La clase trabajadora en el siglo XXI
Chris Harman y Alex Callinicos
La emancipación de la clase trabajadora es el corazón del marxismo.
Pero esta idea siempre ha sido controvertida y, en los años recientes,
se ha vuelto de moda argumentar que la clase trabajadora está
despareciendo.
Se presentan ideas como la de “multitud”, o la de un nuevo sujeto
social llamado “precariado”, como una alternativa, como un desafío a la
importancia que el marxismo le da a la clase trabajadora.
Este folleto explica que, lejos de desaparecer, a escala mundial, la
clase trabajadora es más grande que nunca. También explica cómo esta
clase no refl eja la imagen estereotipada del obrero masculino manual,
que lleva el mono azul. La nueva clase trabajadora mundial son negros y
blancos, mujeres y hombres, jóvenes y mayores, tiene diferentes
religiones e idiomas, y tiene una variedad de condiciones laborales.
Pero, como demuestra este importante texto, la clase trabajadora
actual, compuesta de miles de millones de personas, en el norte y el
sur, sigue siendo la clave para cualquier proyecto serio que pretenda
cambiar el mundo.
Chris Harman: La clase trabajadora en el siglo XXI
La clase trabajadora a nivel mundial
Los debates
La economía y la política de la precariedad laboral
Las maquiladoras
Conclusión
Alex Callinicos: ¿Qué es la clase trabajadora?
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El texto principal proviene del artículo “The workers of the world”,
publicado en International Socialism, no. 96, octubre de 2002. La
traducción fue realizada por Claudia Cinatti, Partes de Guerra, y
revisada por En lucha.
El apéndice es una síntesis de la introducción de Alex Callinicos, a
la obra The Changing Working Class, 1987. Apareció en castellano en la
revista Socialismo Internacional, No 3 (enero/febrero 1995).
Fotos: Portada: Fábrica de Nike en Vietnam. Contraportada: Centro de llamadas en Gran Bretaña.
Este folleto fue editado por el grupo En lucha, en enero de 2005. Segunda edición, con apéndice, enero de 2011.
Chris Harman fue redactor de International Socialism, la revista
marxista trimestral del Socialist Workers Party (SWP), grupo hermano en
Gran Bretaña de En lucha/En lluita/Borrokan. Escribió además La locura
del mercado y La nueva crisis del capitalismo (folletos de En lucha),
así como los libros Zombie capitalism, A People’s History of the World y
The Lost Revolution: Germany 1918-23, entre otros.
Alex Callinicos es miembro del SWP y escribe habitualmente en su
periódico, Socialist Worker. Es Director del Centro de Estudios Europeos
en King’s College London. Sus publicaciones en castellano incluyen
Racismo y Clase y Estados Unidos: Imperialismo y guerra (folletos de En
lucha), además de Un manifiesto anticapitalista, Contra el
postmodernismo y Los nuevos mandarines del poder americano.
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La clase trabajadora en el siglo XXI
Chris Harman
La irrupción del movimiento anticapitalista a nivel mundial, durante
los últimos dos años y medio, ha planteado muchas viejas preguntas bajo
formas nuevas. La más importante es la cuestión del sujeto: sobre qué
fuerzas existen y son capaces de desafiar al sistema y de transformar al
mundo.
Para el marxismo clásico, la respuesta es sencilla. El crecimiento
del capitalismo iba acompañado necesariamente, por el crecimiento de la
clase a la que explotaba, la clase trabajadora, y ésta estaría en el
centro de la rebelión contra el sistema. Pero hoy esta visión es atacada
desde varias direcciones, no sólo desde la derecha socialdemócrata, la
de la “tercera vía”, sino también desde algunos de los voceros más
reconocidos del movimiento anticapitalista. En particular la noción de
“multitud”, desarrollada por Michael Hardt y Antonio Negri1 , es vista ampliamente como una categoría más relevante que la de la “clase trabajadora”.
No es la primera vez que se discute la posición del marxismo clásico.
Esto ocurrió varias veces a lo largo del siglo XX. La extensión del
movimiento revolucionario, desde la Europa occidental y Norteamérica
hasta el resto del mundo, puso cara a cara a la gente con la dura
realidad: la clase trabajadora no era la “abrumadora mayoría” de la
humanidad, sino todavía una pequeña minoría. Esto llevó a una tendencia
socialista en Rusia, los narodniks, a poner sus esperanzas no en los
trabajadores, sino en los campesinos. Llevó a otra, los mencheviques, a
declarar que la revolución rusa no podía ser una revolución proletaria,
menos aún socialista. Lenin, por el contrario, insistió en el papel
central e independiente de la clase trabajadora, incluso en los años
previos a 1917 cuando planteaba que la revolución no produciría un
Estado obrero, sino una “dictadura democrática”. Trotski fue más allá y
adoptó una posición que fue aceptada, efectivamente, por Lenin en el
curso de 1917: los trabajadores tenían que tomar el poder, aunque su
éxito final en avanzar hacia el socialismo dependía de la extensión de
la revolución a los países más avanzados.
Esto no puso fin a la discusión. Ésta surgió nuevamente tras la
revolución rusa con el crecimiento de movimientos revolucionarios en lo
que ahora llamamos el tercer mundo. La Comintern estalinizada, desde
mediados de la década de 1920, confiaba en que la “burguesía nacional”
de los países coloniales sería una aliada de la revolución
internacional. En las décadas de los ‘50 y ‘60, tras la victoria de la
revolución en China y en Cuba, la visión prácticamente dominante en la
izquierda a nivel internacional era que los campesinos eran la principal
esperanza para la revolución. En ese momento, sociólogos de moda
declaraban que sectores como los trabajadores de las fábricas
automovilísticas se habían “aburguesado”2 , y esto fue aceptado por muchos en la izquierda que los veían como a una “aristocracia obrera”3
. Esto empezó a cambiar tan sólo después del papel central que jugaron
los trabajadores en los eventos del mayo francés, en 1968, pero incluso
así los ejemplos de China, Cuba y Vietnam fueron vistos como el modelo a
seguir en todas partes, excepto en Europa Occidental, Estados Unidos,
Canadá, Australia, Nueva Zelanda y Japón.
Una vez que empezaron a disminuir las luchas de finales de ‘60 y
principios de los ‘70, se retomó el cuestionamiento al papel de la clase
trabajadora. El socialista francés, André Gorz, escribió un libro cuyo
título, Adiós al proletariado, representaba la típica actitud de un
sector creciente en la izquierda. En Italia, los pensadores
“autonomistas” empezaron a presentar a la clase trabajadora con empleo
seguro como un grupo privilegiado, separado del proletariado “real”. Por
todas partes, los académicos que habían coqueteado con el marxismo
empezaban a insistir en que las cuestiones de género y etnicidad eran
tanto o más importantes que las de clase; y esas categorías, finalmente,
quedaron ahogadas por un diluvio de “identidades” en competencia.
El ascenso del movimiento anticapitalista ha llevado a intelectuales
tan distintos como Susan George, James Petras, Naomi Klein, Michael
Hardt y Toni Negri a enfrentarse a la enorme fragmentación asociada con
la “política de identidad”. Pero ninguno de ellos ha puesto a la clase
trabajadora en el centro de la escena. La identificación con los
zapatistas llevó a poner de nuevo el énfasis en el papel de los
campesinos y los pueblos indígenas. La respuesta típica a la
fragmentación de la política de identidades ha sido llamar a alianzas
entre los fragmentos, sin que ninguno juegue un papel estratégico
central. En el libro No logo de Naomi Klein, se presenta a la clase
trabajadora como totalmente debilitada por la extensión de la
globalización, “un sistema de fábricas errantes que emplean trabajadores
errantes”.4 En Imperio, Hardt y Negri intentan teorizar
sobre la noción de una nueva fuerza, un “nuevo sujeto social”, lo que
ellos llaman la “multitud”:
En la era previa la categoría del proletariado se centraba, y por momentos estaba efectivamente subsumida, en la clase trabajadora industrial, cuya figura paradigmática era el trabajador varón de la fábrica masiva […] Hoy en día esa clase casi ha desaparecido de la vista. No ha dejado de existir, pero ha sido desplazada de su posición privilegiada en la economía capitalista.5
Para ellos la “multitud” se transforma en el sujeto del cambio: una
suerte de actualización de la coalición arcoiris de las identidades
fragmentadas:
Éste es un nuevo proletariado y no una nueva clase trabajadora industrial. […] es cada vez más difícil mantener las distinciones entre trabajo productivo, reproductivo e improductivo. […] A medida que el trabajo se mueve hacia fuera de las paredes de las fábricas, es cada vez más difícil mantener la ficción de cualquier medida de la jornada laboral, y mediante ello separar al tiempo de producción del tiempo de reproducción, o al tiempo de trabajo del tiempo de ocio. […] el proletariado produce en toda su generalidad en todas partes durante todo el día.6
Las demandas clave que organizan a esta multitud ya no conciernen a
la duración, intensidad o pago del trabajo, sino que se centran en “un
salario social y un ingreso garantizado para todos”, ya que “el salario
social se extiende mucho más allá de la familia, hacia toda la multitud,
incluso a aquellos que están desempleados, porque toda la multitud
produce, y su producción es necesaria desde la perspectiva del capital
social total”.7
Se encuentran ecos de estas nociones en todo tipo de escritos que
surgen de este nuevo movimiento. Así el filósofo y escritor argentino
León Rozichtner ve a las asambleas populares de Buenos Aires como a la
encarnación de la alternativa al capitalismo:
Anteriormente, en la era del capital productivo, se podía pensar, con Marx, que el lugar del enfrentamiento radical de las clases explotadas era la fábrica y el sindicato. Ahora, cuando las transformaciones del capital financiero han llegado a dominar a las naciones y a todo el aparato productivo y sus servicios, el campo de la explotación se ha extendido hasta cubrir todos los aspectos de la vida cotidiana: su poder ha penetrado y ha disuelto las relaciones sociales, dispersando a la gente, haciendo antagónico al interés personal con el poder social colectivo; la fábrica ha dejado de ser el único lugar donde nace la fuerza social de resistencia. El campo de la expropiación se ha extendido desde la fábrica al conjunto de la sociedad… No es sólo la clase obrera industrial la que puede detener el funcionamiento de esta máquina social infernal: es la sociedad de conjunto que está construyendo dentro de ella la fuerza requerida para enfrentarse a la globalización.8
Ciertos cambios sufridos en el capitalismo durante el último cuarto
de siglo parecen darle la razón a estas visiones. La reestructuración de
la producción a nivel internacional ha llevado a la reducción de
ciertas industrias y ha cambiado de lugar, o “deslocalizado”, a otras.
Pero el resultado es muy diferente al que plantean Hardt, Negri y el
resto. Lejos de reducirse, la clase trabajadora internacional ha seguido
creciendo. Y la distinción entre esta clase trabajadora ampliada y los
grupos oprimidos, lejos de volverse marginal, es tan importante como
cuando Lenin y Trotski polemizaban contra los narodniks.
La clase trabajadora a nivel mundial
“La clase trabajadora (existe) como nunca antes, como una clase en
sí… con un núcleo de quizás 2.000 millones de personas”, alrededor del
cual hay otros 2.000 millones cuyas vidas están “sujetas de forma
importante a la misma lógica que su núcleo”. Esto lo escribí hace tres
años.9 Un estudio detallado de la fuerza de trabajo mundial de Deon Filmer demuestra que mis cifras eran bastante correctas.10
Él calculaba que 2.474 millones de personas participaban en la fuerza
de trabajo global no doméstica a mediados de los ‘90. De ellos,
alrededor de una quinta parte, 379 millones de personas, trabajaban en
la industria,11 800 millones en servicios,12 y 1.074 millones en agricultura.13
Cada sector de la fuerza de trabajo incluye a personas que emplean a
otras (grandes capitalistas y pequeños burgueses), personas que son
autoempleadas —o sea, “autónomas”—, y personas que hacen trabajo
asalariado para otros.
En la agricultura una gran parte de la gente continúa trabajando por
su propia cuenta en tierras que poseen o que alquilan. La porción de
cultivadores que dependen completamente del trabajo asalariado en todo
el mundo, todavía es proporcionalmente pequeña: de acuerdo a las cifras
de Filmer, sólo alrededor del 8%, y el 3,6% en las economías de “bajos
ingresos”. Sin embargo, no da cifras de aquellos que dependen
parcialmente del trabajo asalariado, y sabemos que esas cifras son muy
altas en China (ver más adelante) y el sudeste asiático, que juntos dan
cuenta de al menos la mitad de los campesinos en todo el mundo.
La mayoría de la gente, a nivel mundial, en los sectores industrial y
de servicios son asalariados: el 58% de ellos en la industria y el 65%
en servicios. Pero esto todavía no toma en cuenta a una gran parte que
son autónomos o que están involucrados en el trabajo familiar.
Filmer concluía que el número total de empleados en todo el mundo era
de alrededor de 880 millones, comparados con los alrededor de 1.000
millones que trabajaban principalmente por su cuenta la tierra
(mayoritariamente campesinos) y 480 millones que trabajaban por su
cuenta en la industria y los servicios.
La cifra de “personas empleadas” incluye a algunos grupos de no
trabajadores, así como de trabajadores. Hay un sector de la burguesía
que recibe altísimos salarios corporativos, y por debajo de ella, la
nueva clase media que obtiene pagos superiores al valor que crea a
cambio de ayudar a controlar a la masa de trabajadores. Esos grupos,
probablemente, representan alrededor del 10% de la población.14
Esto reduce el tamaño de la clase trabajadora empleada en el mundo a
alrededor de 700 millones, con aproximadamente un tercio de éstos en la
“industria” y el resto en “servicios”.
Pero el tamaño total de la clase trabajadora es considerablemente
mayor que esta cifra. La clase también incluye a los que dependen del
ingreso que proviene del trabajo asalariado de los parientes o de los
ahorros y las pensiones que resultan del trabajo asalariado pasado: es
decir, esposas no empleadas, niños y personas mayores retiradas. Si se
agregan esas categorías, la cifra total de trabajadores a nivel mundial
llega a estar entre los 1.500 y los 2.000 millones. Cualquiera que crea
que le hemos dicho “adiós” a esta clase no está viviendo en el mundo
real.
La dinámica de clase
El estudio de Filmer no ofrece más que una imagen de algo que está
sufriendo continuos cambios. La última mitad del siglo ha visto dos
procesos relacionados que se extendieron por todo el mundo. Uno ha sido
el movimiento de masas, de cientos de millones, que fueron del campo a
las ciudades.
Porcentaje de la población que vive en las ciudades15
1970 | 1995 | |
En todo el mundo | 37 | 45 |
En todos los países en desarrollo | 25 | 37 |
En los países menos desarrollados | 13 | 23 |
Las estimaciones sugieren que para el año 2015, el 49% de las
personas en los “países en desarrollo” y el 55% de la población mundial
va a vivir en ciudades: una de cada cinco en ciudades mayores de 750.000
habitantes.16
Incluso en los países que frecuentemente se designan como rurales, la
población urbana puede ser la mayoría: el 78% en Brasil, el 73% en
México, el 59% en Ecuador y el 56% en Argelia. En otros lugares puede
ser enorme: 45% en Egipto, 30% en China, 34% en Pakistán y 27% en India.17
La extensión de la urbanización está asociada, necesariamente, a la
mayor dependencia de la gente con respecto al mercado para desarrollar
su vida. Una familia de pequeños campesinos puede alimentarse, vestirse y
procurarse una vivienda, casi completamente a partir del producto
directo de su propio trabajo. Los habitantes de las ciudades no pueden
hacer esto. Probablemente se mueran de hambre a menos que pueden vender
algo: su propio trabajo o los productos de su trabajo. E incluso en el
campo se ha visto en las últimas décadas una importancia creciente de la
producción para el mercado.
La agricultura, frecuentemente, se complementa con formas de
artesanía o industria primitiva: “Un informe muestra que el 15% de los
países en desarrollo donde hay estadísticas recientes disponibles, el
porcentaje de la fuerza de trabajo rural que participa en trabajo no
rural era del 30 al 40% y seguía creciendo.”18
Esta tendencia es muy marcada en China, donde más de 100 millones de
personas de hogares campesinos buscan al menos un trabajo asalariado
temporal en las ciudades cada año:
Desde 1980, los campesinos chinos han buscado mejorar sus ingresos trabajando en áreas no agrícolas, tales como empresas de aldeas o villas locales y negocios familiares, o migrando a ciudades para buscar empleo urbano… En los ‘90, sin incluir la migración dentro de cada provincia, entre el 15 y el 25% de los trabajadores rurales a nivel nacional migraron a las ciudades por al menos seis meses o más; el 50% de ellos eran menores de 23 años… A nivel nacional, la proporción de ingreso no agrícola en el ingreso total de los hogares campesinos ha aumentado, del 10% en 1980, al 25% en 1985, y al 35% en 1995.19Muchos de los que vivían en una comunidad de hogares campesinos trabajarán en empleos asalariados. Avanzar en “dos botes” es un dicho chino que describe a las personas que tienen dos trabajos para poder asegurarse su avance social y económico… para la generación más joven, adquirir empleos no agrícolas se ha vuelto crucial para evitar el destino de la vida campesina y así escapar de la pobreza rural.20
En Egipto, una muestra de hogares rurales ha demostrado que el 50% de
los ingresos venían del trabajo rural y el 25% de “salarios fuera de la
aldea”.21
Si agregamos a los “semitrabajadores” o “trabajadores campesinos” a
estos números de personas que dependen completamente del trabajo
asalariado, obtendremos una cifra que debe estar entre el 40 y el 50% de
la población mundial. En otras palabras, alrededor del núcleo de 1.500 o
2.000 millones de proletarios, hay un número similar de
semiproletarios.
El mito de la desindustrialización
El argumento de que la clase trabajadora ha desaparecido normalmente
se basa en impresiones superficiales sobre lo que está ocurriendo con la
vieja clase obrera industrial, al menos en las economías avanzadas. Se
habla mucho de la “desindustrialización”, de la “sociedad
postindustrial”, o de la “economía inmaterial”.
La reestructuración de la economía, a través de sucesivas crisis
económicas, ciertamente ha causado la desaparición de ciertos antiguos
rasgos centrales de la escena industrial. Al mismo tiempo ha habido un
aumento de la inseguridad en el empleo y un incremento de la proporción
de los puestos de trabajo a tiempo parcial, temporales o de contratos
cortos. Pero esto no justifica el argumento de que la clase trabajadora
ha desaparecido.
Tomemos, por ejemplo, la cifra de trabajadores industriales en la
economía más grande del mundo, la de Estados Unidos. A finales de los
‘80 hubo un gran pánico en Estados Unidos por la “desindustrialización”
ante el desafío a la superioridad industrial norteamericana en campos
como la producción automotriz o de ordenadores. Pero en 1998 el número
de trabajadores en la industria era cerca del 20% mayor que en 1971,
casi el 50% más alto que en 1950 y cerca de tres veces el nivel de 1990:
Trabajadores en la industria en Estados Unidos22
1900 | 10.920.000 | |
1950 | 20.698.000 | |
1971 | 26.092.000 | |
1998 | 31.071.000 |
La cifra de empleos hoy en el sector manufacturero en Estados Unidos
hoy está en el nivel más alto de su historia. Las “viejas” industrias no
han desaparecido ni se han ido afuera. Como han señalado Baldoz, Koeber
y Kraft: “Ahora hay más norteamericanos empleados en la fabricación de
coches, buses y piezas de coche que en cualquier otro momento desde la
guerra de Vietnam”.23
Este cuadro es completamente distinto del que presentan Hardt y Negri
cuando escriben de la tendencia hacia “un modelo de economía de
servicios… dirigido por Estados Unidos, el Reino Unido y Canadá. Este
modelo implica una rápida declinación de los empleos industriales con el
correspondiente incremento de los empleos en el sector servicios.”24
Las cifras de Japón son incluso más sorprendentes. La fuerza de
trabajo industrial ha crecido más del doble entre 1950 y 1971 y
protagonizó otro aumento del 13% en 1998.
El empleo industrial ha caído notoriamente en una serie de países
durante las últimas tres décadas: en Gran Bretaña y Bélgica cayó un
tercio, y en Francia más de un cuarto. Pero eso no representa una
desindustrialización del conjunto del mundo industrial avanzado, sino
más bien una reestructuración de la industria. El número de empleos
industriales en los países industriales avanzados en su conjunto era de
112 millones en 1998, 25 millones más que en 1951 y sólo 7,4 millones
menos que en 1971. Existe el peligro de ver al mundo a través del prisma
británico o francés, y no ver lo que realmente ocurre a escala global.
Así la Italia de Toni Negri puede no ser igual a Estados Unidos o Japón,
pero los trabajadores industriales ciertamente no han desaparecido.
Hace cuatro años en Italia había 6,5 millones, sólo un sexto menos que
en 1971.25
Industria y servicios
Estas cifras del empleo industrial, además, subestiman la importancia
económica de la industria en general y de la manufactura en particular.
Como Bob Rowthorn ha señalado correctamente: “Casi toda actividad
económica concebible en la sociedad moderna usa bienes manufacturados…
Gran parte de las industrias de servicio en expansión usa gran cantidad
de equipamiento.”26
La pequeña caída en la fuerza de trabajo industrial total no se debe a
que la industria se haya vuelto menos importante, sino a que la
productividad por empleado en la industria ha crecido más rápidamente
que en los “servicios”. Una cantidad ligeramente menor de empleados
manufactureros está produciendo muchos más bienes que hace tres décadas.
Su importancia para la economía no ha cambiado. Entre 1973 y 1990, la
producción en los países de la OCDE creció un promedio del 2,5% al año
en la industria, sólo poco menos que el crecimiento del 3,1% de la
producción en los servicios. Pero el crecimiento de la productividad en
la industria fue de 2,8% al año, y en los servicios sólo del 0,8%.27
Los trabajadores industriales son tan importantes hoy para la economía
capitalista como a principios de los ‘70. Las declaraciones fáciles como
las de Hardt y Negri, sobre su menor significación, no podrían estar
más equivocadas.
Pero esto no es todo. La distinción habitual entre “industria” y “servicios” despista más de lo que aclara.
La categoría “servicios” incluye muchas cosas que no tienen
importancia intrínseca para la producción capitalista (por ejemplo, las
hordas de sirvientes que proveen placer a los parásitos capitalistas
individuales). Pero siempre ha incluido cosas que son absolutamente
centrales para ésta (como el transporte de mercancías y la provisión de
software para ordenadores). Más aún, una parte del vuelco de la
“industria” al “sector servicios” se debe más a un cambio de nombre,
dado que los trabajos son esencialmente similares. Una persona
(normalmente un hombre) que trabajaba con una máquina de escribir para
un periódico hace 30 años hubiera sido clasificado como un tipo
particular de trabajador industrial (un trabajador gráfico); una persona
(normalmente una mujer) que trabaja en una terminal de procesador de
textos para un periódico hoy será clasificada como una “trabajadora de
servicios”. Pero el trabajo desempeñado sigue siendo esencialmente el
mismo, y el producto final más o menos idéntico. Una persona que trabaja
en una fábrica, poniendo comida en una lata para que la gente pueda
calentarla y comérsela en su casa, es un “trabajador manufacturero”; una
persona que trabaja en un McDonalds, que provee idéntica comida a la
gente que no tiene tiempo de calentarla en su casa, es un “trabajador de
servicios”. Una persona que procesa pedazos de metal para hacer un
ordenador es un “trabajador manufacturero”; alguien que procesa el
software para este ordenador en un teclado es un “trabajador de
servicios”.
La tendencia de los últimos años es que las empresas subcontraten
ciertas operaciones que anteriormente las realizaban sus propios
empleados: por ejemplo el catering y la seguridad. El resultado es que
los empleos una vez incluidos en la “industria” ahora aparecen bajo el
rubro “servicios”. La Federación de Empleadores de Ingeniería en Gran
Bretaña ha señalado que:
La manufactura crea una gran parte de la industria de servicios a través de la tercerización de áreas tales como mantenimiento, catering y trabajo legal… La manufactura podría formar hasta el 35% de la economía —más que el generalmente aceptado 20%— si fuera medida usando las definiciones estadísticas apropiadas.28
Rowthorn ha emprendido un desglose estadístico del total de la
categoría “servicios” para la OCDE en su conjunto. Sus cifras muestran
que los servicios relacionados a la producción de bienes daban cuenta
del 25% del total del empleo en 1970 y del 32% en 1990. Hay una pequeña
caída en la categoría “total de bienes y servicios relacionados a los
bienes”: del 76% de todo el empleo al 69%.29 Pero ésta,
ciertamente, no es una transformación revolucionaria en el mundo del
trabajo. Él señala que en 1990 “los servicios independientes” sólo daban
cuenta del 31% de todo el empleo,30 y concluye que “la
producción relacionada a bienes todavía está generando directa o
indirectamente alrededor de dos tercios de todo el empleo en las
economías avanzadas típicas, a pesar de todo lo que se habla de la
economía postindustrial”.31
La naturaleza del sector servicios no mercantilizado
Pero incluso las cifras de Rowthorn subestiman, considerablemente, el
tamaño de la clase trabajadora: la clase cuyo trabajo es esencial para
la acumulación de capital. Gran parte de los “servicios independientes”
de Rowthorn son esenciales para dicha acumulación en el mundo moderno.
En particular, dos son absolutamente indispensables hoy para la
acumulación capitalista: la provisión de salud y de servicios
educativos.
El núcleo del sistema de salud, de cualquier país capitalista
moderno, se preocupa de asegurar que la fuerza de trabajo esté en forma y
sea capaz de trabajar. Está allí para asegurar que la próxima
generación de fuerza de trabajo esté en forma y bien, y para curar a los
miembros de la actual generación si sufren alguna enfermedad que los
aparte temporalmente del mercado de trabajo. Incluso donde esta
provisión de salud tiene lugar a través del Estado, es decir, que no se
vende ni se compra, todavía es un acompañamiento indispensable para la
producción capitalista.
Esto es incluso más cierto en el servicio educativo. Éste creció en
el siglo XIX cuando el capitalismo descubrió que tenía que entrenar a su
fuerza de trabajo hasta ciertos niveles básicos de alfabetismo (así
como de disciplina) para que fuese productiva. A lo largo del siglo XX
se extendieron los años de escolaridad, según crecía el promedio de
habilidades requeridas por el sistema. En casi todos los países los
principales sectores del sistema educativo siguen en manos del Estado.
Éste no lo vende como mercancía. Sin embargo, es indispensable para la
producción. Los que trabajan en este sector están trabajando para la
acumulación capitalista, aunque no produzcan nada que se venda.32
La íntima conexión entre educación y acumulación de capital se
enfatiza cada vez que los gobiernos “modernizadores” hacen sus planes de
“reforma” educativa. No ocultan su visión de que la educación (o la
“formación”) es una inversión para la industria. Es para producir una
fuerza de trabajo de masas “flexible”, con un promedio de conocimiento
de matemática, alfabetización y habilidades tecnológicas, y para
adaptarla a las necesidades cambiantes del capital según la
reestructuración industrial.
La expansión de la educación está relacionada con el aumento de la
productividad del trabajo en el “viejo” sector industrial. Por supuesto,
éste es en parte el resultado de una mayor carga laboral sobre cada
trabajador. Pero también es el producto de que la fuerza de trabajo
tenga la suficiente “formación” para ajustarse a los cambios. Así un
informe reciente sobre la fuerza de trabajo británica mostró que el 37%
de los hombres y el 25% de las mujeres dicen requerir “niveles de
habilidad tecnológica avanzado o complejo en el trabajo que desempeñan”,
mientras que el 51% de operadores de planta dicen usar tecnología
informática en sus empleos.33 La clase capitalista no puede
garantizar la existencia de una fuerza de trabajo con el nivel requerido
de habilidades “versátiles y adaptables”, sin un crecimiento en el
sector educativo.34 O, para decirlo de otra forma, hay un
rápido crecimiento en la productividad de aquellos trabajadores que
producen directamente mercancías, y esto ha llevado a la reducción en
sus cifras en países como Gran Bretaña y Francia (pero no Estados
Unidos). Pero este crecimiento de la productividad depende, en parte, de
un aumento en el número de trabajadores cuya labor aumenta la
productividad de esos empleados que producen mercancías: es decir, un
aumento en el número de trabajadores “indirectamente productivos”.
La cantidad de personas empleadas en los servicios de salud y
educación creció continuamente a lo largo del siglo XX, como parte de la
expansión general del capitalismo. Hoy hay más de 10 millones en
Estados Unidos (alrededor de uno de cada 13 trabajadores); el
capitalismo norteamericano no podría funcionar sin ellos. Al mismo
tiempo, sin embargo, la clase capitalista se niega a pagar más de lo
estrictamente necesario para obtener sus servicios. Como resultado, la
tendencia a largo plazo es que éstos se verán llevados, cada vez más, a
condiciones comparables a las de los trabajadores industriales o de
oficinas. Varios sistemas de medición del trabajo, considerados alguna
vez como exclusivos para las “viejas” industrias, ahora se aplican a
estos sectores: pago por resultados, evaluación y sistema de
recompensas, mayor preocupación por el ahorro de tiempo, y códigos de
disciplina. En Gran Bretaña en el año 2000, un 6% más de empleados fue
sometido a supervisión o evaluación formal que ocho años antes.
Alrededor del 5% más fue sometido a algún tipo de pago individual
mediante un sistema de resultados.35
Esto no significa que los trabajadores de la salud y la educación
sean uniformemente “proletarios”. Los hospitales, las escuelas y los
colegios están organizados según líneas jerárquicas. Los escalones
superiores cobran salarios destinados a arraigarlos al sistema, de tal
modo que puedan ser usados para imponer el control sobre los más bajos y
sobre la clase trabajadora que es cliente de estas instituciones. Son
parte de la “nueva clase media” (o incluso, en el caso de los que están
en lo más alto de las élites universitarias, parte de la clase
dominante).36 Pero el grueso de la fuerza de trabajo está
sometido a la presión de trabajar al ritmo capitalista por una
remuneración determinada por el mercado de trabajo. Por esta razón son
parte de la clase trabajadora global, aunque muchos continúen
considerándose a sí mismos como superiores a la clase trabajadora
manual.
De hecho, están ocurriendo dos procesos relacionados en todas las
economías “avanzadas” (y en muchas de las “no avanzadas”). La clase
trabajadora manual tradicional está bajo cada vez mayor presión a medida
que el capital intenta exprimir su trabajo directo y obtener más
ganancias de éste. Al mismo tiempo, la nueva clase trabajadora del
sector “servicios que no produce mercancías” está sometida a la
proletarización, en la medida en que el capital busca reducir el costo
de una creciente masa de trabajadores “indirectos”.
La naturaleza de la fuerza de trabajo del sector servicios
Hay un mito ampliamente extendido de que la fuerza de trabajo de los
“servicios” consiste en personas bien pagadas con control sobre su
propia situación laboral que nunca necesitan ensuciarse las manos. Así,
una columnista de The Guardian, Polly Toynbee escribe: “Hemos visto el
cambio en la clase social más rápido en la historia: la masa de la clase
trabajadora en 1977, con dos tercios de las personas en empleos
manuales, se redujo a un tercio, mientras que el resto ascendió a un 70%
de clase media de cuello blanco, dueños de sus propias casas.”37
Según Hardt y Negri:
Los empleos para la mayor parte son altamente móviles e involucran habilidades flexibles. Más importante aún: se caracterizan en general por el papel central desempeñado por el conocimiento, la información, el afecto y la comunicación. En este sentido muchos denominan a la economía postindustrial una economía informacional… durante el proceso de posmodernización toda la producción tiende hacia la producción de servicios, a volverse informacionalizada.38
De hecho, sin embargo, cualquier desglose de las cifras para el
empleo en los “servicios” provee un cuadro muy distinto a éste. Algunas
de las “industrias de servicios” más importantes emplean
mayoritariamente “trabajadores manuales” de tipo “tradicional”.
Recolectores de residuos, trabajadores de asilos de ancianos,
portuarios, camioneros, conductores de autobuses y trenes, trabajadores
postales son parte de la fuerza de trabajo de los “servicios”. Y una
parte muy grande. En septiembre de 2001, los sectores de “distribución,
hoteles y restaurantes” daban cuenta de 6,7 millones de empleos y los de
“transporte y comunicación” de 1,79 millones.39
En Gran Bretaña la proporción de personas en empleos manuales es, de
hecho, mucho mayor de un tercio. El documento, Living in Britain 2000 de
la Oficina Nacional de Estadística, muestra que el 51% de los hombres y
el 38% de las mujeres se ubican en sus distintas categorías
ocupacionales “manuales” en 1998.40 Las cifras exageran
apenas el número de trabajadores manuales, ya que la categoría de
“manual cualificado” incluye “capataces” y grupos de “autónomos no
profesionales”. Pero contra esto se debe poner el impresionante número
de mujeres —50%— en las categorías “no manuales intermedias y
subordinadas”, donde los salarios son típicamente más bajos que en la
mayoría de las ocupaciones manuales y las condiciones de trabajo son con
frecuencia al menos igualmente duras. Un estudio muestra cuánto han
cambiado las cosas desde la época en que los trabajadores de oficina
eran considerados como un sector por encima de los trabajadores manuales
de todo tipo: “Hacia 1978 el promedio de salarios de los trabajadores
masculinos manuales semicualificados había superado al de su contraparte
oficinista por primera vez. Además, los trabajadores manuales han
conseguido gran parte de las condiciones de empleo, tradicionalmente
superiores, de los trabajadores de oficina.”41
En Estados Unidos en 2001, el total de las ocupaciones relacionadas a
los servicios, de 103 millones de personas, incluían 18 millones en
“ocupaciones de servicios” rutinarios con un molde decididamente manual
(incluyendo casi un millón en “servicios del hogar”, 2,4 millones en
“servicios de protección”; 6 millones en “servicios de comida”, 3
millones en “servicios de limpieza y portería”, y 3 millones en
“servicios personales”). Entonces había 18 millones en empleos
rutinarios de oficina y 6,75 millones de asistentes de ventas.
La gran mayoría de los trabajadores de cuello blanco son mujeres con
antecedentes obreros. En Gran Bretaña, un tercio de los trabajadores de
oficina tiene antecedentes de trabajo manual, un tercio de trabajo de
oficina y sólo un tercio de los denominados “clase de servicios
profesional-gerencial”.42 Mientras que sus abuelas muy
probablemente se quedaron en su casa después del matrimonio, criando a
la próxima generación de trabajadores, ellas esperan trabajar toda su
vida adulta, combinando el empleo pagado con la carga del cuidado de los
niños y el trabajo doméstico. Lo que está ocurriendo es una
feminización de una importante área del trabajo asalariado. Esto no es
lo mismo que decir “aburguesamiento” o incluso “informatización”.
En conjunto, hay un mínimo de 42 millones de “trabajadores del sector
servicios” en ocupaciones manuales o empleos rutinarios de cuello
blanco en Estados Unidos. Se debe agregar que éstas son ocupaciones que
se han expandido más rápidamente en los últimos años con la “creación”
de una masa de empleos de bajo salario. Muchos trabajadores en otras
categorías ocupacionales hacían un trabajo que era bastante similar: por
ejemplo, gran parte de los 3,2 millones de “representantes de ventas” y
de los 4,3 millones de trabajadores “técnicos y de apoyo”. Del mismo
modo, gran parte en la categoría de “evaluación de la salud y
ocupaciones relacionadas al tratamiento” (83% mujeres, a diferencia de
la categoría de “diagnóstico de salud”, por encima de ella en la que el
75% son hombres), y muchos de los 5,3 millones de maestros de escuela
(75% mujeres).43
Esos grupos juntos constituyen más de la mitad del “sector
servicios”. Si les agregamos los 33 millones de trabajadores en
industrias manuales tradicionales, encontramos que alrededor de tres
cuartas partes de la población norteamericana está compuesta de
trabajadores. Si la “clase trabajadora” ha “desaparecido de la vista”
para gente como Hardt y Negri, es porque han mirado en la dirección
equivocada.
Por el contrario, las cifras en ocupaciones que frecuentemente son
vistas como reemplazando tipos de trabajo tradicionales son muy
pequeñas. En Estados Unidos en 2001, había sólo 2,1 millones de
matemáticos y científicos especializados en computación. Esas cifras no
pueden dar cuenta de una economía “informatizada” donde el trabajo
manual sea marginal. Muchos puestos de trabajo del viejo estilo manual, o
de los empleos rutinarios de cuello blanco, pueden exigir las mismas
calificaciones básicas en tecnología informática. Pero el número de
especialistas en esas habilidades es relativamente pequeño. En Gran
Bretaña en el año 2000, en el punto más alto del boom de internet:
En la primavera de 2000, había 855.000 personas empleadas en ocupaciones relacionadas con informática, un aumento del 45% en sólo cinco años. La región con la proporción mayor de empleados en informática fue Londres, con el 4,8% seguida por el sudeste con el 4,4%. Juntas, esas regiones dan cuenta del 41% de todos los que trabajan en informática… Irlanda del Norte, Gales y el noreste tenían bajas proporciones de trabajadores en informática, el 1,3%, 1,6% y 1,9% respectivamente”.44
No todos los que trabajan por un salario son trabajadores. Hay una
“nueva clase media” que recibe un salario pero que recibe sus
retribuciones de los gerentes por ayudarlos a controlar al resto de la
fuerza de trabajo y se les paga sumas mucho mayores que cualquier valor
que puedan crear. Pero este grupo es una porción relativamente pequeña
del total de la fuerza de trabajo. Hace 15 años calculaba que:
El grupo comprende sólo el 9,7% de los hombres entre las edades de 31 y 75 años. Esto parecía coincidir con el tipo de estimación para el tamaño de la “nueva clase media” a la que uno llega sobre la base de las cifras del ingreso, las calificaciones y la autoridad gerencial. Es una proporción significativa, tanto para la población total y de la fuerza de trabajo de cuello blanco. Pero no se acerca a la clase obrera manual tradicional en tamaño y significación.45
Las estadísticas más actualizadas en Gran Bretaña y Estados Unidos dejan este juicio casi intacto.
Los debates
La flexibilización y la clase trabajadora
Un tema central para todos los que ven que la clase trabajadora está
desapareciendo es que los empleos actuales son tan precarios que poco
queda de las organizaciones y comunidades permanentes de la clase
trabajadora que solían existir. El argumento incluye las elaboraciones
postmarxistas de los últimos 15 años, tanto desde los socialdemócratas
de la “tercera vía” como de la izquierda “autonomista”.
Estamos atravesando la cuarta gran crisis de la economía mundial en
menos de 30 años. Cada crisis ha implicado aumentos repentinos en el
desempleo —en algunos casos de forma permanente— y el aniquilamiento de
viejos centros de producción establecidos (fábricas, puertos, minas,
etc.). También ha acelerado enormemente la reestructuración de la
industria, no sólo a nivel nacional sino también regional y global.46
El capital y sus apologistas han intentado sacar ventaja de los
crecientes niveles de desocupación y de los sentimientos de inseguridad
de los trabajadores para remodelar la vida de la fuerza de trabajo según
sus requerimientos continuamente cambiantes. Sus consignas son la
“flexibilidad” en el tiempo, en los métodos y en los mercados de
trabajo. Uno de sus gritos de guerra ha sido que “el empleo de por vida
pertenecía a una época pasada”. Muchas investigaciones académicas
tomaron estos reclamos como verdades incuestionables. Como ha escrito
Raymond-Pierre Bodin, Director de la Fundación europea por la mejora de
las condiciones de vida y trabajo:
Hoy hablar del desarrollo de formas atípicas de trabajo en las economías occidentales, se ha vuelto un lugar común… Los trabajos que destacan la erosión de las condiciones fordistas de empleo encarnadas en el contrato de jornada completa permanente como la principal forma de organización de los mercados de trabajo y de integración a la vida social, ahora son innumerables… el término flexibilidad también parece corresponderse con los cambios que tienen lugar en este campo.47
Pero esto no significa que en realidad el capital haya sido capaz de
aplastar la resistencia de los trabajadores ante esta flexibilización, o
incluso que pueda seguir acumulando sin reproducir continuamente una
fuerza de trabajo relativamente permanente. Un estudio reciente de Gran
Bretaña muestra que:
Muchas de las suposiciones comúnmente sostenidas sobre el actual mundo del trabajo deben ser seriamente cuestionadas. Existe una gran brecha entre la retórica familiar y la hipérbola que escuchamos diariamente sobre nuestro mercado de trabajo flexible y dinámico y las realidades de la vida en los lugares de trabajo. La evidencia simplemente no sostiene la visión de que estamos ante la emergencia de un “nuevo” tipo de relaciones de trabajo, que se verían en el “fin de la carrera” y la “muerte del empleo permanente de por vida”.48
Frecuentemente no se ven los límites de lo que puede lograr el
capital en términos de “mercados laborales flexibles”, porque se mezclan
formas bastante distintas de empleo: empleo a tiempo parcial, empleo
temporal, empleo en base a contratos a corto plazo y autónomos
dependientes de una empresa. Pero el empleo a tiempo parcial también
puede ser permanente, como lo es normalmente entre las mujeres en Gran
Bretaña. De modo similar, se renuevan mes a mes, o año a año, los
contratos de corto plazo. Estos trabajadores carecen de derechos a largo
plazo y son los primeros en ser despedidos cuando golpea la crisis,
pero no entran y salen del puesto de trabajo todo el tiempo. Finalmente,
los empleos genuinamente temporales pueden ser indispensables para la
producción y son provistos sobre una base de largo plazo pero
intermitente por agencias que son empresas importantes y dependen de
mantener una bolsa permanente de trabajo para ofertar a otras empresas.
Esas formas de empleo han crecido en las últimas décadas en
diferentes grados y dentro de distintas industrias y países, y
frecuentemente dentro de regiones particulares dentro de cada país. Así,
en el Estado español, el 35% de los trabajadores estaban en empleos
precarios en 1992; en Gran Bretaña y Francia el 16% y en Alemania sólo
el 12%. En hoteles y restaurantes, el 72% del empleo en todo Europa era
precario, pero sólo el 13% en el transporte y las comunicaciones y el
11% en la “intermediación financiera”.49 Y hubo una
concentración de empleo precario entre los trabajadores jóvenes: un
tercio de los que están con contrato temporal o de duración fija tienen
menos de 25 años y dos tercios menos de 35 años.50
El patrón de conjunto puede ser muy distinto de lo que normalmente se
dice. Así, en Europa en la segunda mitad de los ‘90 no hubo aumento ni
en la proporción de trabajadores autónomos ni en el “empleo precario”:
En el año 2000 la población europea con trabajo era de 159 millones de personas, de las cuales el 83% eran empleados y el 17% autónomos. En 1995, la cifra era de 147 millones con la misma relación entre los autónomos y los empleados.51
Con respecto al “empleo precario”:
Mientras que este tipo de empleo aumentó sustancialmente durante la primera mitad de los ‘90, las proporciones relativas de empleos permanentes y no permanentes quedó casi sin cambios entre 1995 y el año 2000: permanente (82%), no permanente (18%).52
En Europa occidental de conjunto “uno de cada cinco empleos han sido precarios durante los últimos cinco años”,53 pero esto todavía deja en pie cuatro empleos permanentes de cada cinco.
En Gran Bretaña, el último informe sugiere que la recuperación
económica de finales de los ‘90 fue acompañada por la caída en el empleo
precario: “El 92% de los trabajadores tenían contratos de empleo
permanente en el año 2000 comparado con el 88% ocho años atrás… Un mero
5,5% dijo que estaba trabajando con un contrato temporal de menos de 12
meses de duración en el año 2000, comparado con el 7,2% en 1992”.54
El tiempo real que el trabajador pasa en el mismo puesto no ha cambiado
mucho. La proporción de empleados que habían estado en empleos menos de
tres meses fue del 5% en el año 2000, la misma que en 1986, y la
proporción de los que estuvieron menos de un año fue del 20% contra el
18% en 1986. En el otro extremo, la proporción en el mismo empleo por
más de diez años fue del 31% contra el 29%. El único cambio realmente
grande fue la caída en la proporción de trabajadores en el mismo puesto
de trabajo por más de dos pero menos de cinco años entre 1996 y 2000,
del 21 al 15%.55
Estas cifras no prueban, como dicen algunas veces los apologistas del
capitalismo, que los sentimientos de inseguridad de la gente estén
equivocados. Los trabajadores pueden cambiar de empleo con frecuencia
por dos razones diametralmente opuestas: ya sea porque hay una demanda
creciente para su trabajo, permitiéndoles mejorar su situación
obteniendo un empleo diferente, o porque se ven obligados por los
patrones que despiden a trabajadores. Así, por ejemplo, pocas personas
estaban dispuestas a dejar voluntariamente sus empleos durante la
recesión de 1990-1994 en Gran Bretaña, precisamente porque el empleo
generalmente era menos seguro que anteriormente. Y en el “más seguro”
año 2000, alrededor del 27% de trabajadores manuales no cualificados y
semicualificados estuvieron en sus puestos por menos de un año, lo que
refleja la recesión que comenzó en la industria manufacturera, mientras
que en los servicios continuó el boom.
Sin embargo, las cifras muestran que “la duración promedio del empleo ha permanecido relativamente estable desde 1975”.56
La idea de que la clase trabajadora había sido “flexibilizada” hasta
perder su existencia es completamente errada. La mayoría de la gente
continúa trabajando en el mismo lugar, y sujeta a la explotación por los
mismos patrones por períodos de tiempo bastante prolongados. Por esto
mismo, tienen el tiempo y la oportunidad de conectarse con la gente que
los rodea y de resistir la explotación.
El mito de la movilidad instantánea
La suposición de que el trabajador “permanente” es una cosa del
pasado está relacionada frecuentemente con la de que el patrón puede
trasladar la producción —y los puestos de trabajo— en cualquier momento.
Así, Hardt y Negri escriben:
La informatización de la producción y la creciente importancia de la producción inmaterial han tendido a liberar al capital de los límites del territorio y la negociación. El capital puede retirarse de una negociación con una población local trasladando su lugar a otro punto de la red global… Poblaciones laborales completas, que habían disfrutado de una cierta estabilidad y fuerza contractual, se han encontrado en situaciones de empleo crecientemente precarias.57
Ésta es una exageración del movimiento del capital y de la facilidad
con la que las empresas pueden mover sus operaciones de un lugar a otro.
Como expliqué en otro lugar,58 el capital como dinero
(finanzas) puede moverse con tocar una tecla del ordenador de un lugar a
otro (aunque determinados gobiernos todavía pueden impedir sus
movimientos). Pero el capital como medio de producción encuentra mucho
más difícil hacer esto. Tiene que desinstalar y reinstalar el
equipamiento, tiene que arreglar el transporte de las mercancías
producidas, encontrar una fuerza de trabajo de la que pueda depender y
que tenga las habilidades necesarias, etc. Es un proceso normalmente
caro, que tarda años y no segundos. Más aún, la producción física
depende del transporte de las mercancías a los mercados y por lo tanto
la cercanía a los mercados es una ventaja.
El resultado es que la mayor parte de la reestructuración de la
industria en las últimas tres décadas usualmente ha ocurrido dentro de
las regiones industrializadas del mundo ya existentes. Como explica
Rowthorn:
El mundo desarrollado está ahora mayormente dividido en tres bloques, que comprenden Norteamérica, Europa occidental y Japón. Estos bloques en gran parte se autosostienen con mercancías manufacturadas sofisticadas.59
Así en 1992 las importaciones manufacturadas desde Japón sumaron sólo
el 0,74% del PIB de Europa occidental y el 1,5% del de Estados Unidos,
mientras que las importaciones manufacturadas desde Europa occidental
sólo alcanzaron el 1,2% del PIB de Estados Unidos. Y al mismo tiempo,
las importaciones manufactureras totales de Japón desde el conjunto de
Asia, incluyendo China y Medio Oriente, fueron menos del 1% del PIB
japonés.60
Por supuesto, ha habido un cambio en ciertas industrias
manufactureras a Estados que no eran industrializados hace 40 años: de
lo contrario, el fenómeno de los NICs [países de nueva
industrialización] y de ciertas industrias en expansión en los países
“subdesarrollados” sería inexplicable. Pero hay poca evidencia a favor
de la suposición de que los “países avanzados están abandonando la
producción de bienes manufacturados. Gran parte de las actividades
manufactureras de uso intensivo de trabajo en las economías avanzadas,
tales como textil o ensamblaje, han sido expulsadas de las empresas por
crecientes importaciones desde los países en desarrollo”, pero estas
importaciones han sido financiadas no por la exportación de servicios,
sino por “la exportación de otras manufacturas, especialmente bienes de
capital y productos intermedios tales como químicos”.61
Tomadas de conjunto, las importaciones a países avanzados de la OCDE
desde países que no son de la OCDE sólo crecieron del 1 al 2% del PIB
entre 1982 y 1992.
Rowthorn estima que el total de la pérdida de empleo de todos los
países avanzados en este giro sólo fue de 6 millones de puestos de
trabajo, o el 2% de total del empleo (comparado con el desempleo total
de alrededor de 35 millones en esos mismos países).
Baldoz, Koeber y Kraft señalan que la reestructuración de la
industria en Estados Unidos no implicó un flujo neto de empleos al
exterior: “Estados Unidos ahora tiene un mayor porcentaje de fuerza de
trabajo asalariada que en cualquier otro momento desde los ’50, y
sorprendentemente trabajando más horas”.62
Reestructuración significa que gran parte de la producción no tiene
lugar en los viejos centros industriales, tales como los que rodean
Detroit, sino en el “cinturón del sol” de los estados del oeste y del
sur. La mayoría de los trabajadores automovilísticos norteamericanos ya
no trabajan directamente en las “tres grandes” —Ford, General Motors
(GM) y Chrysler— sino en otras manufacturas transplantas como Honda,
Toyota, Nissan, Mitsubishi y Daimler Benz, o para nuevas manufacturas de
autopartes desprendidas de GM con el objetivo de debilitar a los
sindicatos.63 Esto está lejos del cuadro que se nos presenta
de que todos los empleos automovilísticos en Estados Unidos han
desaparecido y han cruzado la frontera con México.64
Es más fácil moverse para algunas industrias que para otras. Por
ejemplo, la industria de indumentaria tiene una línea de producción
particularmente móvil. El equipamiento básico —tijeras de corte,
máquinas de coser, prensas— es liviano, barato y los productos son
relativamente fáciles de transportar de una parte del mundo a otra.65
No es sorprendente que muchas de las historias de fábricas que cierran y
se trasladan ante el aumento de los costos laborales u otros costos
pertenecen a esta industria. Pero incluso aquí hay limitaciones para la
movilidad. La producción de bienes de alta calidad puede estar basada en
países avanzados. Había 112.190 trabajadores de la indumentaria en la
ciudad de Nueva York en 1990. Y ciertamente no eran todos trabajadores
“informatizados”: 64.476 eran trabajadores de producción (la mayoría
extranjeros) y sólo 13.522 eran “profesionales y gerentes”.66 En ese momento, el número total de trabajadores de la indumentaria en Estados Unidos estaba alrededor de 300.000.
Otra industria cuya supuesta movilidad ha sido mucho más enfatizada
por los comentaristas de izquierda y de derecha es la del software.
Implica relativamente poca inversión de capital y los costos de
transporte prácticamente desaparecen porque los datos procesados se
envían casi instantáneamente por links de telecomunicaciones cada vez
más baratos a miles de kilómetros. Los programas de software pueden
escribirse en Bangalore en la India por empresas cuyas oficinas
centrales están en Chicago, y los billetes de avión comprados en Londres
pueden ser procesados en terminales de ordenadores en Nueva Delhi.
Muchos países del tercer mundo tienen grandes cantidades de hablantes
fluidos de inglés altamente educados capaces de hacer estas tareas: la
India sola tiene 4 millones de personas con antecedentes técnicos y
55.000 graduados en ingeniería y ciencias por año.67 Esta
industria parece encajar en la descripción de Negri y Hardt de “fuerzas
productivas” que están “deterritorializadas”, en las que “las mentes y
los cuerpos” pueden “producir valor” sin requerir necesariamente
“capital y sus capacidades de orquestar la producción”.68 Y
ciertamente, la producción de software en la India ha estado creciendo a
una gran velocidad: de emplear entre 2.500 y 6.800 personas en 1985
pasó a 140.000 en 1996, de las que 27.500 estaban en el sector
exportador.69
Pero una mirada más detenida a la industria en la India muestra que
todavía depende de la inversión de capital fijo y no puede moverse de
una localidad a otra en un momento. Bangalore ha crecido y se ha
transformado en el centro de software más grande del país porque tiene
facilidades, muchas provistas por el estado local, que otras partes del
país no tienen. Como explica un estudio sobre la industria:
A causa de su medio ambiente libre de polvo, el gobierno de la India estableció en Bangalore entre 1956 y 1960 grandes emprendimientos del sector público como Bharat Electronics Limited (BEL) y Hindustan Aeronautics Limited (HAL) junto con laboratorios de investigación de defensa nacional y el Instituto Indio de Ciencias… En los ‘70 también se ubicó en Bangalore la Organización de Investigación Espacial y Bharat Heavy Electronics Limited (BITEL).El resultado de esta concentración de industrias electrónicas y aeronáuticas en Bangalore fue la creación de lazos entre el atraso y lo más avanzado… Bangalore fue, por lo tanto, una ubicación natural para la industria de informática y computación… Más aún, Bangalore es la capital del estado, así que tiene muchas ventajas en términos de proximidad a los centros del poder política y las oficinas del gobierno… y al aeropuerto.70Hubo un esfuerzo concentrado de los políticos para crear en Bangalore un medio en el que pudieran florecer las industrias high-tech… El objetivo era proveer las facilidades e infraestructura necesaria para promover la inversión en la industria electrónica, incluyendo el suministro garantizado de electricidad, facilidades de telecomunicaciones y un centro de entrenamiento técnico.71
Sin la seguridad de tener garantizado el suministro de electricidad y
agua limpia —ninguna de las cuales está garantizada en las ciudades del
tercer mundo—la industria no podría haber despegado. De hecho, con la
expansión de la industria, las empresas ya no pueden obtener esas cosas
sin emprender inversiones costosas por su propia cuenta.72
Así la empresa Infosys “gasta más de 201.000 dólares por cada nueva
persona incorporada en gastos de capital y entrenamiento… Los empleados
tienen acceso a lo último en tecnología, una política que se espera
lleve a una mayor productividad”.73
Las empresas que han encontrado una ubicación adecuada para la
producción de software y que han invertido en entrenar a la fuerza de
trabajo no simplemente van a mudarse a otro lado de un momento a otro.
Por la misma razón, las empresas con instalaciones existentes en Europa,
Japón o Norteamérica no cerraron para mudarse a Bangalore. Sus
operaciones en Bangalore han sido una respuesta a las dificultades para
reclutar la fuerza de trabajo cualificada que necesitan en sus propias
localidades. El relativamente pequeño tamaño de la fuerza de trabajo de
software en Bangalore es una prueba de esto. “No es un gran empleador,
especialmente para los estándares indios. Las estimaciones sugieren que
emplea actualmente (en 1996) entre 7.000 y 15.000 personas en
Bangalore.”74 Estas cifras son muy pequeñas comparadas con
la fuerza de trabajo global en la industria. Mientras tanto, la escasez
de fuerza de trabajo en la India está causando una subida en los
salarios de alrededor del 30% al año y algunos pronósticos prevén “un
tiempo en el que la India ya no será considerada como un lugar de
salarios bajos”75 porque la industria está empezando a
sufrir los problemas ambientales creados por su propia expansión
(polución, escasez de electricidad y agua y congestión de carreteras).
India en general y Bangalore en particular han encontrado un nicho en
el mercado mundial de software. Pero el nicho está limitado en su
extensión y no es ciertamente una prueba de que el software como
industria simplemente puede trasladarse de una parte del mundo a otra.
Las cosas son ligeramente diferentes con el proceso menos cualificado
de ingreso de datos en terminales de ordenadores. Esto requiere un
equipamiento menos extensivo y sofisticado y un nivel menor de
entrenamiento de la fuerza de trabajo. Por esta razón, están más
dispersas en India que la producción de software. Como en la industria
de la indumentaria, las operaciones menos cualificadas son más móviles
que las cualificadas. Pero incluso en esas industrias hay límites. La
fuerza de trabajo tiene que tener las habilidades lingüísticas correctas
(el urdu fluido sirve para la entrada de datos de las aerolíneas
norteamericanas) y tiene que ser entrenada y estar comprometida con la
precisión (los errores al teclear datos pueden llevar a gastos
considerables), mientras que el equipamiento de comunicaciones (y por lo
tanto el suministro de electricidad) tiene que ser confiable. Cuando
una compañía tiene todas estas cosas, no va a abandonarlas sin un motivo
poderoso.
La producción de software, como la producción capitalista en general,
está sujeta a una racionalización y reestructuración continuas a través
de crisis. Esto lleva a que las industrias con base en un mismo lugar
se contraigan y desaparezcan, mientras que otras se expandan o emerjan
por primera vez. Pero no es “fluido”, en el sentido de poder trasladarse
sin esfuerzo de un lugar a otro. La tendencia general del capitalismo
hoy es todavía a la producción concentrada en los países avanzados.
Algunos tipos de producción se han volcado a unas pocas áreas
favorecidas del tercer mundo: los NICs del este y sudeste asiático, y el
este de China. Pero el capital todavía encuentra más rentable, en
general, ubicarse en las regiones que ya se habían industrializado a
mediados del siglo XX. Los trabajadores usualmente pueden recibir un
mejor salario aquí, pero la combinación de niveles de calificación
establecidos e inversiones existentes en plantas e infraestructura
implica que también son más productivos, y producen mucha más plusvalía
para el sistema que la mayoría de sus hermanos más pobres del tercer
mundo. Esto explica por qué el cuadro de gran parte de América Latina ha
sido de un crecimiento promedio muy lento o de estancamiento y para la
mayoría de África de caída absoluta.
La clase trabajadora mundial y el “tercer mundo”
El capitalismo ha creado una clase trabajadora mundial en el último
siglo y medio. La industria y el trabajo asalariado existen hoy en
virtualmente todo el planeta. La clase trabajadora industrial tiene una
presencia mundial. Pero el desarrollo desigual y combinado del sistema
implica que está muy desigualmente distribuida entre las distintas
regiones. Los cálculos aproximados indican que el 40% de los casi 270
millones de trabajadores industriales están en los países de la OCDE; en
China, América Latina y la ex URSS, alrededor del 15% en cada país; en
el resto de Asia, aproximadamente el 10%; y alrededor del 5% en África.76
Esta desigualdad no sólo existe entre los viejos países industriales y
el resto del mundo sino también dentro del “tercer mundo”.
La urbanización y la extensión de las relaciones de mercado no son
necesariamente lo mismo que el crecimiento del trabajo asalariado. Esto
es especialmente así en países donde la crisis implicó un crecimiento
económico más lento o negativo. Así “se informa que el empleo asalariado
ha caído en términos absolutos en varios países africanos” —el 33% en
la República de África Central, 27% en Gambia, 13,4% en Nigeria y 8,5%
en Zaire77 — y las tasas de desempleo urbano en la región fueron del 15 al 25% (comparadas con un 10% a mediados de los ‘70).78 Para África subsahariana tomada de conjunto, “El principal empleo en áreas rurales es el autoempleo”.79
Aunque la actividad manufacturera da cuenta de alrededor del 20% del
empleo en áreas rurales, usualmente es de un tipo muy rudimentario:
herrería, elaboración de cerveza, sastrería o molino, generalmente
empresas de una sola persona.
África subsahariana es la excepción más que la norma para el sistema
mundial de conjunto, o incluso para sus regiones empobrecidas. En Asia y
América Latina ha habido un crecimiento del trabajo asalariado. Pero
frecuentemente ha sido por fuera de lo que se suele llamar el sector
“moderno” y ha sido acompañado por un aumento igualmente rápido del
autoempleo.
En América Latina, el número de empleados no agrícolas se elevó de 68
millones en 1980 a 103 millones entre 1980 y 1992 (durante lo que se
llamó la “década perdida” de la crisis económica y el estancamiento).
Pero los empleados en “grandes empresas” sólo crecieron de 30 a 32
millones. Por el contrario el número de empleados en pequeñas empresas
creció de 10 a 24 millones, el número de empleados públicos de 11 a 16
millones, en el servicio doméstico de 4 a 7 millones y en el así llamado
sector “informal” se multiplicó de 13 a 26 millones.80 Tomado de conjunto, el sector informal y la pequeña empresa de empleo no agrícola, crecieron del 40% en 1980 al 53% en 1990.81
“Los empleos informales per se casi representan un tercio de los
trabajadores no agrícolas de la región… La mayor parte del incremento en
el sector informal está concentrada en trabajadores autónomos.”82 En Brasil en 1980, casi la mitad de la población urbana ocupada no eran “empleados formales”,83
aunque más de la mitad de ellos eran trabajadores asalariados sin la
protección formal y los beneficios legales, y 18,4 millones de
trabajadores declararon en 1990 que querían tener un empleo formal.84 Esto no constituye una “desindustrialización” y ciertamente tampoco la desaparición de la clase trabajadora en América Latina.
La economía india creció a un promedio mayor que la mayoría de los
países latinoamericanos durante las últimas dos décadas, aunque partió
de un nivel mucho más bajo que la mayoría de ellos. El producto per
cápita aumentó, mientras que ha caído en la mayor parte de América
Latina, y la porción de la industria en la producción total está ahora
alrededor del 19%. Pero el crecimiento en el empleo, como en América
Latina, ha sido abrumadoramente en los sectores informales.
En los ‘80, “a pesar de una aceleración significativa de la tasa de
crecimiento industrial… la porción de la manufactura en el empleo total…
cayó” con un crecimiento “negativo” del empleo en “el sector
manufacturero privado organizado [es decir, el sector formal]”.85
Entre 1977-78 y 1993-94 la proporción de la fuerza de trabajo masculina
urbana en “empleos regulares” cayó del 46,4 al 42,1% (aunque la cifra
total aumentó, ya que la población urbana creció masivamente en esos
años), mientras que la proporción de los “autónomos” creció ligeramente
del 40,4 al 41,7% y de los empleados casuales aumentó del 13,2 al 16,2%.86
La mayoría de los autónomos de ninguna manera es privilegiada. Un
informe de Ahmadabad muestra que sólo un una décima parte de los hombres
autónomos tiene un “lugar para el negocio”. Un tercio trabajaba en la
calle como vendedores, carreros, operadores de rickshaw (carros para uno
o dos pasajeros, arrastrados a mano), etc. Hay 200.000 operadores de
rickshaw en Mumbai, 80.000 en Ahmedabad y 30.000 en Bangalore, mientras
que Calcuta tiene alrededor de 250.000, además de 100.000 vendedores
ambulantes.87
El patrón que se aplica a India también se aplica, en distintos grados, a Pakistán y Bangladesh.88
También se encuentra en otros países “en desarrollo”, “más avanzados”.
En Turquía, el empleo en “grandes establecimientos manufactureros” era
de 979.839 en 1987, contra 550.670 en “pequeñas empresas”. El 44,2% de
los trabajadores en el conjunto de la industria estaba en empresas con
más de 100 empleados, frente a sólo el 24,3% en empresas con menos de 10
trabajadores.89 No es sorprendente, dado este nivel de
concentración de la industria, que entre el 50 y el 55% de los
trabajadores estaban sindicalizados.90 Pero la cifra en el sector urbano “informal” era de 1.854.000 en 1988, y había crecido a 2.152.000 en 1992.91
Frecuentemente combinado con el sector informal, están aquellos a los
que el capitalismo les niega toda oportunidad de empleo: los
desocupados. Sus cifras varían considerablemente de región a región y de
país a país: dependiendo en parte, de la facilidad para la gente de
sobrevivir de alguna forma en el sector informal. En el conjunto de
Medio Oriente, el desempleo reportado es del 15%.92 Pero alcanza entre el 25 y el 30% en Libia, Argelia, Irán y Yemen.93
En el gran São Pablo, en octubre de 1995, se informó que el desempleo
alcanzaba a 1.102.000 personas de una fuerza de trabajo de 8.221.000.94
En China, el Gobierno está siguiendo una política consciente de
reestructurar el sector estatal de la economía. El número de empleados
en unas empresas seleccionadas cayó de 45 millones en 1993 a 27 millones
en 1998.95 Algunos de esos trabajadores encontrarán otros
empleos, pero de ninguna manera todos: una fuente nos dice que había
sólo 1,54 millones de puestos de trabajo disponibles en agosto de 2001
para los 2,2 millones de trabajadores registrados en las agencias
oficiales de empleo en 82 ciudades.96 Ciertamente muy pocos
empleos para responder a las aspiraciones de los millones de personas
que vienen a la ciudad desde el campo buscando empleo. Hay “150 millones
de vagabundos que vienen del campo que viajan de una ciudad a otra
buscando empleo manual”.97
La acumulación capitalista está causando un crecimiento rápido de las
ciudades en amplias franjas del globo y de las ocupaciones que implican
producción para el mercado. En la mayoría de las regiones (aunque no en
la mayoría de África) hay también un crecimiento en el número que
abarca el trabajo asalariado de un tipo relativamente productivo en
lugares de trabajo de tamaño medio y grande. Pero es más rápida la
expansión de vastas masas de personas que precariamente intentan
sobrevivir por medio del trabajo casual, vendiendo cosas en las calles,
intentando sobrevivir por su propia cuenta. En un extremo esta masa se
funde con la pequeño burguesía propia de pequeño empleador, en otro se
funde con la pobreza desesperada de aquellos que no pueden ganarse un
sustento: 48% de la población urbana de Brasil vive por debajo de la
línea de pobreza, y dos de cada cinco de ellos por debajo del ingreso de
“indigencia”, lo que basta para satisfacer las necesidades alimentarias
y nada más.98
La economía y la política de la precariedad laboral
¿Cómo se relaciona esta masa de trabajadores del sector informal y cuentapropistas con los trabajadores con empleo “formal”?
Hay una respuesta muy extendida, muy simple y muy equivocada, que es
ver a los trabajadores con empleo permanente como “privilegiados”, como
una suerte de “aristocracia obrera”. Ciertamente así les pueden parecer a
los que son empujados al sector informal. En el sector formal
usualmente hay salarios considerablemente más altos y frecuentemente
beneficios por enfermedad, vacaciones pagadas y pensiones. En las
ciudades del noreste de Brasil se dice que “estar formalmente empleado
es casi un privilegio, ya que menos de la mitad de aquéllos que quieren
esa situación realmente «gozan» de ella”.99 En India, a lo
largo de una amplia gama de ocupaciones, los trabajadores en el “sector
organizado” tienden a ganar mucho más —30, 40 o incluso el 100% más— que
los que están en el “sector no organizado”.100 En China, a
los trabajadores de las grandes industrias se les prometía usualmente un
ingreso garantizado más casa, beneficios por enfermedad y pensiones, y
los que migran del interior para buscar empleos fueron excluidos de esas
cosas por un sistema de pasaporte interno que les niega el derecho a
residir en las ciudades.
Los patrones, sin embargo, no otorgaron esto por la buena voluntad de
sus corazones. Ellos necesitan una cierta estabilidad para su fuerza de
trabajo, particularmente cuando se trata de trabajadores cualificados a
los que no quieren que sus rivales se los quiten durante los momentos
de boom. Los Estados frecuentemente también quieren esa estabilidad,
usando el Estado de bienestar para un sector de la fuerza de trabajo
urbana como una forma de protegerse contra explosiones repentinas de
descontento popular.
Así, por ejemplo, en las décadas posteriores a la revolución de
1910-19 en México, se creó una estructura política que intentaba
integrar los sindicatos al partido gobernante, junto con las
organizaciones de empleadores y de campesinos. Como explica un
académico:
La política de bienestar promovida por el régimen postrevolucionario estaba gobernada por una lógica de beneficios sectoriales que favorecían a los trabajadores en el sector formal de la economía… Los mecanismos de seguridad social incluían acceso a una variedad de beneficios además de salud, subsidios por incapacidad, por enfermedad, pensiones de retiro, compensación por accidentes, compensación a las familias en el caso de muerte, pagos por maternidad… En la medida en que la política de seguridad social daba beneficios estratificados, actuaba de una manera discriminatoria. Ésta ha excluido por un lado a los que no trabajan en la economía formal y, por el otro, a los que, si bien trabajan en la economía formal, no pertenecen a los sindicatos. Las preferencias se dan para cuidar a los grupos que están organizados verticalmente por los sindicatos reconocidos por el Estado.101
Sin embargo, esto no era para hacerle un favor a los trabajadores del
sector formal, sino más bien para proveer un mecanismo para
controlarlos, permitiendo que el Estado se haga cargo de “otorgar o
negar el registro a los sindicatos, que sea capaz de arbitrar en
disputas laborales, legalizar huelgas, pronunciar su legalidad o
ilegalidad” y tendiendo a transformar a los sindicatos en “instituciones
cuasi gubernamentales o cuasi corporativas… donde los representantes
sindicales han sido elevados por encima de los que representan”.102
Toda vez que los trabajadores intentaron actuar por fuera de esas
estructuras el Estado los reprimió de forma violenta. El beneficiario
real era la burguesía mexicana que pudo emerger intacta con un Estado
ultraestable después de uno de los ascensos revolucionarios más
tumultuosos del siglo XX. En 1950 el 10% más rico de la población era 18
veces más rico que el 10% más pobre. En 1970 era 27 veces más rico.103
Los ricos ganaban de esta forma porque habían desarrollado un mecanismo
para controlar a los que, con su trabajo, creaban su riqueza. Y lo más
importante que tenía que controlar eran a los que trabajaban en los
sectores de la economía “formal” más productivos y avanzados.
Esto jugó un papel similar para los gobernantes de China en el
período entre los ‘50 y los ‘90. Garantizaba una fuerza de trabajo
estable de trabajadores productivos y con experiencia en las industrias
clave donde estaban las principales inversiones de capital.
Frecuentemente parece anti intuitivo decir que los grupos de
trabajadores que tienen mejores condiciones que otros no se benefician a
sus expensas: ya sea que este argumento se use con respecto a los
trabajadores occidentales y del tercer mundo, o en el sector formal de
la economía en el tercer mundo y el sector informal. Pero en este el
caso el argumento “anti intuitivo”es correcto. En muchas industrias
cuanto más estable y experimentada es la fuerza de trabajo, más
productiva es. El capital está dispuesto a conceder salarios más altos a
ciertos trabajadores en esas industrias porque, haciendo esto, puede
sacar más ganancias de ellos. De aquí la aparente contradicción: algunos
sectores de los trabajadores del mundo están a la vez mejor pagados que
otros pero son más explotados. Sólo esto explica por qué los
capitalistas, motivados sólo por la sed de la ganancia, usualmente no
hacen inversiones a gran escala en regiones como África, donde los
salarios son los más bajos.
Por supuesto, eso no evita que el capital intente continuamente
disminuir lo que tiene que pagar: aprovechando las nuevas tecnologías y
la reestructuración de la producción para reducir drásticamente sus
costos laborales. Así que, en gran parte del mundo, el modelo de una
fuerza de trabajo “formal” sigue más o menos intacto, aunque se va
desgastando en los márgenes, y muchos nuevos empleos están en el sector
“informal”.
La gran masa de la fuerza de trabajo informal en los países “en
desarrollo” hoy está compuesta de personas que son nuevos en la fuerza
de trabajo urbana, ya sean “inmigrantes” del interior (como por ejemplo
los más de 100 millones de campesinos que buscan empleo en las ciudades
chinas) o mujeres y jóvenes que buscan un empleo asalariado por primera
vez. Pero el patrón de la acumulación capitalista en las últimas dos
décadas implica que no se ha expandido la demanda de trabajo de la
industria moderna y productiva a la escala necesaria para absorberlos
dentro de su fuerza de trabajo. La competencia a escala global ha
causado un giro hacia formas de producción intensivas en capital (con lo
que Marx llamó la creciente “composición orgánica del capital”) que no
requieren cantidades masivas de nuevos trabajadores. Como resultado, las
únicas vías de entrada a la fuerza de trabajo para ganar un sustento
son a través de las formas más exiguas de autoempleo o a través de
vender la fuerza de trabajo a un precio tan bajo y en condiciones tan
arduas que los pequeños capitalistas en los márgenes del sistema pueden
beneficiarse de explotarlos.
Como señala un informe sobre el empleo en América Latina:
Los empleos informales per se representan casi un tercio de los trabajadores no agrícolas en la región… La mayor parte del incremento en el sector informal está concentrado en trabajadores por cuenta propia… El resultado de este proceso ha sido una tendencia hacia tasas de desocupación más bajas, pero a un costo de un marcado deterioro en la productividad promedio del trabajo.104
En general el sufrimiento de una gran parte de las masas urbanas en
estos países no se debe a una superexplotación por parte del gran
capital, sino por el hecho de que el gran capital no ve la forma de
sacar unas ganancias suficientes mediante su explotación. Esto es
incluso más claro en África subsahariana. Después de exprimir la riqueza
del continente durante el período desde el comienzo del comercio de
esclavos hasta el fin del imperio en los ‘50, los que dominaban el
sistema mundial (incluyendo gobernantes locales que llevaban su dinero a
Europa y Norteamérica) están dispuestos ahora a descartar a la mayoría
de su gente como “marginal” para sus requerimientos.
Marx describió muy bien el proceso por el cual crece el sector informal, observando la sociedad británica hace 150 años:
Los capitales adicionales formados a lo largo de la acumulación normal, sirven preferentemente de vehículo para la explotación de nuevos inventos y descubrimientos, y en general de perfeccionamientos industriales en general. Pero también el viejo capital llega con el tiempo al momento de su renovación de cabeza y miembros, momento en que cambia de piel y vuelve a renacer en forma técnica perfeccionada, en que una masa menor de trabajo se basta ya para poner en movimiento una masa mayor de maquinaria y materias primas.…El capital adicional formado en el curso de la acumulación, en proporción a su magnitud, atrae cada vez menos obreros… El capital viejo… repele cada vez más obreros ocupados antes por él.105
Así, pues, la población obrera produce, junto con la acumulación del capital producida por ella misma y en volumen creciente, los medios de su propio exceso relativo.106
Tan pronto como la producción capitalista se adueña de la agricultura… la demanda de población obrera agrícola disminuye en términos absolutos… Por eso, una parte de la población agrícola rural se halla continuamente a punto de pasar al proletariado urbano.107
Esta dinámica produce un componente “estancado” del “ejército activo de trabajadores” con “empleo extremadamente irregular”:
Su nivel de vida desciende por debajo del nivel normal medio normal de la clase trabajadora y es eso lo que la convierte precisamente en amplia base de ramas propias de explotación del capital… Sus características son el máximo de trabajo y el mínimo de salario… Su volumen se extiende a medida que con el volumen y la energía de la acumulación quedan “sobrantes” mayor número de obreros.108La fuerza de trabajo disponible se desarrolla por las mismas causas que la fuerza expansiva del capital. La magnitud relativa del ejército industrial de reserva aumenta, pues, con las potencias de la riqueza. Mas cuanto mayor sea este ejército de reserva en proporción al ejército obrero activo, tanto más masiva será la superpoblación consolidada, cuya miseria se halla en razón inversa a los tormentos de su trabajo… Ésta es la ley general, absoluta, de la acumulación capitalista.109
La relación entre fijos y precarios
Sin embargo, este no es el fin de la cuestión. El capitalismo usa a
aquellos a los que les niega el sustento. Los usa para ejercer mayor
presión sobre los que explota en las áreas más productivas de la
economía. El crecimiento de la fuerza de trabajo en el sector informal,
lejos de beneficiar a la fuerza de trabajo en el sector formal, ha ido
acompañado de un aumento en la explotación de los trabajadores de este
sector, y en muchos casos de un deterioro en sus condiciones.
El deterioro es más marcado en África, donde la escala de la caída en
el salario real de los que tienen trabajo es tan grande que parece
increíble. Un informe de 1991 habla de “una caída aguda del salario
real… una caída promedio del 30% entre 1980 y 1986… En varios países la
tasa promedio ha caído un 10% al año desde 1980… El salario mínimo cayó
el 20% en promedio durante ese período”.110
Hubo:
un virtual colapso en Somalia, Sierra Leona y Tanzania… Las caídas de salario observadas fueron mucho mayores que la caída del ingreso per cápita en la región… Los asalariados han cargado con el peso de la crisis… Los trabajadores, especialmente en las ciudades, han sido pauperizados por la inflación y la devaluación.111
Este colapso de los salarios explica en gran parte la ferocidad de la
guerra civil en algunas partes como Sierra Leona, donde el salario
inicial en los rangos más bajos del funcionariado era sólo la quinta
parte de la cifra de 1989:112 la guerra parecía la única forma de ganar un sustento mínimo para una parte de la población masculina joven.
En América Latina el crecimiento del sector informal en los ‘80 fue
acompañado por una caída de más del 10% en los salarios industriales
reales, aunque hubo alguna recuperación a principios de los ‘90 antes de
que la crisis asiática golpeara al continente a finales de la misma
década. En India, el salario real en el sector formal no parece haber
declinado. Pero el salario promedio tampoco ha aumentado durante las
casi dos décadas de crecimiento económico.
Tanto en India como en América Latina también ha habido un cambio de
ciertos empleos en la gran industria del sector formal al informal. Esto
permite a las gerencias reducir sus costos salariales… y ejercer
presión sobre la fuerza de trabajo que queda en el sector formal para
que acepte peores condiciones. En Gujarat, una de las principales áreas
de la industria india:
El aumento de la porción del trabajo casual en la fuerza de trabajo de la industria local ha sido un cambio fundamental que ocurrió durante los últimos 30 años. Estimo que al menos un 50% de los trabajadores industriales son temporales o contratados…La distinción entre trabajadores permanentes y temporales… surge de los esfuerzos constantes de la patronal para evitar las leyes y regulaciones laborales para mantener el trabajo lo más barato posible y de la falta de dedicación de los funcionarios responsables de implementar la legislación y de vigilar su cumplimento… Los trabajadores temporales desempeñan generalmente los trabajos no cualificados y más duros como carga y descarga, alimentación de maquinarias, empaquetado de productos terminados y limpieza… Su pago diario no excede el salario mínimo oficial por jornada, no tienen ningún beneficio adicional y son fáciles de despedir… Están más allá del alcance de la legislación, carecen por lo tanto de la atención de los dirigentes sindicales, para los que las leyes laborales son el punto de inicio de todas sus acciones. Las mujeres han contribuido sustancialmente al crecimiento del trabajo casual en la fuerza de trabajo local. También tienen suministro de trabajo proveniente del campo por contratistas que los gerentes consideran como más confiables y menos propensos al ausentismo que los trabajadores locales.113
En partes de América Latina también ha habido una tendencia a que
trabajos que antes eran desempeñados por la fuerza de trabajo permanente
“formal” ahora se hagan a través del sector informal. El empleo
informal solía ser factible sólo:
para empresas pequeñas y empresas que toman sólo fuerza de trabajo temporal, tales como la cosecha y las empresas constructoras… Esto parece haber cambiado a principios de los ‘90… Este fue un momento de recesión y cada vez más empresas (supuestamente pequeñas y medianas) se transformaron en informales para evadir el pago no sólo del salario indirecto sino también de todos los impuestos. Además de esto, una nueva tendencia se hizo más significativa, la así llamada tercerización que significa el reemplazo de los empleados permanentes (mayormente con empleo formal) por proveedores autónomos… en los sectores más avanzados de la economía.114
Se debe señalar que esto no implica el fin del sector formal. Todavía
tiene ventajas para ciertos empleadores. En Gujarat la patronal no se
siente capaz de cumplir sus requerimientos laborales con trabajo
temporal o bajo contrato:
Los trabajadores permanentes reciben beneficios. Sus empleadores contribuyen a los fondos de previsión social, a las pensiones y bonificaciones, licencias pagadas e indemnización y son más difíciles de despedir. Generalmente son más cualificados o experimentados y son considerados como indispensables y más leales… Se encuentran en grandes y pequeñas fábricas con una división no rudimentaria del trabajo y una tecnología comparativamente más sofisticada, como la industria de ingeniería.115
Desde el punto de vista de la patronal el uso de trabajo casual y
bajo contrato es un arma de doble filo. Les permite reducir los costos
laborales e imponer un aumento de la carga laboral sobre los
trabajadores. Pero también implica que tienen una fuerza de trabajo más
proclive a ser atraída por mejores puestos de trabajo en otros lugares. Y
también socava cualquier intento de presentarse como “socios” leales de
sus trabajadores.
Uno de los empleadores de Gujarat explicaba:
No trabajamos con contratistas… Empleamos a personas conocidas. Necesitamos confianza y la obtenemos a través de recomendaciones. No se atreven a decepcionar. Tienen temor.116
Y como señala Heen Steefkerk, que llevó a cabo este estudio, el uso
de trabajo temporal y por contrato hace más difícil para la patronal
fingir que todos son parte de una misma familia feliz:
Más trabajadores por contrato significa alterar el curso de la transición industrial local. Indica otro clima de trabajo y relaciones laborales cambiantes. Estas tendencias implican una mayor objetivación de las relaciones de trabajo, o, en otras palabras, una mayor alienación social entre los trabajadores y los propietarios o los gerentes.117
En São Pablo, la ciudad industrial más importante de Brasil, el
sector formal se contrajo levemente durante la recesión de principios de
los ‘90, para expandirse nuevamente a mediados de la década hasta
llegar a ser más grande que hace diez años y, aunque la fuerza de
trabajo informal ha crecido cerca del 70% en ese período, la cantidad de
trabajadores con empleo “formal” en el sector privado permaneció más de
cuatro veces por encima de la cifra de los trabajadores “informales”.118
El empleo informal ha mordido significativamente los márgenes de la
fuerza de trabajo formal. Pero todavía deja intacta una fuerza de
trabajo masiva a la que los patrones no pueden o no quieren
“informalizar”. Es equivocado hablar de “desproletarización”,119
como hace Paulo Singer. Más bien, lo que está ocurriendo es una
reestructuración de la fuerza de trabajo, con las grandes empresas
delegando algunas tareas (generalmente poco cualificadas y por lo tanto
fácilmente desempeñadas por una fuerza de trabajo flotante) a pequeñas
empresas, a contratistas o a autónomos.
Se debe aclarar que este fenómeno no es para nada nuevo en la
historia del capitalismo. El empleo casual frecuentemente ha jugado un
papel importante en ciertas industrias, por ejemplo en los puertos de
Gran Bretaña hasta finales de la década de 1960. Las formas de trabajo
bajo contrato son muy viejas: eran muy comunes en las fábricas textiles
en la revolución industrial. En las minas tanto en Gran Bretaña como en
Estados Unidos en el siglo XIX los supervisores o capataces reclutaban
trabajadores y los propietarios les daban una suma de dinero para
pagarles. Esos grupos casuales de trabajadores no siempre se sintieron
parte de la clase trabajadora. Durante años, o incluso décadas,
estuvieron separados frecuentemente de las luchas de otros sectores de
la clase. Pero el potencial de lucha de estos sectores siempre estuvo
presente, y cuando se transformaba en realidad ésta podía ser muy dura y
con matices insurreccionales.
Friedrich Engels observó precisamente esta tendencia en 1889 cuando
los portuarios de Londres fueron por primera vez a la huelga. Escribió:
Hasta ahora el extremo este de Londres ha estado en un estado de estancamiento y pobreza, su sello era la apatía de los hombres cuyo espíritu había sido quebrado por hambre y que habían abandonado todo tipo de esperanza. Cualquiera que se encontrara allí se perdía física y moralmente. Y ahora, esta gigantesca huelga de los elementos más desmoralizados de todos, los trabajadores portuarios, no la fuerza regular de hombres experimentados, relativamente bien pagados en empleo permanente, sino los que casualmente aterrizaron en el puerto, los Jonás (los desgraciados) que han sufrido el naufragio en todas las otras esferas, hambreados por el mercado, una confusión de vidas quebradas dirigiéndose directamente a la ruina… Y esta masa desesperada de la humanidad que, cada mañana cuando se abre el puerto literalmente se lanzan a la batalla para ser los primeros para alcanzar al hombre que los contrata, esas masas que se reúnen casualmente y cambian todos los días, se han combinado exitosamente para formar una banda de
40.000, mantener la disciplina e inspirar el temor de las poderosas compañías portuarias… Más allá de cuál pueda ser el resultado de la huelga, significa que el estrato más bajo del extremo este de los obreros ha entrado al movimiento y que el estrato superior lo seguirá pronto…
Y hay más. Debido a la falta de organización y a la existencia vegetativa pasiva de los trabajadores reales de la zona, el lumpenproletariado ha tenido hasta ahora la última palabra, proponiéndose como el prototipo y el representante de millones de hambrientos. Esto ahora dejará de ser así. El vendedor ambulante y su especie serán empujados atrás, los trabajadores del este serán capaces de desarrollar su propio prototipo y así organizarse.120
Este punto es muy importante. A nivel internacional estamos recién
emergiendo de dos décadas de derrotas y desmoralización de los
trabajadores en todo el mundo. Esto alimentó el fatalismo sobre la
posibilidad de luchar, que se reflejó en una gran cantidad de estudios
que describían el sufrimiento de los pobres y los oprimidos,
mostrándolos siempre como víctimas, raramente como luchadores. Hay
toneladas de material auspiciado por la OIT sobre la “exclusión social”:
un tema adecuado para los burócratas que dirigen esos organismos. En
estos estudios temas como la “flexibilización” y la “feminización” de la
fuerza de trabajo se volvieron formas académicas estereotipadas de
minimizar las posibilidades de lucha, aunque algunos de los que llevaron
adelante esos estudios intentaron escapar del paradigma en el que
estaban atrapados. Los estereotipos le dieron excusas a la burocracia
sindical para evitar la lucha. Lo que comienza como un error de
evaluación de la posibilidad de lucha se convierte en un obstáculo real
para desencadenarla.
Las maquiladoras
Frecuentemente con el discurso del sector informal supuestamente “no
organizable”, va asociada la enorme cantidad de literatura sobre las
maquiladoras: las unidades de producción establecidas por las
multinacionales en los países del tercer mundo que llevan adelante
determinadas tareas rutinarias clave en la cadena de producción global.
Los arquetipos son los establecimientos textiles de empresas como Gap o
Nike en “zonas francas”, o “zonas de libre comercio”, (en inglés,
“EPZs”, o “zonas de procesamiento de exportaciones”) en lugares del
tercer mundo como Indonesia, América Central o Filipinas. Naomi Klein
describe esto gráficamente en No Logo:
Hay al menos 850 EPZs en el mundo… desparramadas en 70 países y que emplean algo así como 27 millones de trabajadores… Independientemente de dónde esté ubicada la EPZ, las historias de los trabajadores tienen una cierta similitud: la jornada laboral es larga: 14 horas en Sri Lanka, 12 horas en Indonesia, 16 en el sur de China y 12 en Filipinas. La gran mayoría de los trabajadores son mujeres, siempre jóvenes, siempre trabajando para contratistas o subcontratistas… llenando órdenes para compañías que tienen sus casas centrales en Estados Unidos, Gran Bretaña, Japón, Alemania o Canadá. La administración es de estilo militar, los supervisores frecuentemente son abusadores, los salarios por debajo de la subsistencia y el trabajo de muy baja calificación y tedioso.Mientras camino por las calles vacías de Cavite (en Filipinas), puedo sentir la impermanencia amenazante, la inestabilidad, subyacentes de la zona. Las fábricas que parecen cobertizos están conectadas tan levemente con el país que las rodea… que parece como si los empleos que llegaron aquí del norte podrían volar rápidamente de nuevo… El temor invade la zona. Los gobiernos temen perder sus fábricas extranjeras; las fábricas temen perder los compradores de sus marcas; y los trabajadores temen perder sus empleos inestables. Estas fábricas están construidas en el aire, no en la tierra.121
Estos relatos son una exposición brillante de la avaricia y la
inhumanidad de los que dirigen las multinacionales. Pero como muchos
estudios académicos ortodoxos sobre la fuerza de trabajo informal
(especialmente los auspiciados por la OIT), son muy pesimistas cuando se
trata de las posibilidades de resistir.
Primero, las multinacionales no pueden simplemente maltratar a sus
trabajadores. No es tan fácil como les gustaría a las multinacionales y
como piensa la gente, cerrar sus instalaciones y trasladarse a otra
parte. Establecer los lazos en una cadena de producción global requiere
un gran esfuerzo de las multinacionales. Tienen que asegurar los
mecanismos para lograr el control de calidad en cada etapa de la
producción, los medios de transporte confiables, una fuerte estructura
policial para protegerlos de los pequeños robos, suministro de agua
limpia,122 y sobre todo, una fuerza de trabajo entrenada en
los ritmos del trabajo repetitivo durante largas horas. No pueden
obtener esto simplemente tomando gente de las calles y después
despidiéndolos a su antojo. Esto significa que aunque pueden reclutar
personas desde la fuerza de trabajo informal, una vez que éstas están
empleadas probablemente les den algunas de las condiciones de la fuerza
de trabajo formal… aunque hagan esto en el medio de un régimen laboral
policíaco. Un estudio de las maquiladoras en Honduras, por ejemplo,
muestra que los salarios son considerablemente más altos que en el
sector informal. El ingreso medio de los trabajadores es de 141 dólares
al mes, frente a 91 dólares que ganaban los trabajadores en sus empleos
anteriores y menos de un dólar al día que tienen para vivir el 47% de la
población del país.123 Una multinacional necesita una
fuerza de trabajo de la que pueda extraer el máximo de plusvalía, es
decir que trabaje eficientemente y sea capaz de sostener los ritmos de
producción impuestos sin sacrificar la calidad.
Cuando Henry Ford empezó la producción en masa, los métodos de línea
de ensamblaje en la industria automotriz, veía que la forma más efectiva
de explotación estaba en estabilizar una fuerza de trabajo bajo un
estricto control gerencial. Thomas O’Brien ha explicado cómo algunas de
las primeras multinacionales norteamericanas en operar en América Latina
hacían esfuerzos para estabilizar sus fuerzas de trabajo dando mínimas
concesiones-vivienda en las casas de la compañía, clínicas de salud,
escuelas, instalaciones de deporte, incluso vacaciones pagadas. El
objetivo era mantener a los trabajadores a un nivel mínimo de aptitud
bajo una extendida disciplina gerencial tanto en sus hogares como en el
lugar de trabajo. Incluso la notablemente explotadora United Fruit
Company vio la posibilidad de beneficiarse de esas medidas.124
La misma lógica se aplica a las empresas involucradas en la
producción en masa a través de líneas de ensamblaje global. Las
funciones clave que afectan a la calidad del producto (por ejemplo el
corte de prendas) son desempeñadas por los empleados con más antigüedad,
los trabajadores casuales se usan para tareas que requieren más la
fuerza bruta que una mínima calificación. Por supuesto, esto no descarta
que las multinacionales evaden ciertos impuestos simulando ante las
oficinas del Gobierno —supuestamente responsables de supervisar el
cumplimiento de la legislación laboral— de que sus empleados son
eventuales, informales o “no organizados”.
Este elemento de estabilidad en la fuerza de trabajo es importante
porque significa que los trabajadores pueden resistir y ganar. Las
condiciones en muchas de las plantas de indumentaria y calzado en Corea
del Sur en la década de 1960 eran exactamente iguales a las que describe
Naomi Klein. George E. Ogle hablaba de “el sudor, la sangre y las
lágrimas de las jóvenes mujeres que trabajaban en las industrias de
exportación durante los ‘60 y los ’70: textil, indumentaria,
electrónica, químicos”:
El 83% de los empleados de la industria textil son mujeres. Tienen entre 16 y 25 años de edad, y en primer lugar vienen del campo… Las habilidades usadas en la industria textil se pueden aprender rápidamente. Una vez que las máquinas están en su lugar, lo único que se necesita es el suministro de trabajo constante, barato y diligente. Las mujeres proveen ese trabajo. En 1970 había alrededor de 600.000 mujeres empleadas en la manufactura. Eso era alrededor del 30% de toda la fuerza de trabajo. La mayoría estaba en textiles… En 1980 había alrededor de un millón y medio de trabajadoras en la minería y la manufactura… Los encargados de reclutar personal iban al interior para buscar trabajadoras. El contrato de empleo se entendía que era tanto con la familia como con la persona realmente empleada. La familia, era responsable por el trabajo y el comportamiento de su hija en la fábrica. Una vez empleadas, las jóvenes mujeres eran alojadas en dormitorios de la compañía que usualmente estaban ubicados dentro de sus muros.En la fábrica las mujeres generalmente son supervisadas por hombres. Los hombres esperan una obediencia de estilo tradicional. Suponen una superioridad tradicional. Hablan en órdenes tradicionales y cuando se irritan pueden responder bien con un tradicional golpe en la cabeza o una cachetada.125
Bajo el gobierno militar de Chun Doo Hwan en los ‘70 y principios de
los ‘80 los intentos de resistencia fueron aplastados con virulencia. El
ataque al sindicato de la compañía textil Wonpoog en 1982 era un
ejemplo típico:
La nueva presidente del sindicato… Kim Sung Koo y un capataz en la planta (también del sindicato) fueron golpeados y después despedidos por abandono de sus obligaciones. Dos semanas después, un grupo de hombres, algunos de los cuales pertenecían a la gerencia y otros eran de bandas, tomaron el local del sindicato y secuestraron a la presidente recientemente electa… Chung Son Soon. Estas bandas la retuvieron durante 17 horas. La golpearon, la amenazaron y la humillaron y después la arrojaron de un auto en algún lugar de las afueras de la ciudad. Descalza y sangrando, regresó a la fábrica. En la planta sus amigos hicieron una sentada… La policía, los gerentes y las bandas se unieron para arrastrar literalmente a los trabajadores afuera de la planta y arrojarlos a la calle. Los miembros del sindicato fueron arrestados.126
Estos métodos quebraron la mayoría de los intentos de los
trabajadores de organizarse durante dos décadas. Pero en 1987 el régimen
militar entró en una crisis política y el país se vio barrido por
movilizaciones que involucraban sectores de la clase media. Con este
trasfondo, los trabajadores comenzaron a pelear por sus propios
intereses. La revuelta comenzó primero en las grandes empresas, en los
chaebols. Más de dos tercios de las empresas con más de mil trabajadores
fueron alcanzadas por huelgas. Su ejemplo pronto inspiró a otros:
Los chaebols se organizaron primero y poco después las empresas de todos los tamaños también se organizaron rápidamente. El entusiasmo se extendió más allá de las fronteras de los trabajadores industriales de “cuello azul”, y llegó al sector de “cuello blanco” de servicios de salud, investigación en agencias del gobierno, instituciones educativas, y a las compañías de seguro…127
Alrededor del 33% de los trabajadores coreanos están en pequeñas empresas que emplean entre cinco y cien personas… Un patrón claro que emergió al comienzo de las irrupciones obreras de 1987 fue que las plantas pequeñas y medianas comenzaron a organizarse a la misma velocidad que los grandes chaebols… Los trabajadores en esas empresas ampliaron su coraje y su conciencia y se arriesgaron. Subsecuentemente, una buena parte de ellos se ha mantenido organizando asociaciones regionales para la protección mutua.128
Las maquiladoras no son imposibles de organizar. Tampoco los
trabajadores en la gran cantidad de pequeños lugares de trabajo que
componen gran parte del sector “informal” en América Latina y el sudeste
de Asia. Lo que ocurrió en Corea del Sur puede ocurrir en otras partes.
Pero para que esto pase se requiere algo más que el enfoque rutinario
de la organización que caracteriza a las burocracias sindicales en todo
el mundo.
Por ejemplo, un relato de las grandes huelgas textiles de Bombay de
1982-83 da un cuadro distinto del de Corea. La huelga comenzó como un
levantamiento semiespontáneo desde abajo (los trabajadores manifestaron
en la puerta de la residencia de Datta Samant, que se transformó en la
figura de la huelga, para que los “dirigiera”) y se transformó en una de
las huelgas más prolongadas de la historia mundial, que duró un año,
involucrando a cientos de miles de trabajadores y dominando la vida
política de la capital comercial e industrial de la India. Pero nunca se
extendió del sector “organizado” de las grandes plantas a las pequeñas y
a los tejedores autónomos empobrecidos: de hecho muchos huelguistas
comenzaron a trabajar en el sector informal sin que nadie los
considerara esquiroles. Esto le permitió a la patronal aguantar durante
un año y derrotar a los trabajadores, ya que nunca tuvieron escasez de
ropa.
Las condiciones en el sector informal eran terribles:
Una visita recuerda una de las escenas asociadas normalmente con el comienzo de la revolución industrial: miles de personas durmiendo dentro o cerca de los innumerables cobertizos destartalados en los que el ruido ensordecedor de los telares se escucha las 24 horas del día, sin ventilación, sin luz adecuada, los niños haciendo un trabajo tedioso durante horas, polvo y suciedad por todas partes.129
Pero en Corea había una red de activistas dispuestos a soportar las
dificultades que implicaba organizar esos lugares y así sacar ventaja
del ascenso más general de la lucha en 1987. Esta red faltaba en Bombay:
Los sindicatos activos en la industria textil nunca han sentido la urgencia de preocuparse por el bienestar de los trabajadores de los telares entre los que casi no hay sindicalización. Con pocas excepciones, los sindicatos prefieren el acceso fácil a los trabajadores ofrecido por las fábricas al trabajo cansado y poco recompensado de organizar a los trabajadores de los telares, aunque todos acuerdan en que la situación de estos últimos es mucho peor y que se necesita la sindicalización.130
Un dirigente sindical que estaba de acuerdo con que la organización
de estos trabajadores era necesaria se quejaba de la falta de voluntad
para emprender esta ardua tarea: “Uno debe estar y vivir con ellos si
quiere ganar su confianza”.131 Hay otras opiniones similares
que explican la ausencia de actividad sindical en esta área importante.
Esta negativa ha tenido serias consecuencias para la organización del
trabajo textil en el largo plazo. Permite a la patronal usar la
subcontratación como una parte integral de la estrategia de crecimiento
de sus empresas.132
Las victorias en Corea muestran la posibilidad de organizar a los
trabajadores informales y de las maquiladoras, de llevarlos detrás de
las luchas iniciadas por los grupos más grandes y más seguros de
trabajadores. La derrota en Bombay mostró los peligros para los grupos
más seguros de no atraer a la lucha a los trabajadores informales. Los
peligros no son simplemente una cuestión de recorte de salarios, pérdida
de empleos y deterioro de las condiciones de trabajo. La derrota puede
tener un impacto devastador en la sociedad. Durante la huelga había una
unidad entre los distintos grupos religiosos y castas que componen las
clases más bajas de Bombay. Después de la derrota, creció la posición
dominante en amplias áreas de la ciudad de Shiv Sena, una organización
política basada en la estrategia de poner a los hindúes en contra de los
musulmanes, culminando en los asesinatos contra la población musulmana,
nueves años más tarde, en 1992. La unidad en la lucha había creado una
sensación de solidaridad que después atrajo a la vasta masa de
trabajadores informales, autónomos, los pobres desocupados y los
sectores empobrecidos de la pequeño burguesía. La derrota llevó a
actitudes sectarias y conflictos comunales de la pequeño burguesía que
influenciaban a los autónomos, a los desocupados y a amplios sectores de
trabajadores.
Fue un ejemplo clarísimo de que hay dos direcciones distintas en las
que puede encaminarse la desesperación y el encarnizamiento que existe
entre las “multitudes” de las grandes ciudades del tercer mundo. Una
dirección involucra colectivamente a los trabajadores en lucha y atrae a
millones de otros sectores empobrecidos detrás de ellos. La otra
implica que los demagogos explotan la sensación de desesperanza,
desmoralización y fragmentación para dirigir el encarnizamiento de un
sector de las masas empobrecidas contra otro.
Por esto la clase trabajadora no puede simplemente ser vista como un
agrupamiento más dentro de la “multitud” o del “pueblo” sin una
importancia intrínseca para la lucha contra el sistema.
Conclusión
El cuadro de conjunto no es de desintegración o de declive de la
clase trabajadora sino que, a escala mundial, la clase trabajadora es
más grande que en cualquier otro momento, incluso si la tasa de
crecimiento se ha desacelerado con las crisis sucesivas en la economía
mundial y la tendencia en todas partes es hacia formas de producción
intensivas en capital que no emplean a nuevas personas en cantidades
masivas.
Tampoco es el cuadro en el cual el empleo obrero es transferido a
gran escala de las viejas economías industriales del “norte” a las
economías previamente agrarias del “sur”. La nueva división
internacional del trabajo se está desarrollando principalmente dentro de
la “tríada” de Norteamérica, Europa y Japón, con un papel menor de los
NICs del este de Asia y la costa este de China. También hay una
expansión del empleo industrial dentro de algunas de las ciudades
florecientes del “sur”— pero la expansión es desigual, no alcanza a
regiones enteras y no se debe principalmente a la transferencia de
empleos desde el norte.
En el norte y en el sur han ocurrido repetidas crisis con
reorganización de las estructuras de acumulación. Esto está produciendo
una recomposición de la clase trabajadora similar, en escala, a las
recomposiciones que ocurrieron en la última mitad del siglo XIX cuando
la industria pesada empezó a superar a la textil como centro de la
acumulación y en los años de entreguerras cuando las industrias ligera y
automovilística empezaron a ocupar un lugar central. Estamos asistiendo
a un cambio doble. La producción de ciertas mercancías “inmateriales”,
lo que usualmente se clasifica como parte del sector servicios, tiene
una importancia creciente, pero involucra formas de trabajo muy
similares a las de la industria. Y tienen una importancia creciente
ciertas formas de trabajo que en sí mismas no producen mercancías, pero
que sirven para mantener y aumentar la productividad de los productores
directos.
Como estos sectores son cada vez más importantes para el capital,
éste reacciona intentando recortar sus costos laborales, produciendo una
creciente proletarización de sectores que tradicionalmente se
consideraban de “clase media”. Mientras tanto, hay una mayor presión
también sobre los productores directos, con una mayor intensidad del
trabajo (disfrazada de “flexibilización) y, en algunos casos, un aumento
en la jornada laboral: el número más alto de horas trabajadas por año
se encuentra en Estados Unidos, con 1.991 para los trabajadores de
producción en la manufactura, contra 1.945 en Japón, 1.902 en Gran
Bretaña, 1.672 en Francia y 1.517 en Alemania.133
La clase trabajadora no está desapareciendo ni se está aburguesando.
No se está transformando en una capa privilegiada. No se está
beneficiando del empobrecimiento de amplios sectores del tercer mundo,
especialmente África. Está creciendo aunque a la vez está siendo
reestructurada a nivel global.
La mayoría de la población del mundo todavía pertenece a otras clases
subordinadas. En China, el subcontinente indio y gran parte de África,
los campesinos superan numéricamente a los trabajadores. Hay casos en
África y partes de América Latina de personas que intentan
reestablecerse como pequeños campesinos porque no pueden encontrar
trabajo en las ciudades. En algunas de las ciudades más grandes del
mundo, los trabajadores permanentes son superados numéricamente por una
población flotante de autoempleados, de desocupados y de los que tienen
empleo casual y ocasional. En los países industriales avanzados todavía
existe la vieja pequeña burguesía de los pequeños comerciantes, dueños
de bares, pequeños empresarios y profesionales, y junto a ella una nueva
clase media de gerentes.
Los trabajadores frecuentemente viven, trabajan y tienen familias
ligadas a miembros de estas otras clases. Pueden estar influidos por su
estado de ánimo, pero también pueden ejercer una influencia decisiva
sobre el estado de ánimo de éstas, como vimos en el caso de los
trabajadores textiles de Bombay.
Ciertas cuestiones alientan a estos distintos grupos a pelearse entre
sí. Hay luchas comunitarias que unen a todos los que viven en ciertas
localidades de clase más baja, independientemente de la forma en la que
se ganan la vida. Pueden compartir la experiencia de tomar las calles y
de enfrentarse juntos a los estratos más altos de la sociedad. En estas
luchas parecen más adecuadas las nociones de “masa”, “pueblo”,
“multitud” o las coaliciones arcoiris que la noción de clase. El ejemplo
más reciente de estos ascensos de masas policlasistas fue la ola de
cacerolazos de los barrios de la ciudad de Buenos Aires que barrió a los
gobiernos de De La Rúa y Rodríguez Saá del poder en Argentina a finales
de 2001, y las asambleas barriales que surgieron de ellos.134
El mismo movimiento anticapitalista tiene algunas características
similares. Su base inicial, como la del primer movimiento de finales de
la década de 1960, no estaba compuesta de personas arraigadas en el
proceso productivo: eran estudiantes, jóvenes sin empleo permanente,
trabajadores que participaron de sus actividades como individuos sin
ningún sentimiento claro de identidad de clase, profesionales… Como
descripción de estos movimientos, el término “multitud” no es
completamente equivocado. Una coalición de fuerzas dispares se ha unido
para dar una nueva y masiva importancia a la lucha contra el sistema,
tras dos décadas de derrota y desmoralización.
Pero la glorificación de la disparidad encarnada en el término evita
que la gente vea lo que se debe hacer para construir el movimiento. No
reconoce que lo que hizo tan importante las movilizaciones en Génova y
Barcelona fue el hecho de que los trabajadores organizados comenzaron a
involucrarse en las protestas. No identifica la deficiencia más
importante del movimiento en Argentina hasta la fecha: la capacidad de
las burocracias sindicales de levantar una pared entre los trabajadores
ocupados por un lado y las asambleas barriales y los movimientos de
desocupados por el otro.
El error es ver a los movimientos de grupos sociales dispares como
“sujetos sociales” capaces de llevar adelante la transformación de la
sociedad. No son capaces de esto. Debido a que no se basan en la
organización colectiva arraigada en la producción, no pueden desafiar el
control sobre la producción que es la clave del poder de la clase
dominante. Pueden crear problemas a gobiernos particulares. Pero no
pueden comenzar el proceso de reconstrucción de la sociedad desde abajo.
Y en la práctica, los trabajadores que podrían comenzar a hacer esto
juegan sólo un papel marginal dentro del movimiento. Hablar de
“coaliciones arcoiris” o de “multitud” oculta la poca participación en
el movimiento de los que trabajan durante largas jornadas en empleos
manuales o rutinarios de cuello blanco (y con horas extras de trabajo no
pagado de crianza de los niños). Subestima el grado en el que este
movimiento sigue dominado por aquellos cuyas ocupaciones les dejan más
tiempo libre y energías para ser activos. Las teorías de moda sobre la
“sociedad postindustrial” se vuelven así una excusa para justificar una
estrechez de miras y de acción que ignora a la gran mayoría de la clase
trabajadora.
Lo que ha sido maravilloso en los últimos dos años y medio desde
Seattle es la forma en la que una nueva generación de activistas se ha
levantado para enfrentarse al sistema. Pero lo que cada vez importa más
ahora es que esta generación encuentre las vías para relacionarse con la
gran masa de trabajadores que sufren bajo el sistema pero que tienen
también la fortaleza colectiva para combatirlo. Ésta es la lección de
Génova. Ésta es la lección de Buenos Aires. Ésta es la lección ignorada
por aquellos que dan una visión distorsionada de la realidad de la
producción bajo el capitalismo actual, descartando a la clase cuya
explotación mantiene funcionando al sistema.
¿Qué es la clase trabajadora?
Alex Callinicos
Este artículo fue escrito en 1987, como aportación al debate en Gran Bretaña. Aún y el tiempo transcurrido, pensamos que puede representar una contribución relevante a los debates sobre el carácter de la clase trabajadora hoy en el Estado español, cuando la crisis económica vuelve a poner en el centro la cuestión de quién tiene la fuerza para hacer frente a la oleada de ataques sociales. Parte de la izquierda argumenta que la tradición revolucionaria y el marxismo quedaron superados porque respondían a condiciones y a realidades ya caducas. Se postula que la clase trabajadora se ha aburguesado, ha perdido su consciencia o, directamente, que ha desaparecido.
Como demuestra Callinicos, la clase productora no sólo sigue en pie,
sino que su papel en el proceso productivo sigue siendo el mismo que
analizó Marx. Pues el capitalismo es un sistema cuya dinámica se remonta
a la vigencia de la acumulación y la explotación que la mueve; esa
sigue siendo la relación fundamental entre capital y trabajo, no
obstante su cambiante forma. La clase trabajadora no sólo existe sino
que, como demuestran múltiples ejemplos en los últimos meses por toda
Europa, tiene hoy un gran potencial de lucha.
¿Desapareció la clase trabajadora?
La cuestión de las clases sociales ha sido uno de los principales
temas de debate político de la última década. Se ha planteado, sin
embargo, de una forma paradójica: gran parte de la izquierda sostiene
que, en general, los antagonismos de clase ya no constituyen la división
fundamental de la sociedad y, en particular, que la clase trabajadora
está en declive y no se puede esperar que juegue el papel de agente de
la revolución socialista que Marx le asignó.
El telón de fondo de estos debates son las derrotas sufridas por el
movimiento obrero desde finales de los años 70, sobre todo en Gran
Bretaña y en Estados Unidos, pero también en el resto del mundo
capitalista avanzado. La cuestión se planteó por primera vez durante el
primer gobierno de Margaret Thatcher, con la publicación, en inglés, de
un libro del escritor francés André Gorz. El menor número de huelgas, el
aumento del paro y de los cierres de fábricas, junto con los avances
electorales de los partidos conservadores, otorgaban credibilidad a la
idea de que la clase trabajadora ya no representa una fuerza social y
política.
Creo que es esencial cuestionar la idea de que los cambios ocurridos
en la estructura social del capitalismo contemporáneo hagan necesario
que los socialistas dejen de considerar la lucha de clases como el
elemento indispensable para entender el capitalismo, y como el medio
fundamental para remplazarlo por una sociedad sin clases.
Esta idea se ha propagado con relativa facilidad entre la izquierda,
debido, entre otras razones, a la confusión reinante, incluso entre
mucha gente de izquierdas, acerca del concepto de clase. Los conceptos
de clase fundamentados en el sentido común que a menudo sirven para
sustentar teorías sociológicas aparentemente sofisticadas, son un
obstáculo para entender cuales son las divisiones reales en la sociedad.
Que sean éstos los conceptos que prevalecen es reflejo de la influencia
ideológica que ejerce la clase dominante sobre mucha de la izquierda.
Entre apariencia y realidad
Estos conceptos de sentido común se asemejan entre sí porque
identifican las apariencias superficiales existentes en la sociedad con
la clase social. Las apariencias más importantes son, probablemente, el
estatus, la ocupación y los ingresos.
El estatus refleja, sobre todo, de qué manera las personas perciben
su propia posición social y como la perciben los demás. Estudiar el
estatus requiere dilucidar las sutiles diferencias en los niveles del
prestigio social (entender su jerarquía y el esnobismo que éste
conlleva).
Cuando se dice que Gran Bretaña es una sociedad “de clases”, en
general, se piensa en el estatus (en la monarquía, en la aristocracia,
en las relaciones forjadas en los colegios exclusivos, etcétera).
Hacer hincapié en el estatus significa centrarse en los estilos de
vida de las personas y en sus pautas de consumo. En términos generales,
desde 1945, los ingresos reales de los obreros manuales han aumentado
significativamente. En ciertas cosas, las pautas de consumo de muchos
obreros manuales y las de aquellos que tradicionalmente han sido
considerados profesionales de clase media, han llegado a parecerse:
miembros de ambos grupos tienen coche, compran en los mismos
supermercados, viajan más, tienen hipotecas.
Pero las semejanzas han sido, a menudo, exageradas. Una definición de
clase que exagere la importancia de las pautas de consumo probablemente
conduzca a creer que los antagonismos de clase han desaparecido y que
ha habido una fusión entre la clase trabajadora y la clase media.
Después de la tercera derrota electoral consecutiva sufrida por el
Partido Laborista británico en los años 50, quienes sostenían que la
clase trabajadora estaba “aburguesándose” (tornándose clase media) se
basaban en la mayor opulencia y en los cambios en el estilo de vida de
los obreros manuales.
Las similitudes en las pautas de consumo, sin embargo, pueden
esconder posiciones muy diferentes en la estructura general de las
relaciones de poder y privilegio en la sociedad. En general, el estatus
es, por definición, subjetivo y refleja las actitudes de los individuos
hacía la sociedad y hacia los otros individuos. Por consiguiente, es
poco útil para explicar los cambios sociales, sobre todo cuando éstos
afectan a diversos grupos de personas que adoptan actitudes diferentes.
¿Cómo puede el concepto de estatus ayudar a comprender las razones que
llevaron a los maestros y a las enfermeras (que se consideraban a sí
mismos como “profesionales humanitarios”), a fines de los años 60 y en
los 70, a aceptar una cada vez mayor participación en las organizaciones
sindicales colectivas, en movilizaciones sindicales y hasta en huelgas?
Se mire como se mire, no puede darse mucha credibilidad a un concepto
de clase según el cual los Estados Unidos son una sociedad menos
clasista que la de Gran Bretaña, debido a que en ese país los rituales
de privilegio de los ricos y poderosos no son tan visibles, ni están tan
desarrollados. El estatus es un concepto totalmente idealista que no
sirve para analizar la sociedad.
La ocupación es otro factor que el sentido común identifica como útil
para la definición de clase. En este caso, la clave para determinar la
posición de clase del individuo es el tipo específico de trabajo que
realiza. El mejor ejemplo de este enfoque son las investigaciones
oficiales sobre la estructura social. En Gran Bretaña estas
investigaciones utilizan la clasificación de las ocupaciones establecida
por el Registro General, según la que se identifican amplias categorías
ocupacionales tales como ocupaciones manuales y de “cuello blanco”.
Gran parte de los datos empíricos sobre la clase social identifica a
ésta con la ocupación. Este enfoque merece nuestra atención, entre otras
razones, porque los estudios que lo adoptan tienden a identificar a la
clase trabajadora con quienes realizan ocupaciones manuales. Debido a
que, en las sociedades capitalistas avanzadas, el número de personas en
ocupaciones manuales constituye una proporción cada vez menor de la mano
de obra, puede fácilmente pensarse que la clase trabajadora está
desapareciendo.
El definir la clase social según la ocupación tiene, por lo menos, el
mérito de contemplar las realidades materiales del mundo laboral. No
obstante, este enfoque obvia los antagonismos intrínsecos que enfrentan a
los diferentes grupos sociales dentro del sector productivo. Es así que
algunos expertos en Ciencias Políticas consideran que uno de los
mayores éxitos de los Tories ha sido recabar el apoyo de los
trabajadores manuales cualificados. Después de las elecciones de 1987,
Ivor Crewe compiló las estadísticas acerca del creciente número de
votantes del Partido Conservador entre este grupo de trabajadores: en
1974, 31%, en 1979, 45% y en 1987, 43%, lo cual daba al Partido
Conservador una ventaja de 9 puntos sobre el Partido Laborista. La
conclusión a la que llegó Ivor Crewe fue que: “Éste es el testamento más
apabullante del Thatcherismo que pueda haber”. Pero la categoría de
“trabajadores manuales cualificados” abarca a los capataces, a los
trabajadores manuales autónomos y a los pequeños empresarios. Es decir
que se sitúan en una única categoría a grupos de personas cuyos
intereses son diferentes, e incluso antagónicos, a los intereses de
aquellos trabajadores manuales quienes, independientemente de su nivel
de cualificación, dependen de la venta de su fuerza de trabajo para su
supervivencia.
Para que esta amplia categoría sea útil es necesario establecer
cuales son los diversos grupos que la constituyen, ya que es probable
que éstos difieran mucho en su conducta social y política.
Algo similar ocurre con la categoría “trabajadores de cuello blanco”.
¿Qué tienen en común el consejero delegado y el personal auxiliar
administrativo de una gran empresa?
Este es un tema importante debido a que el incremento de la
proporción de trabajadores de “cuello blanco” en la población activa se
ha visto acompañado por un aumento de la actividad sindical de estos
sectores. En el período posterior a la derrota de la gran huelga de los
mineros en 1985, los maestros y los funcionarios se opusieron más
activamente a las políticas del gobierno, encabezado por Margaret
Thatcher, que grupos de trabajadores manuales con una tradición de mayor
militancia, tales como los trabajadores de la industria mecánica o de
la automovilística. En palabras del marxista estadounidense Stanley
Aronowitz, “la etiqueta ‘cuello blanco’ presupone que existe una
diferencia esencial entre la estructura laboral de la fábrica y la de la
oficina. Se trata de una categoría derivada de la ideología social y no
de las ciencias sociales”. Toda clasificación de la mano de obra por
tipos de ocupación esconde los conflictos fundamentales que existen en
la sociedad capitalista.
El tercer concepto de sentido común identifica la clase por los
niveles de ingresos. A menudo, esto conduce a esgrimir argumentos
sorprendentemente ingenuos y torpes, tales como que el aumento del nivel
de vida socava la militancia de clase. Es así que Gavin Kitching
declaró hace poco tiempo que salarios brutos de sólo 30.000 pesetas por
semana para un trabajador manual, y de 24.000 pesetas para un trabajador
no manual representan “una significativa participación material en el
sistema” (!). En Trabajo asalariado y capital, Marx argumenta que el
análisis de clase no contempla los niveles absolutos de ingresos sino
los ingresos relativos que son los que reflejan cual es la distribución
de la riqueza en la sociedad. En 1985, por ejemplo, los ingresos
semanales de una familia perteneciente al 10% de las más pobres en Gran
Bretaña eran de 10.000 pesetas, mientras que los de una familia
perteneciente al 10% de las más ricas eran de 84.000. La “participación
material en el sistema” de estos dos grupos es, claramente, muy
diferente. Los conflictos de intereses, que se derivan de esta
situación, quedaron reflejados en el período de 1979-1985. En esos años,
los ingresos netos de un quinto de los asalariados mejor pagados
aumentaron 11,6%, en tanto que un quinto de los asalariados peor pagados
sufrieron un recorte de 2,9% en sus ingresos netos.
Sin embargo, incluso la distribución de los ingresos no es una guía
perfecta para entender las razones del conflicto de clases. Los ingresos
relativos de un individuo no explican de qué manera accede a su
proporción del producto social. Hay, en primer lugar, una diferencia
fundamental entre diferentes tipos de ingresos, y sobre todo, entre los
salarios y los beneficios. Un gran accionista de una empresa cuyo
salario son los dividendos que recibe de los beneficios obtenidos por la
empresa, y un trabajador manual semicualificado, viven en mundos
diferentes. Incluso entre los asalariados hay diferentes posiciones de
clase. El trabajador manual, cuyo salario es alto gracias a la
organización sindical en la fábrica, es un empleado; también lo es el
licenciado universitario que ocupa un puesto directivo, y cuyos altos
ingresos reflejan su posición en la jerarquía por encima de los
trabajadores manuales y del personal auxiliar administrativo. Pero,
¿pertenecen a la misma clase?
Marxismo y lucha de clases
Para responder a esta pregunta hay que abandonar los tres enfoques de
sentido común que hemos señalado. En los tres casos se considera la
estructura social como una escalera en la que los diferentes grupos
sociales tienen una posición social, por encima o por debajo de los
otros grupos, según su estatus, ocupación o ingresos (algunas ambiciosas
teorías sociológicas consideran que los tres factores juntos son
determinantes). El marxista estadounidense Erik Olin Wright sostiene que
los conceptos de clase que se basan en estas “detalladas
diferenciaciones son ‘estáticos’”. Wright agrega que: “tales conceptos
pueden servir para clasificar a las personas en términos de la
distribución de las recompensas materiales que reciben, pero no son
válidos para identificar a las fuerzas sociales dinámicas que determinan
y transforman esa distribución”.a1
La teoría marxista de las clases sociales, por el contrario, es parte
de un intento más amplio dirigido a entender los procesos a través de
los cuales los seres humanos construyen y transforman las sociedades en
las que viven. Los cambios históricos dependen del desarrollo de las
fuerzas productivas, de los medios materiales de producción y del
elemento humano que las pone en marcha para satisfacer las necesidades
sociales. Las relaciones de producción y las relaciones sociales que los
seres humanos establecen a partir de ellas estimulan o restringen el
crecimiento del poder productivo de las personas.
La sociedad de clases surge cuando una minoría adquiere un control
suficiente sobre los medios de producción como para obligar a los
productores directos (esclavos, campesinos o trabajadores) a trabajar no
sólo para si mismos, sino también para la minoría explotadora.
De esta concepción de la historia se desprende que la posición de
clase de las personas está determinada por el lugar que ocupan en las
relaciones de producción. La mejor definición de clase que adopta este
enfoque es la del historiador marxista Geoffrey de Ste Croix:
La clase (que es esencialmente una relación), es la expresión colectiva de la explotación, de la manera en que la explotación está enraizada en una estructura social. La explotación es la apropiación por parte de unos de una porción del producto del trabajo de otros…Una clase (una clase específica) es un grupo humano que dentro de una comunidad se identifica por la posición que ocupa en el sistema general de producción social. Este grupo se define, sobre todo, por su relación con las condiciones de producción (fundamentalmente por su grado de propiedad o de control de los medios de producción y del trabajo productivo) y por su relación con las otras clases.2
La definición marxista de la clase social tiene una serie de características que la diferencian de otras definiciones.
En primer lugar, se define a la clase social como una relación. La
posición de clase del individuo depende de su relación, como miembro de
un grupo social, con los otros grupos sociales y no, como sugieren los
conceptos de sentido común mencionados anteriormente que se basan en
otros factores (en el estatus, la ocupación, etc.), de la posición que
ocupe el individuo en la jerarquía social.
En segundo lugar, esta relación es antagónica: la clase dominante
minoritaria que controla los medios de producción se beneficia de la
plusvalía del trabajo los productores directos. Por consiguiente, el
concepto de clase es inseparable del de lucha de clases, una lucha que
enfrenta a explotadores y explotados. En tercer lugar, la relación
antagónica se desarrolla en el proceso de producción: la explotación y
la lucha de clases son el resultado de los intentos realizados por la
clase dominante para controlar los medios de producción y el trabajo
mismo de los productores directos.
Por último, la clase es una relación objetiva. Al contrario de lo que
sostienen quienes se valen del estatus para definir la clase social,
ésta no depende de actitudes subjetivas por parte del individuo. La
clase depende de la posición que ocupe el individuo en las relaciones de
producción, independientemente de sus opiniones al respecto. Aunque un
obrero de la industria automovilística considere que pertenece a la
clase media, no deja de ser un asalariado explotado por el capital.
Wright lo resume así: “las clases en la teoría marxista (...) se
definen por la posición que ocupan en las relaciones sociales de
producción, la producción se considera, sobre todo, un sistema de
explotación”.3 Con esta definición de clase social se puede
analizar mejor los procesos mediante los cuales los seres humanos
transforman la sociedad. En otras palabras, la concepción marxista de
las clases forma parte de una teoría dinámica. Su objetivo no es
etiquetar las posiciones existentes en unas jerarquías sociales
inmutables, sino comprender como las relaciones que mantienen grupos
humanos con las fuerzas productivas y con otros grupos, les otorgan el
poder para, colectivamente, escribir la historia.
El antagonismo fundamental que rige las relaciones entre las clases
en la sociedad capitalista es el que existe entre el capital y el
trabajo asalariado. Este antagonismo se deriva de la extracción de la
plusvalía del trabajador en el proceso de producción. En El Capital Marx
explica que la clase trabajadora está compuesta por aquellos que, al
carecer del control de los medios de producción, se ven obligados a
vender su fuerza de trabajo a la clase capitalista que es la que posee
los medios de producción. La cuestión ahora es saber si las
transformaciones del capitalismo, en el siglo que ha transcurrido desde
la muerte de Marx, hacen que el antagonismo de clase en la estructura
social del mundo moderno, entre el capital y el trabajo asalariado, sea
cada vez menos relevante.
Hay dos temas de suma importancia para tratar esta cuestión. Primero,
desde el comienzo del siglo XX, se advierte una tendencia a largo plazo
al incremento del número de trabajadores de “cuello blanco”, y a la
disminución del de trabajadores manuales en la composición de la mano de
obra. ¿Significa esto que se hay producido un aburguesamiento (es
decir, un aumento de la clase media)?
Nosotros sostenemos que, una vez establecido que el lugar que el
individuo ocupa para definir cual es su posición de clase, es necesario
distinguir entre tres grupos de trabajadores de “cuello blanco”: 1º, un
grupo minoritario de estos trabajadores que son miembros asalariados de
la clase capitalista y que participan en la toma de decisiones de la que
depende el proceso de acumulación de capital; 2º, un grupo mucho más
amplio de trabajadores con altos ingresos, la llamada “nueva clase
media”. La mayoría de estos trabajadores desempeñan cargos directivos o
de supervisión, y ocupan una posición intermedia entre la clase
capitalista y la clase trabajadora. 3º, el resto de los trabajadores de
“cuello blanco”, la mayoría, que desempeñan cargos administrativos
auxiliares, y cuyo control sobre su propio trabajo es tan limitado como
el de los trabajadores manuales y sus ingresos, a menudo, más reducidos.
La conclusión fundamental a la que llegamos mediante este análisis es
que el aumento de este tercer grupo representa una expansión, y no una
disminución, de la clase trabajadora.
Otro tema que ha incidido en la discusión acerca de la naturaleza del
trabajo de “cuello blanco” es el de la “desindustrialización”. ¿Han
desatado las continuas recesiones económicas que se han producido a
nivel mundial, desde principios de los años 70, un proceso de
“desindustralización” que esté eliminando a la clase trabajadora de
Occidente?
La clase trabajadora vive y lucha
La distribución ocupacional especifica de la clase obrera siempre ha
reflejado la estructura de acumulación de capital. En los tiempos de
Marx, el grupo mayoritario de trabajadores asalariados lo constituían
los sirvientes domésticos. Incluso en el sector industrial, la
manufactura mecanizada, método capitalista por excelencia de producción a
gran escala mediante la utilización generalizada de maquinaria, que
Marx analizó a fondo en el primer volumen de El Capital, estuvo poco
extendida durante gran parte del siglo XIX. Este método lo utilizaban,
sobre todo, las industrias más avanzadas de la época, en particular la
industria algodonera de Lancashire. Raphael Samuels observa que: “gran
parte de las empresas capitalistas en el sector manufacturero, así como
en la agricultura o en la minería, se organizaban con tecnologías
manuales más que con las de energía a vapor”. La producción mecanizada
no se generalizó durante el período de la Revolución Industrial, sino
después, a finales del siglo XIX y a comienzos del siglo XX, con el
desarrollo, especialmente en los Estados Unidos, de la producción en
cadena.
La clase trabajadora nunca ha tenido una estructura ocupacional fija,
sino que ésta ha cambiado conforme han cambiado las necesidades de la
acumulación de capital. Las crisis pueden considerarse períodos de
reorganización y de reestructuración durante los que se abandonan los
sectores ineficientes, se absorben y los capitales más eficientes ocupan
su lugar. La clase trabajadora misma participa en este proceso en el
que desaparecen ciertos trabajos y se crean otros. Con frecuencia, se
deduce que estos cambios significan la destrucción de la clase obrera,
en lugar de interpretarlos como una reorganización que responde a los
cambios producidos en el sistema capitalista. En la crisis actual
únicamente se ha producido una nueva reorganización de la clase
trabajadora. Es particularmente importante acabar con el mito,
ampliamente propagado por comentaristas burgueses de los que se hacen
eco sectores de la izquierda, de que una brecha profunda e irreversible
está abriéndose entre un “núcleo” de trabajadores permanentes y
privilegiados y una “periferia” de trabajadores eventuales y a tiempo
parcial, identificados como la nueva “clase de servidores”.
Siempre habrá quien lo proclamará, en periodos en que la clase
trabajadora misma está a la defensiva, que se está produciendo la
desaparición de esta. Tales argumentos los esgrimen quienes pretenden
justificar su propia capitulación política ante el orden existente.
Thomas Cooper, uno de los líderes de los Cartistas, el primer gran
movimiento trabajador que se produjo entre los años 1830 y 1840, dijo en
1872 que el gran boom económico de mediados del siglo XIX había
transformado completamente a la clase trabajadora:
Cierto es que antaño, en la época de los Cartistas, miles de trabajadores de Lancashire iban cubiertos de harapos y que, a menudo, muchos no tenían que comer. Pero su inteligencia se demostraba por doquier. Se veían grupos de trabajadores debatiendo la importante doctrina de la justicia política según la cual todo adulto, en su sano juicio, debería tener, derecho al sufragio en la elección de los hombres que debían establecer las leyes que los gobernarían; o se debatía con suma seriedad acerca de las enseñanzas del socialismo. Grupos así ya no se ven en Lancashire. Pero si se ven trabajadores bien vestidos, con las manos en los bolsillos, que hablan de las cooperativas y las acciones que en ellas poseen, o de las cajas de ahorro para la construcción de viviendas.4
Para entonces, Thomas Cooper había dejado de ser parte del movimiento
obrero revolucionario y había abrazado el liberalismo gladstoniano5.
La mezcla de nostalgia y auto complacencia con la que Cooper describe
la muerte de la clase trabajadora es idéntica a la que utilizan
publicaciones de la izquierda actualmente. Ahora se dice que los temas
de conversación son las acciones en la compañía de telecomunicaciones de
Gran Bretaña, o los videos, mientras en los años 50, los sociólogos y
el ala derechista del partido laborista dieron gran importancia a la
compras a plazos y al incremento en el número de coches en propiedad. A
menudo han sido los mismos trabajadores supuestamente “opulentos”,
producto de un periodo de restauración, los que se han convertido en
líderes de un nuevo resurgimiento de la lucha de clases. La
“aristocracia obrera” de Cooper (los mecánicos cualificados de la era
victoriana en Inglaterra), se transformó a principios del siglo XX en la
vanguardia del movimiento obrero organizado y militante.
Otros movimientos obreros más avanzados existían entre los obreros de la
industria del metal en Petrogado, Berlín y Turín. En los años 30 y 40,
los mecánicos semicualificados de las nuevas fábricas de automóviles y
de aviones estructuraron la poderosa organización de representantes
sindicales que entre 1970 y 1974 derrotó al gobierno conservador de
Edward Heath.
Es imposible pronosticar que formas adoptará el nuevo resurgimiento
de las organizaciones, de las luchas de la clase trabajadora. No
obstante, es indudable de que la lucha de clases se acentuará. Las
profundas contradicciones en las que se debate el capitalismo mundial
desembocarán, inexorablemente, en convulsiones sociales. Sin embargo, no
es seguro que el resultado de las luchas sea la derrota del
capitalismo. Eso dependerá de cuales sean las políticas que tengan
influencia en el movimiento obrero cuando se de el enfrentamiento. Es
también indudable que la socialdemocracia derechista, para la que la
lucha de clases no es ni posible ni deseable, conducirá al movimiento
obrero a nuevas derrotas, si mantiene su predominio entre los
trabajadores.
Por consiguiente, a través de nuestro análisis llegamos a una simple
conclusión práctica: es esencial que exista una organización socialista
revolucionaria, que considere las luchas colectivas del movimiento
obrero como la base para la derrota del capitalismo y para la
construcción del socialismo, a fin de salir de la crisis actual.
Notas
Notas a Chris Harman, La clase trabajadora en el s. XXI
1. Michael Hardt y Antonio Negri, Imperio, Harvard University Press,
2000. Las referencias son a la traducción de esta obra distribuida
gratuitamente por internet, en: www.chilevive.cl.
2. Para un repaso de la literatura que adopta esta visión, ver
“Introduction”, in J. H. Goldthorpe, D. Lockwood et al, The Affluent
Worker in the Class Structure (Cambridge, 1971).
3. Así veía mucha gente a los trabajadores automovilísticos argentinos
en la ciudad de Córdoba, hasta que jugaron un papel de vanguardia en el
Cordobazo, la sublevación de 1969. Así que Aricó escribió, en 1964, que
“el proletariado industrial de las grandes empresas… constituye en
cierto sentido un grupo relativamente privilegiado, una aristocracia
obrera… que disfruta de sueldos altos porque sus hermanos de clase
—trabajadores no cualificados, peones, proletarios rurales, etc.— cobran
sueldos de miseria”, mientras que Carri veía a sus sindicatos como “el
medio principal de la penetración imperialista en la clase trabajadora”.
Ambos citados en R Munck et al. Argentina From Anarchists to Peronism
(Londres, 1987).
4. N. Klein, No Logo (Londres, 2000), pág. 223.
5. Imperio, pág. 47.
6. Imperio, pág. 348-349.
7. Imperio, pág. 349.
8. L. Rozichtner, “El lugar de resistencia”, Página 12 (Buenos Aires), 26 de febrero de 2002.
9. C. Harman, A People’s History of the World (Londres, 1999), pág. 615.
10. D Filmer, “Estimating the World at Work”, informe para el Banco
Mundial, World Development Report 1995 (Washington DC, 1995). Disponible
en la web del Banco Mundial:
monarch.worldbank.org/pub/decweb/WorkingPapers/WPS 1400Series/wps1488.
11. Es decir, “Mining and quarrying, manufacturing, gas, electricity and water, and construction.”
12. Es decir, “Trade, transport, banking, commercial services, not adequately defined or described.”
13. Existen otros 1.200 millones de personas en edad laboral cuyo
trabajo es para sus propias familias, y por tanto no cuenta, aunque
muchos de ellos, sobre todo en el campo, también habrían estado
involucradas en otros tipos de trabajo.
14. Ver, por ejemplo, mis cálculos del tamaño de la nueva clase media en
Gran Bretaña, en C. Harman, “The Working Class After the Recession”,
International Socialism 33 (otoño de 1986).
15. UNDIP, Human Development Report 1998, Tabla 21, pág. 175.
16. Idem.
17. Idem.
18. S. Rodwan y F. Lee, Agrarian Change in Egypt (Beckenham, 1986).
19. Danyu Wang. “Stepping on Two Boats: Urban Strategies of Chinese
Peasants and Their Children”, en International Review of Social History
45 (2000), pág. 170.
20. Idem.
21. S. Rodwan y F. Lee, ob. cit.
22. Cifras dadas por C. H. Feinstein, “Structural Change in the
Developed Countries in the 20th Century”. Oxford Review of Economic
Policy, vol. 15, no. 4 (invierno de 1999), tabla A1.
23. “Introduction”, en R. Baldoz et al, The Critical Study of Work:
Labor Technology and Global Production (Filadelfia, 2001). pág. 7.
24. M. Hardt y A. Negri, ob. cit. pág. 249.
25. Todas las cifras en esta sección son de C. H. Feinstein. ob. cit.
26. R. E. Rowthorn, “Where are the Advanced Economies Going?”, en G. M.
Hodgson et al (ed.), Capitalism in Evolution (Cheltenham, 2001), pág.
127.
27. Idem.
28. Informe en Financial Times, 12 de febrero de 2002.
29. R. E. Rowthorn, ob. cit.
30. Idem.
31. Idem, pág. 131.
32. Describí algunos de estos argumentos con más profundidad en C.
Harman, Explaining the Crisis: A Marxist Reassessment (Londres, 1984),
pp. 105-108.
33. R. Taylor, Britain’s World of Work: Myths and Realities (ESRC Future
of Work Programme Seminar Series, Swindon, mayo de 2002).
34. La frase citada en idem. Gran parte del debate en la izquierda
acerca de este tema durante el último cuarto siglo, ha sido influida por
el argumento de “deskilling” (la bajada en el nivel de habilidad
necesaria para trabajar en la industria) presentado en H. Braverman,
Labor and Monopoly Capital (Nueva York, 1974). Pero la desaparición de
habilidades específicas, aprendidas tras largos años de aprendizaje en
la industria, ha ido, en general, acompañada de un aumento en el nivel
promedio de alfabetización y de habilidad numérica, requerido para
cumplir una gama de trabajos, en continuo cambio debido a la innovación
técnica. Para una investigación de estos temas, más sofisticada que la
de Braverman, ver C. McGuffie, Working in Metal (Londres, 1985).
35. R. Taylor, ob. cit., pág. 18.
36. Considero la idea de la “nueva clase media”, de forma más extensa,
en C. Harman, “The Working Class After the Recession”, ob. cit., pp.
22-25.
37. The Guardian, 5 de junio de 2002.
38. M. Hardt y A. Negri, ob. cit., pág. 249.
39. Office for National Statistics [Oficina Nacional de Estadística], Labour Force Survey (Londres, 2001).
40. Office for National Statistics, Living in Britain 2000, tabla 3.14, disponible en www.statistics.gov.uk/lib/viewerChart486.html
41. R. Crompton y G. Jones, White Collar Proletariat (Londres, 1984), pág. 27.
42. Idem, pág. 20.
43. Todas las cifras provienen de “Employed Persons by Occupation, Age and Sex”, en ftp://ftp.gov/pub/pub.specia.requests/If/aat9
44. Office for National Statistics, Social Trends 2001 (Londres, 2001), pág. 82.
45. C. Harman, “The Working Class After the Recession”, ob. cit., pp. 22-25.
46. Como he argumentado en otro escrito, la reestructuración entre las
tres grandes regiones del mundo industrializado —América del norte,
Europa y el este de Asia— ha sido más importante que la reestructuración
en todo el planeta. Ver C. Harman, “Globalisation: A Critique of a New
Orthodoxy”, International Socialism 73 (Invierno de 1996).
47. R-P. Bodin, “Wide-Ranging Forms of Work and Employment in Europe”,
The Future of Work, Employment and Social Protection, Organización
Internacional del Trabajo, www.ilo.org/public/english/bureau/inst/papers/confrnce/annecy2001/bodin/..., pág. l.
48. R. Taylor, ob. cit., pág.7.
49. R-P. Bodin, ob. cit., pp. 3-4.
50. Idem, pág. 5.
51. Idem, pág. 2.
52. Idem, pág. 2.
53. Idem, pp. 2-3.
54. R. Taylor, ob. cit., pág. 12. La pequeña discrepancia entre estas
cifras y las cifras europeas referentes a Gran Bretaña no es
significativa, porque se basan en investigaciones diferentes que
llegaron a resultados muy parecidos.
55. Estas cifras son de la Office for National Statistics, Social Trends
2001, ob. cit. tabla 4.6, pág. 88. Los resultados son muy parecidos en
la encuesta en R Taylor, ob. cit., pág 13.
56. Office for National Statistics, Social Trends 2001, ob. cit., pág. 88.
57. M. Hardt y A. Negri, ob. cit., pág. 257.
58. Ver C. Harman, “The State and Capitalism Today”, International
Socialism 51 (verano de 1991), y C. Harman, “Globalisation: A Critique
of a New Orthodoxy”, ob. cit.
59. R. E. Rowthorn, ob. cit., pág 136.
60. Idem, pág. 135.
61. lbid, pp. 131-132.
62. R. Baldoz el al, ob. cit., pág. 9.
63. Idem. pág. 7.
64. Ésta, por ejemplo, es la impresión dada por Naomi Klein en No Logo,
cuando escribe acerca de “General Motors… traslandando la producción a
las maquiladoras y a sus clones en todo el planeta”, N. Klein, ob. cit.,
pág. 223.
65. Aunque yo, personalmente, quedé bastante sorprendido ante la
sofisticación de los equipos —ordenadores conectados a máquinas de
coser— en la fábrica Brukman en Buenos Aires, que había sido ocupada por
sus trabajadores.
66. F. Palpacuer, “Development of Core-Periphery Forms of Organisation:
Some Lessons from the New York Garment Industry”, Organización
Internacional del Trabajo, www.ilo.org/public/english/bureau/inst/papers/1997/dp95/appndx.htm
67. Cifras citadas en A. Lateef, Linking Up with the Global Economy: A
Case Study of the Bangalore Software Industry (Organización
Internacional del Trabajo, 1997), www.ilo.org/english/bureau/inst/papers/ 1997/dp96.
68. M. Hardt y A. Negri, ob. cit. pág. 255.
69. Cifra dada en A. Lateef, ob. cit., cap. 2, pág. 9.
70. Cifra dada idem. cap. 4, pág. l.
71. Idem, pág. 3.
72. Idem, pág 15.
73. Idem, pág. 9.
74. Idem, pág. 10.
75. Idem, pág 11.
76. Cálculos muy aproximados, utilizando y ajustando las cifras dadas en las tablas en D. Filmer, ob. cit.
77. Oficina Internacional de Trabajo, African Employment Report 1990 (Addis Ababa, 1991), pág. 31.
78. Idem, pág. 26.
79. Idem, p44.
80. Cifras de PRELAC Newsletter (Santiago, Chile), abril de 1992, diagrama 3.
Con sector “formal” se refiere a las y los trabajadores que tienen
contrato fijo y los derechos asociados. El sector “informal” representa,
en general, los diferentes tipos de trabajo que se han llegado a llamar
precarios: contratos temporales; trabajos mediante agencias o
subcontratas; trabajos dependientes de empresas disfrazados de
“autónomos”; trabajo en la calle, como vendedores ambulantes, etc.
81. Idem.
82. Idem.
83. Singer, Social Exclusion in Brazil (Organización Internacional del Trabajo, 1997), cap. 2, tabla 7, disponible en www.ilo.org/public/english/bureau/inst/papers/1997/dp94
84. Idem, pág. 17.
85. P. Nayak, Economic Development and Social Exclusion in India. OIT, 1994, cap. 2, pág. l, disponible en www.ilo.org.public/english/bureau/inst/papers/1994/dp77/ch2.htm. Las cifras sobre el empleo en el censo de 2001, todavía no están disponibles.
86. Cifras en J. Unni, “Gender and Informality in Labour Markets in
South Asia”, Economic and Political Weekly (Bombay), 30 de junio de
2001, pág. 2367.
87. Las cifras son citadas, con fuentes, en idem, pág. 2369.
88. Idem.
89. T. Bulutay, Employment, Unemployment and Wages in Turkey (Ankara, 1997), p196.
90. Idem, pág. 193.
91. Idem, pág. 200.
92. Economic Trends in the MENA Region, 2000, www.erf.org.eg/html/economic_00/html
93. Idem, cap. 4.
94. P. Singer, ob. cit., cap. 2, tabla 10.
95. Yun-min Lin y Tian Zhy, “Ownership Restructuring in Chinese State Industry”, China Quarterly, junio de 2001, pág. 307.
96. China Labor Bulletin, Hong Kong, 2001.
97. Según Financial Times, 26 de octubre de 2001. Callum Henderson
sugiere una cifra similar para la cantidad total de desempleados en
China. Ver C. Henderson, China on the Brink (Nueva York, 1999), pág. 20.
98. P. Singer, ob. cit., cap. 2, pág. 3.
99. Idem, cap. 2, pág. 14.
100. Ver, por ejemplo, las cifras dadas en J. Unni, ob. cit., tablas 19,
20 y 22, pp. 2375-2376. Existen, por supuesto, situaciones en las
cuales una demanda repentina de mano de obra sólo puede ser cubierta por
el sector informal, conllevando sueldos temporalmente más altos que en
el sector formal. El mismo fenómeno ocurre, por ejemplo, con el trabajo
temporal en la construcción (“lump labour”) en Gran Bretaña.
101. S. Gordon, Poverty and Social Exclusion in Mexico, OIT, 1997, p10 www.ilo.org/public/english/bureau/insdpapers/1997/dp93/index.htm
102. Idem.
103. Idem.
104. PRELAC Newsletter, ob. cit.
105. K. Marx, El Capital, Akal 1976, Libro 1, Tomo 3, pp. 90-91.
106. Idem, pág. 94.
107. Idem, pág. 108-109.
108. Idem, pp. 109-110.
109. Idem, pág. 111. Engels dio una descripción empírica detallada de la
mano de obra “excedente” en la década de 1840 en La Situación de la
Clase Obrera en Inglaterra.
110. OIT, African Employment Report 1990, ob. cit., p34.
111. Idem, pp. 37, 39.
112. Cifra, idem, pág. 40.
113. H. Steefkerk, “Thirty Years of Industrial Labour in South Gujarat:
Trends and Significance”, Economic and Political Weekly (Bombay), 30 de
junio de 2001, pp. 2399, 2402.
114. P. Singer, ob. cit., cap. 2, p16.
115. H. Steefkerk, ob. cit., pp. 2399, 2401.
116. Citado, idem, pág. 2402.
117. Idem.
118. P. Singer, ob. cit., cap. 2, tabla 9.
119. Idem, p17.
120. F. Engels, Carta a Bernstein, 22 de agosto de 1889.
121. N. Klein, ob. cit., pp. 205-206.
122. Para algunos esfuerzos por parte de empresas como Tesco y Coca-Cola
para conseguir tal control (“governance”) sobre cadenas globales, ver
R. Kaplincky, “Globalisation and Unequalisation”, y C. Dolan y J.
Humphrey, “Governance in Trade in Fresh Vegetables”, ambos en Journal of
Development Studies, vol 57, no 2 (diciembre de 2000).
123. K. A. Ver Beek, “Maquiladoras: Exploitation or Emancipation”, en
World Development, Vol. 29, Nº 9 (septiembre de 2001). Como sugiere el
título (“Maquiladoras: Explotación o Emancipación”), este estudio es una
apología para las empresas maquiladoras, pero no hay motivo para pensar
que las cifras sean inventadas.
124. T. O’Brien, A Century of US Capitalism in Latin America (New Mexico, 1999), pág. 52.
125. G. E. Ogle, South Korea: Dissent Within the Economic Miracle (Londres, 1990). pág. 82.
126. Idem, pág. 106.
127. Idem, pág. 116.
128. Idem, pág. 145,
129. H. van Wersch, The Bombay Textile Strike 1982-1983 (Bombay, 1992), pp. 45-46.
130. Idem, p46.
131. Idem.
132. Idem.
133. Ministerio de Salud, Trabajo y Bienestar, White paper on the Labour
Economy (Tokio), 18 de julio de 2001. Las cifras de Francia se refieren
a 1998 y para Alemania se refieren a la antigua Alemania Oriental en
1997. Las cifras de Gran Bretaña son más altas que las citadas
normalmente; éstas son más bajas porque se basan en todos los
trabajadores, no sólo en los de manufactura (y excluyen una enorme
cantidad de horas extras, nunca registradas ni pagadas, realizadas por
los trabajadores de cuello blanco.).
134. Para una descripción más extensa de estas asambleas, ver C. Harman, Rebelión en Argentina, folleto de En lucha.
Notas a Alex Callinicos, ¿Qué es la clase trabajadora?
1. E. O. Wright, Class structure and income determination, Nueva
York, 1979, pp. 7-8. Ver también G. E. M. de Ste Croix, The Class
Struggle in the Ancient Greek World, Londres, 1981, pp. 90-91.
2. Ste Croix, pág. 43.
3. Wright, pág. 17.
4. Citado en T. Rothstein, From Chartism to Labourism, Londres, 1983, pp. 183-184.
5. Doctrina política que propugna el libre mercado y la mínima
intervención del gobierno. El nombre proviene de Gladstone, líder del
Partido Liberal en la segunda mitad del siglo XIX. [N.E.]
http://www.enlucha.org/site/?q=node/15981
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