En esta nueva carrera armamentística cada acción es un paso irreversible a niveles de tensión bélica como los que pudieron ser superados hace más de tres décadas, una época particularmente ominosa para la humanidad, la cual no se merece semejante regresión
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De la mano de Francia, Alemania, Italia y Polonia, Estados Unidos puso en marcha ayer una iniciativa para desarrollar misiles de crucero lanzados desde tierra con alcances superiores a 500 kilómetros. El canciller alemán, Olaf Scholz, aseguró que el plan para desplegar en su país esas armas de largo alcance es una muy buena decisión, ya que existe una increíble acumulación en Rusia de armas que amenazan el territorio europeo. Frente a ello, Valentina Matvienko, presidenta del Senado de Rusia, aseguró que Alemania no tiene ningún derecho a tener este tipo de armas por los documentos que firmaron tras la posguerra.
Estos hechos, sumados al envío de cazas F-16 a Ucrania por distintos países de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), marcan una nueva vuelta de tuerca en la agudización de las tensiones bélicas en Europa. No es exagerado decir que en el viejo continente esas tensiones han alcanzado un nivel cercano al que tenían en una de las más peligrosas etapas de la guerra fría, en los años 80 del siglo pasado, cuando la OTAN y el Pacto de Varsovia desplegaron misiles balísticos y de crucero que apuntaban a los territorios de sus respectivos países miembros.
En esa época, el emplazamiento de misiles de rango intermedio en Europa por parte de Washington fue respondida por la extinta URSS con el despliegue de cientos de proyectiles equivalentes. La eliminación de tales armas de uno y otro bando fue posible gracias al Tratado sobre Fuerzas Nucleares de Rango Intermedio, firmado en 1988, y su destrucción total culminó tres años después en un ambiente de deshielo y distensión entre Washington y Moscú.
Hoy, sin embargo, el escenario de la confrontación entre la OTAN y Rusia está dominado por la guerra en Ucrania, en la que los gobiernos occidentales decidieron intervenir por decisión propia y en el que han encontrado un inmenso mercado para sus industrias armamentistas. En ese contexto, cada vuelta de esta nueva espiral armamentista implica acciones muy difíciles de revertir en tanto persista ese conflicto y cada artefacto bélico desplegado multiplica el riesgo de un error catastrófico capaz de detonar una guerra que involucraría a toda Europa y, muy posiblemente, al resto del mundo.
La irresponsable celebración de Scholz de la conversión de Alemania en una base militar estadunidense y –blanco potencial, por ende, de ataques rusos– debiera llevar a la reflexión a la sociedad de ese país, así como a las de Bélgica, Dinamarca, Francia, Holanda, Italia, Noruega y Polonia, a cobrar conciencia de que el suministro de armas que sus gobiernos realizan a Ucrania aumenta el peligro de que la guerra se extienda a sus respectivos países.
Por lo demás, en esta nueva carrera armamentística cada acción es un paso irreversible a niveles de tensión bélica como los que pudieron ser superados hace más de tres décadas, una época particularmente ominosa para la humanidad, la cual no se merece semejante regresión.
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