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EL PRIMER DÍA DEL MUNDO DEL MAÑANA

El presidente Donald Trump ha reconocido públicamente que Estados Unidos y la OTAN han perdido la guerra... el conflicto no comenzó en 2022, como se ha insistido en la narrativa occidental, sino en 2014, con el golpe de Estado del Maidán
En evidencia el cinismo de dirigentes europeos como Merkel, Hollande y Poroshenko, quienes nunca tuvieron intención de aplicar los acuerdos de Minsk I y II y mientras hablaban de paz rearmaban al régimen de Zelenski


Se invirtieron más de 5.000 millones de dólares desde la USAID para orquestar el golpe de Estado del Maidán en 2014. 
Se nos intentó convencer de que la guerra ucraniana era una guerra justa contra el expansionismo ruso

Eduardo Luque
Geopolítica, 21 febrero, 2025 

La narrativa impulsada por Occidente en los últimos años, ha colapsado. Lo que en un principio se presentó como un enfrentamiento entre el bien y el mal, la democracia contra la tiranía, y la soberanía frente a una ocupación neoimperialista, ha resultado en una farsa sangrienta y en un fracaso estratégico para las élites occidentales.

Se nos intentó convencer de que la guerra ucraniana era una guerra justa contra el expansionismo ruso. En gran medida lo consiguieron, una parte nada desdeñable de la población compró ese relato. La derecha lo apoyó (era lo esperado); lo inesperado y que revela el nivel de desorganización de la izquierda existente, ha sido el apoyo al relato otanista y el apoyo acrítico de esta “izquierda verde” o “la autonodenominada anticapitalista”. En nuestro país, sin ir más lejos, las declaraciones de dirigentes de Sumar o el propio Pablo Iglesias desde sus redes han dado apoyo al régimen de Zelenski por oposición al malvado Putin. Su influencia, aunque decreciente, ha sido útil para proyectar hacia sectores progresistas un discurso coincidente con el atlantista limitando en buena medida la respuesta popular contra la guerra.

La desunida Unión Europea ha quedado retratada en estos días como el brazo político de la OTAN. Nos conduce, si los pueblos europeos no lo impiden, hacia escenarios de confrontación mientras los ejecutivos continentales en la mayoría de los países se afanan en recortar los servicios públicos para pagar las nuevas inversiones en “defensa”.

Todo lo expuesto está siendo revelado por el propio ejecutivo norteamericano. Los miles de millones de dólares destinados a la compra de periodistas (más de 6.200) de medios de difusión de todo tipo (más de 700 sólo en Europa…. cabeceras de diarios, ONGD…. nos sorprendieron tanto por su extensión como su amplitud. Gracias al propio trumpismo y sus deseos de controlar los recortes más íntimos de las agencias gubernamentales sabemos que se invirtieron más de 5.000 millones de dólares desde la USAID para orquestar el golpe de Estado del Maidán en 2014. También ha quedado en evidencia el cinismo de dirigentes europeos como Merkel, Hollande y Poroshenko, quienes nunca tuvieron intención de aplicar los acuerdos de Minsk I y II y mientras hablaban de paz rearmaban al régimen de Zelenski. También sabemos que la actitud belicosa de Reino Unido no es por un afán de defender la democracia ucraniana, sino para asegurarse de que las inversiones realizadas por el ejecutivo londinense, pagando o avalando parte de la deuda de Kiev, reviertan posteriormente en beneficios para las clases dirigentes de ese país.

A medida que se adivina el inevitable desenlace –la derrota de Estados Unidos, la OTAN y la Unión Europea–, las contradicciones dentro de Occidente se hacen cada vez más evidentes. El varapalo sufrido por la UE en la conferencia de paz de Munich cuando vimos a su presidente, Christoph Heusgen, llorar, posiblemente de impotencia, y el ninguneo del vicepresidente Vance hacia los políticos europeos demostraron el escaso o nulo peso de la UE en el concierto internacional.

En estos tres años ninguno de los objetivos pretendidos por la OTAN/UE se han cumplido: ni se podido debilitar a Rusia, ni se ha conseguido aislarla diplomáticamente, ni se ha podido hundir su economía. Por el contrario, la obsesión rusofóbica de los dirigentes de la UE y la incapacidad de la administración Biden han facilitado el fortalecimiento de una nueva alianza global con China. La guerra en Ucrania se muestra como un revés estratégico para Occidente; no solo ha fracasado en sus propósitos, sino que finalmente ha debido aceptar las condiciones impuestas por Moscú.

El presidente Donald Trump ha reconocido públicamente que Estados Unidos y la OTAN han perdido la guerra. Incluso el secretario de Defensa estadounidense ha admitido que Ucrania no tiene posibilidad de recuperar las fronteras de 2014, lo que confirma que el conflicto no comenzó en 2022, como se ha insistido en la narrativa occidental, sino en 2014, con el golpe de Estado del Maidán. Ante este panorama, Washington ha comenzado a ceder en dos de las cuatro condiciones clave de Rusia: el reconocimiento de Crimea y las cuatro provincias anexionadas, así como la detención de la expansión de la OTAN en la región. La reducción del presupuesto militar del Pentágono que está abordando la nueva administración republicana conducirá tal vez a la retirada de tropas norteamericanos del continente. Todo está sobre la mesa.

Trump intenta forzar un alto el fuego rápido en la actual línea de contacto. Desea cerrar un acuerdo que le permita utilizarlo como moneda de cambio en futuras negociaciones con Moscú. Sin embargo, el tiempo juega a favor de Rusia. Cuanto más se prolongue la guerra, más territorio quedará bajo su control, menos efectivos tendrá el ejército ucraniano y más sólida será la posición de Putin. La desmoralización de las fuerzas ucranianas ha permitido avances rusos sin una resistencia significativa, lo que hace improbable un cese de las hostilidades en el corto plazo. De hecho, lo más probable es que la ofensiva rusa se intensifique. Por otra parte una de las condiciones impuestas por Rusia será en un futuro la negociación con otros dirigentes de Ucrania nacidos de la convocatoria electoral de finales de octubre donde se renovaría el liderazgo en Ucrania.

Trump ha dejado claro que no respaldará la entrada de Ucrania en la OTAN ni enviará tropas estadounidenses para apoyar a Kiev. Como resultado, la carga económica y militar recae completamente en la Unión Europea, que ya ha asumido parte del costo del conflicto y ahora debe afrontar la reconstrucción de un Estado en colapso. Mientras, Europa está sufriendo las consecuencias de los aranceles impuestos por Trump y la compra de energía a precios desorbitados tras romper sus lazos con Rusia. Ahora se enfrenta a la necesidad de sostener financieramente a Ucrania, cuando en realidad debería concentrarse en su propia recuperación económica.

Ucrania, entretanto, se ha convertido en un Estado fallido. Con una población en éxodo y sin un censo oficial en décadas, es imposible determinar cuántos ciudadanos siguen en el país. En Kiev persiste un régimen que persigue a la Iglesia Ortodoxa, prohíbe 11 partidos políticos y ha instaurado un sistema de gobierno autoritario. La incertidumbre sobre el futuro político de Ucrania y su posible adhesión a la UE sigue aumentando, y cada vez parece más improbable que este proceso llegue a concretarse. En Kiev hay música de entierro, la visita de Zelenski a Arabia Saudita y Turquía tiene como objetivo negociar y poner a salvo las fortunas personales del propio presidente y la de de sus secuaces. No ha ido a negociar nada con nadie sino a asegurar su supervivencia financiera.

EUROPA: UNA POTENCIA RELEGADA Y SIN INFLUENCIA

Europa ha sido marginada de las decisiones clave en el conflicto. La reciente llamada entre Trump y Putin, la reunión en Riad entre altos funcionarios del gobierno estadounidense y rusos marginando a Ucrania y Europa ha generado pánico en las capitales europeas. Incapaces de adaptarse al nuevo escenario, los líderes europeos siguen repitiendo mecánicamente los mismos discursos del pasado sin asumir que su papel es irrelevante.

En la Conferencia de Seguridad de Múnich los dirigentes europeos evidenciaron su frustración. El secretario de Defensa británico, John Healey, insistió en que no se podían llevar a cabo negociaciones de paz sin Ucrania: no aceptan que Kiev ya no tiene poder de decisión, si alguna vez lo tuvo, sobre su propio futuro. En la misma línea, el ministro de Defensa alemán, Boris Pistorius, lamentó las “concesiones” de Trump a Rusia y pidió continuar discutiendo la adhesión de Ucrania a la OTAN. Por su parte, la ministra alemana de Asuntos Exteriores, Annalena Baerbock, afirmó que la paz debía incluir a Europa y Ucrania, mientras que el primer ministro polaco, Donald Tusk, reiteró la necesidad de cooperación transatlántica para alcanzar la paz.

No obstante, todas estas declaraciones solo evidencian la debilidad de Europa. Estados Unidos ha gastado miles de millones de dólares en el conflicto y ahora busca resarcirse. En Múnich el gobierno de Trump puso sobre la mesa el documento por el cual Ucrania cedía el 50% de sus riquezas a Norteamérica, su acreedor. La parte ucraniana sólo tuvo una hora para leerlo, estudiarlo y aceptarlo. Washington pretende recuperar 500.000 millones, mientras que la UE ya ha desembolsado 124.000 millones (que se sepa) sin obtener nada a cambio. Y lo peor aún está por venir: Bloomberg Economics estima que el costo de mantener y reconstruir Ucrania ascenderá a 3,1 billones de dólares en la próxima década.

Europa simplemente no puede sostener esta guerra, ya que carece de los recursos económicos y militares para hacerlo. También carece de la necesaria unidad de acción y resolución política. La desunión europea está en marcha.

Mientras Washington decide poner fin al conflicto, la UE debe afrontar las consecuencias económicas de haber sido utilizada como un mero instrumento en la estrategia contra Rusia. La presidenta de la Comisión Europea, Úrsula von der Leyen, ya ha comenzado a allanar el camino para incrementar el endeudamiento de los países europeos con el fin de financiar tanto el rearme militar como la reconstrucción de Ucrania. Sin embargo, esta medida solo conducirá a un mayor deterioro económico y a una crisis estructural dentro del bloque. La reunión en París convocada por el presidente francés Macron ha revelado las enormes fisuras que se han instalado en el interior de la UE. Grietas que se verán amplificadas en una institución que pierde legitimidad en la medida que introduce castigos en forma de impuestos desorbitados a su propia población y que por otra parte muestra “tics” profundamente antidemocráticos como se ha demostrado con la anulación de las elecciones en Rumanía.

EL FUTURO: UN NUEVO OBJETIVO EN LA MIRA

Con el conflicto en Ucrania acercándose a su desenlace, Estados Unidos y sus aliados han comenzado a redirigir su estrategia hacia un nuevo objetivo: China. Para mantener su hegemonía global, Washington necesita debilitar a sus principales competidores económicos y tecnológicos.

Dentro de esta estrategia, se busca neutralizar a Corea del Sur, y a Taiwán, cuyas industrias de alta tecnología representan una amenaza para la supremacía estadounidense en semiconductores y electrónica avanzada.

Japón, por su parte, deberá ser contenido para evitar que su sector manufacturero siga expandiéndose. Sin embargo, el gran rival a vencer es China, y todo apunta a que en los próximos años la presión sobre Pekín se intensificará con sanciones económicas, restricciones tecnológicas y un aumento de la presencia militar estadounidense en el Indo-Pacífico.

Paralelamente, América Latina se convertirá en un foco de interés geopolítico, ya que sus recursos naturales y mercados emergentes son estratégicos para la competencia global. Washington intentará reforzará su control sobre la región, evitando que sus gobiernos se alineen con China y Rusia.

Cuando la guerra en Ucrania entre en vías de solución –tampoco será pronto– y con una Europa debilitada, el foco se traslada a Asia y América Latina. Mientras tanto, la UE observa impotente cómo su papel en la escena global se reduce a financiar con deuda pública y más recortes una guerra que no pudo ganar. El mundo ha cambiado y el antiguo sistema se desmorona. Un nuevo equilibrio de poder está emergiendo: este es el inicio de una nueva era.

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