a una visión del futuro que nutra las múltiples variables de estrategias sociales que deben preceder a un esquema de estrategias económicas regionalistas e incluyentes.
Visto así, un nuevo modelo socio-económico, humanista y regionalista, solo tomará forma cuando la sociedad discuta, precise y acuerde lineamientos sobre autonomía territorial, identidad, autodeterminación, poder de decisión sobre recursos naturales, ahorro y acumulación de capital endógeno, patrimonios públicos, correlaciones educativas, científicas y tecnológicas, cooperación, democracia local y regional y muchos más temas cuyo examen debería ser alentada por políticos y dirigentes para trascender el unidimensional economicismo y no permitir que nos ninguneen en las agendas que el centralismo y los poderes foráneos imponen para fijar directrices desarrollistas y plutocráticas desde la óptica de sus intereses egoístas, depredadores y acumuladores y no desde el respeto a los sagrados y siempre escamoteados derechos de todos los tolimenses.
ALBERTO BEJARANO ÁVILA
Ibagué, Colombia