UNA FÁBRICA DE SILENCIOS LLAMADA UNIVERSIDAD
Secretaria de la Fábrica de Silencios |
Por: Carlos Arturo Gamboa
Hay días en que los sucesos me sorprenden y me pregunto si en verdad yo trabajo en una Universidad, o si es que un extraño se ha apoderado de mi mente y sólo estoy gastando mis días en una fábrica de silencios. Justo ayer releía un texto titulado Las pupilas de la Universidad. El principio de razón y la idea de la Universidad, de Jacques Derrida, por lo tanto amanecí dispuesto a debatir de aquello tan ambiguo para el momento histórico: La razón de ser de la Universidad. Derrida lo plantea así: “Si la Universidad es una institución de ciencia y de enseñanza ¿debe, y según qué ritmo, ir más allá de la memoria y de la mirada? ¿Debe acompasadamente, y según qué compás, cerrar la vista o limitar la perspectiva para oír mejor y para aprender mejor?”
Estas ideas quedaron girando en el depositario de mis argumentos. Pensar en la universidad para qué, me es urgente, pero la realidad es mezquina. Justo ahora me entero que esa institución llamada universidad, la misma de los debates académicos, la misma que es convocada a resistir frente a los embates del mercado, la misma que está impelida a coadyuvar a solucionar los males sociales, está administrada y guiada por entes (en el mejor sentido filosófico de la palabra) que no alcanzan siquiera a dilucidar la categoría: ser universitario.
Por eso, y por no tener espacio para argumentar la razón de ser de la universidad debido a la atrocidad de la cotidianidad, sólo me limitaré a denunciar una prueba tajante de por qué no deberíamos ostentar el título de universidad. Durante la última época la Universidad del Tolima se ha convertido en un espacio en donde el debate argumentado es un fantasma, recuerdo de otros tiempos calcinados por el odio. Las ideas fueron reemplazadas por el grito, el argumento se hizo cinismo y el cinismo engendró la emboscada certera; la astuta guerra por la obtención llevó a muchos a sacrificar sus ideales por un leve acomodamiento de las fuerzas. Ahora vivimos en el reino del silencio y la sospecha. Aquí es normal que todos callen, ya que el silencio es garantía de sobrevivir. Olvidan todos cuán leve es la vida y el hombre sombra insignificante comparado con el cosmos. Nuestro hoy no está registrado en el girar del universo, por eso llamo a nuestra cotidianidad una forma de la atrocidad. Yo mismo seré nombrado enemigo por decir lo anterior y todos lo aceptarán.
¿A qué se deben mis adjetivos? Hoy me enteré que una ex alumna del programa de lengua castellana del IDEAD, quien venía laborando como supernumeraria durante más o menos 4 años fue retirada de allí. Ser supernumerario ya es una afrenta contra la dignidad humana y los partidarios de tales formas de contratación sólo pueden justificarse dentro de las lógicas aberrantes del mundo del mercado. Pero agreguemos a esto los motivos del despido de la egresada de un programa del mismo IDEAD, cuya tesis alguna vez asesoré y cuyo calificación fue meritoria. Ella está siendo juzgada por tener vínculos con personas que han sido opositores a la actual (y ya demasiado prolongada) administración; ni más ni menos, es la compañera del hijo de uno de los más enconados críticos de lo que hoy llamamos universidad. Mónica Tovar, egresada a quien me refiero, fue despedida cuando se encontraba en estado de embarazo, tuvo que ser re-contratada porque la ley así lo obliga, pero luego, en un acto que sólo puede ser visto como retaliación, despedida de nuevo. ¿Podría ante estos argumentos sentarme a dialogar con Derrida sobre la razón de ser de la Universidad?
La universidad, ese espacio que debería ser un campus, esa idea que debería ser un ethos, no puede ser posible cuando acciones de este calibre suceden y todos permanecemos impávidos en nuestra fábrica de silencios. ¡Todos callen!, esa es una orden implícita en nuestros leves contratos. Pero ante la injusticia el silencio no es factible. ¿Por qué olvidan quienes ostentan el poder hoy, lo insignificantes que son sus vidas frente al generoso universo? ¿En dónde están los adalides de los derechos humanos, los sindicatos de trabajadores, las organizaciones libertarias, la asociación de supernumerarios, los intelectuales, ustedes los mismo que mañana serán objeto de la arbitrariedad?
Yo no puedo seguir hablando con Derrida sobre la idea de Universidad, mientras en la fábrica de silencios en donde laboro, un ser humano es tratado sin la dignidad que le es propia, porque si eso no se logra en la Universidad… ¿En dónde será posible?
Ibagué. Mayo 23-2011