Está entre lo fundamental erradicar todo lo que promueva la violencia. Con lo cual la nación entraría en una nueva etapa de desarrollo con el saneamiento de los males que hoy la asedian, poniendo al alcance de todos los beneficios de una economía libre de las trampas del capitalismo salvaje.
Por CICERÓN FLÓREZ MOYA*
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La recurrencia de la violencia en Colombia es un hecho devastador. Está surtido de todas las formas de atrocidad, con énfasis en el menosprecio de la existencia humana. La barbarie es la savia irrigadora de semejante adversidad. Cuenta también con actores formados en el extremismo que lleva al exterminio. Es la explosión de sentimientos cargados de aberraciones y que encuentran en la fuerza letal satisfacciones a la medida de la perversidad. Se trata de una concepción desatinada, extravagante, mezquina, abyecta. Una especie de oscurantismo con capacidad de arruinar la visión con respecto a la vida.
La violencia que hoy afecta a los colombianos es un entramado histórico. Está consentida por quienes han tenido el manejo del poder, desde la etapa de la conquista. Fue aplicada a los indígenas que ya estaban en el territorio a la llegada de los españoles. Fue una soga contra los esclavos importados del África. Se utilizó para perseguir a los nacionales nacidos en la etapa de la colonia alineados en la inconformidad. Sirvió de garrote para perseguir a los campesinos y arrebatarles sus tierras, con desplazamiento incluido. También atizó la acción a sangre y fuego entre los partidos iliberal y conservador en la disputa por el poder. Además, llevó al exterminio de la Unión Patriótica. En cabeza del Estado se consumaron masacres y actos brutales como la ejecución extrajudicial de jóvenes a cargo de la Fuerza Pública. Surgieron los grupos armados con todas las formas de lucha. Se expandió la guerrilla y proliferaron después las organizaciones criminales de todo orden, con paramilitares patrocinados por el establecimiento.
La multiplicación de la violencia ha sido constante. Esa persistencia ha superado la búsqueda de la paz, aunque esta gestión ha tenido resultados positivos con el M-19 y las Farc en los gobiernos presididos por Virgilio Barco y Juan Manuel Santos. Está pendiente lo que resulte de esta nueva etapa liderada por el presidente Gustavo Petro.
Es necesario no dar paso atrás en el propósito de construir la paz total. Pues se trata de la mayor prioridad de Colombia. Está entre lo fundamental erradicar todo lo que promueva la violencia. Con lo cual la nación entraría en una nueva etapa de desarrollo con el saneamiento de los males que hoy la asedian, poniendo al alcance de todos los beneficios de una economía libre de las trampas del capitalismo salvaje.
No es esa una causa fácil. Porque en el país hay actores de la violencia con inocultable poder. Estos no son solamente combatientes guerrilleros o paramilitares. Tienen espacio de influencia y saben que la violencia les representa utilidad, sin importarles nada sus compatriotas.
Los dogmáticos que se aferran a impedir soluciones de cambio están en la onda del conservadurismo rancio. Prefieren que el país se pudra antes que aceptar soluciones que mejoren las condiciones de vida de la población.
Conviene tomar conciencia sobre lo que se debe hacer para que Colombia no siga expuesta a las frustraciones y a las negativas abismales.
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Puntada
Fabio Torres es un profesional idóneo, formado en el conocimiento. Fue un acierto su nombramiento en la dirección territorial de la Escuela Superior de Administración Pública. Y es lamentable su retiro. Es como restarle calidad a la educación superior en Norte Santander.
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