Más allá de los tímidos cambios que proponga en la realidad local, la política exterior del reino continuará casi inalterable
Pese al cambio de gobierno que tendrá lugar en el Reino Unido, y al regreso del Partido Laborista al poder, no hay visos de que la política exterior vaya a sufrir alguna alteración profunda y digna de ser remarcada, más allá del interés por reconstruir los puentes con la Unión Europea y de incentivar el alicaído comercio británico con áreas clave del planeta como China y la India.
Daniel Kersffeld
6 JULIO, 2024
Imagen: AFP
Keir Starmer (foto), reconocido abogado en derechos humanos, devenido parlamentario a los 52 años y convertido en poco tiempo en líder del laborismo y ahora en Primer Ministro, pretende volver a las bases más como un conservador con tendencias liberales que como un nuevo referente de la socialdemocracia británica, como en su momento lo fue el ex Primer Ministro Tony Blair y, más tarde, el radical y controversial referente de la izquierda, Jeremy Corbyn.
Agotado el ciclo neoliberal y conservador de los últimos 14 años, Starmer propone reconstruir la economía nacional tratando de recomponer los destrozos causados por el Brexit y que fueron agudizados, sobre todo, en el mandato de su inmediato predecesor, Rishi Sunak.
En el medio, el nuevo gobierno intentará implementar una agenda ambiental y, sobre todo, una mayor intervención estatal para mejorar los alarmantes indicadores sociales: se calcula que en 2023 había más de 14 millones de pobres en Gran Bretaña. Junto con ésta, intentará además resolver otras problemáticas como el aumento del costo de vida y la crisis del sistema de salud.
Pero más allá de los tímidos cambios que proponga en la realidad local, la política exterior del reino continuará casi inalterable respecto a la receta aplicada por los gobiernos del ciclo pasado.
En declaraciones y documentos partidarios, ya se planteó que el compromiso con la OTAN resultará “inquebrantable”, al mismo tiempo en que se sostendrá el apoyo militar, financiero, diplomático y político de Gran Bretaña a Ucrania, a la que respaldará además para su ingreso a la alianza atlántica.
Se sabe ya también que el próximo primer Ministro británico apoyará la creación de un Tribunal Especial para el Crimen de Agresión, de carácter internacional, que se encargue de enjuiciar a Vladimir Putin por crímenes de guerra.
Asimismo, buscará resarcir tanto a Ucrania como a las potencias occidentales mediante la utilización de los activos rusos congelados en las principales entidades bancarias europeas, una medida que podría derivar en una crisis económica de amplias proporciones si otros gobiernos adoptan iniciativas similares a favor de Rusia y en contra de las naciones de la OTAN.
En el mismo tono, se ha declarado el compromiso con la alianza de seguridad y defensa conocida como AUKUS, integrada por Gran Bretaña, Australia y Estados Unidos, y por la que pretende ejercer el control marítimo y submarino en el Pacífico Sur, el Atlántico Sur y la Antártida.
Un leve cambio podrá percibirse en el diálogo con China, en lo que podría traducirse como el reconocimiento al poderío económico asiático. La relación, con base comercial, será construida en base a la cooperación, pero también frente a la competencia y a los desafíos que Beijing pueda plantear al mundo, en el que la defensa de Taiwán ocupa un lugar prioritario.
Y si bien existe la predisposición para seguir conversando sobre un nuevo acuerdo entre los gobiernos británico, español y de la UE en torno a la situación de Gibraltar, el rechazo es total para avanzar en cualquier tipo de conversación con Argentina respecto a la soberanía en Malvinas.
Como lo hicieron sus predecesores en el cargo, Starmer se negará a discutir sobre la presencia británica en el Atlántico Sur. Además, para el nuevo Primer Ministro, la guerra de 1982 tiene aspectos emocionales muy claros, ya que involucró a su propia familia: su tío Roger, hermano de su madre, sirvió a bordo de la fragata HMS Antelope, hundida el 24 de mayo.
El descubrimiento de reservas petroleras en las inmediaciones de las Islas, sin duda, atraerá la atención del próximo gobierno. Más aún, porque la aceleración de la transición neta cero ha sido clave en el discurso laborista ante su electorado, planteando incluso la prohibición de toda nueva exploración de petróleo y gas en aguas británicas (o, como en este caso, bajo ocupación militar).
Sin embargo, esta prohibición no afectaría a las Malvinas, ya que es la administración local la que tiene voz y voto sobre los derechos de perforación en las aguas circundantes.
El rearme de Argentina propiciado por el gobierno de Javier Milei a través de la compra a Dinamarca de 24 aviones F-16, a la que le seguiría la futura adquisición de tanques, vehículos blindados y hasta de submarinos, también es analizada con cuidado desde Londres, que seguramente impulsará una mayor presencia militar en el Atlántico Sur para preservar sus recursos estratégicos y su proximidad con la Antártida.
La política exterior del nuevo gobierno laborista, con todo, podría tener un cambio estratégico dependiendo de quien sea el próximo presidente de los Estados Unidos, el principal aliado político y militar del Reino Unido. La reelección de Joe Biden asegurará un marco mucho más cooperativo que un mandato aislacionista como el que propone Donald Trump.
Tal vez reconociendo la debacle del antiguo imperio británico, el gobierno de Starmer procurará mantener el status quo en su política exterior, arriesgando poco para ganar todo lo que pueda, aprovechando para ello la capacidad militar en áreas clave del planeta como el Atlántico Sur.
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