Paleontología
Un viaje al pasado exhibe la convivencia de antiguos parientes humanos en el corazón de África
Cráneos de Australopithecus recuperados de las cuevas de Sterkfontein / Jason Heaton/Ronald Clarke/Museo de Historia Natural Ditsong.
Redacción T21
Madrid 27 JUL 2025
La Cuna de la Humanidad nunca estuvo vacía ni reservada a una única estirpe. Las cuevas de Sterkfontein guardan el secreto de un pasado en el que Homo erectus, Paranthropus robustus y Australopithecus coexistieron y compitieron, reescribiendo lo que creíamos saber sobre el origen humano.
Durante mucho tiempo, la imagen popular de la evolución humana giró en torno a un único linaje progresivo y solitario. Sin embargo, nuevos análisis científicos han reconstruido una escena mucho más compleja.
Un artículo publicado en la revista Science narra el proceso acumulativo de descubrimientos y estudios que permiten afirmar que, hace unos dos millones de años, hasta tres especies humanas coincidieron en un mismo rincón de Sudáfrica: el famoso valle de Sterkfontein, conocido como la “Cuna de la Humanidad”.
Gracias a décadas de hallazgos fósiles y avances en técnicas de datación, sabemos que la convivencia de estos parientes humanos en un espacio y tiempo tan reducido es un episodio crucial que reescribe nuestro árbol evolutivo.
El proceso científico
Los protagonistas de este encuentro son Homo erectus, Paranthropus robustus y Australopithecus (probablemente Australopithecus sediba). Hasta no hace mucho tiempo, se creía que las especies humanas se sucedían unas a otras, reemplazándose en una especie de carrera lineal. Sin embargo, el minucioso estudio de fósiles hallados en las cuevas del sistema de Drimolen revela que estos tres grupos compartieron el territorio durante al menos varias decenas de miles de años, coexistiendo en la misma zona e, incluso, posiblemente interactuando de maneras aún desconocidas.
Este escenario presenta un paisaje primitivo en el que seres con diferentes capacidades, formas y estrategias de supervivencia cohabitaban: algunos más adaptados a mascar vegetales duros, otros más versátiles en su dieta y hábiles fabricando herramientas primitivas. El estudio detalla cómo el análisis combinado de dataciones y morfología fósil permitió determinar que estos restos no eran producto de capas geológicas mezcladas, sino prueba fehaciente de contemporaneidad.
¿Rivales o compañeros?
La gran pregunta es: ¿qué tipo de relación mantenían estas especies? ¿Fueron rivales, evitándose y compitiendo por los mismos recursos? ¿O quizás existieron contactos más cercanos, tal vez de mera coexistencia pacífica o hasta de intercambio de tecnología o alimento? Por ahora, la respuesta es esquiva: el registro fósil no deja claro si hubo enfrentamientos directos ni si compartían cuevas, aunque las investigaciones sugieren que, por lo menos, compartieron los alrededores y las mismas fuentes de agua y alimento.
Había claras diferencias entre estos homínidos: Homo erectus era más alto y tenía un cerebro más grande, una mandíbula menos robusta y una probable capacidad para fabricar herramientas más sofisticadas. Paranthropus robustus, en contraste, lucía una poderosa mandíbula y grandes dientes, diseñados para procesar dieta vegetal fibrosa. Australopithecus, por su parte, presentaba una estatura menor y rasgos intermedios entre los simios y los humanos modernos.
Una instantánea evolutiva
El relato que emerge de este proceso es el de una “sabana experimental” de la evolución, donde diferentes caminos anatómicos y conductuales fueron puestos a prueba simultáneamente por la naturaleza. Si bien Homo erectus sería, al final, el grupo que dejaría huella más profunda y duradera viajando incluso por fuera de África, los otros coexistieron el tiempo suficiente como para modelar parte de la dieta, el comportamiento y quizás incluso la genética de los futuros humanos.
Muy posiblemente esta convivencia e interacción fue una característica común durante toda la evolución humana, según apuntan los autores del estudio. Cada nueva evidencia refuerza la idea de un linaje marcado por ramificaciones, cruzamientos ocasionales, competencia y, quién sabe, tal vez hasta cooperación.
Fin de un mito
Esta reconstrucción del pasado con esta nueva perspectiva rompe con el mito de la “especie elegida y solitaria”, reafirmando que la supervivencia humana fue una excepción dentro de un mosaico de posibilidades biológicas. Este panorama de diversidad humana antigua nos llega en un momento histórico en que también valoramos más que nunca la diversidad cultural y biológica.
Los hallazgos de Sterkfontein no solo nos hablan del pasado, sino que también nos invitan a reflexionar sobre la convivencia y la interacción con quienes son diferentes en el presente, recordándonos que incluso hoy las barreras culturales persisten entre los distintos grupos de Homo sapiens.
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