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SEIS OPERACIONES DE FALSA BANDERA QUE CAMBIARON EL RUMBO DE LA HISTORIA

Detrás de cada falso pretexto invocado para iniciar una guerra o azuzar un conflicto interno, siempre pueden identificarse objetivos políticos.

Imagen referencial.Imagen creada por inteligencia artificial

Zhandra Flores
actualidad.rt.com 12 oct 2025
  1. Incidnte del USS Maine (1898) Perpetrador EE.UU. Inició la guerra Hispano-estadounidense
  2. Incidente de Gleiwitz (1939) Perpetrador Alemania Nazi Inició la II Guerra Mundial en Europa
  3. Operación Mangosta (Década de 1960) Perpetrador EE.UU Intentos sucesivos de derrocar al Gobierno Revolucionario de Fidel Castro en Cuba.
  4. "Pozos de la Muerte"  Perpetrador Oposición rumana y medios de comunicación. Caída del régimen de Ceausescu
  5. Armas de destrucción masiva en Irak (2003) Perpetradores EE.UU, Reino Unido y la OTAN. Invasión a Irak y caída de Saddam Hussein.
  6. Incidente del Golfo de Tonkin (1964) Perpetrador EE:UU Entrada de Estados Unidos a la Guerra de Vietnam
"La guerra es la continuación de la política por otros medios", proclamaba en el siglo XIX el famoso estratega prusiano Carl von Clausewitz. La frase ha quedado para la posteridad y, despojada de simplismos, apunta hacia un asunto esencial: la guerra es un acto político.

De allí es fácil colegir que aunque los motivos de las confrontaciones bélicas pueden ser muy variados y gozar de mayor o menor legitimidad ante la opinión pública y el derecho internacional, detrás de toda guerra hay propósitos ulteriores en los que no solo se juega el control de un territorio sino –y acaso fundamentalmente– la consecución de objetivos en el marco de relaciones de poder entre naciones.

Por ello, la procura de una causa para iniciar una avanzada militar sobre un territorio ajeno emerge como opción políticamente válida para reforzar dominios, demostrar fuerza, poder económico o todas esas cosas juntas, como bien lo supo aprender en las postrimerías del siglo XIX la naciente potencia estadounidense y luego habrían de imitar otras.

Desde entonces, la humanidad ha asistido a la puesta en escena de las llamadas operaciones de falsa bandera. En pocas palabras, según definiciones ampliamente aceptadas, se trata de "una acción hostil orquestada de tal manera que sus autores no parezcan los responsables de ella", con la finalidad de "atribuir a otras personas la autoría de la agresión" e iniciar así un conflicto u obtener réditos políticos.

Algunas operaciones de falsa bandera.RT

Aunque por lo general el objetivo de una operación de esa naturaleza es provocar una reyerta armada, no es el único posible. El segundo, más ambiguo y flexible, posibilita otro tipo de acciones, como las dirigidas a cambiar regímenes políticos que resultan incómodos o marchan a contravía de las dinámicas de poder en un determinado tiempo histórico.

Hacer una lista exhaustiva de todas las operaciones de falsa bandera que han tenido lugar desde finales del siglo XIX resulta una empresa acaso innecesaria, si se considera que muchas de ellas han trocado en enormes fracasos. En su lugar, conviene poner atención en aquellas que, por sus circunstancias específicas, cambiaron el curso de la historia.

Un barco hundido, el fin de un imperio y el nacimiento de otro

El 15 de febrero de 1898 estalló en llamas el acorazado estadounidense 'Maine'. El buque estaba fondeado desde días atrás en la bahía de La Habana, Cuba, en el contexto de lo que Washington definió como una "visita amistosa" a una de las dos posesiones coloniales que mantenía España en el mar Caribe.

El incidente causó el deceso de 266 marineros y fue usado por la prensa estadounidense, capitaneada por el magnate William Randolph Hearst, para acusar a Madrid de haber volado la embarcación con una mina submarina. Aunque no se presentó una sola prueba que permitiera corroborar esa versión y aún hay controversias con respecto a la causa de la explosión, el evento sirvió de pretexto para iniciar la llamada Guerra Hispano-Estadounidense en abril de ese mismo año.

El USS Maine.Wikimedia / National Museum of the U.S. Navy

La naciente potencia norteamericana se impuso por las armas al debilitado imperio español, que perdió Cuba y Puerto Rico, además de las Filipinas y Guam. La mayor de las antillas quedó bajo control directo estadounidense, mientras que los restantes territorios se incorporaron de facto a las posesiones de la Casa Blanca. Además, aprovechando su dominio sobre el suelo cubano, Washington se aseguró la concesión a perpetuidad de la base de Guantánamo, un enclave que décadas más tarde le resultaría esencial.

Si se hila más finamente, esa contienda coincide con la consolidación del territorio continental estadounidense, producto de su expansión hacia el oeste y de la obtención de más de 50 % del territorio mexicano tras el fin de la guerra mexicoestadounidense, cuyo origen declarado fue una disputa fronteriza. También, en esa misma época –y tras librar una guerra civil–, la nación comenzó a industrializarse y a crecer económicamente.

El incidente del 'Maine' fue la primera demostración de los métodos del imperialismo estadounidense y sentó pauta de lo que habría de venir para la región en las décadas siguientes. Así, de la mano de la doctrina del 'destino manifiesto' y del 'Corolario Roosevelt', a principios del siglo XX, la Casa Blanca intervino militarmente en Haití, Nicaragua y República Dominicana bajo diversos alegatos. Estas operaciones le permitieron afianzar su hegemonía hemisférica y evitar que los vacíos dejados por los españoles fueran llenados por otras potencias europeas.

En pos del 'espacio vital'

En 1939, la Alemania nazi era ya tenida como un enemigo de cuidado. Empero, aunque había signos evidentes de sus deseos de expansión territorial y la obtención del "espacio vital" –'lebensraum'– para un imperio que debía durar 1.000 años, aún a condición del desplazamiento o sojuzgamiento de la población local, las potencias occidentales apostaron por una política de apaciguamiento.

El III Reich, deseoso de mostrar el poderío de su máquina de guerra a sus adversarios, apostó por la fabricación de un 'casus belli' que justificara una agresión militar a Polonia, para enmascarar una simple anexión como lo había hecho al apoderarse del territorio de Checoslovaquia en septiembre de 1938.

Adolf Hitler.Hulton-Deutsch Collection / Corbis

De esta manera, el 31 de agosto de 1939, tropas de las 'Schutzstaffel' (SS), bajo las órdenes directas del para entonces director de la Gestapo, Reinhard Heydrich, se disfrazaron con uniformes polacos y asaltaron la estación de radio alemana en Gleiwitz. Allí transmitieron un mensaje de repudio a los alemanes, en idioma polaco, y sembraron un cadáver al que disfrazaron de soldado polaco, para hacer parecer que era una víctima derivada de un enfrentamiento que jamás tuvo lugar.

Al día siguiente, Adolf Hitler declaró ante el Reichstag (Parlamento) que Varsovia había atacado territorio alemán: "Desde las 5:45 de la madrugada se está devolviendo el fuego", dijo entonces. El evento, presentado propagandísticamente como una agresión inmotivada, sirvió de ariete para la invasión de Polonia bajo alegato de legítima defensa. Inició con ello la II Guerra Mundial en Europa.

Las consecuencias de este sangriento conflicto son ampliamente conocidas. Aunque las estimaciones varían, el número mínimo de víctimas se ha cifrado en 50 millones de personas, con la Unión Soviética como mayor víctima colectiva. También está suficientemente establecido que judíos, gitanos, comunistas, antifascistas y otros grupos a los que los nazis consideraban inferiores o impuros fueron perseguidos y asesinados incluso desde antes que comenzara formalmente la guerra.

Imagen ilustrativa.

Desde el punto de vista político, tras el fin de la contienda –en la que fue determinante el papel del Ejército soviético–, el mapa europeo se reconfiguró y el mundo entró en una nueva dinámica de poder entre el bloque capitalista y el bloque comunista, que se extendió por casi 50 años.

El ataque que no fue

En 1964, EE.UU. reflotó la utilización de operaciones de falsa bandera para incursionar en la Guerra de Vietnam. Aunque el conflicto ya estaba en curso y Washington apoyaba económica, diplomática, política y militarmente al Vietnam del Sur capitalista, era claro que las fuerzas del Norte comunista avanzaban y podrían hacerse con la victoria, con el apoyo de China y la Unión Soviética.

No obstante, el momento político global no era propicio para emprender intervenciones militares unilaterales. Consciente de esto, la administración de Lyndon Johnson se valió de lo que la historiografía recoge como el 'incidente del golfo de Tonkín' para participar directamente en el conflicto.

En detalle, las autoridades estadounidenses acusaron a Hanói y a su Ejército Popular de Liberación de atacar a barcos estadounidenses, para así justificar el ingreso de la potencia norteamericana en la guerra.

Lyndon Johnson, presidente de EE.UU. entre 1963 y 1969.Gettyimages.ru

Aunque es cierto que hubo un primer enfrentamiento armado el 2 de agosto de 1964 entre el destructor USS Maddox y lanchas torpederas norvietnamitas, Washington simuló un segundo ataque el 4 de agosto de 1964. Entonces, los acorazados Maddox y Turner Joy aseguraron que habían sido objeto de un ataque norvietnamita.

Documentos desclasificados en 2005 por la Agencia de Seguridad Nacional de EE.UU. (NSA) dejaron claramente establecido que los informes se habían manipulado deliberadamente y que los agentes a cargo de estas operaciones muy posiblemente sabían que el segundo ataque era una fabricación. Pese a ello, siguieron adelante y pretextaron posteriormente fallos de inteligencia.

En tiempos de la Guerra Fría, el control territorial y la ampliación de áreas de influencia allende su propia zona representaba para EE.UU. y la Unión Soviética una cuestión vital. Esta fue –y no otra– la causa real tras la implicación estadounidense en una conflagración que se desarrollaba muy lejos de sus fronteras: frenar en el sudeste asiático la influencia de Moscú y Pekín e imposibilitar su cooperación estratégica.

Aunque Washington logró sacar partido del conflicto sinosoviético, en Vietnam no pudo anotarse ningún tanto: fue derrotado política y militarmente de forma aplastante. En su propio país, la guerra era percibida como un sinsentido que derivó en enormes manifestaciones antibélicas; extramuros, la resistencia vietnamita se erigió como paradigma de las luchas de los pueblos por su liberación, aun frente a un enemigo con un ejército más poderoso.

Salida apresurada de tropas estadounidenses de Saigón, Vietnam, abril de 1975.Dirck Halstead / Gettyimages.ru

En el terreno bélico, los daños fueron muy duraderos. Si bien las fuerzas comunistas triunfaron, ello fue a condición de la muerte de millones de vietnamitas, laosianos y camboyanos, y del bombardeo intensivo de los campos con napalm y minas antipersona.

Las armas que no existían

En data reciente, la operación de falsa bandera más relevante fue la afirmación de que en Irak había armas de destrucción masiva que potencialmente serían usadas contra los países vecinos y contra los propios iraquíes, lo que devino en argumento para que en 2003, EE.UU. y una coalición internacional en la que participaron el Reino Unido y otros países de la OTAN invadiera militarmente el país árabe, derrocara a Saddam Hussein y desatara una guerra cuyas consecuencias aún se palpan.

Esta operación no se entiende sin considerar el contexto geopolítico reinante para la época.

La caída del Bloque del Este y el fin de la Unión Soviética supusieron el fin del llamado mundo bipolar y el ascenso de EE.UU. como potencia hegemónica. Ante la imposibilidad de hacerle frente, la mayor parte de los gobiernos y países procuraron mantener las aguas tranquilas con la Casa Blanca, pues su poder militar lucía incontestable.

No obstante, había excepciones en todo el orbe. Una de ellas estaba en Irak, gobernado por Saddam Hussein. Otrora aliado de Washington y líder de una guerra contra Irán que se prolongó por ocho años, el lazo se rompió tras la ocupación de Kuwait por Bagdad en 1990, hecho que dio lugar a la Guerra del Golfo (agosto de 1990-febrero de 1991) y devino en la derrota militar de Hussein –aunque no en su desplazamiento político– y la imposición de un severo régimen de sanciones dictado por el Consejo de Seguridad de la ONU.

El expresidente iraquí Saddam Hussein en la década de 1990.Jacques Pavlovsky / Sygma / Gettyimages.ru

Para 2002, el EE.UU. de George W. Bush había declarado la "guerra contra el terror", cuyo primer blanco fue Afganistán y, acto seguido, la proclamación del llamado "Eje del Mal", del cual harían parte Irán, la República Popular Democrática de Corea y el mismo Irak.

El 5 de febrero de 2003, el entonces secretario de Estado de EE.UU., Collin Powell, se dirigió al Consejo de Seguridad de la ONU: "Los hechos y el comportamiento de Irak demuestran que Saddam Hussein y su Gobierno ocultan sus esfuerzos por producir más armas de destrucción masiva. Saddam Hussein tiene armas químicas, Saddam Hussein ha utilizado esas armas y Saddam Hussein no tiene reparos en volver a utilizarlas contra sus vecinos y contra su propio pueblo. Y tenemos fuentes que nos dicen que, recientemente, ha autorizado a sus comandantes de campo a utilizarlas. No daría las órdenes si no tuviera las armas o la intención de utilizarlas", sostuvo Powell.

Más pronto que tarde, las afirmaciones estadounidenses se demostraron decididamente falsas. En septiembre de 2004, Powell tuvo que comparecer ante el Comité de Asuntos Gubernamentales del Senado para rendir cuentas sobre lo que aseverara en su discurso de la ONU. Admitió que era "improbable" que se hallaran arsenales bélicos químicos o biológicos en Irak y descargó la responsabilidad de los falsos reportes en la comunidad de inteligencia.

El exsecretario de Estado estadounidense Colin Powell.Rick Maiman / Sygma / Gettyimages.ru

En 2006, un informe entregado por la Agencia Central de Inteligencia (CIA) al Senado de EE.UU. dejó sin soporte la acusación de los nexos de Hussein con Al Qaeda. Además, se recalcó que en 2003, Bush y otros altos miembros de su gestión estaban al tanto de esa información.

Años más tarde, el Gobierno de Reino Unido elaboró un detallado informe en el que se concluyó que los reportes de inteligencia presentados por Powell ante la ONU carecían de la certeza que se les atribuyó y que no se agotaron las vías diplomáticas y de resolución pacífica de controversias antes de decidir arremeter militarmente contra una nación soberana.

La invasión, que se inició el 20 de marzo de 2003, se tradujo en la caída de Saddam Hussein y dejó un saldo de entre 275.000 y 306.000 muertos, millares de heridos, millones de desplazados, inestabilidad política, fragmentación territorial parcial y un ascenso del extremismo islámico. El motivo real de la acción militar fue el control de las vastas reservas petroleras iraquíes, como se avino a confesar en 2007 Alan Greenspan, expresidente de la Reserva Federal durante una parte del Gobierno de George W. Bush.

No siempre es la guerra

La fabricación de falsas especies no siempre persigue fines bélicos. En ocasiones, el propósito es justamente evitar un conflicto abierto con un país considerado como hostil, mediante un cambio de Gobierno.

En esta lógica se inscribe la 'Operación Mangosta', puesta en marcha por el Gobierno de John F. Kennedy en 1961 para derrocar al Gobierno revolucionario de Cuba tras el fracaso de la incursión en Bahía de Cochinos. A estos efectos, la CIA perpetró un conjunto de ataques terroristas contra civiles y sabotajes contra actividades económicas en la isla.

Fidel Castro (i) y John F. Kennedy.Bettmann / David Hume Kennerly / Gettyimages.ru

En el interín se instrumentó otra operación subsidiaria, la 'Northwoods', propuesta por el Estado Mayor Conjunto en 1962, que incluía ataques terroristas en suelo estadounidense, hundir barcos con refugiados cubanos, simular el derribo de una aeronave o embarcación estadounidense y un ataque a la base de Guantánamo, todo ello en interés de culpar a La Habana y ofrecerle a EE.UU. una excusa verosímil para atacar militarmente la isla. Kennedy no dio el visto bueno por razones no esclarecidas, pero se especula que la causa última fue evitar un enfrentamiento directo con la Unión Soviética.

Asimismo, hay evidencia suficiente de que los planes para asesinar a Fidel Castro se prolongaron durante décadas. Hasta el presente se extienden las acciones para procurar un cambio de Gobierno en la nación caribeña por medio del financiamiento a la oposición, el arreciamiento del bloqueo económico impuesto desde la era Kennedy, presiones diplomáticas y políticas, y la difusión de noticias falsas. Pese a ello, Washington sigue sin tener éxito en esta materia.

En tierras distantes, Rumania, las cosas fueron distintas. Allí no fue un solamente un Estado foráneo quien puso en marcha operaciones de falsa bandera para justificar un cambio de régimen, sino la oposición local. A finales de 1989, cuando el Gobierno de Nicolae Ceaușescu atravesaba una fuerte crisis de legitimidad tras la caída del muro de Berlín, sus adversarios políticos fabricaron la existencia de "pozos de la muerte" en la localidad de Timișoara.

A tales efectos, la televisión estatal, controlada ya por los disidentes anticomunistas, mostró imágenes de fosas comunes en las que aparentemente yacían cuerpos mutilados de personas que supuestamente habían sido asesinadas por la Securitat, la policía política secreta de Ceaușescu, en Timișoara.

Nicolae y Elena Ceaușescu frente al pelotón de fusilamiento. Târgoviște, Rumania, diciembre de 1989.API / Gamma-Rapho / Gettyimages.ru

Este evento, aunado al descontento popular, fue un catalizador decisivo para lo que luego hubo de conocerse como 'Revolución rumana', que derivó en el fin del sistema político comunista, el asesinato de unas 1.000 personas en circunstancias diversas y la ejecución televisada de Ceaușescu y de su esposa Elena bajo cargos de genocidio, daños a la economía del país y aplicación ilegítima de la fuerza militar contra el pueblo rumano.

Investigaciones posteriores demostraron que se trató de una mentira mediática, para cuya fabricación se apeló a imágenes manipuladas y a cuerpos desenterrados de cementerios, correspondientes a personas que habían fallecido por causas naturales, al tiempo que se exageró deliberadamente el número de posibles víctimas.

El fraude como tal recibió escasa atención, toda vez que existían motivos reales y verificables para cuestionar el Gobierno de Ceaușescu y desear su fin, no solo desde el Occidente fortalecido por el debilitamiento del Bloque del Este. Sin embargo, esta operación de falsa bandera dejó abierta otra inquietante posibilidad: es válido mentir, siempre que los objetivos políticos o geopolíticos resulten admisibles para el poder dominante.

Esa opción revolotea inquietantemente en el presente. Ahora, EE.UU. acusa a Venezuela de ser un foco principal en el tránsito internacional de drogas hacia su territorio —pese a que los informes de organismos especializados recogen lo opuesto—, y afirma sin pruebas que su presidente, Nicolás Maduro, lidera un cártel de narcotráfico.

Esto ha servido de marco justificatorio para que Washington despliegue bombarderos, misiles, cazas y un submarino nuclear cerca de las costas venezolanas, tras lo cual ha volado con ataques a larga distancia al menos a cinco embarcaciones pequeñas, a las que tachó de "narcolanchas".

Desde Caracas niegan todas las acusaciones y sindican a la Casa Blanca de esgrimir un pretexto falso para conseguir un cambio de Gobierno, cuyo objetivo terminal sería apoderarse de los múltiples recursos energéticos y naturales del país bolivariano, para lo que ya habría iniciado una "guerra multiforme". Sin que sea posible asegurar nada, los antecedentes históricos son suficientemente elocuentes como para no descartar una agresión estadounidense en suelo venezolano.

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