Cuando asoma la posibilidad –cacareada incluso por el casi octogenario presidente estadounidense Joe Biden- de una guerra nuclear, el único camino sensato sería la reflexión, la diplomacia y la búsqueda exhaustiva de soluciones pacíficas,
aceptables para ambas partes.
Por Álvaro Verzi Rangel
Ya se contabilizan seis mil civiles muertos, entre ellos más de 370 niños. Los llaman daños colaterales de la guerra. Y Estados Unidos decidió redoblar su apuesta por la continuidad de la guerra en Ucrania con la aprobación senatorial de 12 mil millones de dólares en nueva ayuda económica y militar para el gobierno de Kiev, con el fin de multiplicar las pérdidas materiales y humanas de la fuerza rusa.
Esta cifra se sumará a los 14 mil 500 millones “prestados” desde febrero -sin límites aparentes- al gobierno del comediante Volodymir Zelensky por sus pares de Occidente, corresponsable de tanta muerte y destrucción.
El refuerzo de la provisión armamentística al ejército ucranio es un buen negocio para las corporaciones armamentistas sobre todo las de Estados Unidos, con la excusa de debilitar a Rusia, pero es muy improbable que lleve a una derrota rusa y a una recuperación completa de los territorios anexados a Rusia.
Naciones Unidas ya advirtió en junio de que la situación en el Mar Negro podía abocar al mundo a la peor hambruna en cien años, y sus consecuencias se están padeciendo en Europa occidental, con las colas de hambre en varios países y el frío por la falta de energía.
Pero también podrá cimentar la convicción del presidente ruso Vladimir Putin de que Ucrania es la punta de lanza de las maniobras occidentales para maniatar a Rusia e imponerle una sumisión absoluta al dominio global de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). Visto desde este punto de vista, el apoyo en logística, inteligencia y material bélico no hace sino retroalimentar los motivos que llevaron al Kremlin a emprender el ataque.
El pasado lunes, las autoridades danesas y suecas informaron de tres fugas de gas de los gasoductos Nord Stream 1 y 2 que conectan Rusia y Alemania , tras dos explosiones cerca de la isla de Bornholm, en la zona por donde pasan los gasoductos. De inmediato surgió la idea del sabotaje o acto deliberado, en un escenario en el que las potencias europeas intentan reponer los suministros de gas ruso lo antes posible y temen la explosión de los costos de la energía.
Que se trata de un acto deliberado y que hay actores estatales detrás del sabotaje es seguro. El evento confirma la dinámica de escalada en el conflicto entre Rusia y las potencias occidentales. Más allá de quien sea responsable del sabotaje, Europa entró en una fase de guerra y disputas entre el «bloque occidental» y Rusia en la que se comienza a atacar infraestructuras esenciales, alertando sobre la desastrosa perspectiva de un conflicto nuclear.
Los gobiernos europeos se han estado preparando durante todo el verano para transitar un mercado de gas europeo sin gas ruso pero esto requiere que pongan en marcha un plan energético capaz de satisfacer a todos y no perjudicar a nadie. Pero las crisis que han sacudido a la UE en los últimos años demuestran que esta situación corre el riesgo de suscitar sentimientos nacionalistas y reaccionarios, más allá del descontento social que podrían amenazar a los gobiernos de turno.
“Hambrunas y frío: así es el otoño que planifica Putin para rendir a Occidente desde el punto de vista comercial”, dice la prensa occidental. Desde el punto de vista diplomático, habría que ceder en las sanciones para que Rusia ceda en su bloqueo. Parece un quid pro quo en toda regla”, añaden. Josep Borrell, en nombre de la Unión Europea, se lamentaba de que Putin utilizara el hambre como un arma de guerra.
Mientras, Putin anunció oficialmente la anexión a Rusia de las regiones de Donetsk, Lugansk, Jersón y Zaporiyia, tras los referendos hechos en esos territorios y dijo que los habitantes de esas zonas serán ciudadanos rusos para siempre.
Si bien la guerra contra Rusia despierta entre los ciudadanos y la clase política ucraniana sentimientos rusófobos –que no son nuevos- y exacerbe el patrioterismo belicista, ya comienzan a comprender que es el pueblo ucraniano el que está siendo usado como carne de cañón en una disputa geopolítica en la que no tienen nada que ganar y sí demasiado que perder. Algo así como perder el futuro.
Todos sabemos que las guerras sólo tienen tres salidas posibles: la aniquilación del adversario; la prolongación por tiempo indefinido de un conflicto de baja intensidad -como en Cachemira o Nagorno Karabaj-, o sentarse en las mesas de negociaciones, para salvar vidas, evitar mayor devastación, ahorrar recursos, terminar con los negocios de las corporaciones armamentistas e iniciar la reconstrucción de Ucrania.
Nadie quiso escuchar el llamado del presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador para buscar una solución negociada.
Seguramente, el cese del fuego no significará el fin del conflicto. Las intervenciones basadas en sanciones comerciales y el suministro de armas no acabarán con la guerra, sino que lograrán que sea aún más devastadora, con impactos desestabilizadores para la economía europea y de todo el mundo. Todos sabemos que en estos siete meses de batallas, ambos bandos han cometido atrocidades y han cruzado líneas.
Pero cuando asoma la posibilidad –cacareada incluso por el casi octogenario presidente estadounidense Joe Biden- de una guerra nuclear, el único camino sensato sería dar margen a la reflexión, la diplomacia y la búsqueda exhaustiva de soluciones pacíficas, aceptables para ambas partes. Aunque hoy resulta difícil saber si las partes son Ucrania y Rusia, o también Estados Unidos y los países de alianza belicista OTAN
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Álvaro Verzi Rangel. Sociólogo venezolano, Codirector del Observatorio en Comunicación y Democracia y analista senior del Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la)
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