Para recuperar las economías
Ajuste poscrisis
Por: Sarmiento
Se requiere una política fiscal y monetaria activa, que impulse el empleo y la producción.
En el informe de monitoría de la economía colombiana, el FMI sugiere adoptar una reforma tributaria estructural y flexibilizar el salario. La propuesta tiene gran aceptación en los círculos influyentes y se ha infiltrado en algunas campañas políticas. El FMI no aprendió de la experiencia reciente. La crisis mundial dejó al descubierto que el mundo operaba con un exceso de ahorro sobre la inversión, ocasionado por los bajos salarios y el excesivo ahorro de los países emergentes y subsanados por la valorización de activos de Estados Unidos. La normalización del sistema estaba condicionada a una reducción de los consumos y el desmonte de la especulación en EE.UU., y a la ampliación del mercado interno en los países emergentes.
La creencia de que la recuperación de las economías restablecerá las exportaciones y elevaría los consumos no pasa de ser una ficción. Los países emergentes que opten por la austeridad fiscal y la represión salarial se verán expuestos durante varios años al estancamiento y elevados niveles de desempleo.
Infortunadamente, el FMI no ha salido de la visión tradicional de que la informalidad y el desempleo son la consecuencia de rigideces laborales. El diagnóstico de la informalidad está fundamentado en la presunción de que los cargos laborales de los parafiscales y las cotizaciones de la seguridad social (salud y pensiones) impiden que los trabajadores pasen del sector informal al formal y aumenten la producción. Falso. Los sobrecargos laborales se compensan por la exención, por las importaciones de bienes de capital y, en cualquier caso, son inferiores a las diferencias de productividad entre el sector formal y el informal.
La explicación está, más bien, en la posibilidad infinita de elevar la productividad sustituyendo materias primas y empleo nacional por importaciones de bienes intermedios y de capital. La mejor ilustración se encuentra en las actividades formales que se caracterizan por ser altamente dependientes de las exportaciones y de los productos que compiten con las importaciones, es decir, de los bienes transables. Como la revaluación reduce más el precio de los bienes transables finales que el de las materias primas, el balance sólo puede lograrse reduciendo el valor de la nómina, bajando la remuneración o intensificando la automatización.
La parte no explícita en la propuesta del FMI es la confianza inversionista, o si se quiere, la entrada de capitales para financiar la inversión en petróleo y minería. El superávit fiscal está orientado a neutralizar la monetización de los ingresos externos y moderar la revaluación. Por su parte, la represión laboral busca compensar el efecto de la revaluación inevitable sobre los bienes finales reduciendo los costos de la nómina.
La receta no está basada en una teoría confrontada con la realidad, sino en supuestos, que no pasan de ser los deseos de lo que los economistas neoliberales quisieran que fuera el mundo. Se supone que la entrada de capitales genera una presión de revaluación que se modera con el déficit fiscal, y su efecto sobre los bienes transables finales se contrarresta con la baja de los costos laborales. Así, la inversión extranjera y el predominio de la minería se conseguirían con el mantenimiento de las actividades de bienes transables industriales y agrícolas y la ampliación del empleo formal.
Nada de esto es cierto. Se repetiría la experiencia de los últimos veinte años. La entrada de la inversión extranjera provocaría una revaluación que no se moderaría con la política fiscal ni se contrarrestaría por la flexibilidad laboral. El resultado sería el desmonte de la industria y la agricultura, el predominio de la minería, el marchitamiento del empleo formal y la caída generalizada de salarios. Para completar, el deterioro de los ingresos laborales contraería el mercado interno y colapsaría los sistemas de salud y pensiones. El país entraría en una senda de bajo crecimiento sin empleo, reducción de la participación del trabajo en el PIB y deterioro de la distribución del ingreso.
Luego de los fracasos de los diagnósticos y teorías del FMI, sus recetas resultan al revés. Lo que se requiere es una política fiscal y monetaria activa, que le dé prioridad al empleo y la producción, y una política industrial que propicie el desarrollo de la actividades más complejas, frene la automatización, eleve los salarios y propicie el mercado interno.
Eduardo Sarmiento