A toda esa caterva de farsantes, a toda esa teatrera gentuza procedente de la inmunda sentina de la corrupción, de las intrigas, las ambiciones, la traición, la venta de favores, hoy los vemos afanados como intentando lavarse la cara, buscando incrustarse y participar en las campañas electorales para los gobiernos locales que ya se avecinan
Los tránsfugas cumplen el papel de legitimadores del statu quo, mediante simplificaciones argumentales, falsas representaciones, posturas moralistas y respaldos pseudointelectuales. Quienes mejor representan este papel en la llamada infocracia que hoy vivimos, son los taimados periodistas, comprometidos con su falsa información o fake news de manera cotidiana.
Julio César Carrión Castro
Politólogo Universidad Javeriana
“No existe una sola persona que conozca la horrible odisea por la que se llega a lo que hay que llamar, según los entendidos, boga, moda, prestigio, renombre, celebridad, favor público, esos distintos escalones que conducen a la gloria y que no pueden nunca sustituirla…”
Honorato de Balzac
–Tránsfugas, plumíferos y otros acomodados–
En estos tiempos, ante el sistemático fenómeno del acomodamiento preelectoral de todos esos conspicuos politicastros que, abruptamente, salen de sus viejas madrigueras como buscando nuevos refugios, un sol que los alumbre más, un nicho apropiado a sus particulares intereses y ambiciones, quiero insistir en estas reflexiones que considero pertinentes...
Honorato de Balzac en su obra “Las ilusiones perdidas”, que escribiera entre 1835 y 1843, en la época de consolidación de las sociedades burguesas, narra el proceso de la pérdida de las convicciones políticas, de los valores éticos y de la conciencia individual, bajo el influjo, precisamente, del modo de producción capitalista, debido a la perniciosa supremacía del dinero, a la conversión del intelecto humano en otra mercancía y a las irrefrenables ansias de poder.
La intención de la novela, en resumen, es mostrar cómo la ambición logra condicionar los sueños y poner precio a las ilusiones de muchos individuos, originalmente honestos, pulcros y confiados en sus méritos y valores morales e intelectuales, convirtiéndolos en simples marionetas al servicio de quienes ejercen la hegemonía y el dominio económico, político y cultural, en un mundo centrado en el egoísmo; un mundo simulador y falso donde todo se compra y se vende: la fama, el prestigio, la posición social, el talento, el éxito. Mundo en el que se pervirtieron ya todos los nobles ideales y las ilusiones.
Esta decadencia moral, marcada de una manera más intensa y significativa bajo el capitalismo tardío que nos ha tocado soportar, ha llevado, por ejemplo, a la consideración de que el transfuguismo sea asumido como una práctica política y un comportamiento humano muy corriente, llegando incluso hasta ser celebrado en el mundillo politiquero de las sociedades contemporáneas. Nos encontramos con un gran número de personajes que se consideran académicos, artistas, literatos, estadistas, etc. y, prevalidos de una inteligencia situacional y de dotes especiales para la simulación y la actuación, asumen posturas acomodaticias, trepadoras y logreras, consiguiendo encubrir, bajo el velo de discursos imbuidos de cinismo, su real miseria ética e intelectual.
Hábiles en las maniobras políticas, pasan, sin romperse ni mancharse, de posiciones críticas, democráticas y de izquierda, a las antípodas ideológicas: a una derecha cerrera, montaraz, fascistoide… y de ahí a ocupar cargos directivos en la banca, en los sectores financieros, empresariales, gremiales e industriales, bajo gobiernos y grupos políticos de la ultraderecha.
Son esos dirigentes, asesores, asistentes y consejeros de la lumpenburguesía que parecieran vivir en un mundo feliz: sin angustias, integrados, compartiendo los despóticos regímenes que ayer repudiaban, pero que apoyaron aseverando, astutamente, estar dispuestos a sacrificarse al servicio del país. Y así, en sus rituales de abandono, de condenas, de olvidos y acomodamientos, terminaron profesando horror a sus antiguas militancias y creencias, y amoldándose a los intereses de las castas y las dinastías que siempre han gobernado.
En una sociedad mediática como la nuestra, tan profundamente fragmentada e individualista, que no cree en la solidaridad ni el bien común, y cuyos gobiernos, históricamente, han negado la participación democrática, no admiten compromisos con el bienestar colectivo y, por el contrario, han promovido la guerra y el militarismo. Los tránsfugas cumplen el papel de legitimadores del statu quo, mediante simplificaciones argumentales, falsas representaciones, posturas moralistas y respaldos pseudointelectuales. Quienes mejor representan este papel en la llamada infocracia que hoy vivimos, son los taimados periodistas, comprometidos con su falsa información o fake news de manera cotidiana.
Hoy, ante el fracaso y pérdida de sus particulares aspiraciones egocéntricas y narcisistas, acosados por la inesperada irrupción de un nuevo gobierno de carácter popular, que promueve el cambio de las estructuras económicas, políticas y culturales, vemos a muchos de estos personajes –políticos, académicos, periodistas, empresarios–, representantes del gatopardismo más rastrero, “dando brincos y saltos” para acomodarse en algunos vericuetos de esas nuevas estructuras de un poder que amenaza desplazarlos.
No en vano Balzac, en esta obra fundamental, desde mediados del siglo XIX, nos advirtió acerca de la corrupción del talento en las diferentes manifestaciones del pensamiento, el arte y la cultura, en especial en el periodismo. Nos señaló que “un periódico es un almacén de veneno”, que los periodistas son “mercaderes de frases”, “aves de presa”, fatuos triunfadores en el mundillo teatrero y falso de la pequeña política. “El periodismo –dice– es un infierno, un abismo de iniquidades, de mentiras, de traiciones, que es imposible atravesar y del que es imposible salir indemne si no es protegido, como Dante, por el divino laurel de Virgilio”.
Los periódicos, –en general los llamados medios de comunicación– para Balzac, bajo los lineamientos de sus propietarios contratistas, no son más que “lupanares del pensamiento”, un “infierno de iniquidades, de mentiras, de traiciones”. Afirma, con sobrada razón, que allí mandan “las realidades del oficio, las fangosas necesidades de una interminable serie de bajezas, claudicaciones y chanchullos”. “Un hombre puro en el periodismo, es tan raro como las fortunas honradas en el mundo financiero… Todos caen en el abismo de la desgracia, en el fango del periódico, en las ciénagas de la edición”.
Ese “periodismo” prepago, con posturas aparentemente moralistas, exalta ahora a todos esos redivivos Fouchés, a todos esos integrantes de las empresas electoreras que siempre, en virtud de la “mermelada” que les ofrecen, apoyan la administración o gobierno vigente o actual –sea cual sea–, y que, desde una supuesta ecuanimidad, imparcialidad o “neutralidad”, aprueban el transfuguismo, el oportunismo, la simulación y el trepadorismo, como expresiones corrientes de sus actividades académicas, periodísticas o políticas, aceptando las relaciones económicas de inequidad y explotación y habiendo servido cumplidamente de organizadores y planificadores en las instituciones que regulan dicha explotación; que consagraron teóricamente la corrupción y la impunidad desde las altas cortes y magistraturas; mediante la despolitización y banalización de tesis y argumentos, promovieron esa democracia farandulera y circense que por tantos años la oligarquía y las mafias han sostenido en Colombia –con todo y sus rituales de “participación democrática” y un fingido respeto a las normas establecidas– que siempre han servido para ocultar el autoritarismo; esos Fouchés que, dialogando y negociando con los narcotraficantes y los paramilitares a nombre del gobierno, llevaron a constituir ese Estado fallido, inviable, paraco, con el reconocimiento político y social de estos sectores. Esos sujetos, ahora posan de cambiados y hasta de revolucionarios ante el gobierno de Gustavo Petro que pretende superar tanta iniquidad e infamia.
Personajes faranduleros, coloquiales, “showmen” que utilizando hoy una pose de “cultos”, de intelectuales, de demócratas y un lenguaje retórico de izquierdas, pero frío y descontextualizado, quieren pasar a la historia admirados y reconocidos simplemente por su reinserción pragmática al poder, en sus distintas variantes.
Esos personajillos provenientes de la degradación moral e intelectual, de la cleptocracia y la corrupción establecidas por los anteriores gobiernos, de la encubierta academia de Tartufos, de ese periodismo de plumíferos y cagatintas al servicio de las castas y grupos dominantes. A toda esa caterva de farsantes, a toda esa teatrera gentuza procedente de la inmunda sentina de la corrupción, de las intrigas, las ambiciones, la traición, la venta de favores, hoy los vemos afanados como intentando lavarse la cara, buscando incrustarse y participar en las campañas electorales para los gobiernos locales que ya se avecinan.
Edición 827 – Semana del 3 al al 9 de junio de 2023
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