AGUSTIN ANGARITA LEZAMA (*)
Debe quedar claro que no existe un concepto definitivo y único de democracia, sino que hay varios enfoques. Sin embargo, todos convergen en hablar de libertades y de justicia social, ya sea mediante la redistribución del ingreso, la caridad de los que acumulan, la acción estatal, la solidaridad social, etc. Quiere decir que una democracia sin justicia social y sin libertades no es democracia, a lo sumo, será una buena fachada, una mascarada para esconder el beneficio de pocos y la frustración y sufrimiento de muchos.
El DANE, que se caracteriza por cambiar los métodos de recolección de información cada vez que necesita mejorar un indicador, acaba de entregar cifras sobre la pobreza en Colombia. Llama la atención que la medida de la pobreza ya no sea objetiva, sino "subjetiva". Si una persona vive en una casucha construida en una invasión en una zona de riesgo, y desde allí lucha por sobrevivir con su familia mediante el rebusque como vendedor ambulante, si le preguntan si tiene casa propia, él dirá que sí, que la casita donde vive es de él; que si está buscando empleo, él dirá que no, que con lo que trabaja se medio gana el pan de cada día; y que si se siente más pobre que antes, cuando no tenía ni la covacha que hoy lo guarece, dirá que hoy se siente menos pobre. Y de esta manera el DANE demostrará que la pobreza "subjetiva" ha disminuido en el país. Atilio Boron, economista y académico argentino alerta sobre esta manera de abordar la medición de la pobreza. No es cierto que los datos sean un producto neutro, ni el límpido espejo donde se refleja la realidad social. El dato es el resultado de una concepción del mundo, de la teoría que la ilumina y de una metodología que lo construyó y le dio vida. Entonces, los datos no hablan por si solos, quien les da un lenguaje es el enfoque social que los creó. Dicho de otro modo, los datos dicen lo que el gobierno quiere que digan.
No obstante, sería bueno preguntarnos que tipo de democracia es la de nuestro país que mantiene a 20 millones en la pobreza, casi la mitad de la población, y a ocho millones de personas viviendo en la indigencia y la miseria, mientras los bancos e instituciones financieras reportan ganancias por decenas de billones de pesos cada semestre. Después de Brasil, somos el país con mayor desigualdad en Latinoamérica. Son las desigualdades y las injusticias las que generan la violencia.
Si se quiere un país menos violento y con paz, se necesita mejorar la realidad de pobreza y miseria, la realidad de injusticia y desigualdad, no las quimeras de las meras cifras y los fríos datos.
La libertad nace de la autonomía y de ellas la ciudadanía. Cuando una persona se asume a sí misma como capaz de determinar sus propias normas de conducta y comportamiento social, esa persona es autónoma. Pero para construir autonomía la pobreza y la miseria se convierten en un escollo. Peor si a la gente se le regala el pescado y no se la enseña a pescar. Así la gente se hace sumisa, pasiva, aguardando la mano caritativa que le de limosna. Este gobierno reparte limosnas a manos llenas. ¿O qué es lo que reciben mensualmente las personas que hacen parte de familias en acción o de familias guardabosques? Limosnas clientelistas que adocenan conciencias, que crean adscripciones personales pero nunca autonomías ni libertad. El clientelismo ayuda a los políticos a obtener lo que quieren. Mediante el clientelismo unos pobres alcanzan algunas cosas a las que tienen derecho y que por eso se sienten eternamente agradecidos. Pero el clientelismo destruye la libertad, rompe las autonomías, eterniza la pobreza, acrecienta la miseria y caricaturiza la democracia. Tenemos que luchar por democracia con oportunidades y justicia, no por más limosnas ni mejores datos.
*Director Observatorio de paz y derechos humanos
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