"Las personas que se pasan la vida leyendo y adquiriendo su sabiduría de los libros son como aquellos que aprenden de un país por descripciones de viaje: pueden impartir información sobre gran número de cosas, mas en el fondo no poseen ningún conectado, claro, ni minucioso conocimiento de cómo es el país.". - Arthur Schopenhauer|
Texto del filosofo alemán, Arthur Schopenhauer. Publicada en la revista Punto en Linea, de la UNAM, y traducida por Éric M. Ávila.
Por: Arthur Schopenhauer
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La biblioteca más grande, pero desordenada, nunca será tan útil como una pequeña pero bien arreglada. Puedes acumular una vasta cantidad de conocimiento, empero será de un valor mucho menor para ti que una cantidad más pequeña si no la has ponderado por ti mismo; ya que únicamente desde el ordenamiento de lo que sabes, mediante el contraste de una verdad con otra, podrás cobrar total posesión de tu conocimiento y meterte dentro de tu poder. Podrías pensar únicamente sobre lo que sabes, y entonces has de aprender algo; o, en cambio, podrías únicamente saber sobre lo que has pensado.
Ahora bien, podrías aplicarte voluntariamente a leer y a aprender, pero no puedes verdaderamente aplicarte a pensar: el pensamiento debe ser encendido, como el fuego es encendido por su comburente, y mantenido por una especie de interés en su objeto, el cual podría ser un interés objetivo o uno simplemente subjetivo. Éste último es posible sólo por cosas que nos afectan personalmente mientras que el primero lo es únicamente para quienes piensan por naturaleza, para quienes pensar es tan natural como respirar; estos son en realidad unos cuantos. Es por eso que los eruditos lo realizan con poca frecuencia.
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La diferencia entre el efecto producido en la mente del que piensa por sí mismo y el producido por la lectura es tan increíblemente ancha que, la diferencia original que hizo que una cabeza decidiera pensar y otra leer nunca cesa de extenderse. Como un anillo de sello sobre la cera que imprime para cerrar el sobre, la lectura le impone forzosamente a la mente pensamientos que le son tan ajenos a su humor y dirección. La mente está totalmente sujeta a una compulsión externa, a pensar sobre asuntos de los cuales no tiene ninguna inclinación ni humor. En cambio, cuando la mente piensa por sí misma sigue su propia inclinación, íntimamente determinada ya sea por su derredor inmediato, por alguna recolección, entre otros: y esto porque su derredor inmediato no le impone algún pensamiento individual en su mente, como lo hace la lectura, que apenas le provee ocasión y materia para ponderar sobre los pensamientos apropiados a su naturaleza y humor del momento. Mucha lectura consecuentemente usurpa a la mente de toda su elasticidad, hace con ella lo que la continua presión sobre un resorte, y el modo más seguro para que uno nunca tenga pensamientos por sí mismo es coger un libro cada vez que tenga tiempo libre. Por eso la erudición torna a la mayoría de los hombres más aburridos y ridículos de lo que marca su naturaleza y le roba toda la efectividad a sus escritos: justo como dice Pope: “For ever reading, never to be read.”[1]
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Fundamentalmente, sólo nuestros propios pensamientos básicos poseen verdad y vida, puesto que son estos los que entendemos profundamente. Los pensamientos de otro que hemos leído son migajas en su mesa, la ropa tirada de un invitado extraño.
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La lectura es apenas un sustituto de pensar por sí mismo; implica que otro dirija tus pensamientos. Muchos libros, además, sirven meramente para mostrar cuántas formas hay de estar equivocado, y cuán descarriado podrías terminar si siguieses su guía. Sólo deberías leer cuando tu pensamiento se seca, lo cual por supuesto le ocurre frecuentemente hasta a las mejores cabezas; pero vetar tus propios pensamientos para poder leer un libro es un pecado en contra del Espíritu Santo; es como desertar de la naturaleza que no se ha recorrido para mirar un herbario o el grabado de paisajes.
Podría ocurrir que una verdad, una perspicacia, que hayas paulatina y minuciosamente figurado pensando por ti mismo de repente la encontraras ya escrita en un libro; empero será cien veces más valioso si llegases a ella pensado por ti mismo, ya que sólo en ese momento entrará en tu sistema de pensamientos como una parte íntegra, un miembro viviente, será perfecta y firmemente consistente con aquél y estará en sincronía con todas sus otras consecuencias y conclusiones, soportará el tono, el color y el sello de todo tu modo de pensar y habrá arribado en el preciso momento que era necesario; así permanecerá firmemente y por siempre alojada en tu mente. Ésta es la aplicación perfecta, sin lugar a dudas la explicación de la frase de Goethe: “Was du ererbt von deinen Vätern hast, Erwirb es, um es zu besitzen.”[2]
El hombre que piensa por sí mismo se familiariza con las opiniones autoridades sólo después de haberlas adquirido como meras confirmaciones de las propias, mientras que el filósofo a partir del libro comienza por sus autoridades, es decir, construye sus opiniones tras haber recolectado las opiniones de otros: su mente a continuación las comparará con las del pensador de primera mano, del mismo modo que un autómata con un hombre viviente.
Una verdad que ha sido apenas aprendida se adhiere a nosotros como una prótesis, un diente falso, una nariz de cera o a lo más, como piel transplantada; empero, una verdad ganada pensándola por uno mismo es como un miembro natural: en realidad nos pertenece. Esto es lo que marca la diferencia entre un pensador y un simple erudito.
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Las personas que se pasan la vida leyendo y adquiriendo su sabiduría de los libros son como aquellos que aprenden de un país por descripciones de viaje: pueden impartir información sobre gran número de cosas, mas en el fondo no poseen ningún conectado, claro, ni minucioso conocimiento de cómo es el país. En cambio, las personas que se pasan la vida pensando son como aquellos quienes han visitado el país: por sí solos están bastante familiarizados con el territorio, poseen conocimiento conectado del mismo y se sienten verdaderamente en casa en él.
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Un hombre que piensa por sí mismo está relacionado con el ordinario filósofo a partir del libro como lo está un testigo con respecto de un historiador: el primero habla de su propia inmediata experiencia. Es por esto que todos los hombres que piensan por sí mismos están en acuerdo fundamental: sus diferencias surgen sólo de sus diferidas posturas; ya que éstas sencillamente expresan lo que han aprehendido objetivamente. El filósofo a partir del libro, en cambio, reporta lo que el pensador ha dicho y ha pensado y lo que otro a objetado, etcétera. A continuación lo compara, lo sopesa, critica las afirmaciones, y de esta forma intenta obtener la verdad del asunto, en cuyo respecto se asemeja exactamente al historiador crítico.
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La simple experiencia no es menos sustituto de pensar que la lectura. El empirismo puro está relacionado con el pensar como el comer lo está con la digestión y a la asimilación. Cuando el empirismo presume que por sí solo, mediante sus descubrimientos, ha extendido el conocimiento humano, es como si la boca presumiera que ella misma mantiene vivo al cuerpo.
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La marca característica de las mentes más altas es la inmediatez de sus juicios. Todo lo que producen es resultado de pensar por sí mismos y sólo por la manera en que es expresado, en cualquier lugar, se anuncia a sí mismo como tal. Quien verdaderamente piensa por sí mismo es como un monarca en el sentido que no reconoce a nadie encima de él. Sus juicios, como las decisiones de un monarca, se erigen directamente de su propio absoluto poder. Ya no acepta autoridades del mismo modo que el monarca no acepta órdenes, y no acepta la validez de nada que no haya confirmado él mismo.
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En el reino de la actualidad, tan pulcro, feliz y agradable como lo pudiéramos encontrar, estamos, sin embargo, siempre bajo la influencia de la gravedad, la cual tenemos que continuamente superar: en el reino del pensamiento, en cambio, somos mentes incorpóreas, sin peso y sin necesidades ni preocupaciones. Es por esto que no hay felicidad en la tierra que pueda compararse con la que una bella y fructífera mente encuentra en un momento propicio dentro de ella misma.
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Existen muchísimos pensamientos que tienen valor para quien los conciba, pero sólo unos cuantos poseerán el poder de engranar con el interés de un lector tras haberlo escrito.
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Empero, a pesar de todo, sólo poseerá verdadero valor el pensamiento que se haya concebido en primera instancia para la propia instrucción. Los pensadores pueden ser divididos en aquéllos que piensan en primera instancia para su propia instrucción y aquéllos que lo hacen para la instrucción de otros. Los primeros son pensadores por y para sí solos: son verdaderos filósofos. En ello se aplican seriamente. El placer y la felicidad de su existencia consiste en pensar. Los segundos son sofistas: quieren aparentar ser pensadores y buscan su felicidad en lo que esperan obtener de otros. En esto ellos se aplican seriamente. A cuál de estas dos clases un hombre pertenece podría ser rápidamente advertido en su estilo y modo de ser. Lichtenberg es un ejemplo de la segunda clase, Herder, desde luego, pertenece a la primera.[3]
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Cuando se considera cuán grandioso y cuán inmediato es el problema de la existencia, esta ambigua, atormentada, fugaz existencia que es como un sueño, tan grandiosa y tan inmediata que apenas se percata, eclipsa y oscurece los demás problemas y metas y más aún cuando se percatas que los hombres, salvo algunas cuantas excepciones, no tienen una clara conciencia sobre este problema, que en realidad parecen no tener conciencia alguna de aquél, mas se incumben con cualquier cosa en lugar de éste y viven al día y todo el pliegue no tan largo de su futuro individual con el pensamiento casi apartado, ya sea expresamente rehusándose a considerar el problema o contentándose con algún sistema de metafísica popular; cuando, afirmo, consideras todo esto, podrías opinar que el hombre puede ser considerado un ser pensante en un amplio sentido del término y ya no sentir mucha sorpresa con respecto a cualquier asunto vacío y ridículo, aunque al mismo tiempo advertirás, en cambio, que mientras el horizonte intelectual del hombre ordinario es más ancho que el de un animal (cuya total existencia es un continuo presente, sin conciencia del pasado o el futuro) no es tan inconmensurable como es generalmente supuesto.
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Notas
[1] Siempre leyendo, nunca ser leído.
[2] Lo que has heredado de tus antecesores debes primero ganártelo si pretendes poseerlo.
[3] Georg Christoph Lichtenberg (1742-99), aforista y satírico. Johann Gottfried von Herder (1744-1803), teólogo, filósofo y hombre de letras
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