¿Fue asesinado Bolívar, como dice Chávez?
Un breve análisis de lo que ha dicho el Presidente de Venezuela sobre la muerte de Simón Bolívar, y dos crónicas de El Diario de la Historia: Llega Bolívar a Santa Marta y Murió El Libertador.
Carlos Rivero Collado
1-. Los restos del héroe
A principios del 2008 se iniciaron los preparativos para un profundo análisis científico sobre los restos de Simón Bolívar. Hace dos semanas, el vicepresidente Elías Jaua presentó el informe oficial sobre la investigación. Entre otras cosas, dijo Jaua:
--No pudimos demostrar que la muerte haya sido por causa no natural o envenenamiento intencionalmente ocasionado. Aunque en los huesos no se encontraron rastros de tuberculosis crónica, no se descarta una tuberculosis sistémica mucho más virulenta, que no llegara a penetrar en las partes óseas. No obstante queda abierta en la interpretación de los documentos la posibilidad de envenenamiento o intoxicación no intencional producto de la aplicación de tratamientos contaminados de arsénico o medicamentos arsenicales como la cantaridina.
Sin embargo, unas horas después, aquel mismo día, el presidente Hugo Chávez dijo:
--Yo creo que mataron a Simón Bolívar. Es mi humilde opinión y asumo mi responsabilidad.
Por su parte, el científico Paul Auwaerter, de la John Hopkins University, especialista en enfermedades infecciosas, declaró, hace ya algún tiempo, que es probable que Bolívar haya muerto por tomar agua contaminada o consumir arsénico como remedio para los dolores de cabeza y las hemorroides, pero consideró, asimismo, que era muy poco probable que se tratara de asesinato.
Sin embargo, Chávez dijo, hace dos semanas, que la opinión del científico estadounidense fortalecía su idea de que a Bolívar lo asesinaron.
Me sorprende, sobremanera, que una persona como Chávez, que tiene cultura histórica, pueda tener una opinión tan equivocada sobre la muerte de El Libertador.
He defendido a Chávez por muchos años aquí en Miami, adonde tantas personas lo atacan, pero esa defensa no puede estar en pugna con la verdad histórica. Ni puede justificar su estrecha relación con el criminal Juan Manuel Santos, ni la devolución a España de los valientes patriotas vascos, ni la entrega al régimen de Bogotá de los heroicos revolucionarios colombianos.
No hay ningún país del mundo en que la Revolución esté más justificada que en Colombia por el alto grado de explotación y desprecio al que siempre han sido sometidos los obreros, los campesinos, los profesionales pobres, los estudiantes, las mujeres, los ancianos, los niños –vi a cientos de ellos durmiendo en las calles heladas de Bogotá, de los miles que había-- y todo el que no haya tenido, al menos, una mediana fortuna; porque su gobierno, sobre todo desde Uribe, ha sido el mayor violador de los derechos humanos en el mundo, con 100 veces más presos políticos que el país que le sigue; con miles de asesinatos de dirigentes opositores y activistas obreros y campesinos; con enormes tumbas secretas colectivas que se han ido descubriendo en los últimos años, y con monstruosas cámaras de tortura. ¡¿Cómo podemos ser indiferentes ante esa barbarie?!
No olvidemos aquella frase de Martí: ver en calma un crimen, es cometerlo.
Le deseo, sin embargo, al Presidente de Venezuela que se recupere del grave mal que le aqueja.
2-. Las cuatro fuerzas
¿Quién podía asesinar a Bolívar?
Sólo había cuatro personas que podían haber ordenado o perpetrado ese crimen: un agente del imperio yanqui, Francisco de Paula y Santander, de Nueva Granada, hoy Colombia, Jose Antonio Páez, de Venezuela, o Alejandro Próspero Réverénd, médico de Bolívar.
De esas cuatro fuerzas, Chávez sólo acusa a Santander, aunque no niega la posibilidad de que pueda haber sido el Imperio, incipiente aún, y deja entrever, con bastante sutileza, la probable culpabilidad del doctor Réverénd.
Analicemos estas cuatro posibilidades.
A-. El Imperio: los gobiernos de Estados Unidos, de Washington a Obama, no necesitan de falacias para que se les pueda condenar con todas las fuerzas de la verdad y la conciencia. Han sido, casi en su totalidad, los más criminales, abusivos y canallas de todos los gobiernos que ha habido en la historia de la humanidad.
Ya desde el discurso de Monroe ante el Congreso, en diciembre de 1823, el Imperio afilaba colmillos y garras, pero sus jefes sabían que, al menos en los próximos 50 años, el objetivo imperialista no estaba en invadir la América de Bolívar, sino extenderse en Norteamérica hasta el Pacífico, robándole a México sus mejores tierras. Eso era, entonces, suficiente para la típica voracidad yanki.
No hay la menor evidencia de que el Imperio haya estado involucrado en la muerte de Bolívar. Si lo acusamos, aunque sólo sea en forma velada, de un crimen que no ha cometido, cuando denunciemos algunos de los miles y miles que sí ha perpetrado pudiera dudarse de nuestra palabra.
B-. Santander: Hace dos años, Chávez dijo: "el asesinato de Bolívar fue ideado por su rival colombiano Francisco de Paula Santander". Dijo, además: "Uribe es de los hijos de Santander, es de la misma línea".
Es un error de Chávez equiparar a Santander y al genocida Alvaro Uribe Vélez, el cipayo más arrastrado que ha tenido el Imperio en América Latina por muchos años.
Cuando Bolívar suprimió el Congreso y se erigió en dictador, en Bogotá, en agosto de 1828, se convirtió de libertador en liberticida, lo cual no merma su gloria porque no ha habido jamás en la historia un solo ser humano, que haya tenido grandes responsabilidades, que no haya cometido graves errores.
Muchos de los patriotas se le enfrentaron entonces. Por supuesto que Bolívar actuó así para salvar a la Gran Colombia, frente a la ambición de los regionalistas, pero los patriotas no lo entendieron así y un año y medio después tuvieron el apoyo del pueblo porque la facción liberal y civilista, dirigida por Santander, ganó las elecciones para el Congreso y éste destituyó a Bolívar.
Santander pudo haber estado involucrado, como autor intelectual, en el asalto al Palacio San Carlos, en septiembre de 1828, pero Bolívar murió dos años y tres meses después y no hay ni la más remota evidencia que "El Hombre de las Leyes", que se encontraba entonces en Europa, tuviera que ver con la muerte de El Libertador.
C-. José Antonio Páez: no hay ningún indicio de que Bolívar tratara de cruzar la frontera y llegar a Venezuela, ni hacerlo por mar. Después que lo desterraron de su propia tierra, su lucha fue para mantener la unidad de la Gran Colombia, con centro en Bogotá, no disputarle el poder a Páez.
D-. Alejandro Próspero Réverénd: en las crónicas que siguen se va a ver más sobre este patriota francés que entregó su vida a la causa de la libertad de América y al que Bolívar le tomó gran afecto en las últimas dos semanas de su vida.
Se le debe dar mucho más crédito a los informes que sobre los últimos días de Bolívar hizo su médico que al reciente informe sobre sus restos, aunque existan ahora métodos científicos avanzados.
Aunque no fue hasta 1882 que Robert Koch descubrió la naturaleza microbacterial de la tuberculosis y la vacuna para combatirla, hay evidencias de tuberculosis desde los últimos milenios de la más reciente glaciación, al estudiarse los restos de un bisonte que murió hace unos 18,000 años, y se han hallado pruebas de tuberculosis en momias egipcias que tienen unos 5,000 años de antigüedad.
Hipócrates dijo en uno de sus tratados, hace casi 2,500 años, que la tisis, o tuberculosis, era una de las enfermedades más comunes de aquellos tiempos y que, cuando producía fiebre y tos con sangre –los mismos síntomas que presentó Bolívar en los últimos días de su vida--, era mortal.
Avicena planteó en su Canon de la Medicina, hace unos 800 años, que la tuberculosis podía curarse mediante un tratamiento a base de hígados de lobos.
Aquellas ideas pudieron haber sido erróneas, pero ya se tenía una noción de como combatir la tuberculosis y esos conceptos en 1830 tenían que haber sido mucho más avanzados.
Negar que Bolívar murió de tuberculosis significa una acusación velada de asesinato contra su médico y eso es inadmisible.
Hay numerosos testigos de la forma tan admirable en que este médico trató a su paciente, entre ellos el gobernador Montilla, el general Silva y otros personajes de aquella época, varios de los cuales visitaron con frecuencia a Bolívar en las dos semanas de su agonía y presenciaron su muerte, como se va a ver en la segunda crónica.
Luego del deceso de El Libertador, Révérend vivió en Colombia hasta su muerte. En 1842, participó en la identificación de los restos de Bolívar cuando fueron trasladados a Caracas.
En 1874, el presidente Antonio Guzmán Blanco lo invitó a Venezuela y le dio el Diploma de Ilustre Prócer de la Independencia y lo condecoró con el busto de El Libertador. En retribución, el doctor Révérend le entregó al Presidente el nódulo calcáreo encontrado en el pulmón izquierdo de Bolívar, durante la autopsia.
Réverénd murió en Santa Marta, el 1 de diciembre de 1881, el mismo día en que había conocido a Bolívar en el muelle de la ciudad, 51 años antes.
Veamos ahora dos crónicas. La primera es inédita; la segunda apareció en uno de mis artículos de hace varios meses.
3-. LLEGA BOLíVAR A SANTA MARTA
El Diario de la Historia, Santa Marta, Estado de Nueva Granada, 1 de diciembre de 1830.A las siete de la tarde de hoy, procedente de Barranquilla y a bordo del bergantín Manuel, llegó a esta ciudad el generalísimo Simón Bolívar, Padre de la Patria. Le acompañaban su sobrino Fernando Bolívar, su edecán Andrés Ibarra y su mayordomo José Palacios. Fue recibido en el puerto por las autoridades locales y el médico francés Alejandro Próspero Réverénd, quien lo ha puesto bajo su cuidado personal.
Muy débil por los diversos males que le aquejan, El Libertador tuvo que ser llevado en una silla de manos desde el barco hasta la residencia en la que habrá de vivir por ahora.
Su aspecto es muy lamentable: tiene enormes y profundas ojeras, mejillas hundidas, ojos brillosos, frente arrugada, labios cenizos, hombros caídos, espalda encorvada, manos temblorosas y cuerpo aun más enflaquecido. Sólo tiene cuarenta y siete años de edad, pero su aspecto es el de un anciano.
El hacendado español don Joaquín de Mier le ha ofrecido su quinta de San PedroAlejandrino, en las afueras de esta ciudad, y se cree que El Libertador será trasladado allí en los próximos días.
El asalto al Palacio San Carlos
Además de una fuerte dolencia reumática y varios ataques de bilis y nervios que le afectaron en el tiempo que vivió en Cartagena y Barranquilla, El Libertador padece de tuberculosis pulmonar, que se le ha ido agravando en los últimos dos años, a partir de la madrugada del 25 de septiembre de 1828 en que, siendo Presidente de la Gran Colombia con el título de Jefe Supremo Libertador y poderes dictatoriales, estuvo a punto de ser asesinado por un grupo de conjurados que asaltó el Palacio San Carlos, a los gritos de:
--¡No habrá libertad mientras viva El Libertador!
El ataque se produjo hacia la medianoche. Los asaltantes mataron a los centinelas y varios perros comenzaron a ladrar. El Libertador dormía, pero la señora Manuela Sáenz, alertada por los ladridos, lo despertó y lo conminó a huir, saltando por una ventana, que se quedó abierta.
Unos momentos después llegaron varios hombres armados. Como no es normal que se duerma con una ventana abierta en las noches frías de Bogotá, Manuela les dijo que ella la había abierto después de oír a los perros y que Bolívar se hallaba en la Sala de Consejo. Los conjurados la obligaron a ir con ellos y cuando se dieron cuenta del ardid, comenzaron a golpearla y la habrían matado si no hubiese intervenido el oficial Agustín Horment, que gritó:
--¡No hemos venido a matar mujeres!
En compañía de su mayordomo José Palacios, Bolívar se ocultó por cuatro horas debajo del Puente San Agustín, dentro del agua fangosa, en medio de un viento helado.
Fracasado el asalto por la reacción de varios regimientos que le fueron leales, y después de haber ido a la plaza para reunirse con sus defensores, Bolívar regresó al palacio con un fuerte resfriado. A partir de entonces, ha padecido de fiebres continuas y tos seca, profunda y prolongada.
Por supuesto que no fue el frío el que le produjo la tuberculosis, sino las bacterias que aspiró en ese lugar o que ya había aspirado antes. Su odisea de aquella noche, tal vez, empeoró las enfermedades que ya tenía.
En el asalto murió, además, el otro edecán, coronel Guillermo Ferguson, y el edecán Ibarra fue gravemente herido.
Bolívar fue a ver a Manuela, la abrazó y le dijo:
--Eres la libertadora del Libertador.
Al concluir el proceso judicial sobre el frustrado magnicidio, fueron ahorcados varios culpables, pero Bolívar perdonó a los otros condenados, entre ellos a Francisco de PaulaSantander, al que sólo envió al destierro. El consejo de guerra llamó a declarar a Manuela, pero ella se negó a ir, diciendo:
--Esta señora jamás será instrumento de muerte ni delatora de vencidos.
El declive
A partir de aquel día, la rutilante estrella de El Libertador comenzó a declinar, igual que su salud.
El general José Antonio Páez y otros personajes que habían sido los más cercanos colaboradores de Bolívar, separaron a Venezuela de la Gran Colombia y lo proscribieron de su patria de origen.
A pesar de que la facción liberal, dirigida por Santander, había ganado las elecciones de la Gran Colombia, en abril del 28, Bolívar recuperó su poder un año después; pero, finalmente, destituido por el Congreso y empeorada su salud, decidió alejarse de todo.
El Congreso había nombrado presidente a Joaquín Mosquera. Fue entonces que el país cambió su nombre por el de Estado de Nueva Granada, aunque se cree que, en breve, adopte el de República de Nueva Granada.
Abatido por una grave crisis anímica, El Libertador salió de Bogotá el 8 de mayo de este año. Le fueron a despedir varios generales y figuras del nuevo gobierno, pero el mariscal Sucreno pudo llegar a tiempo para la despedida, aunque le hizo una carta que, al final, decía:
--Adiós, mi general, reciba usted por gaje de mi amistad, las lágrimas que en este momento me hace verter su ausencia.
A mitad de camino entre Bogotá y el Magdalena, en el que se iba a embarcar rumbo a la costa caribeña y, después, a Europa, Bolívar le respondió:
--Yo me olvidaré de usted cuando los amantes de la gloria se olviden de Pichincha y Ayacucho.
Al recibir, un mes después de su salida de Bogotá, la noticia del asesinato de Sucre en la emboscada de la Sierra de Berruecos, al sur de Colombia, Bolívar exclamó, con angustia suprema:
--¡Se ha derramado la sangre de Abel!
A principios de septiembre, el general Rafael Urdaneta derrocó al presidente JoaquínMosquera y le envió un mensaje pidiéndole que regresara a Bogotá; pero, presintiendo su fin cercano, rehusó lo que no había rechazado nunca, el poder. Sabía que iba a morir y buscaba una cama, no un caballo. La muerte natural de un jinete sobre un caballo debe ser bastante incómoda, sobre todo para el caballo.
Vivió varios meses en Cartagena y Barranquilla, esperando el buque que el general MarianoMontilla, gobernador de Cartagena, le había prometido para viajar a Europa, hasta llegar a esta ciudad en la tarde de hoy.
Sus males, sobre todo la tuberculosis, se empeoran a cada momento y su médico, monsieur Réverénd, teme que pueda ocurrir un desenlace fatal.
El único héroe de la historia que ha liberado a cinco naciones, poniendo de rodillas al Imperio en que no se ponía el sol, ha tenido que arrodillarse ahora, joven aún, ante un tirano mayor … la biología ☼
4-. MURIó EL LIBERTADOR
El Diario de la Historia, Santa Marta, Estado de Nueva Granada, 17 de diciembre de 1830.A la una de la tarde de hoy, falleció el Padre de la Patria, generalísimo Simón José Antonio de la Santísima Trinidad Bolívar Palacios y Blanco, en la quinta San Pedro Alejandrino, cercana a esta ciudad. Tenía 47 años y varias enfermedades le aquejaban desde hacía algún tiempo, entre ellas la tuberculosis pulmonar que, finalmente, le segó la vida mucho antes de la vejez.
Le acompañaron en su momento final, el general Mariano Montilla, gobernador de Cartagena; el general José Laurencio Silva, jefe de la caballería colombiana en la Batalla de Ayacucho; don Joaquín Mier y Benítez, Lucas Meléndez, José María Molina, Soledad Juan Glen, Julio Portocarrero, Belford Wilson, Manuel Ujueta, José de la Cruz Paredes, Luis Perú de La Croix y, además, su sobrino Fernando Bolívar, su médico de cabecera Alejandro Próspero Révérend, su edecán Andrés Ibarra y su mayordomo José Palacios.
El ocaso del héroe
Después que el Congreso de Colombia lo relevara de su cargo de Presidente, nombrando a Joaquín Mosquera, el pasado 7 de mayo, Bolívar salió de Bogotá dos días después, rumbo al Magdalena para llegar a Barranquilla.
Cansado de recelos y conjuras y presintiendo que se acercaba ese instante en que la luz fugaz de la vida se convierte en la eterna sombra, quería pasar sus últimos años –pensaba aún en años, no en meses-- lejos de las disputas, en Europa, en Londres tal vez, allá en las brumas lejanas del olvido adonde no llegarían los deslumbrantes rayos del sol que, en ambos trópicos, habían sido testigos de su flamígera espada y sus sueños encendidos.
¿Comó podía seguir gobernando después que el Congreso, electo por el pueblo, lo había destituido? ¿Seguir violando las leyes que él mismo había creado? ¿Seguir siendo un liberticida adonde había sido un libertador? ¿Ser hijo díscolo en la patria de la que era padre sereno? ¡No! La fuerza sólo es justa cuando defiende un principio no cuando sólo se defiende a sí misma. Fuerza sin ley es barbarie; fuerza con ley es avance.
En ese íntimo dualismo de mente y cuerpo, idea y carne, sangre y pensamiento, sus desengaños empeoraron sus males físicos y aprontaron su muerte.
La costa y el sol
Estuvo varios meses en Cartagena y Barranquilla, esperando en vano el barco que el general Montilla le había ofrecido para viajar a Europa, consciente, quizás, que lo que quería el Gobernador era que se acercara al poder, no que se le alejara. Entonces, el 29 de noviembre, zarpó en el bergantín Manuel y arribó a Santa Marta al anochecer del día primero de este mes.
El suave mar verdiazul y las brillantes cumbres nevadas de la sierra que se perfilaban sobre un nítido cielo intensamente azul, hacían agudo contraste con el semblante grisáceo, demacrado, hundido, inmóvil, del moribundo.
No era el héroe de cien batallas el que llegaba a la asoleada ciudad de la costa, sino una sombra. Un cadáver que aún podía mover un poco sus huesos cubiertos de magra piel: un esqueleto movible.
Hubo que llevarlo en un asiento de manos a la casa ajena en la que pernoctaría varias veces hasta que un gachupín sensible, Joaquín Mier y Benítez, hijo de la buena España no de su infame imperio, lo llevó a su quinta cercana a Santa Marta para que los sanos aires del mar pudieran aliviar en algo sus dolencias: tuberculosis, reuma, úlceras, nervios.
Se sintió un poco mejor unos días después y salió a caminar, lentamente, por los jardines, entre laureles, ceibas y tamarindos, y a percibir el olor a caña que salía de un ingenio cercano, y a ron, de una antigua destilería. Fue un paseo corto y cuando aún ardía en la piel el intenso sol tropical, regresó a su habitación temblando de frío y se cubrió con una manta de lana hasta el cuello.
Lo seguía atendiendo el médico que lo recibió en Santa Marta, el francés Révérend.
Una mañana, El Libertador lo miró, movió la cabeza, bajó la vista hasta el piso y, en broma, murmuró:
--De joven renuncié a la religión y ahora me cura un reverendo.
¡Vámonos, vámonos!
Otro día, cuando ya casi no podía levantarse del lecho, le hizo una señal a Réverénd para que se le acercara y, con la voz muy débil y áspera, le dijo:
--¿Qué vino usted a buscar a este país, doctor?
--La libertad, mi general.
--¿Y la encontró?
--Sí, señor.
--Tuvo más suerte que yo.
La fiebre le subía por las noches, tosía con fuertes dolores en el pecho y la espalda, esputando, a veces, coágulos de sangre. Sudaba mucho y deliraba a menudo.
Un día antes de morir, tomó por un brazo a Palacios, su fiel mayordomo que había estado con él en el fango y el agua bajo un puente bogotano aquella noche en que estuvieron a punto de asesinarlo en el Palacio San Carlos, abrió bien los ojos y dijo:
--¡Vámonos, vámonos, esta gente no nos quiere aquí! Llévenme el equipaje a bordo de la fragata. ¡Vámonos!
Aún le quedaba un soplo de vida para dictarle su proclama final a uno de aquellos leales que se mantuvieron a su lado hasta el momento decisivo, que concluye así:
--Colombianos: mis últimos votos son por la felicidad de la patria. Si mi muerte contribuye para que cesen los partidos y se consolide la unión, bajaré tranquilo al sepulcro ☼
Carlos Rivero Collado en Kaos en la Red
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