No cabe duda de que China no volverá a ser un actor de segunda línea en los temas globales.
Felipe Ramírez
Foto: Qilai Shen/Bloomberg
La firma de un acuerdo entre la República Islámica de Irán y el Reino de Arabia Saudí para reabrir las embajadas, implementar el acuerdo de cooperación en seguridad en 2001, y el de cooperación económica, comercio, inversión y tecnología de 1998, no fue sólo una sorpresa debido a lo inesperado de la noticia, si no también a que la firma se realizó en Beijing.
La rivalidad entre ambos países -reducida a veces a una diferencia religiosa entre suníes y chiíes aunque mucho más compleja- se agudizó tras la revolución islámica en 1979, cuando Irán se posicionó como un importante adversario de EE.UU. en la región, y Arabia Saudí como un pilar de la estrategia de Washington en la misma.
Líbano, Siria, Irak y Yemen han visto las consecuencias prácticas de la disputa entre ambos países, cruzada además por una multiplicidad de actores armados -estatales o no-, por el conflicto en Palestina, la influencia de Estados Unidos, entre otros.
Por lo mismo, el anuncio el 10 de marzo pasado del acuerdo firmado en la capital de China causó sorpresa: es cierto que se habían realizado conversaciones bilaterales en Irak y Omán, pero sería la intervención del gobierno encabezado por Xi Jinping la que habría permitido su concreción.
El momento no es casualidad: se da en el marco de unas históricas “Dos sesiones”: las reuniones anuales de la Asamblea Popular Nacional y el Comité Nacional de la Conferencia Consultiva Política del Pueblo Chino, ocasión en la que además Xi Jinping fue electo por tercera vez Presidente de la República y de la Comisión Militar Central.
De esta manera, el hito se instala en un contexto de gran relevancia para el gobierno chino, que busca instalarse no sólo como un importante actor por su peso económico, si no también en el plano político e internacional. Cabe recordar que sólo hace 2 semanas Beijing ya había dado un paso importante en esa línea con su propuesta de 12 puntos para las negociaciones de paz en Ucrania.
En esta oportunidad han ido un paso más allá: el acuerdo entre Teherán y Riad abre una brecha en una región fundamental para EE.UU., con posibles repercusiones en la guerra civil de Yemen y en la proyección del proyecto nuclear iraní, poniendo en entredicho la apuesta de Washington por aislar a Teherán internacionalmente y generando dudas respecto a la postura que en el futuro tendrá el reino saudí sobre Siria y Palestina.
No hay que olvidar que en su minuto Arabia Saudí ya había expresado su interés por incorporarse a la Organización de Cooperación de Shanghái, que agrupa a un grupo diverso de países que va de China a Rusia, India, Irán y Pakistán, y que ha incorporado no sólo temáticas ligadas a la seguridad en materias de terrorismo, separatismo y extremismo, si no que además cooperación militar y en inteligencia.
Otro elemento que marcaba diferencias entre Arabia Saudí y Estados Unidos fue la negativa de la primera a incorporarse a los “Acuerdos de Abraham”, y que permitió que Israel estableciera relaciones diplomáticas con Emiratos Árabes Unidos y Bahréin, en medio de los reclamos de los palestinos.
Irán, por su parte, lleva años sufriendo las consecuencias económicas y sociales de las sanciones impuestas por los países occidentales luego de que Donald Trump rompiera el acuerdo nuclear logrado en el gobierno de Obama, y durante los últimos meses ha enfrentado una de las peores crisis luego del asesinato de la joven kurda Mahsa Amini mientras se encontraba en custodia policial por parte de la “policía de la moral”.
Todo esto pareciera haber sido aprovechado por China para plantearse como una alternativa concreta al desgastado liderazgo estadounidense. Pero hay que recordar que el gigante asiático ya tenía presencia en la zona: en 2008 buques de la marina china se unieron a la fuerza multinacional para combatir la piratería en el Golfo de Adén, han participado en ejercicios conjuntos con buques de guerra iraníes y de Tanzania, y cuentan con una base militar en Djibouti -la única del Ejército Popular de Liberación en el extranjero-, desde donde cautela sus intereses en Pakistán y Afganistán en el marco del proyecto internacional “La Franja y la Ruta”.
Es difícil aventurar cómo se proyectará en el tiempo este acuerdo entre las potencias musulmanas, o el nuevo rol en la primera línea de la política internacional que buscaría consolidar Xi Jinping, pero no cabe duda de que China no volverá a ser un actor de segunda línea en los temas globales.
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