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LA DIFERENCIA DE SANTOS CON ÚRIBE, ES QUE ÉSTE GOBIERNA CON LA ENGAÑIFA MIENTRAS, SU ANTECESOR CON LA FUERZA CARROÑERA DE LA HIENA

HIENAS Y ZORRILLOS 
Colombia y las Sant@s Alianzas 
(del Pacífico al Atlántico Norte) 


por José Francisco Puello-Socarrás
colombiadesdeafuera

Hace cinco siglos Nicolás de Maquiavelo, para muchos el “padre” de la ciencia política moderna, refiriéndose cómo los Príncipes debían cumplir sus promesas, escribía: “Digamos primero que hay dos maneras de combatir: una, con las leyes; otra, con la fuerza. La primera es distintiva del hombre; la segunda, de la bestia. Pero como a menudo la primera no basta, es forzoso recurrir a la segunda (…) ya que se ve obligado a comportarse como bestia, conviene que el príncipe se transforme en zorro y en león, porque el león no sabe protegerse de las trampas ni el zorro protegerse de los lobos. Hay, pues, que ser zorro para conocer las trampas y león para espantar a los lobos”.

Obviamente, cuando el florentino intentaba descifrar, a través de todas estas alegorías, la política de su tiempo, tenía en mente grandes personalidades y empresas de la Historia Universal. Seguro Maquiavelo nunca se imaginó que sus alusiones pudieran ser alguna vez trasladadas, con alguna utilidad, hacia otros acontecimientos, esta vez muchísimos más modestos, tanto en espacio, tiempo y forma, como también en cuanto a las Virtudes, requisitos del gobernante prudente y glorioso.

Los tiempos han cambiado y, de paso también, decretado la extinción de Leones y Zorras. Por lo menos, esta sensación parece exacerbarse aún más cuando uno se desliza hacia la política de principios de siglo en Colombia donde el comportamiento bestiario no es una alternativa sino que es directamente la ley, la norma. El panorama criollo se ajusta bastante mejor entonces a un collage muy bizarro de Hienas y Zorrillos, por supuesto, especies que registrarían menores dignidades dentro del reino animal que Leones y Zorros y, en términos de esa alegoría, también en lo referido a las virtudes políticas, desde hace tiempo desterradas, si es que alguien quiere caracterizar a la clase dirigente – la cúpula gobernante y aquella que siempre está a la espera de hacerlo – colombiana.

En este terreno y acudiendo al mismo ejercicio propuesto por Maquiavelo, podríamos decir que la principal diferencia entre Álvaro Uribe Vélez (ex presidente de Colombia) y Juan Manuel Santos (actual mandatario) es que, en el primero, Uribe, predominaba la fuerza carroñera de la Hiena. Mientras tanto, en Santos, la ascendencia definitivamente pertenece a una especie muy extraña de zorrillo, pues el animal original, defensivamente y para protegerse de sus depredadores, expele un líquido apestoso; el tipo de zorrillo que encarna Santos mantiene el olor fétido pero para atacar y avanzar en su línea de acción política innata: la engañifa, es decir, el engaño reducido a su más mínima – sobre todo, absurdamente baja – expresión. Por eso, pasamos de escuchar el famoso: “Le doy en la cara marica” (http://bit.ly/9TE3po) vociferado en una conversación telefónica por parte del entonces presidente de la República (Uribe) a la más acaramelada y “decente” sarta de incoherencias en los pronunciamientos de Santos, los cuales, por más pulcritud que quiera atribuírseles, se constituyen en un auténtico insulto, teniendo en cuenta que burlan cualquier presupuesto de consistencia en relación con la responsabilidad y las dignidades políticas que deberían ser – por lo menos – disimuladas frente a varios sucesos recientes de trascendencia nacional e internacional, máxime cuando en su gran mayoría están referidos a temas tan espinosos como sustanciales para el futuro inmediato de la nación. En ese caso, Santos no le incumple al país; ni siquiera le miente. Directamente, ese es su estilo, engaña (1).

Santos y las (Non) Santas Alianzas

Así sucedió respecto a tres situaciones que, a pesar de haber sido ya abordadas por varios comentaristas, merecen ser retomadas en vista de la relevancia política para la coyuntura actual.

Se trata de tres “alianzas” pactadas entre Santos, quien – desafortunadamente – en el terreno público, es el máximo representante del gobierno colombiano, y otros actores del plano internacional. Estas Alianzas han sido interpretadas potenciando, a veces desmedidamente, su significación internacional, en general en clave de relaciones internacionales. Sin embargo, son pocos los análisis que han vinculado estos hechos con los posibles impactos internos, es decir, los que podría derivarse para el escenario de mayor trascendencia política hoy en el país – y la región -: la Mesa de acercamientos, diálogos y posibles negociaciones de Paz entre el gobierno colombiano y la insurgencia (por ahora, la guerrilla de las F.A.R.C.) instalada en La Habana (Cuba). Decimos alianzas que resultan desafortunadas para el pueblo colombiano porque, más allá que algunos le hayan otorgado a estas situaciones un hálito de imprudencia, falta de cálculo y hasta ingenuidad políticas por parte de Santos y su gabinete, en nuestro concepto – y por el contrario – son actos definidos, deliberados y bastante bien calculados en el marco de la política de la engañifa, es decir, tácticamente planificados dentro de las estrategias santistas y que, en sus propios términos, le rendirán hacia el futuro algún tipo de productividad.

El primer episodio desafortunado y bastante bien publicitado fue la recepción, virtualmente en calidad de un mandatario electo o representante gubernamental, del líder de la oposición venezolana, Enrique Capriles. Tal y como otras “personalidades” de la oposición, Capriles había iniciado una gira por varios países de América Latina tan sólo unos días después que desconociera olímpicamente los resultados de la contienda electoral en el vecino país y tildará al proceso venezolano – sin indicio, prueba o evidencia alguna – de fraudulento. Esta irresponsable situación provocó un ambiente destituyente en Venezuela, y varios días de enfrentamientos callejeros generados por grupos de simpatizantes opositores que dejaron un saldo lamentable, entre el que se cuentan un par de víctimas mortales. En su gran mayoría la actitud de Capriles y de la oposición venezolana fue objeto de rechazo y reprobación a lo largo y ancho de la región. Sin embargo, Santos quien nunca se pronunció con claridad al respecto – recordemos, es su estilo -, por el contrario, terminó recibiendo a Capriles en su casa, en el mismo Palacio de Nariño, incitando la reacción inmediata del Palacio de Miraflores y del presidente recién electo, Nicolás Maduro. La situación, irresponsable y ciertamente “innecesaria”, puso en vilo las relaciones bilaterales entre ambos países las cuales, últimamente – no hay que olvidarlo -, se han caracterizado por mantener una tensión latente muy volátil.

El segundo episodio tiene que ver con la VII reunión de la Alianza del Pacífico realizada hacia fines del mes de mayo de este año en Cali y en donde Colombia además de ser el país anfitrión, asumió la presidencia pro témpore de esta iniciativa para el próximo período. La Alianza conformada por Colombia, Chile, México y Perú, últimamente Costa Rica y próximamente Panamá, entre otras futuras posibles adhesiones – incluyendo la intención “polémica” de integrarse al bloque, expresada por el gobierno de Uruguay – tiene como trasfondo la decisión del país de seguir en la sintonía de los acuerdos de libre comercio y, en últimas, de profundizar el modelo económico hoy vigente, el neoliberal.

Debe recordarse que la Alianza regional del Pacífico es un primer eslabón para integrar a sus países miembros dentro de un pacto más abarcador, la Asociación TransPacífico, para sus defensores: “el modelo de integración del siglo XXI” y que los mismos Estados Unidos han apelado como “la Madre de todos los Tratados de Libre Comercio” y base para conformar hacia el futuro el Área de Libre Comercio Asia-Pacífico (FTAAP) (con naciones del Sudeste asiático y Oceanía) un mercado de más de 660 millones de personas y que representaría alrededor del 30% del PIB mundial y el 25% del comercio global. Más allá de las particularidades propias de estos acuerdos de integración que tienen como regla avanzar a espaldas de la opinión pública y en privado, la Asociación TransPacífico llama la atención porque, tras dos años de negociaciones, el proceso de conversaciones se ha desarrollado en medio del más absoluto secretismo, en una especie de proceso “clandestino”, y al cual ni siquiera el mismo Congreso de los Estados Unidos ha tenido acceso a los archivos “clasificados” donde se ha consignado qué es lo que se va acordando entre los países. La cuestión genera todavía más suspicacias cuando, como se sabe, los llamados Tratados de Libre Comercio son de todo, menos comerciales, y en este caso, solamente 5 de los 29 capítulos apuntan a ese tópico. De manera más explícita, y teniendo en cuenta las particularidades geoestratégicas de esta Asociación, especialmente, para los intereses de los Estados Unidos (la cual prácticamente cubriría casi toda la cuenca del Pacífico, casualmente “bloqueando” el acceso de China al océano y, en consecuencia, las vías hacia América Latina), es lógico pensar que entre los capítulos restantes se amplíen, profundicen y complementen la gran red de acuerdos ya no comerciales sino directamente de “seguridad” y militares que ya existen actualmente. Colombia se embarcaría entonces en la aventura de ser un engranaje más de los planes transpacíficos, y de paso denostando – implícitamente – las promesas de integración regional sura- y -latino americanos.

El tercer episodio lo constituyeron las declaraciones del presidente Santos sobre el “deseo” de Colombia integrar la Organización Tratado Atlántico Norte (OTAN). El anuncio fue para muchos una “sorpresa”; para otros no, puesto que desde el año 2006, el expresidente Uribe ya había expresado la misma posición y se habrían iniciado varios acercamientos para desarrollar marcos de cooperación con esa Organización. Tampoco hay que dejar de registrar que en el mes de febrero próximo pasado, Colombia participó por primera vez en una reunión de la OTAN, con la peculiaridad de ser el único país latinoamericano invitado. Pocos días antes de la noticia ya se habían realizado ejercicios aéreos entre la Fuerza Aérea Colombiana (FAC) y las del Atlántico Norte.

La noticia en todo caso fue inmediatamente desafiada por las mismas autoridades de la OTAN desde Bruselas. Aclararon que por diferentes motivos, empezando por razones objetivas de la geografía del país, era imposible que Colombia pudiera siquiera ser considerada como miembro pleno de la Alianza Atlántica. Aprovecharon la oportunidad, no obstante, para confirmar que efectivamente se adelantaba un acuerdo entre “la Alianza y Colombia” que “permitiría el intercambio de información clasificada” (http://bit.ly/ZquRGJ). Inclusive, casi instantáneamente la pretensión santista también fue rectificada ¡por su propio Ministro de Defensa! quien confirmó que, si bien Colombia no podía ser parte de la OTAN, sí existían serias intenciones de ingresar a la Alianza como “país asociado” (http://bit.ly/12Yrvcr). En todo caso, el acuerdo de “cooperación” de Colombia y la OTAN que cubriría tres puntos: derechos humanos, justicia militar y educación a las tropas, fuertemente respaldado por varios representantes de los Estados Unidos, tuvo como trasfondo la reacción de los gobiernos vecinos y regionales, quienes cuestionaron enérgicamente este anuncio.

La Triple Alianza…

Son bastante bien conocidas las repercusiones políticas y diplomáticas en el plano internacional y, fundamentalmente, a nivel regional (en América Latina y el Caribe) y subregional (Suramérica), de la triple Alianza santista: Capriles-Pacífico-Atlántico Norte, la cual – como es costumbre – contó con la omnipresencia del gobierno de los Estados Unidos. Sin embargo, y sin desconocer el peso que implican tales dimensiones, el significado político de lasSant@s Alianzas apunta directa y sustancialmente al desarrollo inmediato de los acercamientos y diálogos que, en ese momento, venían desarrollándose en La Habana (Cuba), es decir, en la Mesa de Conversaciones entre el Gobierno colombiano y las FARC-EP. Por lo tanto, y sin desestimar la complejidad inherente a la tríada de los episodios que comentamos, el significado de estos acontecimientos parece estar más bien en la superficie que en la profundidad de los mismos.

Cronológicamente las Alianzas convergen en un lapso distintivo. La Alianza del Pacífico se desarrolló entre el 20 y el 26 de mayo; al día siguiente, 27 de mayo, se produjo la visita al país del vicepresidente usamericano J. Biden, quien se despachó en elogios para Colombia insistiendo en varios aspectos claves de las Alianzas – en ese encuentro Santos además declaró que un eventual acuerdo de Paz con las FARC sería “el broche de oro al Plan Colombia” (¡!) -; la cita con Capriles el 28, y finalmente el anunció OTAN, el 29 de mayo. El tren de sucesos se enmarca justamente en los mismos días de finales de mayo cuando se cierra el primer capítulo de los Diálogos de La Habana (Desarrollo Rural Integral) y se anunciaba que la Mesa avanzaría desde el 11 de junio hacia la segunda fase, para abordar el asunto de la Participación Política (“Comunicado conjunto #16” del 26 de mayo de 2013 y “Comunicado de las FARC-EP al Noveno ciclo” del 27 de mayo de 2013 en: http://farc-ep.co/?p=2358).

Está claro que, por ejemplo, la agenda de la Alianza del Pacífico era una reunión previamente acordada y coincide “casualmente” con el ritmo de los Diálogos de Paz. Sin embargo, el asunto de Capriles y el anuncio de la OTAN parecen estar conectados causalmente con esa infeliz coincidencia. Primero, porque la posición política de Colombia frente a los convenios de la Alianza Pacífico pudo haberse supeditado a un hecho de mayor trascendencia (el proceso de Paz) y gestionado de otra forma, en tanto su significado hacia el futuro, donde evidentemente el tema del modelo socioeconómico en Colombia será sujeto de debate en la Mesa y puede resultar un obstáculo adicional innecesario para desenredar varios disensos. En segundo lugar, el asunto de Capriles era completamente evitable; sobre este particular se han hecho varias reflexiones que van desde la supuesta “ingenuidad” e “imprudencia” diplomáticas por parte de Santos, hasta su premeditación malintencionada, tesis a la cual adherimos. En tercer lugar, el anuncio del acuerdo con la OTAN también era evitable. Pero seguramente, éste en particular revela la impronta, menos casual y más causal, de las pretensiones que encarnaron anuncios y Alianzas.

El acuerdo con la OTAN a primera vista puede ser interpretado como una tentativa ciertamente incómoda y que genera todo tipo de desconfianzas a nivel del vecindario ya que a partir de cualquier acuerdo de este tipo – incluso de carácter “informal” – se pueden desencadenar todo tipo de situaciones. Es lógico que haya comprometido las reacciones que se conocieron, empezando por las de Venezuela. No obstante, resulta paradójico que, durante los últimos meses, se han venido desarrollando otros acuerdos militares entre Colombia y varios países, estos sí con contenido real, en firme y mucho menos ambiguos que el anunciado con la OTAN aunque hayan registrado un perfil “bajo”, menos escandalosos política, diplomática y mediáticamente hablando tanto al interior como al exterior del país que el de la sensacionalista Alianza del Atlántico. ¿Puede sugerir esto que el peso de las declaraciones OTAN tienen que ver con temas que lo desbordan? ¿Pretenden generar otro tipo de efectos y afectos?

Por ejemplo, los acuerdos entre Colombia e Israel (dicho sea de paso, gracias a la progresiva militarización, nuestro país es conocido como el “Israel de América Latina” – entre otros, Chavéz dixit) resultan ser bastante más contundentes que el tibio y, por momentos confuso, anuncio OTAN. Desde 2005 sobre todo se ha incrementado exponencialmente la provisión de armamento por parte de firmas israelíes (Cytter, Israel Aircraft Industries, Global CST, Tysa & Israel Weapon Industries) hacia el gobierno colombiano mediante contratos multimillonarios, directos y licitaciones – muchos de ellos investigados por los organismos de control colombianos debido a sospechas de corrupción – para suministrar fusiles, repotenciar aviones, fortalecer tecnologías y sistemas de inteligencia informática, asesorar experticias en seguridad, etc. Incluso, la famosa “Operación Jaque”, mediante la cual se liberó a Ingrid Betancurt entre otros, según diarios israelíes (el gobierno colombiano lo ha negado sistemáticamente) estuvo asesorada por expertos de empresas privadas israelíes, la Mosad y el Shin Bet con presencia en el territorio colombiano.

En abril de 2012, Colombia estableció un acuerdo de cooperación militar con Israel en donde además de reforzar las relaciones militares entre ambos países e intercambiar conocimiento e información de inteligencia quedó abierta la posibilidad de la compra de aviones no tripulados (drones) fabricados por Israel. Es más, se sugirió la idea que empresas de defensa israelíes se instalen directamente en el país (http://bit.ly/17c97xV). En esa visita, el Congreso de Colombia condecoró con las más altas distinciones al Ministro de Defensa de Israel, Ehud Barak, artífice de los acuerdos y quien, una vez concluyeron las gestiones por el país, se desplazó de inmediato hacia los Estados Unidos para encontrarse con su homólogo, el secretario de Defensa de Estados Unidos, Leon Panetta. El pasado 23 de julio de 2013, las Fuerzas Aéreas Colombianas anunciaron la llegada de dos (2) drones israelíes más (Hermes 450 y Hermes 900) los cuales se sumarán a la flotilla colombiana de este tipo de tecnología – un número que aún no ha sido revelado oficialmente (http://bit.ly/16wcXD4). Vale la pena anotar, en la lógica de convergencia neoliberal-para-militar (profundización simultánea del modelo económico y la militarización) durante el mes de junio de este año (2013) Colombia firmó un acuerdo de libre comercio con Israel (entrará a regir en 2014 circa) y el cual fue calificado por la Delegación de negociadores colombianos como: “un acuerdo de última generación que va más allá del comercio” (http://bit.ly/17Cmblu). Como en el caso de la Asociación TransPacífico, seguramente el Tratado conllevará compromisos de “seguridad” y, desde luego, militares. Entonces ¿por qué la alianza con la OTAN, de lejos, un acuerdo menos firme y más enunciativo que otros, pudo tener un peso relativamente mayor en la escena coyuntural?

Tras el cierre del primer capítulo referido al Desarrollo Rural Integral, donde en la letra según lo pactado, para varios analistas, se podría resolver alrededor del 70% de los temas estructurales del conflicto social armado que, al momento, lleva vigente más de medio siglo, y con base en las declaraciones hechas por ambas partes al respecto de las trayectorias y tendencias en las negociaciones, el gobierno podría haber interpretado que tal vez ha cedido demasiado y en consecuencia se encontraría en una posición de desventaja. La tríada de desafortunadas Alianzas y otros sucesos deliberados, más recientes pero del mismo talante, parecen indicar menos el deseo de “levantarse (unilateralmente) de la mesa” – una opción que definitivamente descarta por ahora Santos pues no le traería ningún rédito, especialmente, en su carrera hacia la reelección presidencial – que crear un ambiente de gran presión y peligrosa incertidumbre a su contraparte y así intentar modificar la relación de fuerzas que, en este momento – no sería aventurado pensarlo – estaría del lado de los negociadores de la guerrilla. Esta situación se potencia aún más dado que a partir del mes de junio se iniciarían las conversaciones de la segunda fase, correspondiente al tema de Participación Política. ¿Se trata entonces de un intento, tan ampuloso como desesperado, para revertir la trayectoria de tendencias hasta ahora registradas en la negociación? No sobra recordar que la Reforma Agraria y la Participación política son dos de las demandas cruciales e históricas que – en palabras de la insurgencia – han justificado el alzamiento en armas contra el Estado.

Por esta razón, los comunicados de las FARC-EP del 26 y 27 de mayo de 2013 desde La Habana contrastan con la declaración del 7 de junio del Secretariado donde se plantea abiertamente la síntesis de las alianzas santistas: “La actitud de Santos desinfló el optimismo [refiriéndose específicamente al encuentro Santos-Capriles], la atmósfera favorable a la paz que se había logrado construir con tanto esfuerzo en La Habana. La cuestión se resume en el hecho de que si no fuera por Venezuela no tendría lugar el diálogo de paz de la capital cubana (…) [Santos]sabía que su provocación contra el gobierno legítimo de Venezuela estallaría como petardo en la mesa de diálogo de La Habana, porque el tema Venezuela, país acompañante y facilitador del proceso, era muy sensible para las FARC, que ve en los venezolanos el principal factor generador de confianza, y en consecuencia a artífices fundamentales del proceso de paz (…) No son pocos los que creen que el paso de Joe Biden vicepresidente de los Estados Unidos por Bogotá, fue el origen del arrebato santista. Y lo asocian con un plan de Washington encabezado por un caballo de Troya de nombre ‘Alianza Pacífico’, que manejado por Washington, se propone desestabilizar y descarrilar gobiernos populares como los de Venezuela, Ecuador, Bolivia y Uruguay, entre otros. ¿Qué impulsaría a Santos anunciar el fantasioso ingreso de Colombia a la OTAN? ¿Amenazar a Venezuela, al Brasil?”.

Anexo. Dos puntualizaciones

En la coyuntura es posible identificar dos elementos cruciales que podrían liberar u obstaculizar, según sea el caso, hacia el futuro inmediato las conversaciones, diálogos, negociaciones, directamente relacionadas con lo que hemos venido comentando.

El primero: instalar urgentemente una pedagogía para la paz la cual debe pasar necesariamente por una “reforma en el lenguaje” que se utiliza (sobre todo, públicamente). Desde un principio, y más allá de los ángulos y perspectivas en que se realicen alusiones o interpretaciones en torno al Conflicto, debe exigirse que éstas se enmarquen en el respeto y la consideración frente a las otras Partes; inclusive, estas sugerencias son recomendaciones realizadas por las Convenciones y Protocolos de Ginebra, al proponer que se eviten términos ofensivos o que se recurran a descalificaciones que, de ninguna forma contribuyen a generar algún tipo de aproximaciones pues, por el contrario, sólo logran enrarecer el clima de posibles diálogos.

En este tema, los medios masivos de comunicación, escritos y audiovisuales, cumplen una tarea fundamental y si fallan en este aspecto ético-político es deber de la ciudadanía exigírselos. Los imaginarios e imágenes sobre las Partes, sus discursos y las perspectivas sobre el Conflicto, la paz misma, son puestas en escena por los diarios de circulación nacional y territorial pero, sobre todo, por noticieros, los cuales muchas veces inevitablemente construyen criterios para la construcción de percepciones sobre la “realidad” del conflicto en términos de la opinión pública. Así también las declaraciones emitidas por altos funcionarios y figuras públicas o la persistencia de un ambiente de violencia simbólica y de ataques retóricos y agresiones verbales que de ninguna manera contribuyen en este objetivo. Este tipo de violencia simbólica, no deja de ser violenta (e incita a un círculo vicioso). Por su posición política e institucional, los Gobiernos tienen una gran responsabilidad respecto al tema de la pedagogía y, definitivamente, contrastan con “la voluntad para avanzar” en escenarios de paz estables.

En segundo lugar, llamar la atención sobre la negociación sin tregua o suspensión de operaciones. Si bien, esta opción puede contribuir a matizar desconfianzas (incluso, astucias) respecto a la instrumentalización de los acercamientos, diálogos y/o posibles negociaciones con la excusa de generar tiempos y espacios estratégicos de orden militar y re-pontencializar posteriormente el conflicto (sucedió así con los Diálogos del Caguán), las conversaciones en medio de la guerra se tornan complejamente volátiles. Habría que imaginarse un marco definido bajo el cual se pueda garantizar la Mesa con la suspensión de las confrontaciones que, inclusive, por la experiencia ya recogida en el proceso actual, muestra su absoluta necesidad (2).

Notas

(1) Considero que incumplir, mentir y engañar son tres cosas diferentes desde el punto de vista del concepto de la sinceridad. Por ejemplo, alguien puede prometer con sinceridad hacia otra persona: “vendré, mañana a nuestra cita”; sin embargo, al día siguiente, finalmente no pudo llegar a lo acordado. Si bien se incumplió la promesa pero no estaba en sus planes hacerlo. Otro caso, es la mentira, en donde también hay un sentido de sinceridad (consigo mismo y de insinceridad hacia el otro), en tanto “vendré, mañana a nuestra cita” sabiendo por anticipado que no va hacerlo. El caso del engaño es diferente. Es prometer: “vendré, ayer a nuestra cita”, una inconsistencia desde todo punto de vista, empezando por el cronológico, porque ya la enunciación resulta imposible sólo con el fin de generar confusión.

(2) Puello-Socarrás, José Francisco, (2012). “La paz en perspectiva(s). Lecciones y experiencias prácticas para contextos en conflicto crítico” en: Tavares dos Santos, J.V. y Niche Texeira, N., Conflitos sociais e perspectivas da paz. Porto Alegre-RS: TOMO. ISBN 978-858-62257-0-3, pp. 359-372.

http://colombiadesdeafuera.wordpress.com/2013/07/30/hienas-y-zorrillos-colombia-y-las-sants-alianzas-del-pacifico-al-atlantico-norte-por-jose-francisco-puello-socarras/#more-1096

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