http://www.google.es/imgres?q=la+onu+y+los+nuevos+estados
Sudando la independencia
Miguel Marín Bosch
La Jornada
¿Qué hace que un pueblo quiera ser
independiente, cómo lo logra y para qué sirve? Son preguntas a las que Woodrow
Wilson, uno de los principales impulsores de la libre determinación de los
pueblos en el siglo XX, no respondió cabalmente. En 1918 el presidente de
Estados Unidos tenía en mente a los países que surgieron tras la atomización
del imperio austrohúngaro y también a los que estaban cayendo bajo la órbita
soviética.
Wilson pensaba en un reacomodo de
fronteras en Europa más que en las colonias de países europeos en otros
continentes. Estos últimos accederían a su independencia durante la segunda
mitad del siglo XX: muchos de África, no pocos de Asia y algunos de
Latinoamérica y el Caribe. Pero hay algunos pueblos que aún no consiguen su
independencia y en algunos países independientes hay movimientos separatistas
de cierta importancia.
El pasado 9 de julio Sudán, que se
independizó en 1956, perdió casi un tercio de su territorio. Hasta entonces,
con sus 2.5 millones de kilómetros cuadrados, había sido el país de mayor
extensión territorial en África. Ahora es medalla de bronce en ese rubro,
después de Argelia y la República Democrática del Congo. Jartum permitió la
separación de su región sureña, que ahora se llama Sudán del Sur.
En teoría Sudán aceptó su
desmembramiento en aras del principio del derecho de los pueblos a la libre
determinación. En la práctica Jartum tuvo que ceder durante las negociaciones
con los rebeldes en un proceso que culminó en los acuerdos de 2005 y que ahora
llevaron a la independencia de la parte sur del país. La presión de los países
occidentales fue decisiva y el presidente al-Bashir, que estaba contra las
cuerdas por las acusaciones de genocidio en Darfur (la región occidental de
Sudán), tuvo que ceder.
Ha nacido un nuevo Estado, Sudán del
Sur, pero no le fue nada fácil obtener su independencia. Desde 1955 sus
habitantes venían librando una guerra para separarse de Jartum. Ese conflicto
duró, con algunos años de tregua, casi medio siglo y cobró la vida de casi dos
millones de personas.
El Estado-nación se remonta (más o
menos) a mediados del siglo XVII y desde entonces ha sido un factor
determinante en la organización política de los pueblos. Querámoslo o no, pero
así es, y hoy las Naciones Unidas (ONU) son por antonomasia el foro que agrupa
a los estados-naciones. Cuando la ONU admite a un nuevo miembro está
reconociendo su existencia como Estado-nación. El proceso de admisión consiste
en dos pasos: el Consejo de Seguridad debe recomendar una admisión y luego la
Asamblea General la tiene que endosar. En otras palabras, cualquier miembro
permanente puede vetar la admisión de un nuevo Estado.
No cabe duda que entre los éxitos de
la ONU el relativo al proceso de descolonización ocupa un lugar privilegiado.
Desde su fundación fue una de las cuatro metas que se fijó la organización. Las
otras son la seguridad internacional y el desarme, el desarrollo económico y
los derechos humanos.
Muchos de los estados que han accedido
a la independencia en los últimos 60 años han resultado poco viables. África
quizás sea el continente que más ejemplos nos ofrece de cuán frágil y violenta
puede ser la vida de un país independiente. Piensen en Somalia, en el ex Congo
belga, en Rwanda donde en 1994 se masacró a casi un millón de seres y en otros
casos parecidos de lo que ahora suele llamarse un Estado fallido. La pobreza,
la falta de educación básica, la ausencia de infraestructura, la voracidad de
algunas empresas trasnacionales y sobre todo las diferencias étnicas y/o
tribales han sido algunas de las causas principales del panorama lamentable que
presentan muchos países africanos. Sus fronteras siguieron en gran medida las
trazadas por las potencias coloniales hace un siglo y sirvieron en parte para
exacerbar tensiones internas.
Entre los 51 estados originarios de la
ONU en 1945 hubo sólo cuatro de África: Egipto, Etiopía, Liberia y Sudáfrica,
que eran los únicos países independientes de ese continente. Ahora, con la
llegada de Sudán del Sur, son 54 los miembros africanos de la ONU, en su gran
mayoría ex colonias británicas y/o francesas. Únicamente falta la República
Árabe Saharaui (antigua colonia española del Sáhara occidental) por ingresar a
la ONU, aunque ya ha sido reconocida por la Unión Africana.
Frente a la sede de la ONU en Nueva York
ondean las banderas de sus ahora 193 países miembros. El mensaje parece claro:
si está mi bandera es que existo como Estado-nación. Pero esa independencia a
veces resulta dudosa, por muy difícil que haya sido el camino para lograrla.
El próximo mes es probable que la ONU
tenga que decidir si reconoce o no la existencia de otro Estado. Se trata de
Palestina. Aquí no puede haber dudas acerca de cómo proceder. En noviembre de
1947 la ONU aceptó la partición de Palestina en dos estados: uno árabe y otro
judío. Se pensó que sólo mediante una partición sería posible dar cabida a las
aspiraciones nacionales de cada parte y concederles a los dos pueblos su lugar
como estados independientes dentro de la ONU.
Jerusalén se convertiría en un cuerpo
separado y habría una unión económica entre ambas partes. Se trazó un mapa que
resultó ser un verdadero rompecabezas con pedazos de un Estado envueltos por el
otro.
Al año siguiente la ONU admitió al
Estado de Israel y 63 años después el caso de los palestinos árabes sigue sin
solución. El reconocimiento de Israel por la ONU en 1948 es una cara de una
misma moneda. Ahora le corresponde a la ONU aceptar la otra cara.
No puede aducirse el argumento de que
la aceptación de un Estado palestino complicaría el proceso de paz que viene
arrastrándose durante cuatro décadas. Ese proceso continuará de cualquier
forma, pero ¿qué tiene de malo darle a los palestinos lo que los israelíes
consiguieron de la propia ONU en 1948?
http://www.jornada.unam.mx/2011/08/11/opinion/019a2pol