Se ocultan, manipulan, infiltran, intoxican. Actúan como agentes de sabotaje de toda comunidad basada en la confianza
Chismes y Leyendas de Enemigos
¿Cuántas calumnias o chismes antecedieron a la cicuta de Sócrates? Suele ser que los enemigos, y todas sus gradientes, producen “leyendas”, tan fantasiosamente retorcidas y literarias que merecerían ser recogidas en uno o varios tomos
de la “literatura del odio”.
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Reflexión de Fernando Buen Abad sobre la calumnia como arma política y cultural, la difamación como violencia simbólica, y la urgencia de una ética del pensamiento crítico frente a la industria del odio.

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Podría ser un “boom” como el latinoamericano. Entre los muchos niveles en la ingeniería del odio, hay pasadizos lenguaraces ricos en serpientes y escaleras. Por ahí circula todo género de malas interpretaciones y distorsiones, a veces ayudadas con chismes colaborativos cultivados por una o varias “literaturas” del odio práctico. Sospechas, deudas y dudas, celos, revanchas, envidias y los “siete pecados capitales” licuados con saña descalificadora, muy socorrida cuando se trata de obstaculizar o arrebatarle algo a alguien: chamba, prestigio, pareja o amistades. Algunos acuden a la brujería con oraciones macabras. Mercado de Sonora dixit. No hay razón para que la Filosofía se niegue a la realidad.
Sócrates fue condenado por “corromper a la juventud”, pero su crimen real fue pensar sin servidumbre. Spinoza fue excomulgado, Marx fue ridiculizado, Rosa Luxemburgo fue calumniada hasta después de muerta. Los nazis fueron maestros de la calumnia. ¿Qué une a estos casos? El pensamiento crítico incomoda y lo único que se les ocurre es la difamación. En un mundo donde se calumnia para ganar posiciones y se traiciona para evitar consecuencias, necesitamos de la verdad como proceso, la del juicio como tarea rigurosa, la del compromiso como forma de vida. Y sin confianza, sin verdad, sin diálogo, no hay comunidad, ni política. Calumniar es asesinar sin armas. Pensar y denunciar es resistir.
Es muy dinámico y nutrido en flujo de las leyendas. Forma y deforma redes muy complejas en los entresijos de no pocas bajezas que rápidamente intoxica zonas muy próximas a la vida de las víctimas y sus periferias familiares o laborales. Se trata de una eficiencia comunicacional que no tiene límites de tiempo ni distancia. Que suele hacerse colaborativa en tiempo y forma, en calidad y cantidad. Toda la gente chismosa con, experiencia probada, lo sabe muy bien y lo finge mejor. No es falso que existen mil cosas turbias, tráfico de influencias y componendas, pero nada de eso se resuelve, atenúa o denuncia entre dimes y diretes “sotto voce”.
Vidas enteras pueden quedar calcinadas por el fuego literario en las leyendas del odio. Son un infierno tortuosísimo para quienes caen en desgracia. El daño puede ser letal. Hay quienes han hecho de este oficio, un negocio multifacético y multimillonario. Han sacado jugo interpersonal y desembozado en noticieros, editoriales y películas. Han perfeccionado el género y tienen ya cofradías muy temidas con referentes de fama nacional y mundial. Ahora esta de moda la calumnia de base pedófila y narco. Incluso mezcladas. Son marejadas de estulticia. Ahogan toda confianza en lo colectivo, paralizan y desmoralizan. Hacen el juego a las peores perversiones burguesas basadas en convencernos de que todo está podrido, que todos somos parte de la suciedad capitalista y que nadie ni nada se salva de las cosas turbias, las conductas corruptas y la desfachatez hipócrita.
En la literatura de los que ensucian todo, cualquier mérito es amiguismo. Lo sobresaliente proviene de algún amasiato o acostón de borrachera. Las virtudes son casualidades, las cualidades no son para tanto y todo se reduce al dinero (real o ficticio) que siempre funge como el ingrediente que denigra todo. En un sistema económico corrupto como el capitalismo, donde se niegan sistemáticamente a transparentar el financiamiento de la política, y en general de todo en la vida, es muy útil usar el dinero como estigma que todo lo ensucia incluso los salarios dignamente ganados. Claro que las leyendas de los enemigos también tienen gradientes monetarias. Algunos venden a Cristo por 13 monedas, aunque otros, según sean sus miserias y odios, operan por “amor al arte”. Detrás de cada traidor hay un relato que sirve para esconder sus detritus o los de sucesores y conexos. Ha sido una preocupación de la Filosofía toda su historia.
Al grito de “miente, miente que algo queda” llegan a decir que semejante fábrica de falacias y caballadas es sustancial a la política. Confunden, rentablemente la grilla con la política para legitimar los “usos y costumbres” de las canalladas que tanto le reditúan a la ideología de la clase dominante en sus infiernos. Es efectivamente un problema cultural histórico que necesita denuncia argumentación semiótica de fondo. Reclama una revolución ética. Devolvernos la verdad que desnuda tráfico de influencias subjetivas y mercados de conveniencias sectarias.
Muchos de ellos presentan rasgos de narcisismo maligno, paranoia proyectiva o incluso rasgos sociopáticos: manipulan, mienten, y simulan empatía para alcanzar sus fines, mientras gozan secretamente con el deterioro ajeno. Les resulta intolerable el brillo de otras personas, la autoridad ética, el reconocimiento honesto. Por eso necesitan enlodar, contaminar, inventar sombras donde hay luz. La calumnia, en su caso, es un intento desesperado de restaurar un narcisismo herido por medio de la destrucción simbólica del otro. Algunos alimentan, con odio al éxito ajeno, su fábrica de calumnias.
Urge una convocatoria a la dignidad del pensamiento contra los intereses envenenados por la mentira. Una ética de la lucidez frente al veneno de lo innoble. Contra la violencia simbólica que no solo hiere a individuos, sino que corrompen el tejido que permite existir a la confianza. En los fabricantes de calumnias habita carácter psicopatológico que merece ser analizado con atención. Quien inventa mentiras para destruir la vida de otro revela una estructura subjetiva corroída por el resentimiento, la frustración y la necesidad enfermiza de ejercer poder a través del daño simbólico. No busca justicia ni verdad, busca venganza, protagonismo o dominio. Actúa con una mezcla de sadismo y cobardía, ya que hiere mientras esconde la mano que tira la piedra, jamás asume las consecuencias de su agresión. El otro no es visto como interlocutor, ni siquiera como adversario legítimo, sino como objeto a desacreditar, a reducir, a eliminar simbólicamente. Esto no sólo delata una pobreza ética, sino una patología del vínculo: el calumniador no sabe convivir sin atacar; su autoestima depende de la destrucción ajena.
A menudo, estos sujetos se escudan en discursos de “preocupación”, “advertencia” o “búsqueda de justicia”, con frases ambiguas, rumores sin prueba. Se ocultan, manipulan, infiltran, intoxican. Actúan como agentes de sabotaje de toda comunidad basada en la confianza. Quien calumnia exhibe gestos de superioridad moral dispuesta a destruir la dignidad humana, la verdad consensuada y la posibilidad de convivir en un mundo donde la crítica no sea sinónimo de destrucción. Rechacemos de manera categórica toda forma de calumnia, difamación, persecución y propagación de chismes, desde una ética comprometida con la verdad, la justicia y la construcción de comunidad. No toleremos más estas formas de violencia simbólica. Esas formas del fusilamiento y muerte social en público y en privado. Por ingeniosos que parezcan.
Fernando Buen Abad. Autor de esta publicación. Intelectual y escritor mexicano. Licenciado en Ciencias de la Comunicación, Master en Filosofía Política y Doctor en Filosofía.
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