Como respuesta a la remota posibilidad que de que el Tolima salga de su agravada condición de atraso económico y moral y sus efectos en el mapa del ordenamiento social.
ALBERTO BEJARANO ÁVILA /
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Hoy la pelota está en la cancha de la alternatividad, pues la “arcaica politiquería fue la vencedora” y ahora, con desvergüenza, se solaza con un triunfalismo tragicómico que muchos alaban, o bien por ignorar cómo debe obrar una auténtica política para construir desarrollo y equidad social en el Tolima y bien porque se benefician del atraso y el caos. Cierto es que esa “rancia política”, ya cuarentona, “sabe para qué es el poder”, sabe cómo obtenerlo y, además, no tiene frenos, pues quienes prometen derrotarla siempre han usado las mismas tesis curalotodo, la misma ambición narcisista y la misma caduca organización político-electoral de los “vencedores”.
Solo la alternatividad podría sacar al Tolima del medievo político, claro, si esta piensa y actúa distinto (lo mismo engendra lo mismo), porque la legitima alternatividad, no la eufemística, sólo es posible si existe unidad ideológica, unidad organizacional y decisiones democráticas, única manera de concitar el fervor ciudadano por la reconstrucción del Tolima, o igual, hacer viable el voto de opinión para encararlo al poder económico de los clanes que se apropiaron del terruño. Quienes quieran fungir de alternativos deberían admitir que, para hacer política realmente renovadora, existe un orden inalterable: primero, pensamiento disruptivo (en el Tolima sería el regionalismo); segundo, organización político-electoral; tercero, lideres que, desde distintas posiciones, no solo las elegibles, sean capaces de guiar el anhelado cambio.
Creo que en el Tolima abunda el anhelo del cambio, que se desperdicia por carecer de ideas, por apocamiento espiritual y porque los lideres honestos y presentables, a quienes respeto y aprecio así por principios no haya votado por ellos, se niegan a admitir que a los tolimenses mucho nos divide. Nos dividen falsos partidos políticos que apenas son agencias electorales; caciques nacionales que meten su nariz en las que deben ser nuestras decisiones; avales sin nexos ideológicos; gamonales regionales y sus cohortes de sofistas; nociones de izquierda y derecha (en ellas se parapetan contestarios y retrógrados); cáustica mala leche opuesta a todo; jurásicos que solo un meteorito alternativo extinguiría; jactancias de sabiduría que emanan boberías; anómala mutación de la realización personal en personalísimo enfermizo.
La posibilidad de que la alternatividad sea opción política está en un enfoque bidimensional, que no sé porque carajos se rehúye. Se trata de reconocernos como colombianos y, a la vez, como federalistas o descentralistas (sobre tal dualidad escribiré luego). Lo primero entraña hechos que nos dividen, pero lo segundo prohijaría la coexistencia de la inteligente paradoja de la unidad en la diversidad y, así diverjamos en asuntos nacionales, nos uniría el proyecto redentor del Tolima. Hace poco oía elogiar “la escritura sin sesgos” y pensaba que hasta las palabras innocuas nos condenan al limbo de la indefinición política para impedir que emerja una alternatividad capaz de proyectar luces redentoras en este infiernillo sin esperanzas.
ALBERTO BEJARANO ÁVILA
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