Vivimos una glorificación exagerada de los estereotipos burgueses
No es una audacia irresponsable datar el estallido de tal pandemia de estereotipos con el nacimiento de las burguesías infladas con las pretensiones que distinguen a cierta clase media adinerada
Pandemia de Estereotipos
Por Fernando Buen Abad
14 Diciembre
No existe vacuna probada para prevenir o combatir la pandemia de clichés que es, quizá, una de las más odiosas de todos los tiempos. Estamos infestados por expresiones, gestos, frases, vestuarios, hábitos y manías intoxicadas por “lugares comunes”, ideas o expresiones excesivamente repetidas, rígidas y simplonas. ¿Cuál es la fuente de semejante horror?
Algunas versiones sostienen que el fardo de baratijas repetitivas que nos ahogan, son resultado de imitar, mayormente desde las clases subordinadas y con torpeza por eso, los hábitos e idearios de las aristocracias y que, creyendo que las imitaciones se legitiman sólo por serlo, y a falta de crítica y autocrítica, se naturalizaron como distintivo de clase, de época o de tribu caricaturas expresivas empeñadas en superponer el modo al contenido.
Otras versiones, más conspirativas, suponen que algunas mentalidades perversas se las ingenian para imponer a las masas sus ideologías y conductas prefabricadas para anestesiar la conciencia sobre la realidad concreta, las capacidades críticas, las necesidades organizativas y el instinto de transformación. Creen que cierto palabrerío reduccionista, acompañado por gesticulaciones y énfasis idénticos siempre, confieren por sí solos status social a quien los prohíja y resuelve con facilidad el engorroso problema de pensar y actuar.
No faltan las hipótesis mezcladas que además creen que es parte de “la naturaleza” de los incultos, embelesarse con retruécanos, morisquetas y santiamenes a los que se confiere simpatía y empatía suficientes como para disimular ignorancia, rudeza o incivilidad. Suelen llamarles “buenos modales”. No es una audacia irresponsable datar el estallido de tal pandemia de estereotipos con el nacimiento de las burguesías infladas con las pretensiones que distinguen a cierta clase media adinerada.
Esa burguesía no se conformó con dominar la economía y se propuso desarrollar un proyecto cultural basado, como casi todo su método, en usurpar lo pre-existente y hacerse un traje a medida, aunque le quedase mal confeccionado, y corto de tamaño. Así absorbió cualidades y costumbres ajenas y aún con torpeza fundó el burguesismo, que según el DRAE abarca territorios de la moral, la ética, la estética, el gusto, el arte, la música, la literatura o la moda.
Se empeñaron en imponer un orden social, propio basado en el monopolio de la violencia y del inventario de sanciones de clase al que llamaron leyes. Crearon una cosmovisión burguesa que rápidamente requirió adoctrinamiento de masas, educación y medios de propaganda masiva. Sin descuidar la educación sentimental cóctel almibarado que mezcla moral burguesa, con moral victoriana. También se ocuparon del mundo académico convencional y “respetable” búsquedas sucesivas de originalidad en la transgresión y la provocación que pretenden. Todo para no Épater le bourgeois («Escandalizar al burgués»).
Así se nos llena la vida con ceremonias, protocolos, usos y costumbres que abarcan a mañana, tarde y noche modos de saludar, de despedirse, de ocuparse y de preocuparse. Formatos de amores y odios, de enfermarse y de sanar. Prototipos de cordialidades y de disputa, para nacer y para morirse. Y antes de cumplir 15 años ya la vida ha sido intoxicada con repertorios interminables de estereotipos para las fiestas como para las aulas, para las oficinas como para los baños. Es una enciclopedia monumental de los clichés convertida en dictadura del simplismo repetitivo. Especie de manierismo de la nadería reiterativo. Formas de pararse, formas de sentarse, formas de rasgarse las vestiduras y formas de besarse… todo meticulosamente matriceado por la industria cinematográfica, televisiva y revisteril. Nada como estornudar según los cánones, fumar como Marlene Dietrich, rascarse como una señorita o bostezar sin ser “vulgares”. Hay un estereotipo para cada ocasión. Cuanto más lo ignores más lo enraizarás. Punto.
Toda la toxicidad ideológico-cultural de los estereotipos o clichés se deja sentir en forma de parálisis creativa y empobrecimiento intelectual porque, en el mercado de las poses, vale más el principio del mínimo esfuerzo y lo máximo decorativo que la riqueza de las diversidades y la amplitud de las identidades. Hay quienes cursan, entera, su vida sumergidos en el repertorio más reiterativo de las fórmulas de comunicación vivencial más reiterativas. Y eso lo miran, si se percatan, como un logro cultural. Una lástima. Son vidas socialmente esclerotizadas. Para chistes o para lo sagrado.
Esos “mantos friáticos” ideológicos que alimentan la cultura del estereotipo, son un campo de lucha semiótica donde es indispensable generar fracturas epistemológicas contra cada estructura de aserciones en las que reina la rigidez del simplismo que sustituye a la naturalidad y riqueza del conjunto de las relaciones sociales. Sin modificar sustancialmente esa situación pandémica del cliché reinante, no habrá revolución cultural es que valga, no habrá avances sustanciales en el proyecto de construir un nuevo orden mundial de las relaciones humanas. Y nadie está a salvo en la hora de la crítica y la autocrítica culturales. No importa la clase de Cenicienta en que se hubiere convertido ni el modelo de “príncipe azul” con su palabrerío cursi, ni su mesianismo de pareja o de clase. Y es verdad que el mayor problema no es cuantificar y cualificar la calidad de estereotipos y clichés que todos repetimos insaciablemente, el mayor problema radica en saber qué tan orgullosos estamos de ello. Una resistencia dura es la que oponemos nosotros mismos dominados por las ideas de quienes nos dominan.
Tras décadas de dictaduras publicitarias y doctrinas mercadológicas, somos víctimas de estereotipos burdos, diversos y variados tanto de la vida de las mujeres como la de los hombres. Trágicamente la dictadura de los estereotipos goza de una continúa evolución, onerosísima, que cuenta como cómplices a sus propias víctimas. Todo estereotipo se nos presenta como “natural” de la cultura para que nuestro ser sea admirado y admitido como verdadero. Todo cliché es la tierra en la que florecen mascaradas de histrionismos apresurados y sin fundamento.
Vivimos una glorificación exagerada de los estereotipos burgueses. Los análisis semióticos actuales, sobre la producción y proliferación de estereotipos, nos proporcionan muchos más datos sobre la ideología de la clase dominante expresada en sus campañas publicitarias y en sus normas de conducta “en sociedad”. Colosal colección de aberraciones repetitivas y odiosas sobre nuestros hábitos de consumo, sobre nuestras preferencias o intereses. Lo que es más difícil y urgente de resolver, semióticamente, es poner en evidencia lo que todos esos estereotipos esconden. A la hora de la verdad.
Fernando Buen Abad
Autor de esta publicación
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Intelectual y escritor mexicano. Licenciado en Ciencias de la Comunicación, Master en Filosofía Política y Doctor en Filosofía.
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