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UNA DEMOCRACIA PARA AUTÓMATAS

Los periodistas se han convertido, precisamente, en los sacerdotes de una nueva religión que sustenta esa alienación generalizada
La etapa histórica que nos ha correspondido vivir se caracteriza, pues, por ser una época de simulacros, y por imponernos de una manera ya generalizada, no solo la “sociedad del espectáculo” sino, la regresión a los sectarismos religiosos y la aparición de entretenidos y grotescos bufones que terminan siendo el encanto de esas masas robotizadas, que les siguen, aplauden, votan por ellos y los eligen.

Julio César Carrión Castro
Magister en ciencias políticas


“La mayoría tiene dos modos de pronunciarse: o bien sale a la calle o es convocada de tanto en tanto a las urnas. Pero ¿qué puede hacer la mayoría entre una y otra convocatoria, durante los cuatro o cinco años que separan a unas elecciones de las siguientes? ¿Debe esperar pacientemente para expresar mañana su descontento de hoy, cuando ya sea tarde porque las cosas han sido decididas sin ella?”. Karel Kosik

Se llaman libertarios, lo que es una broma de mal gusto. Te están diciendo que, si eres suficientemente rico para sobrevivir, genial; si no lo eres, mala suerte”. Noam Chomsky

Una nueva concepción de la historia

En sus “Tesis sobre Filosofía de la Historia” de 1940, Walter Benjamin hace una reflexión, cargada de pesimismo, mediante la cual, premonitoriamente, nos señala la imperiosa necesidad de adoptar una nueva concepción, una nueva visión respecto de la historia, entendiendo que ésta debe ser ahora abordada, definida y explicada como catástrofe, como decadencia, como pérdida de las esperanzas y el fin de todas las utopías. Es decir, plantea Benjamin, que el progreso debe ser interpretado como un regreso, como un retorno a la barbarie… Nos hace ver que la pretérita imaginación utópica y las ilusiones que acompañaron a la naciente burguesía, hoy han sido defraudadas; que los ideales que alentaron las tesis del racionalismo ilustrado han fracasado y que las explicaciones de carácter teológico recobran su perdido vigor y las masas asumen, de nuevo, los relatos mitológicos como interpretación del mundo y de la historia.

En estas primeras décadas del siglo XXI vivimos ya es la realización de las distopías, o anti-utopías, no el cumplimiento de las engañosas propuestas dieciochescas, como esas de “Liberté, Égalité, Fraternité”, con que se edificaron los sueños de la democracia, que solo han servido como un distractivo espejismo para atrapar incautos.

Desde hace muchos años, ante nuestros ojos, se vienen poniendo en práctica, agresivos proyectos conductuales y domesticadores, conducentes a la movilización total de unos seres humanos, convertidos en una especie de autómatas, similares, precisamente, al descrito en la metáfora benjaminiana; como ese enano, maestro de ajedrez que, escondido dentro del muñeco, engañaba fingiendo que era el androide quien pensaba y movía las piezas del juego. Así mismo, George Orwell en su obra “1984”, previó desde el año de1948, cómo las sociedades contemporáneas, ya bajo el capitalismo tardío, o bajo esos remedos que se han autodenominado regímenes del “socialismo real”, teniendo como meta desaparecer la reflexión crítica y la conciencia individual, han ido fortaleciendo la idea de formar ese tipo de androides, o peor, algo así como animales de “rebaño”, lo que, fehacientemente, se ha ido obteniendo, a la perfección, en estas sociedades de masas conducidas y manipuladas, pero, además, haciéndoles creer a estos descerebrados autómatas, que ellos constituyen las “mayorías” que reclama la construcción de una auténtica democracia “participativa” y que, por ello mismo, ellos representan el futuro y que están acompañados de “la verdad”.

Mayorías robotizadas

Tenemos que entender que el capitalismo tardío ya no sólo produce y fetichiza mercancías y artefactos, sino que hoy agrega, para una completa subsunción del trabajador al capital, una permanente información manipulada, diversas entretenciones, placeres y espectáculos, envueltos con el ropaje de publicitados ideales de confort, de éxito y de satisfacción. Estos robotizados sujetos han logrado llegar a creer que el triunfo de todos esos intereses compensatorios, sustitutivos de los emancipatorios y rebeldes, constituyen la plena realización del ser humano, que son el esperado remate de las viejas utopías. Pero esa “satisfacción” va acompañada de una enfermiza mansedumbre, de una especie de aburrimiento, incorporado ya social y psicológicamente a las conductas y comportamientos de estas marionetas, es decir, la desolación, el nihilismo, la angustia, la neurosis, la pobreza y el vacío espiritual, hacen parte constitutiva de estas masas de deplorables autómatas, gracias a esa constante manipulación conductual que una lumpenburguesía –prácticamente planetaria– ha logrado imponer a esas grandes masas de autómatas. No de otra manera podríamos entender que gentes del común, de los estratos medios y bajos de la población, consideren “normal” la existencia del complejo industrial-militarista que pesa sobre todo el planeta, que la industria armamentista, sea considerada expresión de la libertad de empresa, que el engranaje y la fusión entre ciencia, universidad y militarismo sea aceptada y tolerada como algo corriente, en favor del desarrollo y el progreso, que los crímenes de Estado, las muertes administradas y las masacres perpetradas por Estados genocidas –como Israel o los Estados Unidos– constituyen acciones válidas para la defensa de la democracia occidental. Además, está estatuido en esta nueva visión del devenir histórico, que desde la llamada “prensa libre”, se siga escribiendo eufemísticamente, contra las “brutales masacres” y que la llamada opinión pública continúe teatralmente condenando las guerras y las carnicerías para, veladamente, exculpar a los vendedores de esas armas –en una sangrienta farsa consentida y hasta enaltecida por los propios manipulados integrantes de estas deplorables sociedades del espectáculo–. Apáticos espectadores que celebran, así mismo, la farsa de las “ayudas humanitarias” que promueven esos mismos estados genocidas, para fingir que buscan reducir el dolor de las poblaciones masacradas, en una especie de círculo infernal que fortalece, aún más, a esa élite, a esa lumpenburguesía que maneja la economía y la cultura mundial, y que no está dispuesta al cierre de sus fábricas de muerte, porque, supuestamente, dejarían sin trabajo a muchos obreros. Por ello, la academia y la “diplomacia” seguirán, rutinaria e interminablemente, discutiendo y luchando por una paz artificiosa.

La lumpenburguesía y sus showman

Para Karel Kosik, esta lumpenburguesía que se ha impuesto, no es un caso excepcional y aislado, sino un proceso social generalizado; está compuesta por esos nuevos ricos que ya gobiernan muchos estados, logrando “combinar las actividades empresariales con la mafia, las estafas y el submundo criminal”.

Mediante el engaño sistemático sobre los sectores populares, la simulación, la farandulería, y la figuración mediática, estos grandes estafadores y sus empresas, han llegado a ser una plaga de avidez, avaricia y consumismo parasitario, logrado, definitivamente, destrozar los viejos ideales de la “democracia”, sustituyéndolos por las patéticas imágenes de unos líderes fanfarrones, decadentes, inmorales y cínicos. Afirma Kosik que con ellos: “La diferencia entre lo moral y lo inmoral ha desaparecido” … “Puedes ser un arribista, un bandido, un pedófilo, un mentiroso, un cobarde, pero si vas en un Mercedes te saludan con respeto y te tienen las puertas abiertas” …

La etapa histórica que nos ha correspondido vivir se caracteriza, pues, por ser una época de simulacros, y por imponernos de una manera ya generalizada, no solo la “sociedad del espectáculo” sino, la regresión a los sectarismos religiosos y la aparición de entretenidos y grotescos bufones que terminan siendo el encanto de esas masas robotizadas, que les siguen, aplauden, votan por ellos y los eligen.

Los periodistas se han convertido, precisamente, en los sacerdotes de una nueva religión que sustenta esa alienación generalizada. La llamada “voluntad general” que antaño se decía era lo que definía la democracia, ha sido sustituida, sin pena ni gloria, por la constante manipulación de eso que aún se suele denominar como “la opinión pública”, por parte de unas descaradas empresas de la comunicación puestas al servicio de los intereses del mercado y del poder, y que únicamente buscan establecer la homogeneidad cultural. Todo este espectáculo mediático y farandulero constituye una total expansión y propagación de lo que tan apropiadamente denominó Hannah Arendt, la “banalización del mal”; ese daño intelectual y moral que se expresa, tanto en la incapacidad de juicio de los ciudadanos, como en la indiferencia silenciosa frente a la criminalidad fijada ya como una forma válida de acción para los quehaceres políticos, tanto como de la aceptación pasiva de la corrupción, el relajamiento del orden jurídico y la consiguiente impunidad imperante respecto a delitos de lesa humanidad que, a nombre de la libertad, perpetran los Estados poderosos y las organizaciones mafiosas que hoy reemplazan a los partidos y movimientos políticos.

Los exhibicionistas, faranduleros y figurones personajillos del periodismo y de la descompuesta politiquería contemporánea, bajo este nuevo modelo de democracia fascista –o “demofascismo”– han entrado a sustituir las actividades de todo aquello que se llamó la política en grande y hoy vemos por todas partes estos criminales charlatanes y bufones, prevalidos del figuramiento publicitario y mediático, mostrando ostentosamente su apoyo a esos crímenes de Estado y contando, vergonzosamente, con un amplio respaldo de masas. Masas que, como lo hemos dicho, previamente han sido dirigidas y manipuladas para una falsa “aceptación” en estas sociedades del espectáculo y la “infocracia”. Estas figuras han surgido irremediablemente como un subproducto del nihilismo generalizado que se padece a nivel planetario…

Esos ‘showman’ que siempre se exhiben, esos patéticos bufones –políticos o periodistas–, que se lucen ante los espectadores, si bien son egocéntricos y necesitan de eventos y auditorios con amplia concurrencia, en realidad con sus actuaciones y formas de vida, buscando el enriquecimiento fácil y llamar la atención, los aplausos y los reconocimientos, en realidad cumplen la función de razoneros y sacamicas, al servicio de sus directores y jefes de la lumpenburguesía.

La vieja concepción que solía explicar el fascismo como un extraño fenómeno, separado y divergente de la marcha correcta e implacable del devenir histórico, como un fenómeno que respondía a unas particulares causas, propias de otros tiempos y de otras latitudes, impulsadas por hombres afectados por extrañas patologías, anormales y perversos, intoxicados con sus planteamientos racistas, xenófobos, totalitarios que nada tenían que ver con nosotros, ha sido puesta en evidencia. Ese fascismo, que se nos presentaba como la antítesis de la democracia, sabemos hace ya tiempo que “contaminó” desde dentro el régimen liberal, es más, el fascismo desde siempre habita en las entrañas mismas de la llamada democracia. Sólo que hoy las reglas del llamado Estado Social de Derecho, han sido sustituidas por una serie de indeterminaciones que han llevado al amalgamamiento total entre las ideas libertarias y el autoritarismo. Supuesta confusión que ya estaba inscrita en la originaria mentalidad burguesa que se fundó sobre unos falsos y deletéreos “principios” y tradiciones intelectuales, situación que podemos tratar de comprender si analizamos, por ejemplo, cómo aunque inicialmente la naciente burguesía promovió el laicismo y la profanidad, luego, de manera traidora y desleal, en una especie de reforma regresiva, retomó las diversas mitologías religiosas y su metafísica, hasta lograr restituir, e incluso fortalecer, ese “oscurantismo” que decía combatir.

Hoy, cuando religiosamente se ha logrado, no sólo la subalternidad y la obediencia de las masas, sino el condicionamiento temprano de los sectores populares, que terminaron por aceptar, paradójicamente, en una nueva noción del “libre albedrío” que les hace considerarse autónomos y resilientes, pero tomando como inmodificables las estructuras económicas y sociales establecidas y respetando la supuesta superioridad y preeminencia de unos fantoches actores culturales e intelectuales que el sistema les impone…

Consensos cínicos y “fin de la historia”

Sobre esa caricatura aún llamada “democracia” pesa, como si fuese algo normal, todo aquello que la honestidad política y la tradición rechazaba como falacia y que ahora se nos presenta como “alternativa” válida. Somos herederos de la descomposición. Kosik lo dijo: “Los desplazamientos en el significado de las palabras, indican con frecuencia un cambio esencial de la actitud del hombre ante la realidad…”. Así vemos como grotescamente algunos de estos descompuestos figurones y payasos, impuestos mediáticamente, suelen publicitarse como demócratas, socialistas o libertarios...

Reitero: esta época de simulación y espectáculo, centrada no sólo en la pérdida de esas viejas distinciones ideológicas, sino en un nuevo orden político, económico y cultural, de carácter acomodaticio y flexible, que ha impuesto controles más sutiles e incomprensibles, pero más dañinos y alienantes sobre las personas, porque conducen, inexorablemente, a la desaparición del individuo, convertido en hombre-masa, en marioneta del consumismo, sumido en una generalizada mediocridad y en la azarosa neurosis que impone la ideología de la competitividad, de la farandulería y del eventismo, en lo que medios de comunicación son elemento clave para el logro de esta regulación ciudadana, de este uniformismo que busca disponer siempre de los individuos. Estos son observados, fichados, reseñados y permanentemente ubicados… Calculadamente el biopoder establece su sistemático control, que cuenta, además del violento disciplinamiento, de la coerción social y del control externo por parte de los aparatos represivos del Estado (a los que nunca ha renunciado), con la instalación de otras políticas del cuerpo y de la mente, y de otras formas de control y de regulación más sutiles, íntimas e interiorizadas que se remiten en lo fundamental al auto-disciplinamiento de unos sujetos sometidos y robotizados…

Como lo asevera Eslavoj Zizek en estas ya uniformes, monótonas y desgastadas sociedades occidentales, el fascismo y la derecha son los que dirigen lo que queda de la corriente principal de los sectores de la clase media y populares, logrando movilizarlos mediante sus maquinarias, tretas y artificios, mientras que una “izquierda” insulsa, retórica e intrascendente, práctica naderías como eso de la “tolerancia” multiculturalista que se ha convertido en lema para la supuesta “movilización” de unas nuevas “clases simbólicas”, es decir, de aquellos privilegiados (periodistas, profesores universitarios, otros profesionales, y lumpen empresarios) preocupados, simplemente preocupados e indignados por la “descomposición social”.

Muchos personajes formados y estructurados en las capas medias de la población, –no sin razón– aceptan tesis como las de la anulación de todas las diferencias políticas entre la izquierda y la derecha. Todo ese espectro ideológico y político demoliberal, socialdemócrata y multiculturalista contemporáneo de las sociedades occidentales, está contaminado de esa ambigüedad legitimadora del statu quo; no representan para nada una auténtica opción anticapitalista. A lo máximo que aspiran estos “demócratas” es a un “reformismo progresista” que haga más grata la opresión capitalista. “El principal problema político actual es, por consiguiente, cómo romper este consenso cínico”, señala Zizek.

Esa “democracia” para autómatas, basada exclusivamente en la supervivencia de un juridicismo liberal, en el supuesto contractualismo y en la ponderación de la sociedad del espectáculo, ha llevado, irremediablemente, a la constitución y generalización de fenómenos sociales como el de esa derecha gringa, ya de carácter planetario, sustentada en la promoción de “ciudadanos” con personalidades tipo Homero Simpson. Derecha que nunca ha dejado de gobernar con todos los supuestos “valores” que establecen la defensa de la propiedad privada: la explotación económica, el supremacismo blanco, el militarismo, la xenofobia, el racismo, el patriarcalismo, el colonialismo, en fin, la sociedad mediatizada de la farandulería, las trivialidades, las tonterías, el consumismo y la subalternidad generalizada. Esa “democracia” retórica y de papel, defendida, indistintamente, por los conspicuos “líderes”, tanto de “izquierda” como de derecha, garantiza la realización de la premonición de Benjamin, en el sentido de la regresión a la barbarie, a nombre del “progreso”.

Esa izquierda acomodaticia e indiferenciada de la derecha, apologista de la idea de “democracia” impuesta por los gobernantes de los Estados Unidos de Norteamérica, y defensora también, tanto del supuesto “orden internacional”, como del llamado “Estado de Derecho”, del leguleyismo y de la propiedad, que busca simplemente alcanzar una revolución sin revolución; “cambiar algo para que todo siga igual”, como lo establecen las tesis del Gatopardo, que terminó siendo la principal característica de la actual “democracia”; de la democracia fascista; del demofascismo contemporáneo, adscrito a las sociedades del espectáculo... Esa “izquierda” indiferenciada y “multiculturalista”, respetuosamente, ha ido ayudando a fortalecer el neofascismo vencedor con personajes tan despreciables y abyectos como Donald Trump, Jair Bolsonaro, Jeanine Áñez, Volodímir Zelenski, Nayib Bukele o Javier Milei, el arrogante estúpido que gobernara a la Argentina ... y la historia seguirá repitiéndose, catastróficamente, como clara expresión del agotamiento y extenuación, tanto del capitalismo tardío, como de las ideas socialistas...

Tratando de convalidar aún el principio esperanza, hemos de entender con Karel Kosik que estos personajillos, estos showman, son transitorias figuras patéticas, adscritas a la decadencia y fracaso manifiesto del capitalismo tardío, pero, sin embargo, sabemos que: “La historia se acerca a su fin y este agotamiento la debilita hasta tal punto que no hace más que imitar lo ya imitado, porque ha perdido imaginación creativa. Los productores del confort y el bienestar modernos son al mismo tiempo los ejecutores del “fin de la historia”. Pero los realizadores del “fin de la historia” son también los sepultureros de este fin y los preparadores inconscientes de otro comienzo. Cuanto más perfecto sea el funcionamiento de la ahistoricidad de la historia, más vulgarmente cotidiano será para la gente (para una minoría) el confort con todos sus rasgos complementarios, entre los cuales figuran en puestos destacados un aburrimiento mortal y una insatisfacción entontecedora (que requiere drogas y emociones artificiales). Y menos tardará en surgir de las profundidades de lo humano una nueva imaginación cuyo ingenio sea tan innovador, tan revolucionario, tan liberador, que pueda imaginar otra forma de vida que no esté fatalmente determinada por la ambigüedad del “fin de la historia”.

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Edición 852 – Semana del 25 de noviembre al 1º de diciembre de 2023

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