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MEMORIA DEL BICENTENARIO. EXPEDIENTE I

Conmemoración del Bicentenario



Significado del Bicentenario 

Por José Fernando Ocampo T. (*)

1810: La independencia, dos siglos de lucha


El movimiento de independencia de 1810 a 1819 nos liberó de la dominación colonial de España. Significó un cambio profundo de las instituciones, de la política y de la economía. Fue una auténtica revolución violenta. Fueron ejecutados grandes dirigentes por el dictador Morillo, murieron en el campo de batalla jóvenes promesas de la Nación, cayeron en la lucha miles de campesinos, indígenas y esclavos incorporados al ejército libertador. Nueve años de lucha, de batallas, de cárcel, de sufrimiento y de gloria. Y lo fue también de confrontación interna. No toda la población estaba a favor de la independencia. La alta nobleza criolla pro española, el alto clero, grandes terratenientes de concesiones realengas, se mantuvieron con el dominio español hasta el final. Y entre los grandes dirigentes de la revolución hubo división ideológica, desacuerdos tácticos, hasta guerra civil. Pero triunfó la constancia, el acuerdo, la persistencia y la visión de que había que liberarse de España. En medio del enfrentamiento interno predominó la unidad final que llevó al triunfo de la revolución.


No puede dudarse que se operó un cambio radical de la sociedad neogranadina. Feneció el régimen colonial. Acabó la dominación política. Se acabó el virreinato. Los virreyes y los administradores y los funcionarios que representaban a España tuvieron que salir. Y los habitantes de cada nueva nación pudieron escoger sus gobernantes y los pudieron cambiar y los pudieron juzgar. Así mismo tuvieron la capacidad de definir su economía, de organizar su producción, de tomar posesión de sus recursos naturales y de su riqueza. Y esto hay que decirlo, cualquiera haya sido su posterior desarrollo. Si no hubiera sido así, hubiera sido imposible poner las bases de un Estado-Nación. Las divisiones de la colonia no definían nacionalidad. Los límites no tenían carácter de nación. En el momento del grito de independencia surgieron distintas declaraciones y constituciones que denotaban la ausencia de cohesión nacional. Cartagena, Santa Marta, Antioquia, Chocó, Socorro, Casanare, Neiva, Mariquita, Pamplona y Tunja, se dieron juntas de gobierno independientes o constituciones propias, todas en lo que entonces se llamaba Virreinato de la Nueva Granada. No sería fácil unirlas, cohesionarlas, integrarlas en una sola nación, hoy llamada Colombia.

Cambió la estructura del poder político. Se derrotó al Rey y a los Virreyes. Dejó de tener autoridad la monarquía extranjera. El pueblo se rebeló contra el rey que era el representante de Dios en la tierra. Su autoridad era divina. La transformación ideológica que significó que se derrumbara la concepción arraigada profundamente en la conciencia popular sobre el origen divino de la autoridad real tomó un siglo. Tuvo que surgir en el mundo la gigantesca obra iconoclasta de la Enciclopedia en Francia, y abrirse paso la revolución protestante en Norteamérica en la mente de los ideólogos y combatientes de la independencia de Estados Unidos, y rugir sobre el mundo las ideas de la Revolución Francesa con sus ideólogos y combatientes, y expandirse por las escuelas la teoría de la licitud del tiranicidio en la conciencia religiosa de la época que se enseñaba en el Colegio de San Bartolomé, para que los dirigentes dirigieran la revolución y el pueblo se atreviera a rebelarse contra el poder político de la monarquía y la jerarquía eclesiástica.

Quienes dirigieron la revolución fueron conscientes de que se imponía una transformación radical de la educación. Sin lograrla no podría reconstituirse un nuevo país. Apenas se iniciaba el gobierno independiente, el vicepresidente Santander, que reemplazaba a Bolívar mientras se desarrollaba la campaña del sur, introdujo la enseñanza del filósofo positivista Bentham para reemplazar la escolástica, entregarle al Estado el control educativo y formar los nuevos maestros laicos. Era lógico. Se había logrado el poder político con la derrota de la colonia, pero no se había consolidado el triunfo sobre las mentes del pueblo. En eso constituyó la genialidad de Santander. Y la luchó hasta su muerte.

La independencia nacional es soberanía. Y la soberanía democrática es la libre determinación de una nación para definir el carácter del Estado en sus constituciones y para escoger su sistema de gobierno sin interferencia extranjera. El movimiento de 1810 inició una larga lucha de nueve años en Colombia y de casi quince en el resto de América Latina para lograrla y consolidarla. Después de dos siglos ese objetivo de la lucha de 1810 sigue vigente. En una lucha dos veces centenaria Colombia ha sufrido dos atentados directos contra su soberanía, el robo de Panamá de 1903 y la entrega de la bases militares que acaba de hacer el gobierno de Uribe a Estados Unidos. No importa cómo se disfracen. Hoy como hace dos siglos la lucha por la soberanía es objetivo prioritario de la construcción y solidificación de la Nación.

1810: Una lucha de liberación nacional

El grito de independencia de América constituyó todo un proceso ideológico y político que no surgió de la nada. Ese 20 de julio se forjó durante más de treinta años y, de pronto, desde mucho antes, con numerosas rebeliones indígenas contra la dominación española, la más famosa de las cuales fue la de Tupac Amaru en Perú, y por movimientos comuneros como el de 1781 en Colombia. Nunca fue fácil rebelarse contra la monarquía. Nunca fue fácil separarse de las creencias eclesiásticas. Esa conjunción entre autoridad religiosa y monárquica derivaba de los Papas y se distribuía a los soberanos católicos. A la autoridad civil le correspondía el nombramiento de los obispos en nombre de Dios y del Pontífice. Por eso le adjudicaban un origen divino. No es extraño que los primeros levantamientos de 1810 y 1811 no apuntaran contra la autoridad real, sino contra la mala administración de virreyes y funcionarios de las colonias. El rey todavía era intocable. El Memorial de agravios de Camilo Torres y demás rebeldes lo respetaba y lo acataba. En Caracas, el levantamiento de abril de ese año lo que reclamaba era la restauración de la monarquía feudal de Carlos III después de haber sido destronado por el ejército napoleónico.


Que Antonio Nariño publicara el texto de los Derechos del Hombre y del Ciudadano en julio de 1795, cinco años después de que fueran proclamados en la Revolución Francesa y quince años exactos antes del levantamiento de 1810, constituyó un hecho subversivo para los gobernantes coloniales. A Nariño lo sometieron a juicio, destruyeron los ejemplares de la publicación, lo enviaron preso a España y montaron una muralla ideológica contra el peligro de todas las revoluciones del momento. La Real Audiencia que lo juzgó consideró su defensa más agresiva que la misma declaración sobre los derechos humanos. Fue a dar a las mazmorras de Cádiz por sus ideas. La historia de Nariño resulta impresionante. Se fugó de Cádiz, regresó a Santafé en 1797, allí fue encarcelado en el cuartel de caballería hasta 1803, por precaución las autoridades lo enviaron a una de esas mazmorras espantosas de Cartagena en 1809 hasta diciembre de 1810. En seguida tomó la dirección del movimiento revolucionario, organizó un ejército, se puso al frente de la campaña liberadora de 1813 y 1814, fue derrotado y echo prisionero en Pasto y enviado a España. No regresó sino hasta 1820, después de seis años de prisión, para estar presente en el Congreso de Cúcuta de 1821 y ser nombrado vicepresidente. Moriría un 13 de diciembre, dos años más tarde, en Villa de Leyva. Nariño nunca cedió sus principios revolucionarios, nunca se amilanó antes las adversidades, nunca abandonó su decisión de liberar a Colombia del yugo colonial. Se constituyó como “precursor” en un baluarte ideológico de la revolución y como “actor” del proceso independentista en un luchador invulnerable.


A Nariño lo acompañaba una generación que había recibido la iluminación de la Expedición Botánica del sabio Mutis. También fueron estremecidos por la Revolución Norteamericana y la Revolución Francesa. El mismo año de 1795 en que Nariño publicaba los Derechos del Hombre y del Ciudadano, aparecieron pasquines sediciosos en Santafé de Bogotá y se formó toda una conspiración criolla inspirada por discípulos de la Expedición, entre los cuales se encontraban Francisco Antonio Zea y Sinforoso Mutis que seguirían siendo fieles a sus ideales de liberación y actuarían en el levantamiento de 1810. Mutis fue más que un sabio en botánica ordenador de la flora de América que ya de por sí lo lanzaba a la historia nacional. Defendió las teorías científicas de Galileo, Copérnico y Newton—rechazadas como herejía por la Iglesia—sobre el lugar de la tierra en el universo, sobre el papel de la ciencia en la sociedad, sobre el origen del universo, sobre la relación no contradictoria entre religión y ciencia. Su rebelión contra la Inquisición fue quizás el más extraordinario ejemplo proporcionado a la juventud neogranadina de que podía levantarse contra la dominación y la opresión. Con el pensamiento de Mutis se quebró el dogma, se resquebrajó el silogismo, se agrietó el dominio religioso, se desmitificó la monarquía, se abrieron las mentes a las nuevas ideas. Todo fue posible. Eso fue lo que lo convirtió con su Expedición Botánica en precursor de la Independencia.


A Mutis y a Nariño los persiguió el gobierno virreinal por sus ideas, porque fueron un baluarte de una nueva concepción de la sociedad y de la política, cada uno a su manera y en su momento. Se trató de un impresionante movimiento ideológico que se expandió con una rapidez inconcebible para una época sin medios de comunicación. Defendieron una nueva concepción del mundo y una nueva forma de gobierno. Mutis sobre el mundo, y abrió las mentes a nuevas concepciones. Nariño sobre el gobierno, y abrió la aspiración de independencia. No al control de un pueblo sobre otro, ni político ni económico. Ni directo ni indirecto. Ni por protección ni por defensa. No al control ni al dominio. Ese fue el verdadero sentido del movimiento del que Mutis y Nariño fueron precursores. Una lección. Ni la globalización ni el intercambio ni las comunicaciones pueden desvirtuar la independencia y la soberanía de las naciones para que la dominación y la protección disfrazada de unos países sobre otros mantengan la pobreza y el hambre sobre el mundo.

1810: La lucha política.






En las grandes transformaciones políticas siempre surgen y se desarrollan tendencias ideológicas contrapuestas o complementarias. Así sucedió en el movimiento de 1810. Y sus contradicciones ideológicas y políticas no solamente condujeron a enfrentamientos en el terreno de las ideas, sino que produjeron luchas armadas. No pensaban igual Nariño y Torres, ni Bolívar y Santander, ni Vargas y Caldas, para mencionar los más identificados dirigentes de la revolución de independencia, a pesar de que no se manifestaban en forma organizada de partidos. La guerra de la mal llamada Patria Boba entre los ejércitos de Nariño y Torres no planteaba sino una diferencia fundamental en torno al carácter de nación unitaria o confederación de pueblos. Se trataba de un punto estratégico para el futuro de lo que sería la sociedad colombiana.





Camilo Torres representó una tendencia filosófica que no lo desligó de España, a pesar de haber sido condenado al patíbulo por Morillo. En el fondo siguió adherido a la escolástica que había recibido en las aulas de religiosos y a una tradición monárquica de la que no se liberó. A Pedro Fermín de Vargas lo estremeció la liberación mental a que lo condujo la rebelión filosófica de Mutis. Fue el más enciclopedista de los precursores en su ideología y en su posición política. Nariño no publicó la declaración francesa sobre los derechos del hombre por una curiosidad intelectual, sino por un convencimiento político que lo llevó a la cárcel y a la lucha militar contra el gobierno colonial. En Santander influyó como en ningún otro la gesta emancipadora de Estados Unidos, que perduraría en su concepción sobre el Estado y la República, a la cual unió el pensamiento revolucionario de los positivistas ingleses, Locke y, principalmente, Bentham, al que acudiría para la nueva educación neogranadina. Bolívar fue más ecléctico. Pasó de la escolástica a los enciclopedistas de ahí a los filósofos de la Revolución Francesa hasta los monárquicos ingleses. Por eso dudó de la democracia y se inclinó por regímenes dictatoriales o monárquicos. No consideraba al pueblo que había llevado a la independencia, preparado para un gobierno de elección popular.


La lucha revolucionaria de independencia aglutinó cuatro tendencias ideológicas: 1) Los enciclopedistas democráticos, opuestos al control eclesiástico sobre las mentes como a la unidad de religión y estado, con una nueva mentalidad sobre la sociedad y el poder político; entre ellos sobresaldría Pedro Fermín de Vargas. 2) Los liberales democráticos influidos por la Revolución Norteamericana y la Revolución Francesa con su sistema de gobierno democrático del que los estadounidenses fueron vanguardia mundial con su liberación de Inglaterra en 1782 y los franceses contra la monarquía; Nariño y Santander partieron de allí. 3) Los liberales monárquicos, radicales en su lucha contra el colonialismo, no convencidos de la democracia o influidos por regímenes europeos exitosos por entonces, con influencias de los revolucionarios franceses, temerosos de la experiencia gala de excesos y dubitaciones; allí estaría Miranda y se encuadraría también Bolívar con su constitución boliviana y su tentación monárquica con los ingleses. 4) Los escolásticos radicales, ceñidos a la fe católica, con fidelidad a la monarquía, unas veces con tendencia a unirse a España como provincia otras empeñados en la separación definitiva, unas inclinados a la construcción nacional otras partidarios de confederación de pueblos y regiones; podrían señalarse a católicos fervorosos como Torres y Caldas partidarios de esta alternativa como resultado de la lucha de 1810.


No era fácil unir en un solo movimiento revolucionario tendencias tan disímiles, no era fácil llevarlos a una guerra contra la potencia todavía la más poderosa del mundo, no era fácil aglutinar un ejército sin recursos, sin armamento moderno, sin militares experimentados. Eso fue lo que logró Bolívar. Unió, aglutinó, suavizó las diferencias, perseveró, mantuvo el ánimo guerrero, señaló el objetivo fundamental, aprovechó los recursos del medio, entendió el ánimo del pueblo, dirigió la revolución. Bolívar es el Libertador.

1810: El Libertador Simón Bolívar

Se ha escrito tanto sobre Bolívar que puede resultar fatuo o presuntuoso dedicarle dos o tres columnas en esta serie sobre la Independencia. Pero no hacerlo sería un desconocimiento imperdonable. Bolívar dirigió esta revolución. Bolívar la luchó centímetro a centímetro. Entre 1812 y 1824 recorrió América de Caracas a La Paz una y otra vez, no en automóvil, ni en tren, y menos en avión-sino a caballo, con un contingente de soldados criollos, mulatos, indios, negros esclavos, mal equipados, mal trajeados, mal alimentados, que derrotarían un ejército de Morillo llegado a Colombia con más de quince mil soldados. Hoy, siglo veintiuno, no es fácil atravesar la cordillera oriental de Casanare a Boyacá. Lo logró con llaneros de tierra ardiente hasta la batalla del Puente de Boyacá el 7 de agosto de 1819 y siguió hacia el sur hasta coronar su misión libertadora en 1824. Biografías, historias de la lucha de independencia, bibliografía inmensa, recopilación documental, alusiones permanentes, artículos, columnas de periódico, todo un arsenal medio infinito. Visiones contrapuestas sobre su vida, la de Madariaga o la de Waldo Frank, o la de Liévano Aguirre, o la de Arciniegas, o la de Manzini, o la de Masur, o la de García Márquez, o más recientemente la de John Lynch o Juvenal Herrera, y un archivo documental en América y Europa, inagotable. Fue que Bolívar derrotó en esta tierra la que todavía se consideraba la primera potencia colonial de la época, España.


No importa mucho para la historia su origen familiar, su origen racial, su herencia terrateniente. Bolívar partía de esa realidad colonial. Hasta intentos de biografías psicológicas y psiquiátricas se han intentado de él. En cambio la educación de Simón Rodríguez y Andrés Bello lo marcarían en su primera juventud y en los principios de la revolución. Pero sus contactos en Europa lo pusieron al tanto de la Ilustración, de la Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano, de la Carta a los españoles americanos, de las teorías sobre los derechos naturales y el contrato social. En Europa se transformó su mente con las ideas revolucionarias de la burguesía que ascendía al poder político y económico. Su transformación ideológica lo llevó a la decisión fundamental de su vida, la de dedicarse a la liberación de la América española. Y tuvo que sufrir derrotas, destierros, confiscaciones, traiciones, hasta coronar su ideal y su obra. En esas condiciones, en ese terreno, en ese momento histórico, su lucha fue una epopeya.


Resulta trascendental entender que Bolívar fue un unificador. Si no hubiera sido así, la lucha independentista hubiera fracasado. Unificó las ideologías. Unificó las creencias. Unificó las ambiciones. Unificó la lucha. Unificó el ejército. Unificó los generales. Unificó el pueblo. Hoy parece fácil. Pero la lucha ideológica y política llegó a ser tan aguda que Nariño y Torres se trenzaron en la guerra de 1812. Y Bolívar mandó apresar a Miranda y entregarlo a los españoles. Y Sucre fue asesinado. Y también Córdova. Las cuatro tendencias ideológicas que orientaron a los grandes dirigentes de la revolución independentista no eran superficiales, tanto que condujeron en el siglo XIX a cuatro guerras civiles nacionales de gran envergadura. Por eso el papel unificador de Bolívar fue estratégico y fundamental. Unir a monárquicos y a católicos y a enciclopedistas y a demócratas radicales y a quienes buscaban convertir estas tierras en parte de la metrópoli, constituyó una labor titánica e histórica.


Bolívar fue un batallador incansable por un ideal, el de la independencia. Sufrió crisis, afrontó derrotas, superó traiciones, pero con su ejército obtuvo triunfos definitivos en las batallas del Pantano de Vargas, Puente de Boyacá, Carabobo, Maracaibo, Pichincha, Junín, Ayacucho. De él dice Germán Arciniegas: "Esa guerra (la de la independencia) consagró a Bolívar como el guerrero del siglo, más atrevido que Washington, más digno de admiración que Napoleón." La historia se escribe así, con dirigentes, con héroes, con visionarios, con pueblo, con ingentes sacrificios, con entera consagración, con denodada decisión. Ya desde la fecha de 1810, hace dos siglos, Bolívar se había comprometido con el movimiento desde Caracas y comenzaría con el viaje a Londres de ese año su trabajo por la liberación nacional de la colonia. Sus viajes, sus contactos políticos e ideológicos, su lucha en todos los terrenos, lo llevarían a la dirección de la revolución y al triunfo definitivo de la independencia.

1810: Las condiciones estratégicas de la independencia

¿Por qué Bolívar, Nariño, Santander, Vargas, Torres y tantos otros, se revelaron contra la colonia? ¿Por qué en América Española la mayoría de la población estaba con la Corona? ¿Por qué tuvo tanta fuerza la conversión de América en una provincia de España con los mismos derechos de los de la metrópoli? ¿Por qué la monarquía española se apresuró a darle garantías a sus colonias en un intento de impedir su separación? ¿No resultaba mejor para la economía una reestructuración de las relaciones metrópoli colonia que la independencia completa? ¿No era un riesgo inconmensurable una separación sin tener ni siquiera una unidad económica ni un cálculo de las consecuencias que sobrevendrían para la población dispersa y aislada? ¿Simplemente la corriente independentista que se fue radicalizando buscaba asegurar sus intereses de clase afectados por el régimen colonial? ¿Acaso la separación de la metrópoli resolvió la esclavitud y la opresión y la desigualdad y el porvenir de la población pobre y explotada? En esta meditación sobre la independencia es necesario responder y resolver estos interrogantes.


La soberanía implicaba que se constituyera el Estado-nación. Unos límites definidos, un determinado sentido de unidad política, una constitución, una organización estatal, una definición de poderes, un sistema de gobierno, todo sin interferencia extranjera. Ahí estaba la soberanía. A pesar del poder virreinal y de una autoridad colonial, no existía la conciencia de nación, porque no se daban los lazos que la definieran. Ya se ha hecho alusión a la proliferación de gritos de independencia, de Juntas de Gobierno y de diversidad de constituciones, unas monárquicas, otras democráticas, unas a favor de la metrópoli, contra Napoléon, a favor de Fernando VII. De todo. Sin nación, no puede haber soberanía. Bolívar y la mayoría de los héroes de la independencia hubieran podido aceptar la posición de anexión a España con igualdad de derechos, es decir, anexarse al imperio español. Prefirieron luchar a muerte por la separación. Y esta significaba la constitución del Estado-nación, es decir, de la soberanía. Sin soberanía no hubiera sido posible la conformación de la Nación colombiana, ni la venezolana, ni la ecuatoriana, ni la peruana, ni la boliviana. Fue la decisión de la mayoría de los dirigentes de la revolución independentista por la soberanía lo que le dio significado a la lucha del 20 de julio de 1810 hasta 1826.


¿Cuál es el sentido del desarrollo económico? Eliminar la pobreza, garantizar una mínima igualdad en las condiciones materiales de vida para toda la población, garantizar la acumulación social en beneficio de la colectividad, lograr las condiciones del mercado interior, no sin antes satisfacer las necesidades mínimas de una digna supervivencia. El desarrollo del mercado interior de bienes de capital es la clave del desarrollo económico y sin él, la dependencia y la inseguridad de aprovisionamiento para la producción estarán pendiendo de condiciones al margen del control nacional. Bolívar llevó a cabo la revolución política y no se le midió a la revolución económica. Primó el objetivo político, que era fundamental, sobre las propuestas económicas. Mientras Bolívar iba coronando su tarea libertadora hacia el sur, Santander, que había quedado con la responsabilidad política, llevó a cabo el inicio de una revolución educativa, estratégica para el desarrollo económico con la incorporación de Bentham a las escuelas, decisión que lo enfrentaría con Bolívar y que más adelante sería un elemento de división política entre los partidos. Santander no solamente defendió la entrega de la educación al Estado, sino la transformación de su contenido en una perspectiva científica, como lo había hecho la Expedición Botánica de Mutis. Entendió que la educación constituía un elemento fundamental para el avance de la economía nacional.


Y, por supuesto, no tenía sentido la propuesta de convertirse en una provincia de la metrópoli. La lucha interna entre los partidarios de la separación y los partidarios de mantenerse ligados a España fue un elemento de la primera guerra civil, la de la llamada "Patria Boba". Su unificación en un solo propósito de desligarse de la colonia atravesó por un proceso que costó vidas, que significó derrotas, que condujo a destierros, que produjo traiciones y deserciones. Pero se impuso, posiblemente gracias a la reconquista intentada por la Metrópoli a sangre y fuego, a la decisión de los principales dirigentes de la revolución, al apoyo del pueblo que fue asimilando colectivamente la conveniencia y la necesidad de la independencia total. Se partió de una convulsión ideológica de contornos mundiales, la de la revolución burguesa en América y Europa, por la constitución de Estados nacionales, por gobiernos democráticos, por la participación popular, por separación de poderes y demás. Y, además, por una nueva economía, la de la industria, la de obreros y capitalistas, la de la producción masiva, la de una economía mundial. Recibimos el impulso de la revolución burguesa de Estados Unidos, Francia e Inglaterra, pero carecíamos en ese momento de las condiciones materiales para el desarrollo de una economía industrial. Resolvimos la política y fallamos en la económica. Allí nació nuestra base como nación y nuestro subdesarrollo económico. Se impone examinar nuestra historia a la luz de estos acontecimientos y analizar las condiciones actuales de Colombia como nación independiente.

1810: el dilema del Libertador Simón Bolívar

El gran dilema de Bolívar fue el sistema de gobierno que debía adoptar para las naciones recién liberadas del yugo colonial. Su revolución victoriosa había sido hija de la Revolución Norteamericana, de la Revolución Francesa y de las ideas libertarias de la escolástica radical enseñada en las aulas de las instituciones educativas de entonces. Pero su íntimo contacto con el pueblo por años de lucha y de recorrido por el norte de Suramérica lo habían llenado de dudas profundas sobre las condiciones concretas de un gobierno eficaz que reconstruyera estas naciones. De allí salió un proyecto de constitución para Bolivia, aristocrático y dictatorial; impuso una dictadura en Perú; entabló un gobierno autocrático en Bogotá. No era extraño. Una corriente monárquica recorría las nuevas naciones. México había declarado su independencia como monarquía. Brasil importaría un príncipe portugués. San Martín se inclinaba también por la monarquía. Miranda había quedado embelesado con las cortes europeas que había recorrido incluyendo el ejército francés al mando de emperador Bonaparte. Se había logrado la liberación de España pero no había acuerdo sobre el sistema de gobierno para los nuevos países. En realidad, los discursos de Bolívar y su correspondencia más conocida, desde la Carta de Jamaica hasta su discurso en el Congreso de Angostura de 1819, dejan un marcado acento monárquico y autoritario. Su admiración por Inglaterra-ya para entonces un imperio colonial-y su sistema de gobierno, superaba todos los límites. Y en sus últimos cinco años de gobierno y de vida mantuvo contactos con los ingleses a favor de una monarquía para la Gran Colombia.


Bolívar mantuvo correspondencia con los delegados ingleses en estos países, en la que declaró su admiración por la corona y sus intenciones monárquicas. Sus declaraciones a favor de Inglaterra y de la corona son numerosas. Como dice Arciniegas: "Lo de Bolívar e Inglaterra es una historia melancólica, dramática." Y con esa pasión americanista que fue su enseña, añade: "Puso el Libertador toda su esperanza en una potencia extraña a América, con mal pasado colonial, y ni ella misma lo escuchó." (En Bolívar y la revolución, pag. 75) Bolívar negoció la traída de un príncipe con los siguientes cónsules ingleses, enviados del secretario de relaciones exteriores británico, George Canning: capitán Thomas Maling en Lima; el comisionado británico en Lima y Bogotá, Patrick Campbell; Alexander Cockburn, ministro plenipotenciario británico en Bogotá; William Turner, ministro embajador en Bogotá. Su correspondencia con Maling y Campbell no deja dudas sobre su tendencia monárquica y pro inglesa. Al capitán Maling le escribe en 1824: "Ningún país es más libre que Inglaterra, con su bien reglamentada monarquía; Inglaterra es la envidia de todos los países del mundo y el modelo que todos desearían seguir al formar un nuevo gobierno o dictar una nueva Constitución… Deseo que usted tenga la plena seguridad de que yo no soy enemigo ni de los reyes ni de los gobiernos aristocráticos…" Y a Campbell le responde sobre su propuesta de un príncipe inglés en 1825: "Inglaterra es, una vez más, nuestro ejemplo, cuán infinitamente más respetable es vuestra nación, gobernada por reyes, lores y comunes que aquella que cifra su orgullo en una igualdad que no alcanza a suprimir la tentación de ejercerla en beneficio del Estado. … Si hemos de tener un nuevo gobierno, que tenga por modelo el vuestro, y estoy dispuesto a dar mi apoyo a cualquier soberano que Inglaterra quiera darnos." (En J. Fred Rippy, La rivalidad entre Estados Unidos y Gran Bretaña por América Latina (1808-1818).


A finales de 1829, muy cercana su renuncia y su muerte, Bolívar continúa con su idea monárquica, a pesar de la dudas de que su aceptación de un príncipe inglés no le fuera a traer más resistencia en Bogotá y más enemistad de los estadounidenses. Le dice a Campbell: "Estoy muy lejos de oponerme a la reorganización de Colombia según el modelo de la esclarecida Europa. Por el contrario, sería muy feliz y pondría todas mis fuerzas al servicio de una obra que podría llamarse de salvación." Es en ese contexto cuando Bolívar escribe esa famosa frase contra Estados Unidos, enviada al representante de la monarquía inglesa, nada menos, lleno de temores de una oposición democrática que crecía contra su dictadura, de que fuera a instaurar la monarquía: "¿Qué oposición no sería ejercida por todos los nuevos Estados americanos? ¡Y por los Estados Unidos, que parece destinado por la Providencia a desatar sobre América una plaga de sufrimientos en nombre de la Libertad!" Se trata, pues, de una frase monárquica, utilizada por tirios y troyanos contra Estados Unidos, en ese momento vanguardia de la democracia y de la revolución burguesa mundial-todavía a casi un siglo de convertirse en la potencia imperialista que se apoderaría de Panamá-mientras Europa se llenaba de monarquías que buscaban la restauración del régimen feudal.


No es extraño, entonces, que al dejar Bolívar el gobierno, desilusionado y angustiado, tras conatos de guerra civil, fuera sucedido por el general Rafael Urdaneta y fuera aprobado por unanimidad en su Consejo de Ministros la traída de un príncipe inglés. Eran los bolivarianos monárquicos seguidores radicales de Bolívar, quienes pondrían las bases de guerras civiles y enfrentamientos sin fin durante el siglo XIX hasta la guerra de los Mil Días. Por fortuna, el gobierno inglés nunca estuvo interesado, al final, en la monarquía colombiana soñada por Bolívar y sus incondicionales, muy posiblemente debido a los acuerdos estratégicos con los estadounidenses sobre América por la "doctrina Monroe", ni en el príncipe que le solicitaba el gobierno de Urdaneta, porque no les merecía ninguna atención. Con la caída del gobierno y la muerte de Bolívar, terminarían en Colombia las tendencias monárquicas.

1810: La llamada Doctrina Monroe y la independencia de Colombia

Referirse a la llamada Doctrina Monroe en la historia de América es como levantar una gran polvareda de tendencias, contradicciones, posiciones, enfrentamientos, de una historia de dos siglos. En ella se puede sintetizar la historia moderna de América. Pero eludir su significado puede implicar que se ignore el sentido de la independencia de un pedazo del mundo que pasó por tres siglos de dominación colonial y arriesgar la comprensión de su historia contemporánea. Son varias las dificultades que enfrenta la posibilidad de hacer un planteamiento histórico acertado. Una, la política estadounidense en Colombia desde el robo de Panamá hasta el presente. Otra, la influencia de la historiografía mexicana y cubana posterior a sus dos revoluciones, determinada por las intervenciones de Estados Unidos. Y, además, el cambio histórico operado por Estados Unidos, de vanguardia de la revolución democrática mundial del siglo XIX en una potencia poderosa y agresiva del siglo XX.


Se trata de las relaciones de Estados Unidos con Colombia, sobre las que se pueden distinguir cuatro etapas. La del período de la guerra de independencia de relativa indiferencia hasta el reconocimiento de la soberanía de Colombia en 1822; la del período republicano de alianza estratégica en el siglo XIX, sin interferencia alguna significativa; la del robo de Panamá hasta el final de la Segunda Guerra Mundial con el control del petróleo, el Tratado de Comercio de 1935 atentatorio contra la soberanía y una modernización adecuada a sus condiciones de intervención económica; y desde allí hasta el presente, de dominio sobre la economía nacional en especial por planes de desarrollo de endeudamiento externo, el dominio del capital financiero y la injerencia política permanente hasta el tratado reciente de utilización de las bases militares. Las dos primeras no tienen carácter colonialista o imperialista. Las dos últimas definen el proceso y el ejercicio de dominación indirecta por medios económicos y hasta de posibilidades de una dominación directa. Distinguir el carácter de esta relación con sus características profundamente diferentes, permite comprender el sentido de la Doctrina Monroe.


El debate entre los historiadores colombianos ha sido agudo. Y, en mucho, distingue sus orientaciones políticas y su visión sobre la realidad colombiana contemporánea. Indalecio Liévano Aguirre inspiró toda una tendencia de la llamada "nueva historia", desde la defensa de Bolívar monárquico hasta la del régimen feudal de Núñez. Germán Arciniegas se mantuvo en una posición americanista que no le perdona a Estados Unidos su transformación en potencia imperialista. Por eso Arciniegas se separa tanto de Liévano Aguirre sobre el carácter de la Doctrina Monroe. Liévano coincide con los historiadores de la revolución mexicana como Carlos Pereyra y José Vasconcelos, para quienes la Doctrina fue siempre un instrumento del expansionismo estadounidense, con lo cual tergiversan su sentido histórico de defensa continental por más de medio siglo, que sí acoge Arciniegas .


Fue Santander, y no Bolívar, en el mensaje que dirige al Congreso de 1824 en calidad de vicepresidente, quien comprendió el sentido del mensaje del presidente Monroe al Congreso de Estados Unidos: "Semejante política consoladora del género humano," dice, "puede valer a Colombia un aliado poderoso en el caso de que su independencia y libertad fuesen amenazadas por las potencias aliadas. El Ejecutivo no pudiendo ser indiferente a la marcha que ha tomado la política de los Estados Unidos, se ocupa eficazmente en reducir la cuestión a puntos terminantes y decisivos." Se había formado en 1815 la Santa Alianza de dos potencias feudales europeas y se había recompuesto por la Cuádruple Alianza de Austria, Prusia, Rusia e Inglaterra, a la que se uniría pronto España. Surgía en América el temor y la sospecha de una verdadera alianza de las potencias europeas por la reconquista de América. Por eso Sucre le escribe a Bolívar en medio de la campaña del sur: "En este año veremos el desenlace de Europa, el cual va más que nada a decidir de la América. Todo colombiano debe ahora poner un ojo en el Perú, y otro en la Santa Alianza. Esta maldita coalición de los Reyes de Europa me hacen temer mucho de la existencia de nuestras instituciones; no puede negar usted que más cuidado me da de ellos que de los godos del Perú…Creo que usted cuenta más que demasiado con los ingleses; estos serán como los demás, amigos de tomar su parte, y lo único que harán por su poder será tomar la mejor parte…" (En Arciniegas, Bolívar y la revolución, pag. 130)


En diciembre de 1823, fecha del discurso del presidente Monroe al Congreso sobre la defensa de América, la posibilidad de una reconquista europea no estaba descartada. Pero poco a poco, una tras otra, las potencias europeas fueron reconociendo la realidad de la independencia americana. Y hacia mediados del siglo la historia de América tomó otro giro, una vez alejado el peligro de la reconquista. En América del Norte la recomposición de Estados Unidos con la incorporación de Florida, Louisiana y las provincias de México. En América Central la división en pequeños países después de separarse de México y Colombia. En América del Sur con guerras y transacciones que reestructuraron los límites heredados de la Colonia. Pero al llegar el cruce de los dos siglos, la guerra hispano-norteamericana y el robo de Panamá por Estados Unidos determinan su transformación en una potencia imperialista que se lanza a la conquista de mercados de capital, una vez en el mundo se ha agotado la posibilidad de nuevas anexiones territoriales.


La Doctrina Monroe, entonces, cambia de carácter, se incorpora al del Destino Manifiesto, al de la Enmienda Platt, a la de las invasiones estadounidenses en América Latina. Así lo declaraba Teodoro Roosevelt en su mensaje al Congreso un año después de Panamá: "Un mal crónico, o una impotencia que resulta en el deterioro general de los lazos de una sociedad civilizada, y en el hemisferio occidental, la adhesión de los Estados Unidos a la Doctrina Monroe, puede forzar a los Estados Unidos, aun sea renuentemente, al ejercicio del poder de policía internacional en casos flagrantes de tal mal crónico o impotencia." (Mensaje al Congreso, diciembre de 1904). De allí resultarían las intervenciones de Estados Unidos en Cuba, Puerto Rico, República Dominicana, México, Guatemala, Panamá, Chile, Granada. Y así prepararía las condiciones de su dominio económico con misiones económicas, tratados de comercio, planes de defensa continental y protección de su área de influencia estratégica. Como diría Arciniegas al concluir su artículo sobre Monroe: "Cerrándole el paso al imperialismo yanqui, y colocados en el mismo nivel los Estados Latinoamericanos, se volvería al pensamiento original que de Angostura pasó a Bogotá y de Bogotá a Washington, cuando de norte a sur y de sur a norte lo que se buscaba era una definición continental, hecha con los ingredientes de la república, del gobierno representativo, de la libertad. Es decir: la independencia continental." (op. cit., pag. 136)




(*) Miembro de la dirección nacional del Polo Democrático Alternativo. Obtuvo su doctorado en Ciencia Política en Claremont Graduate School de California. Ha sido profesor de tiempo completo de las Universidades de Antioquia, Caldas, Nacional y Distrital de Bogotá. Fue miembro de la dirección de FECODE desde 1975 hasta 2000. Hizo parte de la elaboración y negociación de la Ley General de Educación. Participa en el Centro de Estudios e Investigaciones Docentes de FECODE. Colabora en las revistas /Deslinde/ y /Educación y Cultura /. Es miembro de la organización Unidad Panelera Nacional. Sus principales obras son: /Colombia siglo XX: estudio histórico y antología política, 1886-1934; Ensayos sobre historia de Colombia; Reforma universitaria, 1960-1980; Dominio de clase en la ciudad colombiana; La educación colombiana: historia, realidades y retos./ Es editor del libro /Historia de las ideas políticas en Colombia.
Publicación realizada en Rebanadas de Realidad http://www.rebanadasderealidad.com.ar/ocampo-10-07.htm, Bogotá, 27/04/10, 04/05/10, 17/05/10,  25/05/10, 01/06/10, 15/06/10, 21/06/10



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