Hay trabajos ricos en propuestas sociales, pero no tienen un enfoque de cambio social, lo que predomina es el "descuelgue" de la sociedad capitalista, más que su transformación
JESÚS JAÉN URUEÑA
Habría una hoja de ruta clara en la lucha contra el cambio climático, pero no tenemos quien la cumpla. Ese es el principal problema en el que nos encontramos en estos momentos.
Las tijeras no dejan de abrirse cada día más
Andreas Malm se preguntaba en su libro El murciélago y el capital (1) por qué razón la sociedad pudo reaccionar positivamente frente a la pandemia por Covid 19 y no lo hace frente al cambio climático o la crisis ecológica en general. Podríamos seguir con más preguntas: ¿Por qué miles de personas se movilizaron en toda Europa para exigir el desarme nuclear en los años ochenta? ¿Por qué millones de mujeres de todo el mundo salieron a las calles el 8 de marzo de 2019 o incluso hicieron una huelga general? ¿Por qué se frenaron en seco las movilizaciones contra las emisiones por dióxido de carbono tras las manifestaciones de septiembre de 2019? ¿Acaso la gente no ve una amenaza global al cambio climático? ¿No se trata de un peligro tan importante o incluso mucho mayor a largo plazo que la mayoría de las guerras?
Las respuestas no son sencillas. Una de ellas podría ser que, a diferencia de una catástrofe sanitaria o una guerra, el cambio climático no se visualiza con la misma nitidez que otros tantos problemas. El aumento de las temperaturas o las catástrofes como el huracán Katrina o la DANA en el Levante aparecen de pronto como fenómenos naturales y nada más. Ya no digamos la desinformación que existe acerca de la acidificación de los océanos, la desaparición de especies o de los glaciares, la desertización de grandes zonas del planeta, etc. El aumento de los GEI (Gases de Efecto Invernadero) en la atmósfera hasta los 430 ppm de CO2 del pasado año es prácticamente imperceptible a nuestros sentidos. El cambio climático sería como una fina bruma que va subiendo sin que nos demos cuenta. Una bruma letal que está llegando a un determinado punto de no reversibilidad en cientos de años y que amenaza, entre otras muchas más cosas, a nuestra existencia.
Las personas que estuvieron más involucradas en la lucha contra el cambio climático y otros aspectos de la crisis ecológica, a lo largo de los últimos treinta o cuarenta años, vienen reflejando una lógica desesperación. Tenemos en nuestras manos una cantidad ilimitada de datos científicos que apuntan, todos ellos, en una misma dirección. Los análisis del IPCC (Grupo Internacional de Expertos sobre el Cambio Climático) gozan de la máxima fiabilidad. Pero la mayoría del mundo, de las poblaciones afectadas o no afectadas ya por el cambio climático, permanecen ajenas al drama.
Ninguna pedagogía, ni las acciones más espectaculares llevadas a cabo por organizaciones ecologistas, están revirtiendo esta situación. Las tijeras entre el conocimiento científico cada día más desarrollado, la voluntad de resistir y luchar por parte de una "vanguardia ecologista" y, por otro lado, la inmensa mayoría de la sociedad ajena a la situación, se están abriendo cada día más. Algunos compañeros/as que son referencias del ecologismo (ecosocialismo en este caso) como Jorge Riechmann, han comentado en alguna entrevista que "hemos sufrido una derrota histórica". (2)
Pero ¿Quién habría sufrido esa derrota histórica? Es improbable que la inmensa mayoría de las poblaciones y países, clases sociales y generaciones sientan como propia, una derrota histórica frente a las fuerzas destructivas del capitalismo. La derrota se siente en las carnes cuando se ha echado un pulso de vida o muerte y este no es el caso. A lo sumo, comienzan a percibir cambios y comportamientos en el clima, en las cosechas o en determinados hábitos de vida. Riechmann, obviamente, se refiere al movimiento ecologista.
¿Qué pasará cuando dentro de veinte o treinta años aproximadamente comiencen a escasear algunos suministros energéticos y algunos repuestos que se usan para fabricar baterías eléctricas o smartphones? ¿Y si se agota el keroseno, el fueloil y la gasolina que son imprescindibles (por desgracia aún) para el transporte por carretera, barcos y aviones? ¿Cuánto tiempo podrían soportar las poblaciones del África subsahariana, el sudeste asiático, Oriente Medio o incluso el Mediterráneo con temperaturas extremas de más de 50 grados centígrados a lo largo de varios días, o incluso semanas, en las épocas estivales? ¿Qué ocurrirá con la agricultura no industrializada cuando llueva menos que antes o las lluvias intensas se lleven por delante los cultivos, las casas y todas nuestras pertenencias? ¿Tendremos en esos momentos la capacidad para reaccionar como lo hicimos frente a otros grandes acontecimientos como el ascenso del nazismo o el peligro de un conflicto mundial con armas de destrucción masiva? Nos gustaría pensar que sí. Y seguimos teniendo la misma convicción en las capacidades de resiliencia y lucha de los seres humanos ante las peores adversidades.
Vaclav Smil científico al que admiramos por sus conocimientos, pero no por sus alternativas, ha llegado a dos conclusiones (3): si seguimos a este ritmo de descarbonización es imposible cumplir los objetivos que teníamos para el año 2050. En segundo lugar, la civilización material capitalista, no podría hacerlo, aunque quisiera por los niveles de dependencia que tenemos con los hidrocarburos. Por lo tanto, es más que probable que asistamos a un período de franco deterioro ecológico, al que acompañarán con bastante probabilidad, momentos de grandes turbulencias tanto climáticas como políticas y sociales ¿Cabrían otros escenarios? Sí. Dependerá en gran parte, todavía, de nuestras posiciones como sujetos, para cambiar la situación. Esa posibilidad sigue estando ahí. Y, cuando nos referimos a actuar, queremos decir, lo contrario de sentarnos a esperar la milagrosa solución tecnológica.
Debemos detectar los problemas que tiene el movimiento ecologista. Algunas personas ponen el eje en la mala comunicación con la mayoría de la sociedad o, peor aún, en el desinterés de las personas "normales" por todos los asuntos que no les conciernen directamente. Sin embargo, las causas son bastante más complejas. Nuestros comportamientos están asociados a la vida material. La sociedad no es una suma de individualidades sino estructuras complejas determinadas por relaciones económicas, políticas y culturales. El secreto mejor guardado de la ciencia social es la incapacidad que tenemos para adelantarnos y predecir los grandes acontecimientos, como, por ejemplo, por qué una revolución explota cuando menos lo esperamos. Por eso, en lugar de presentarnos como profetas de unas catástrofes, es mejor debatir sobre las líneas estratégicas para actuar hoy mismo.
Diferentes respuestas a una misma crisis
Hay una ley social no escrita, pero de un poder fáctico extraordinario: en los períodos de ascenso social o revolucionario las "vanguardias" tienden a unirse en la acción y a buscar líneas de acuerdo. Sin embargo, en los períodos de reflujo y reacción esas mismas "vanguardias" tienden a dividirse y a señalar a sangre y fuego sus diferencias.
Hoy vivimos momentos de profunda reacción social y política y de reflujo de las luchas prácticamente en todos los ámbitos, con la única excepción de las manifestaciones en apoyo a Palestina que, por otro lado, siguen sin estar a la altura de la brutal agresión por parte del Estado de Israel.
El ecologismo en su conjunto no es una excepción. A pesar de luchas y resistencias locales, vivimos una coyuntura en donde la parte más brutal del negacionismo climático ha tomado la iniciativa política de la mano de líderes como Trump, Milei, etc.
Un sector del ecologismo se está decantando por apoyar las políticas de algunos gobiernos "progresistas". Estas políticas se inscriben en estrategias del tipo de Green New Deal que ahogan la independencia del movimiento en proyectos basados en las energías renovables. Como señala Daniel Tanuro (4) es una estrategia dentro del sistema capitalista basada en la colaboración entre el Estado y el oligopolio de la industria energética. Esta estrategia posibilista no ha conseguido avances significativos en la reducción de emisiones de CO2 y sin embargo está agregando más peso a la industria y a la minería contaminantes (aunque muchos de esos procesos productivos se están externalizando a países del llamado tercer mundo). A ello debemos agregar el daño medioambiental hacia la biodiversidad y el impacto negativo en especies animales como ya está pasando con las turbinas eólicas o los paneles solares.
Por otro lado, la integración a las instituciones de activistas que vienen de los movimientos sociales no es criticable en sí misma; pero tiene repercusiones negativas cuando se supeditan los intereses de un pueblo concreto o de una región, a los planes generales elaborados desde Bruselas con criterios mercantiles o burocráticos.
Hay otro sector del ecologismo que se ha ido orientando desde hace mucho tiempo, por una orientación basada en el decrecimiento de la producción y consumo tanto económico como energético. Se trata de un sector amplio que tiene bastante diversidad interna. No pretendemos abarcar todo el espectro, solamente nos vamos a referir a un trabajo realizado en el año 2023 por los compañeros Luis González Reyes y Adrián Almazán. (5) Los compañeros definen su proyecto dentro de lo que sería el comunalismo decrecentista, que se caracteriza por rechazar el papel del Estado como sujeto de transformación social y ecológica (al contrario que las compañeras y compañeros que apuestan por el compromiso con las instituciones españolas y europeas). Para ellos el eje estratégico del movimiento ecologista debe ser la autonomía. Un proyecto social que no pretende asaltar el poder político ya sea por la vía de una revolución o una hegemonía gramsciana.
El trabajo de Reyes y Almazán es rico en propuestas sociales y culturales, pero no tiene un enfoque de cambio social en su conjunto, pues lo que predomina es el "descuelgue" de la sociedad capitalista, más que su transformación. Hay una subestimación del trabajo que se debería hacer con colectivos sindicales, por ejemplo. Algunas propuestas son autorreferenciales de donde se deduce que, lejos de intentar nuevos sujetos e interlocutores, están centradas en actividades de "vanguardia" como, por ejemplo: crear espacios autónomos al margen de la sociedad burguesa; llevar a cabo actividades como la alfabetización ecologista, crear huertos urbanos; sustituir la moneda de cambio por otras; etc., etc.
Estrategias socialistas y la construcción de sujetos
La corriente ecosocialista en la que se pueden encuadrar Michael Lowy, Daniel Tanuro y Jorge Riechmann defiende un proyecto socialista, democrático y ecológico. Partiendo de un análisis marxista de la sociedad capitalista considera que el centro de la crisis ecológica y social reside en el modo de producción capitalista y los instrumentos de dominación política que el Estado burgués establece sobre el conjunto de la sociedad y, más concretamente, las clases trabajadoras. De ahí se deduce que la lucha ecologista forma parte de un movimiento más amplio de carácter anticapitalista.
Es necesario tomar este punto de partida porque es radicalmente distinto de otros sectores del ecologismo. Tanuro y Lowy (6) no están en contra del decrecimiento en general, pero lo plantean dentro de un proyecto socialista. Tampoco están en contra de los proyectos de sustitución de las energías fósiles por las energías solar y eólica, pero critican cuando esos proyectos son negocios destinados al proceso de acumulación capitalista. Así mismo es importante resaltar el papel de la política no tanto como utilización de las instituciones burguesas, sino como forma de transformación social.
A diferencia del decrecentismo comunalista de Reyes y Almazán, el ecosocialismo plantea que, dadas las perspectivas históricas, la posibilidad del socialismo internacional tendría que hacerse en la era de la escasez de recursos y un posible cambio a nivel geológico. Riechmann lo ha documentado como "Un socialismo descalzo". Para el ecosocialismo el Estado burgués no es solamente un instrumento de dominación de una clase social (o en la URSS de una casta burocrática), sino también una superestructura en donde cohabitan derechos y obligaciones, servicios públicos y capital privado; fondos de pensiones y jubilaciones provenientes del Estado; aparatos de coerción y derechos democráticos; cultura patriarcal y poderosos movimientos de la mujer; racismo estructural y luchas de las minorías étnicas; etc., etc. En todo caso, el Estado no es neutral ante el capitalismo sino un instrumento imprescindible para la acumulación de capital.
Por otra parte, el decrecentismo es un concepto que puede llevar a algunos errores. Giorgio Kallis (7) se preguntaba si puede existir un capitalismo con decrecimiento o si el crecimiento es un imperativo del capitalismo. Nuestra opinión es que el capitalismo sigue unos mecanismos de acumulación y reproducción social que le exigen crecer constantemente a costa de la explotación de las clases trabajadoras y de la naturaleza. No se puede frenar, es un desarrollo anárquico y lo opuesto a una planificación basada en necesidades vitales. Si se detiene -más allá de una crisis o recesión- se cae como el ciclista cuando deja de dar pedales en su bicicleta. Marx define el capital como valor que se valoriza continuamente porque la singularidad de este modo de producción es que no produce para el bienestar social sino para la ganancia privada. Por eso mismo, las posibilidades de un capitalismo autocontenido es una quimera y sigue teniendo sentido la lucha política por su abolición definitiva.
La estrategia socialista contra la crisis ecosocial no puede basarse en el decrecimiento de la economía en general. Es un concepto que siembra confusión en muchos sectores no politizados y de extracción social más humilde (y ya no digamos en países con niveles de pobreza media o alta). Una estrategia socialista se posiciona en contra del concepto de PIB como indicador económico, pero no debe oponerse en general al crecimiento. El socialismo debe oponerse a la industria turística tal como está planteada, que aumente la inversión en armas, que se subvencionen proyectos privados, o que la Casa Real tenga una partida presupuestaria. Por poner algunos ejemplos.
El crecimiento que proponemos es para las clases trabajadoras y populares. No se mide solamente en índices macroeconómicos, sino también en derechos sociales. Luchamos para que haya más inversiones en la sanidad pública, universal y de calidad, y para que se eliminen todas las transferencias a la sanidad privada. Luchamos por desinvertir en la escuela subvencionada e invertir en la enseñanza pública a todos los niveles. Las pensiones deben subir y los cuidados deben crecer ya que están en unos niveles ridículos; así como las ayudas a todas las familias más desfavorecidas. Queremos crecer en inversión pública que promueva proyectos ecológicos en nuestras ciudades (sometidas al rigor climático), debe crecer el transporte público urbano e interurbano y el tren. Un transporte sin emisiones para que dejen de fabricarse millones de coches (ni siquiera eléctricos). Sobra lo prescindible y falta lo necesario.
Solamente una estrategia social dirigida a las clases que más están sufriendo y van a sufrir el cambio climático y sus consecuencias, tendrá un impacto ecológico positivo. La estrategia no es huir de nuestras ciudades y crear pequeños espacios de convivencia, sino disputar políticamente a las derechas extremas y al negacionismo, todas y cada una de las mentiras e iniquidades que han venido haciendo. Debemos expulsar de nuestras vidas a los criminales climáticos.
La estrategia también consiste en salir de nuestras zonas de confort. Hay que ir a los centros de trabajo, a los colegios, a las universidades, a los barrios pobres y de inmigrantes; porque es ahí donde está ese famoso sujeto que no encontramos. La base social del ecologismo que, además de socialista, también debe ser obrera y feminista. Hablamos desde la experiencia personal, años de lucha, de derrotas y algunas victorias. Más que "profetas" del mal augurio debemos intentar despertar las potencialidades de todas las personas (incluidas aquellas que no están de acuerdo). Eso es posible, lo hemos hecho ya muchas veces, aunque a escala muchísimo más pequeña. Tenemos que lograr que lo que nos une como humanos sea más fuerte que lo que nos separa como ciudadanas y ciudadanos ¿Hay algo más importante ahora en nuestras vidas?
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Notas
1.- Andreas Malm. El murciélago y el capital. Editorial Errata Natura.
2.- Jorge Riechmann. Entrevista en Alba Sud, 11de enero de 2024. Otras sendas, ideas para un programa ecosocialista. Editorial Viento Sur.
3.- Vaclav Smil. 2050 ¿Por qué un mundo sin emisiones es casi imposible? Editorial Arpa.
4.- Daniel Tanuro. Demasiado tarde para ser pesimistas. Editorial Viento Sur.
5.- Luis González Reyes y Adrián Almazán. Decrecimiento: del qué al cómo. Editorial Icaria.
6.- Michael Lowy. Ecosocialismo y/o decrecimiento. https://lahaine.org/dK6Q.
7.- Giorgio Kallis. ¿Es el crecimiento un imperativo del capitalismo? El Diario.es 18/01/2016.
contahegemoniaweb.com.ar
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Fuente: