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LA HISTORIA QUE NADIE CUENTA DE LA CRISIS ALIMENTARIA

La guerra en Ucrania ha proyectado una larga sombra sobre la seguridad alimentaria a escala global

Jennifer Kwao

ÁLVARO MINGUITO

La información sobre la crisis alimentaria mundial se ha centrado en la guerra de Ucrania y el bloqueo de las exportaciones de cereales ucranianos. No obstante, el conflicto no es más que el último vuelco de un sistema alimentario global que ya se encontraba al borde del abismo. Jennifer Kwao explica por qué los orígenes de la crisis alimentaria radican en las estructuras de la economía mundial. La única respuesta realista posible de la UE pasa por abordar la inseguridad alimentaria como un problema sistémico

El 1 de agosto de 2022, un barco con 26.527 toneladas de maíz zarpó de Odesa rumbo al Líbano. Para entonces ya habían pasado cinco meses desde que la invasión de Putin en Ucrania había cercado todas las exportaciones de alimentos vitales que partían de los puertos ucranianos. La guerra de Putin paralizó de forma inmediata la exportación de cereales, girasol y fertilizantes de los que dependían millones de personas en el Sur Global cada mes. La ONU y Turquía habían trabajado arduamente durante los últimos meses en la creación de corredores seguros para el tráfico de exportaciones agrícolas en plena crisis alimentaria, que culminó en la firma de un acuerdo en Estambul y el desbloqueo de cerca de 20 millones de toneladas de cereal. Sin embargo, antes de que la tinta de este acuerdo pudiera secarse, Rusia inundó el puerto de Odesa con una lluvia de misiles.

La trágica situación y la falta de una respuesta coordinada han llevado a la ONU y a la Cruz Roja a dar la voz de alarma sobre una catástrofe humanitaria silenciosa. El mensaje de la ONU y la Cruz Roja ha sido claro y coherente desde el comienzo de la guerra: esto no es más que una de las crisis que afectan a la seguridad alimentaria del Sur Global. Se calcula que once personas mueren de hambre cada minuto y que la desnutrición es una amenaza constante para millones de personas, así que va siendo hora de analizar la crisis alimentaria como una consecuencia desafortunada de la guerra en Ucrania u otra desgracia en tierras lejanas, sino como el resultado de un sistema alimentario con graves deficiencias de cuyo desarrollo ha sido cómplice el Norte Global.
Las repercusiones de la guerra en Ucrania

Dado que ambos países son los principales exportadores a escala mundial de trigo, cebada, girasol, maíz y fertilizantes, la invasión de Ucrania por parte de Rusia ha sumido al mundo en una crisis alimentaria.

La estrategia rusa ha consistido en bombardear industrias clave para la economía ucraniana y plantar minas en el mar Negro, la principal ruta de exportación de Ucrania. Además de destruir infraestructuras como puertos y carreteras, indispensables para el funcionamiento de la industria de exportación, esta campaña ha provocado la suspensión del procesamiento de semillas oleaginosas y de la concesión de licencias de exportación. El comercio a través del mar Negro se encuentra paralizado desde febrero, lo que ha supuesto un acusado descenso de las exportaciones de cereal ucraniano y ha sacado de circulación toneladas de productos del comercio agrícola mundial. A pesar de los esfuerzos de Ucrania por redirigir estas mercancías (a través de países vecinos, ya sea por carretera o ferrocarril), tan solo consigue exportar un tercio de los 4,5 millones de toneladas de cereales mensuales que solía comercializar, de modo que quedan 20 millones de toneladas de cereales estancadas en sus puertos.

Los enfrentamientos también han planteado unos grandes retos a la industria agrícola ucraniana. Además de reducir las zonas en las que se pueden producir y almacenar alimentos, el conflicto también está agravando la escasez de personal para la cosecha y la siembra. Se prevé que en este invierno Ucrania no podrá cosechar una parte considerable de su producción invernal.

El déficit de suministros originado por la guerra, además de las respuestas de empresas y gobiernos, ha contribuido a un aumento vertiginoso de los precios de los alimentos, la agricultura y la energía. Según los informes de evaluación de riesgos de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación, es probable que el déficit de suministro provocado por la guerra mantenga los precios muy por encima de la media.

Los efectos colaterales de la guerra en materia energética también han trastocado las cadenas de suministro de alimentos de todo el mundo. Las industrias alimentarias del mundo entero dependen en gran medida de los combustibles fósiles, ya que, además de cumplir una función esencial en la siembra, la cosecha y la transformación de los alimentos, el petróleo es el principal ingrediente de los fertilizantes de los que depende la agricultura industrial para producir alimentos. Esta dependencia provoca una espiral de costes energéticos que afecta a las cadenas de suministro alimentario a nivel global.

El elevado coste de los fertilizantes no solo encarece la producción de alimentos, sino que también reduce las cosechas y el rendimiento de una gran variedad de cultivos. Para quienes se dedican a la agricultura en el Sur Global, que constituyen la columna vertebral de los sistemas alimentarios, el desequilibrio entre el coste de los insumos y el rendimiento desincentiva la siembra para la nueva temporada. Los agricultores de la UE pueden recurrir a un paquete de ayudas adicionales para hacer frente a los elevados costes de los insumos, pero en los países del Sur no disponen de este tipo de ayudas, ya que sus gobiernos se encuentran en peores condiciones para ofrecer una red de seguridad.

Por consiguiente, el futuro de los países sumidos en la crisis se presenta sombrío; y es que no solo resulta caro producir y cosechar los alimentos actuales, sino que es probable que las cosechas del próximo periodo se reduzcan y sigan siendo costosas. Mientras tanto, Rusia mantiene su prohibición sobre las exportaciones de fertilizantes a pesar de ser el mayor exportador mundial de este producto.

Exportar en tiempos de guerra es un negocio muy caro. No solamente los productores ucranianos asumen más costes por el desvío del cereal o de las cosechas que permanecen en desuso, sino que quienes importan sus productos incurren en costes de seguros. Y en un mar Negro minado, todos los eslabones de la cadena alimentaria afrontan costes adicionales e imprevistos, y frecuentemente a cambio de una cantidad de productos menor. En el caso de los países en desarrollo, esto supone un sobrecoste que no pueden permitirse.

Estas subidas de precios en la cadena de suministro alimentario tienen un efecto dominó en los mercados, alejando los productos básicos del alcance de los consumidores. En la actualidad, los alimentos son un 42% más caros que entre los años 2014 y 2016. Los alimentos básicos como la carne, el azúcar, los cereales y los productos lácteos han registrado los precios más altos desde 1961. Los precios del trigo a nivel mundial se han disparado más de un 50% y, en comparación con el año anterior al incio de la guerra , el trigo es hoy un 80% más caro. Aunque menos pronunciada, se observa una tendencia similar en los precios del maíz en el mercado mundial tras la guerra, y es que hoy es entre un 25% y un 30% más caro que los precios del pasado febrero.

Además de las subidas de precios y los trastornos en la producción y el suministro de alimentos, las autoridades nacionales han recortado drásticamente los suministros. Desde el mes de marzo, Rusia ha prohibido las exportaciones de azúcar, colza y semillas de girasol. En los cuatro primeros meses de su guerra unilateral, Rusia prohibió la exportación de trigo, morcajo, centeno, cebada, maíz y azúcar. Por su parte, Ucrania prohibió la exportación de maíz, centeno, huevos, aves de corral, aceite de girasol y carne de marzo a mayo.

Ante el temor a una mayor escasez, países como la India, Argelia y Turquía han impuesto prohibiciones a sus propias exportaciones de alimentos. A pesar de representar una pequeña parte del comercio mundial de cereal, esta maniobra implica que los países que buscasen grandes importaciones de grano en otros lugares no podrían recurrir a sus colaboradores del Sur Global. Hasta ahora, Hungría ha sido el único país de la UE que se ha sumado a estas restricciones comerciales, prohibiendo la exportación de cereales y semillas de girasol de marzo a mayo. En términos generales, los informes que apuntan a una temporada agrícola difícil debido a las condiciones meteorológicas extremas en Europa y la India desalientan la esperanza de que estos países socios acudan a compensar esta carencia con sus excedentes.

La guerra en Ucrania ha proyectado una larga sombra sobre la seguridad alimentaria a escala global, pero no todo el mundo se ha visto afectado de la misma manera. Los países del Sur Global no solamente son los más afectados, sino que sus poblaciones más vulnerables son quienes sufren un mayor riesgo de morir de hambre. Esta desigualdad en las repercusiones revela un problema elemental de inequidad en los mercados mundiales alimentarios y en la seguridad alimentaria.
Las partes más perjudicadas

Los hogares del Norte Global suelen gastar el 17% de sus ingresos en alimentos, mientras que sus homólogos del Sur Global gastan la friolera del 40%. Por lo tanto, los consumidores del Norte pueden percibir la actual subida de precios como un ligero cambio en sus gastos alimentarios (o no notarla en absoluto por tener unos ingresos superiores a los normales), mientras que los del Sur se enfrentan a una elección imposible entre la supervivencia y otros gastos de consumo. En Nigeria, por ejemplo, la pasta y el pan se han encarecido hasta un 50%.

Los países más perjudicados son aquellos que dependían considerablemente de las importaciones de alimentos ucranianos y rusos. La mayoría de los países de África son importadores netos de trigo. En la región de África oriental, un tercio del consumo de cereal procede de trigo importado en su mayor parte de Ucrania y Rusia, el 84% para ser exactos. Casi el 100% de las importaciones de trigo de Benín proceden de Rusia. La disponibilidad de alimentos para millones de personas está a merced de crisis externas cuyas devastadoras consecuencias se están materializando ante nuestros ojos.

La situación es peor en los países que dependen de las importaciones de alimentos y de las ayudas y que se enfrentan al cambio climático, los conflictos y la recesión económica. La República Democrática del Congo, Afganistán, Somalia, Etiopía y Yemen han sido declarados “puntos críticos del hambre“ y son algunos de los más castigados por la crisis alimentaria.

Resulta alarmante que el Programa Mundial de Alimentos, que alimenta a 125 millones de personas, compre el 50% de su cereal a Ucrania. Así pues, la guerra inutiliza un mecanismo de crisis esencial a la hora de satisfacer las necesidades de las poblaciones más vulnerables.
¿Cómo hemos llegado a esta situación?

Aunque la crisis alimentaria pueda parecer un acontecimiento repentino e inesperado para una parte de la población europea, la inseguridad alimentaria ya registraba una tendencia al alza en el año 2019. En 2020, más de 800 millones de personas pasaban hambre. Dos tercios de esta inseguridad alimentaria se concentran en África subsahariana, India y China. El Informe Mundial sobre las Crisis Alimentarias calcula que 193 millones de personas se vieron inmersas en una crisis alimentaria aguda en el año 2021, y que miles de personas pasaron hambre y murieron y millones más se enfrentaron a un nivel crítico de emergencia. ¿Por qué hubo millones de personas que pasaron hambre en un periodo de paz relativa?

Bueno, pues resulta que “un periodo de paz relativa” es una visión muy limitada del mundo antes de la guerra de Ucrania. Para muchos países, el periodo anterior a la guerra estuvo marcado por una serie de conflictos internos, crisis sanitarias, fenómenos meteorológicos extremos, recesión económica y restricciones comerciales que socavaron su seguridad alimentaria. La guerra supone un punto de inflexión en el recrudecimiento de una crisis alimentaria cimentada en un sistema alimentario desigual. Por lo tanto, es más apropiado preguntarse cuáles son los factores desencadenantes de la crisis alimentaria.

El impacto más notorio que ha recibido el sistema alimentario en los últimos años ha sido la pandemia de covid-19 y la posterior recesión económica. Cuando el mundo se paralizó y millones de personas buscaron refugio en sus hogares, el acceso a los alimentos se volvió precario, pero no por las razones que creíamos. Los últimos estudios muestran que, a pesar de que las restricciones de la pandemia perjudicaran la disponibilidad de alimentos al ralentizar su procesado, transporte y comercialización, el mazazo para la seguridad alimentaria se debió a la pérdida de ingresos y al aumento de los precios de los alimentos durante la pandemia.

Las restricciones impuestas durante la pandemia, que provocaron el cierre de industrias y la imposición de toques de queda, se tradujeron en falta de empleo para los trabajadores y trabajadoras del mundo, que, en su mayoría, trabaja en sectores informales. Sin empleo no había ingresos. Y sin ingresos no hay alimentos. Quienes dependen de los ingresos derivados del comercio en los mercados y de las remesas se vieron especialmente afectados, ya que estas actividades se redujeron o se paralizaron.

Al mismo tiempo, la volatilidad de los precios de los alimentos en los mercados internacionales impide que los productos básicos de primera necesidad lleguen a manos de los consumidores de los países de ingresos bajos. La hiperespeculación en torno a las materias primas alimentarias desvinculó los precios del contexto de producción y suministro. Esta financiarización de los mercados alimentarios beneficia a una minoría de comerciantes de cereal e inversores que están logrando unos beneficios sin precedentes en plena crisis y seguirán haciéndolo durante los próximos dos años. En cambio, los agricultores del Sur Global nunca verán estos beneficios, ya que producen bienes básicos para la exportación y tienen un escaso poder para fijar los precios.

La escasez de fertilizantes contribuyó aún más al encarecimiento de los alimentos en el año 2021. Esta escasez se originó fundamentalmente por las restricciones impuestas a la exportación de fertilizantes. La prohibición de exportar fertilizantes por parte de países como China disparó los precios un 50% antes de la guerra. En la actualidad hay 20 países que mantienen prohibiciones activas a la exportación de alimentos.

La combinación de la pérdida de poder adquisitivo, la recesión económica y los elevados precios de los alimentos provocó la inseguridad alimentaria de 811 millones de personas en el pasado año 2020. Según la ONU, esta cifra supone 100 millones de personas más que en años anteriores. Durante el primer año de la pandemia, una de cada diez personas en todo el mundo se fue a dormir sin disponer de alimentos suficientes.

Además de estos factores que se vieron exacerbados por la pandemia, el Informe Mundial sobre las Crisis Alimentarias indica que los conflictos y la inseguridad, así como los fenómenos meteorológicos extremos, son las principales causas del estado de inseguridad alimentaria generalizada.

En el año 2020 más de 20 países ubicados en casi todas las regiones del mundo atravesaban situaciones de inestabilidad o conflictos violentos, lo que provocó que 139 millones de personas sufrieran hambre extrema. Los fenómenos meteorológicos extremos se han vuelto cada vez más frecuentes en los últimos años. En las regiones especialmente afectadas por el cambio climático, los ciclones y las inundaciones causadas por las precipitaciones torrenciales amenazan con arrasar los cultivos y las sequías prolongadas matan de hambre al ganado y acaban con las cosechas. Es el caso, por ejemplo, de Somalia, Kenia, Madagascar y Afganistán, donde unas sequías sin precedentes han mermado la cosecha de cereales, provocando así la muerte del ganado y una explosión de los precios. Las precipitaciones de la temporada de lluvias de 2022, muy por debajo de la media, apuntan a que estas condiciones se prolongarán. Pakistán es un país muy afectado por la interrupción de las importaciones de cereales ucranianos y las inundaciones repentinas a consecuencia de las lluvias monzónicas del pasado verano destrozaron 800.000 hectáreas de cultivos, interrumpieron el suministro y provocaron el hundimiento de los precios.

La intensidad de estas crisis difiere de un país a otro, pero el paisaje global pone de manifiesto que los conflictos y la inseguridad son los principales causantes de las crisis de inseguridad alimentaria. En algunos «puntos críticos del hambre» estas adversidades se interrelacionan para limitar el acceso a los alimentos. En Sudán del Sur, por ejemplo, los fenómenos meteorológicos extremos, los conflictos y la recesión económica han abocado a 2 millones de personas a una crisis alimentaria excepcional y sumirán a más de 7 millones en una situación alimentaria catastrófica (inanición y muerte). Las previsiones son similares para Somalia, cuya crisis alimentaria también se debe a la intersección de estos factores.

Si se analiza la actual crisis alimentaria desde una perspectiva a corto y largo plazo, resulta evidente que la seguridad alimentaria de millones de personas en los países del Sur Global se halla en manos de unos pocos agentes internacionales decisivos y a merced de las crisis provocadas por el hombre, tales como las pandemias, el cambio climático, la guerra, la geopolítica y la recesión económica. Asimismo, si nos remontamos al periodo anterior a la guerra comprenderemos que, aunque la contienda acabase hoy, la crisis alimentaria permanecería.
El problema es el sistema

No es posible comprender que la crisis alimentaria es más estructural que la guerra de Ucrania o que los factores mencionados anteriormente si no se tiene en cuenta la manera en que están diseñados los sistemas alimentarios y cómo se integran en los mercados mundiales. La crisis alimentaria, obedece a un largo proceso de globalización, mercantilización y financiarización.

A pesar de las crisis que han afectado al sistema alimentario, la producción mundial de alimentos ha aumentado. En el año 2021 la producción de cereales de Europa fue cinco veces superior a la de África. China y la India son los mayores productores de trigo y acumulan grandes reservas de grano como una estrategia de seguridad alimentaria arraigada. Sin embargo, estas provisiones no llegan a quienes más las necesitan por varias razones: el desaprovechamiento, el uso de una cantidad considerable para alimentar al ganado o producir combustible, las decisiones comerciales basadas en el beneficio y las decisiones políticas. Cabe destacar que el 62% del cereal producido por Europa en el período 2018-2019 se destinó a alimentar a su ganadería.

En el marco de un sistema alimentario sumamente industrializado, especializado y enfocado a la exportación, es posible que haya países del Sur Global con altos niveles de producción, pero en categorías de alimentos que no son esenciales para la alimentación de su población. Vietnam, Perú, Costa de Marfil y Kenia producen gran cantidad de productos agroalimentarios como café, espárragos, cacao y flores. Egipto, uno de los países más perjudicados por los cortes de suministro de Ucrania, produce frutas muy valiosas en las pocas tierras fértiles que posee a lo largo del Nilo, destinadas en su mayoría a su venta en el mercado internacional.

Muchos países se vieron abocados a estas categorías de producción y a la dependencia de las importaciones por el colonialismo occidental. Las autoridades coloniales se apropiaron violentamente de la tierra, sometieron a la población a una economía de trabajo asalariado e introdujeron la producción industrial de cultivos comerciales, entre los que se encontraban especies invasoras. Este modelo garantizaba la rentabilidad de los cultivos comerciales a gran escala para los mercados internacionales.

Wangari Maathai, galardonada con el Premio Nobel e icono de la defensa del medio ambiente en Kenia, explica en sus memorias Con la cabeza bien alta cómo la administración colonial británica impuso a muchas personas una economía asalariada atroz o la conversión de las granjas que les daban de comer en plantaciones de café, té o madera. También establece una conexión entre la agricultura comercial y el desprecio del colonialismo británico por las costumbres indígenas y los desastres medioambientales y la desnutrición que sufre la actual Kenia.

Este legado se ha incorporado al sistema alimentario con la ayuda de acuerdos comerciales desiguales, reformas fiscales y políticas de desarrollo, así como a través de la expansión sin escrúpulos de las empresas transnacionales, protegiendo en muchas ocasiones los intereses y los beneficios del Norte Global a expensas de la seguridad alimentaria de millones de personas del Sur Global. Precisamente en este contexto, las corporaciones alimentarias y las empresas de cereales pueden obtener unos beneficios astronómicos en plena crisis alimentaria.

Desde esta óptica, la historia de la crisis alimentaria responde claramente a un diseño defectuoso, a crisis de origen humano y a un problema crónico de distribución. Es preciso deshacer el daño medioambiental y reparar el coste humano de este sistema alimentario a escala mundial.
Cómo deshacer la crisis alimentaria

La complejidad de la crisis alimentaria exige respuestas que no se limiten a la financiación humanitaria. Las deficiencias de un sistema alimentario que contribuye al hambre y la desnutrición no se pueden corregir con políticas reaccionarias. Es necesario adoptar políticas internas y externas transformadoras que giren en torno al concepto de soberanía alimentaria y que también aborden el papel de la UE en este proceso. Esto requiere eliminar paulatinamente los fertilizantes de la producción de alimentos en el Sur Global, incentivar las prácticas de producción de alimentos regenerativos y la producción de bienes de primera necesidad tan cerca del consumidor como sea posible, transferir los excedentes alimentarios al Programa Mundial de Alimentos, invertir en la agricultura adaptada al cambio climático y cancelar la deuda de los países que probablemente no estén en condiciones de pagar sus préstamos en medio de la recesión económica.

Estas políticas están incluidas en la ambiciosa caja de herramientas de la UE formada por acuerdos comerciales, ayuda al desarrollo y políticas agrícolas internas. En sus manos está utilizarlas. Las declaraciones sobre la crisis alimentaria de Jutta Urpilainen, la Comisaria de Asociaciones Internacionales de la UE, confirman que sus dirigentes son conscientes de este reto y de los mecanismos de los que disponen. No obstante, aún está por ver si se tomarán medidas para hacer frente a la magnitud de la crisis.
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green european journal
Artículo publicado originalmente en el Green European Journal en inglés y publicado en El Salto de la mano de EcoPolítica. Traducción al castellano de Guerrilla Translation.

Jennifer Kwao

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