2025: el año en que el planeta cruzó umbrales climáticos que ya no permiten el autoengaño
El año 2025 marcó un punto de inflexión en la crisis climática, con incendios devastadores y una desigualdad exacerbada, superando el límite de 1,5 °C establecido en el Acuerdo de París
Los incendios han devastado este año grandes extensiones forestales. / Efe
Alejandro Sacristán/T21
epe.es/ Madrid 28 DIC 2025
2025 ha sido el año en que el planeta cruzó umbrales que ya no permiten el autoengaño. Incendios de sexta generación, desigualdad climática, centros de datos para la IA hambrientos de energía y una participación ciudadana convertida en decorado, revelan un sistema que prefiere arder antes que cambiar.
Habitamos un clima nuevo, llámale antropoceno, capitaloceno, caosceno, novaceno, o piroceno... llamadle como queráis. El momento del barranco fue cuando la temperatura media global superó claramente por primera vez el umbral de 1,5 °C de calentamiento que el Acuerdo de París prometía como un límite que no debería cruzarse: 2024.
En 2025 hace tan solo unos meses que los científicos confirmaban que estamos en territorio inexplorado, en una zona donde los modelos climático-meteorológicos se vuelven especulativos. Las anomalías de temperatura en el hemisferio norte se han vuelto a disparar este año y el promedio global sobre la referencia preindustrial no bajará de 1,5ºC, se pronunciaba hace unos días el meteorólogo experto en prevención de riesgos Peio Oria.
España asistía al verano de 2025 en medio de una pesadilla. Casi 400.000 hectáreas carbonizadas en pocos meses. Bosques que tardaron siglos en crecer, convertidos en ceniza en cuestión de días. Ocho vidas humanas extinguidas en los incendios. Pero estos números, tan desgarradores como son, apenas capturan la verdadera magnitud del desastre: según el Observatorio de Sostenibilidad desde 1961, el fuego ha recorrido 9,1 millones de hectáreas de territorio español. Es el testimonio de un fracaso sistémico de la gestión forestal de proporciones épicas.
El fuego que nos hizo y el olvido que nos quema
Lo paradójico es que el fuego fue lo que nos hizo humanos. Hace cientos de miles de años, cuando nuestros antepasados descubrieron cómo controlarlo, ganaron la posibilidad de cocinar, de calentar, de crear comunidades alrededor de la hoguera. El fuego permitió que nuestros cerebros crecieran, que surgiera el lenguaje, que emergiera la cultura.
Pero en algún momento nos desconectamos de esa relación. Ocho de cada diez incendios forestales en España son provocados, según los datos históricos oficiales. Algunos deliberadamente, otros por negligencia. Detrás de estos números está la historia real: el abandono rural acelerado, la desaparición de las políticas forestales inteligentes, la sustitución de bosques diversos por monocultivos de eucalipto -un árbol que literalmente quema el paisaje-. Y por debajo de todo ello, pulsando como una fiebre: la emergencia climática global que crea condiciones meteorológicas extremas, sequías intensas, estrés hídrico en los árboles, incendios de sexta generación.
El resultado son megaincendios convectivos de tal velocidad e intensidad que escapan de la capacidad humana de extinción. Incendios que no solo destruyen madera, sino que erosionan suelos fértiles acumulados durante milenios, contaminan acuíferos, alteran ciclos de agua.
La desigualdad se quema diferente
Lo que menos se habla cuando arden las ciudades es quién sufre más. La respuesta es brutal: la población más vulnerable. El 70% de los españoles viven en zonas donde la temperatura ha subido al menos 1,5 °C desde 1960. Y de esos municipios afectados por incrementos térmicos superiores a 1,5 °C, el 58% tiene rentas por debajo de la media nacional. Es decir, la pobreza y el calor extremo van de la mano. Esto viene reflejado en el informe de Intermón-Oxfam sobre desigualdad de 2025.
Las olas de calor se han quintuplicado en las últimas décadas. Las sequías se duplicaron a nivel nacional y se triplicaron en el sur. Los que menos recursos tienen para adaptarse: los que no pueden permitirse aire acondicionado, los que viven en casas mal aisladas, los ancianos sin red de apoyo familiar son exactamente los que cargan el mayor peso de esta crisis.
La desigualdad climática no es un problema teórico. Es la explicación de por qué el cambio climático mata más a los pobres. Es la razón por la que eventos meteorológicos idénticos tienen consecuencias radicalmente distintas según el barrio, la provincia, el nivel de ingresos.
La contradicción digital
Mientras España se convierte en un horno, el país se apresta a duplicar su consumo energético para una industria que apenas existía hace una década: los centros de datos. Es la situación geoestratégica clave de España para el desarrollo de la inteligencia artificial en el hemisferio norte. En dos años, la potencia instalada de data centers en España se sextuplicó hasta alcanzar 600 megavatios. Las previsiones son multiplicar por diez esa capacidad en los próximos siete años.
Según el doctor en ecología Fernando Prieto “La inteligencia artificial consume energía de forma exponencial. Y porque España se ha vendido como el hub perfecto: energía renovable "abundante" (que se acabará generando de noche con gas), cables submarinos, suelo barato, y administraciones que aceleran trámites mediante figuras como los Proyectos de Singular Interés”. Construid lo que queráis, rápido, sin planificación, romped cosas.
La farsa de la participación: las promesas que no se cumplieron
En 2022, España realizó su primera Asamblea Ciudadana sobre el Clima. Cien personas elegidas por sorteo estratigráfico, seis sesiones, emergió un consenso de sentido común encapsulado en 172 recomendaciones. Fueron presentadas al presidente del gobierno y en diferentes parlamentos en España. Era esperanzador.
Tres años después, el balance es desolador. El 10% de esas recomendaciones está en "claro retroceso". El 42% no ha tenido "ningún avance". Otro 42% tiene "algunos avances puntuales" sin transformación real. Solo un 4% ha visto "avances relevantes" y un mísero 1% está "en fase de cumplimiento", según el largo informe realizado por el Observatorio de Sostenibilidad. Las recomendaciones sobre transición agroecológica, reducción de pesticidas, acceso a alimentos ecosostenibles, revitalización rural, prevención de incendios forestales, todas están en retroceso o estancadas.
Esto es lo que Fernando Valladares, investigador del CSIC, llama "hipocresía organizada" una práctica simulada de participación ciudadana carente de impacto real, un "citizen greenwashing" que ilusiona temporalmente, pero que deja intactas las estructuras de poder. Las asambleas ciudadanas pueden tener conclusiones sensatas, pero si no se transforman en leyes, presupuestos y fiscalidad, no son nada más que teatro político.
La COP30: un mundo que llegó dividido a Brasil y se fue a casa resignado a lo peor
La Conferencia de las Partes, la COP30 fue un fracaso hipócrita, ni siquiera se mencionó el petróleo en su informe final, hablamos de clima en las conferencias mientras expandimos la extracción de fósiles en realidad. “La ciencia hace tiempo que terminó su trabajo”, según Valladares, “los informes del IPCC son exhaustivos y repetitivos en sus hallazgos. El problema ahora es social, político, económico”. Y ahí es donde la humanidad está perdiendo.
El objetivo de 1,5 °C ya lo cruzamos. El objetivo de 2 °C puede romperse en cinco años o menos si continúan las tendencias. De 34 indicadores clave del sistema Tierra, 22 están en crisis. Hemos traspasado siete de los nueve límites planetarios.
Entre los impactos del cambio climático ignorados ampliamente está la Corriente Atlántica de Circulación Meridional (AMOC), la que templa Europa en los inviernos. Los expertos ya no debaten si se detendrá. Debaten cuándo. Las consecuencias serían catastróficas: inviernos mucho más duros, disrupciones en los ciclos de agua, hambre en regiones templadas, zonas del norte de Europa inhabitables.
Islandia, a nivel gobierno, ya ha declarado un estado de alerta a nivel de seguridad nacional ante el posible colapso de la AMOC. La crisis climática como problema de defensa nacional, de seguridad humana fundamental.
El tecnofeudalismo: la trampa digital de Silicon Valley para la democracia y el clima
Mientras el planeta se quema, una nueva amenaza crece en la sombra: el control corporativo de las infraestructuras digitales. Elon Musk, Mark Zuckerberg, Jeff Bezos, Peter Thiel son parte de los "metabarones" tecnológicos que moldean silenciosamente las estructuras de poder global. Ideólogos megamillonarios como Peter Thiel llevan años declarando que la libertad económica y la democracia no son compatibles.
El concepto de tecnofeudalismo describe una realidad incómoda: la digitalización ha creado nuevos monopolios radicales donde la sociedad completa depende de infraestructuras controladas por capitales privados autoritarios respaldados por estados expansivos o simplemente dictaduras. Las plataformas digitales -Google, Meta, X, Amazon, TikTok- no son simplemente empresas muy grandes. Son arquitecturas del control donde los algoritmos deciden qué información ve cada persona, creando "burbujas cognitivas" que fragmentan la capacidad colectiva de actuar. Y son ávidas de energía, fósil, nuclear, renovable, en la tierra, el mar o el espacio.
Los puntos de no retorno: cuando el tiempo se contrae
La teoría de sistemas complejos habla de "puntos de inflexión", el momento en el que un sistema deja de funcionar como antes, donde cambios aparentemente pequeños generan transformaciones irreversibles. El fuego que ardía en la frontera bosque-sabana durante milenios, manteniéndolas en equilibrio, se convierte en megaincendio convectivo. El cambio no es lineal; es catastrófico.
Pero hay algo más en la teoría de sistemas: también existen puntos de inflexión positivos. Pequeñas acciones conectadas, aunque parezcan insignificantes, pueden activar cambios relevantes en políticas y estructuras. Movimientos de ciudadanía en Francia, Estados Unidos, Valencia muestran que la presión social puede reorientar dinámicas como han afirmado los científicos Fernando Valladares, Fernando Prieto o la doctora en ciencias sociales Agnes Delage, entre otros.
El balance es pesimista. La política continúa acomodándose a la economía cuando debería ser lo inverso. Las instituciones que debieran proteger a la población están capturadas por intereses que se benefician del statu quo fósil. La participación ciudadana es ninguneada. El sistema climático cruza umbrales irrevocables.
Se necesita recuperación de autonomía ciudadana real e instituciones y empresas que se adapten a los límites biofísicos y hagan florecer a sus sociedades en economías del bienestar común. Es aceptar, como dice Fernando Valladares, que "las políticas deben ajustarse a la realidad climática, no al revés". Los puntos de inflexión sociales positivos existen. Requieren asumir el diagnóstico científico y ciudadano.
2025 será recordado como el año en que la realidad climática fue demasiado brutal para ignorarse. Cuando la crisis es suficientemente severa los sistemas pueden reorientarse o cambiarse. El tiempo dirá, el poco tiempo que queda.
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