Mas allá de lamentar la esperanza perdida, la conmemoración de este hito histórico es una oportunidad para reflexionar sobre las posibilidades de reconstruir las relaciones entre ambos pueblos y renovar la esperanza de convivir en paz
Meir Margalit
In memorian de Ron Pundak (1955-2014)
No es nada fácil escribir una nota sobre la historia de un sueño truncado. Esta es la sensación que me invade ante la conmemoración del XXX aniversario del acuerdo de Oslo, firmado por Rabin y Arafat, el 13 de septiembre de 1993.
Los acuerdos de Oslo han sido, para todos aquellos que luchamos por la paz, la cristalización de todos nuestros anhelos, la prueba contundente de que la paz esta al alcance de nuestras manos. A pesar de sus deficiencias, Oslo nos permitió divisar el fin del conflicto árabe-israelí y el inicio de una nueva era de convivencia entre los dos pueblos
Pero la alegría duro muy poco y prontamente se convirtió en la representación encarnada de un sueño que se hizo añicos y en el tsunami que arrastró a la izquierda pacifista israelí hacia un abismo en el cual estamos todavía estancados.
Tras el asesinato de Isaac Rabin, el 4 de noviembre de 1995, perpetrado por un judío religioso derechista, el sueño colapsó. Las expectativas habían llegado tan alto, que el desplome fue espantoso. El pueblo israelí no estaba dispuesto a devolver a los palestinos los territorios conquistados y en las elecciones llevadas a cabo en junio de 1996 prefirió votar por la derecha liderada por Benjamín Netanyahu quien prometía abortar todos los acuerdos firmados por Rabin.
La violenta reacción palestina a la política derechista de Netanyahu generó una espiral de violencia que reforzó la linea dura israelí: una vez mas triunfó la demonización del pueblo palestino. El interludio del gobierno laborista de Ehud Barak (1999-2001) también cometió todos los errores posibles y, asustado por las encuestas que preveían el triunfo de la derecha, adoptó una linea ambigua, que en ultima instancia, tal como era de esperar, lo llevó a la derrota electoral. De modo que Oslo murió a poco de nacer y tras su descalabro final, con el estallido de la segunda Intifada a finales del 2000, sucumbe el movimiento pacifista, el cual hasta hoy día no logra levantar cabeza.
Pero mas allá de lamentar la esperanza perdida, la conmemoración de este hito histórico es una oportunidad para reflexionar sobre las posibilidades de reconstruir las relaciones entre ambos pueblos y renovar la esperanza de convivir en paz. La formula clásica basada en la devolución de los territorios conquistados y la creación de dos estados para dos naciones, ya es imposible de ejecutar. La presencia de más de medio millón de colonos derechistas en tierra palestina, ha generado a una realidad geopolítica que imposibilita la creación de un estado palestino independiente a la par de Israel. Después de 50 años de ocupación, ya es imposible plantear la posibilidad de desalojar a estos colonos para devolver la tierra a sus legítimos dueños palestinos.
Ante este callejón sin salida, ha surgido en el seno del movimiento pacifista israelí un interesante programa de paz que propone crear "un país para dos pueblos", o sea, una entidad territorial unificada dentro de la cual convivan dos países soberanos: Israel y Palestina.
El racional de este modelo esta basado en la premisa de que dada la pasión que ambos pueblos sienten por la tierra y dado que para ambos toda la región que actualmente incluye a Israel y Palestina es sagrada e indivisible, la formula adecuada consiste en crear una entidad sin fronteras en la que cada residente gozara de libre acceso a todo el territorio, e igualdad de derechos civiles y nacionales- todo dentro de un marco territorial unificado.
En otras palabras, en lugar de la clásica formula de 'dos estados para dos pueblos', el nuevo paradigma habla de una confederación de dos estados independientes que mantienen su soberanía de manera absoluta dentro de un marco supra-nacional. De alguna manera se trata de una versión actualizada de lo que llamamos un 'estado bi-nacional' en la que en lugar de buscar una solución basada en la separación, se opta por una solución basada en la cooperación y en la convivencia.
Esta formula, encauzada por el movimiento "Una Tierra Para Todos" es actualmente minoritaria, pero esta ganando mas y mas apoyo dentro de la sociedad israelí y la palestina y ya es hora que sea adoptada también por la comunidad internacional. Hoy día suena ingenua, pero frente al impasse en el que estamos estancados, esta es la única formula que abre una perspectiva de paz. El próximo gobierno progresista de España es el mejor socio para avanzar en esta dirección.
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Meir Margalit. Doctor en Historia Israelí Contemporánea por la Universidad de Haifa, desarrolla su actividad docente en el ONO Academic College, además de impartir conferencias y seminarios en distintas universidades europeas y americanas. Ha sido concejal de Jerusalén con el partido pacifista Meretz hasta 2014. Cofundador de una de las organizaciones de derechos humanos más destacadas de Israel, el Israeli Committee Against House Demolitions (ICAHD), ha sido asesor en distintos organismos de la ONU, como OCHA, UNHabitat y UNRWA y es actualmente director del Center for Advancement of Peace Initiatives. Considerado uno de los mayores expertos en el conflicto araboisraelí en Jerusalén, es autor de Discrimination in the Heart of the Holy City (2008), Seizing Control of Land in East Jerusalem (2010) y Demolishing Peace (2014). Asimismo, es miembro del consejo editorial de Palestine Israel Journal y de la revista SinPermiso.
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