Colombia, virgen y mártir
Por: Reinaldo Spitaletta
Ahora cuando Fernando Vallejo, un anarquista católico, está en boga, por sus premios literarios, muy merecidos por cierto, sobre todo porque con ellos, con sus réditos, hace bien a los perros (no a los de la guerra), es conveniente decir que no le ha faltado razón al definir a Colombia como un país sin remedio.
Un país generador de criminales, que van desde guerrilleros bandolerizados a presidentes, igualmente bandidescos. Un país al que se lo han robado transnacionales y los habituales “vendepatrias” que tenemos desde hace años. Un pobre país rico, que en España creen algunos que es el que mejor castellano habla.
El nuestro (?) es un país sin redención, al que de nada le ha servido estar consagrado al corazón de Jesús y la virgen de Chiquinquirá. Claro que hablamos y hasta escribimos un correcto castellano (con perdón de la osamenta del generalísimo Franco, “inventor” del español), y podemos sentir las sonoridades del Siglo de Oro en regiones campesinas antioqueñas, a las que Carrasquilla (ese sí el Cervantes americano) les sacó partido en sus novelas, relatos y crónicas.
Colombia, madre por ejemplo de un “cura laico” como Vargas Vila, que puso en jaque a godos y liberales con sus panfletos y volvió trizas a los gringos en libros como Ante los bárbaros, es un país de historias atroces, como las de que aquí se juega fútbol con cabezas de asesinados; o las que tienen que ver con los “falsos positivos”, o los crímenes de la guerrilla. O aquellas de la muerte de ancianos por física hambre, y de niños, por desnutrición y por otras orfandades.
En este país de gamonales y caciques politiqueros, suceden cosas raras. Hace un año, el presidente de la república (o republiqueta, dirán algunos) les echaba toda la culpa de los estragos del invierno a las corporaciones autónomas regionales y palabreaba sobre que las tragedias no se repetirían. Un año después su demagogia se la llevó el viento, o el río, o los aguaceros. Y vuelve y juegan los derrumbes, los taponamientos, la falta de carreteras, los damnificados… Y todo se lo atribuimos a la naturaleza (tan golpeada) y no a las imprevisiones oficiales.
Decía un columnista español (Alfonso Ussía, en La Razón, de Madrid), al escribir una diatriba contra las Farc, a las que califica como la “banda más cruel y asesina del mundo”, que Colombia es la nación más culta de “nuestra vieja América”. Ojalá fuera así. Argentina y Uruguay, creo, van más adelante en ese aspecto. Y por ejemplo, en organización musical, en el cultivo de la enseñanza de música para niños y jóvenes, Venezuela nos lleva años de ventaja. Es que ni siquiera se puede decir que haya, como hubo antes, una derecha ilustrada en Colombia.
Esto último se puede ejemplificar con las barrabasadas de un sujeto, ex vicepresidente de Colombia (y ya eso deja mucho que desear), que amenazó con poner una bomba a una escultura de Arenas Betancourt en Manizales, y llamó a reprimir oficialmente con pistolas eléctricas a los estudiantes soliviantados contra la reforma educativa.
Si cultura es el conjunto de acciones y propuestas en pro del desarrollo intelectual, material y espiritual de los pueblos (bueno, la Unesco tiene decenas de definiciones de cultura), aquí estamos muy atrás de noticias. Y lo que nos ha caracterizado es la barbarie en todos los sectores sociales, a veces más en las clases altas que en las otras. Las denominadas élites, o con más precisión las oligarquías, han sido las creadoras de sistemas de inequidades e injusticias sociales, sobre las cuales la historia está llena de documentación.
Es más. Se puede decir que hay una parte de Colombia que todavía lucha por la dignidad y por algún día alcanzar los niveles de lo que se llama civilización, y que ha sido la víctima de los inveterados procesos de barbarie. También lo decía el escritor colombo-mexicano citado al principio: “hay una Colombia honorable que no han podido acabar, que no es precisamente la de los políticos”.
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