Podríamos decir que, si Corea fue el primer gran campo de batalla de la Guerra Fría, Ucrania puede ser el primer campo de batalla de una nueva contienda imperialista entre bloques
JÚLIA MARTÍ | MIGUEL URBÁN
La invasión de Ucrania se está convirtiendo en un trauma que promete reconfigurar el futuro de las relaciones geopolíticas y económicas a escala global. Un cambio de paradigma en la defensa y en su relación con Rusia, su vecino nuclear. Un shock político similar al que sufrió EE UU tras el ataque yihadista del 11-S o la propia Europa tras la caída del Muro de Berlín. Un auténtico acontecimiento entendido como una quiebra disruptiva en donde emerge un nuevo sistema mundo que en cierta medida nos recuerda, aunque solo sea como farsa, a la bipolaridad de la Guerra Fría.
En la antesala de la actual guerra, la pandemia ya había servido de catalizador de una (nueva) gigantesca transmisión de dinero público hacia manos privadas. Y ahora la invasión de Ucrania se ha convertido en una coartada perfecta para aplicar una auténtica doctrina del shock. Las élites europeas y el imperialismo estadounidense utilizan la guerra como momento de reordenación capitalista e imperialista en el contexto de un desorden geopolítico global y de crisis ecológica que agudiza la disputa por los recursos.
Un magnífico ejemplo de la guerra como momento de reordenación capitalista no solo es la remilitarización de la UE para poder hablar el lenguaje duro del poder en un desorden global en donde las disputas por los recursos escasos son cada vez más agudas, sino también la aceleración de una agresiva agenda comercial. Porque todo vale cuando estamos en guerra. Un buen ejemplo de ello es lo rápido y fácil con que el maquillaje verde de la UE ha saltado por los aires al decretar la Comisión Europea que el gas y la energía nuclear pasaban a ser consideradas energías verdes con el pretexto de romper con la dependencia energética rusa.
¿La regionalización de la globalización?
Pudiera parecer que la criminal invasión de Ucrania ha sentenciado definitivamente el final de la globalización y sus mecanismos de gobernanza, para volver a una disputa de bloques y áreas de influencia. Una desglobalización, al menos parcial, que lleva años produciéndose y que se ha turboalimentado a raíz de la pandemia de la covid-19, que ha acelerado un descenso de las interconexiones y de la interdependencia de las relaciones mundiales, y que ha engendrado el preludio de un nuevo orden global. La economía mundial globalizada parece estar escindiéndose poco a poco en una especie de regionalización conflictiva y en disputa entre dos principales áreas de influencia: una zona bajo EE UU y otra zona BRIC bajo la órbita de China, en donde a su vez conviven con potencias regionales subalternas de uno y otro bloque como son la propia UE y Rusia. Aunque, quizás, lo más paradigmático de esta desglobalización sea el desplome de los mecanismos multilaterales de gobernanza; especialmente significativo el colapso de la Organización Mundial de Comercio (OMC), la insignificancia de la ONU como espacio de deliberación internacional y/o el fracaso sistemático de las Conferencias sobre el Cambio Climático.
En este sentido, la guerra de Ucrania es un elemento disruptivo clave, una recomposición del escenario geopolítico de la misma profundidad de lo que en su día fue la caída del Muro de Berlín y el comienzo de la era de la globalización, pero en sentido inverso. Podríamos decir que, si Corea fue el primer gran campo de batalla de la Guerra Fría, Ucrania puede ser el primer campo de batalla de una nueva contienda imperialista entre bloques.
¿Vuelve la Guerra Fría?
Menos de tres años han pasado entre la “muerte cerebral” de la Alianza Atlántica que anunciaba Macron en 2019 y la Cumbre de Madrid de jefes de Estado y de gobierno de la OTAN que ha sentenciado su resurgimiento y ampliación sin precedentes con la admisión de Suecia y Finlandia. Una decisión que el propio secretario general, Jens Stoltenberg, calificó como “un paso histórico”. Una resurgida Alianza Atlántica que en la cumbre de Madrid aprobó un nuevo concepto estratégico para la próxima década en donde define a Rusia como “la amenaza más significativa y directa”para la seguridad de los aliados y para la paz, y apunta a China, por primera vez, por el reto que supone para la seguridad, intereses y valores de los miembros de la OTAN. Además, identifica la disuasión y la defensa como la prioridad número uno de la Alianza, frente a otras tareas fundamentales como la prevención y gestión de crisis y la seguridad cooperativa.
La invasión ha permitido cohesionar a la opinión pública de la UE sobre la base de un fuerte sentimiento de inseguridad ante las amenazas externas, legitimando el mayor aumento del gasto militar desde la Segunda Guerra Mundial. A la vez, ha permitido a la OTAN diluir toda veleidad de independencia política de la UE mientras recupera una legitimidad y una unidad perdidas tiempo atrás, recomponiendo la maltrecha unidad en torno a los intereses imperiales de EE UU, especialmente tras el fracaso de la ocupación de Afganistán. Porque, más allá de apreciaciones de táctica militar, lo que está fuera de duda es que hasta ahora los ganadores de la invasión rusa de Ucrania son el imperialismo estadounidense, el militarismo de la UE y las empresas que fabrican muerte. Y los principales perdedores, como siempre, los pueblos, en este caso el ucraniano.
El reforzamiento de la OTAN y su sumisión una vez más a la agenda imperial de EE UU responde a la agudización de las tensiones del nuevo escenario bipolar en donde la disputa por los recursos escasos en un contexto de emergencia ecológica cobra cada vez más importancia. Un buen ejemplo de ello es la disputa neocolonial en África, en donde EE UU y la UE quieren asegurarse el acceso a los enormes recursos energéticos y de materias primas del continente, en competencia directa con los países emergentes y en especial con China y Rusia, no solo con contratos comerciales, sino construyendo todo un entramado de relaciones políticas y militares. El apoyo a la creación de la Fuerza de Reserva Africana (ASF), el entrenamiento militar de fuerzas africanas en las escuelas de la OTAN y la difusión de las doctrinas e ideologías militares de la Alianza Atlántica permiten crear relaciones y lazos que aseguran una incidencia política real en las élites dirigentes, al tiempo que garantizan una buena parte del jugoso mercado africano de compras de armamento, que también es objeto de competencia. Como afirma el Centre Delás de Estudios por la Paz: “Si la OTAN fue una pieza clave para asegurar la hegemonía norteamericana en Europa occidental durante la Guerra Fría primero y en toda Europa después, ahora la Alianza Atlántica pretende jugar el mismo papel en África”[1].
La remilitarización de Europa
Unos meses antes de la invasión de Ucrania, en el discurso del estado de la Unión, Von der Leyen, exministra de Defensa alemana, afirmó que, ante la falta de confianza y en un mundo cada vez más convulso, “lo que necesitamos es la Unión Europea de la defensa”. La remilitarización de Europa es una aspiración que las élites europeas llevan mucho tiempo escondiendo bajo paraguas tales como Brújula Estratégica o eufemismos como una mayor autonomía estratégica de la UE. Pero hasta ahora parecía contar con demasiados escollos para llevarse a cabo. En el mencionado discurso, la propia Von der Leyen se preguntaba retóricamente por qué hasta ahora no se ha avanzado en una defensa común: “¿Qué nos ha impedido avanzar hasta ahora? No es la escasez de medios, sino la falta de voluntad política”.Justamente esa voluntad política es la que parece sobrar desde la invasión de Ucrania, que se ha convertido en la coartada perfecta para la aceleración de la agenda de máximos de unas élites neoliberales atlantistas que ya no solo ven en la remilitarización su tabla de salvación, sino abiertamente el nuevo proyecto estratégico de integración occidental para complementar al constitucionalismo de mercado que ha imperado hasta ahora. Una Europa de los mercados y la seguridad.
La integración militar se está configurando como el auténtico salvavidas de una UE que carecía de un proyecto unificador ante las pulsiones disgregadoras que se mostraron con el Brexit. Aunque la propuesta de la remilitarización de Europa es un proceso que lleva años en marcha, nadie puede negar que la invasión de Ucrania lo ha acelerado dramáticamente y le ha dado un soporte de legitimidad popular nunca soñado unos meses antes. Un buen ejemplo de ello es el reciente referéndum en Dinamarca por el que el país escandinavo abandona después de treinta años la cláusula de exclusión voluntaria de las políticas de defensa de la Unión Europea. En un país tradicionalmente euroescéptico, el 66,9% de los votantes apoyó la integración de Dinamarca en los programas militares de la UE, lo que significa la mayor victoria de una medida referente a la Unión Europea en una votación danesa. El mismo presidente del Consejo Europeo, Charles Michel, expresó en su perfil oficial de Twitter: “El pueblo de Dinamarca ha tomado una decisión histórica. El mundo ha cambiado desde que Rusia invadió Ucrania. Esta decisión beneficiará a Europa y hará que tanto la UE como el pueblo danés sean más seguros y fuertes”[2].
En este sentido, el alto representante para la Política Exterior de la UE, Josep Borrell, afirmó en una entrevista al inicio de la invasión de Ucrania: “Los europeos hemos construido la Unión como un jardín a la francesa, ordenadito, bonito, cuidado, pero el resto del mundo es una jungla. Y si no queremos que la jungla se coma nuestro jardín, tenemos que espabilar”. Unos meses antes, el propio Borrell había presentado el Plan Estratégico para la Defensa Europa, afirmando que “Europa está en peligro”. Hasta ahora ese peligro parecía provenir fundamentalmente de los flujos migratorios que han sido abordados desde la securitización de las fronteras de la Europa Fortaleza. Ante la falta de amenazas militares tradicionales que justificasen mayores gastos en defensa, la securitización de las fronteras[3] exteriores de la UE se había convertido durante todos estos años en una mina de oro para la industria de defensa europea. De hecho, podríamos decir que lo más parecido a un ejército europeo que hasta ahora ha tenido la UE ha sido Frontex, la agencia que se encarga de administrar el sistema europeo de vigilancia de las fronteras exteriores como si de un frente militar se tratase.
Pero es innegable que la pandemia global que hemos sufrido ha acrecentado nuestros temores e inseguridades. Nunca ha sido más evidente la necesidad de volver a imaginar qué entendemos por seguridad y definir qué nos hace sentir seguros. La invasión de Putin a Ucrania ha sido el pretexto para explotar todas estas inseguridades, aumentando exponencialmente los presupuestos de defensa y favoreciendo una integración basada en la remilitarización. Una decisión política que prioriza los beneficios de las empresas armamentísticas, alimentando, en vez de frenando, la inestabilidad así como la probabilidad de la guerra. Acelerando el paso hacia el precipicio del colapso social y ecológico.
Con la guerra en Ucrania como telón de fondo, en este Plural abordamos las tensiones geopolíticas desde diferentes ángulos y con una mirada puesta en el presente pero que, sin embargo, no deja de lado el análisis de las tendencias de largo recorrido. Así, se lee el nuevo panorama abierto por la guerra a la luz de las tensiones geopolíticas entre EE UU y China y se asume la refundación de la OTAN como un hito que viene a profundizar el proceso de militarización y securitización iniciado desde hace décadas. Además vemos cómo la pandemia y la guerra se han convertido en los escenarios perfectos para que las grandes corporaciones sigan ampliando su poder, lo que supone graves riesgos para los derechos humanos, la igualdad o la lucha contra el cambio climático y nos plantea la urgencia de recuperar el internacionalismo en nuestras luchas.
En el primer artículo, titulado “Estados Unidos y Eurasia: reflexiones geopolíticas en un momento de crisis mundial”, Pierre Rousset analiza la política internacional poniendo el foco en el conflicto entre China y EE UU. En él plantea la necesidad de superar los marcos analíticos de la Guerra Fría para pensar “qué hay de nuevo, en un momento en el que Eurasia se ha convertido otra vez en el escenario de un agudo enfrentamiento entre las grandes potencias”. Asimismo, aborda los realineamientos geoestratégicos producidos por la guerra de Ucrania y las consecuencias de la refundación de la OTAN en este nuevo escenario.
La refundación de la OTAN y el auge del militarismo son el tema en el que se centra el segundo artículo del Plural, “Alto el fuego: por qué debemos rechazar urgentemente y sin reparos el militarismo”, escrito por Niamh Ni Bhriain. La autora apuesta por “rechazar el militarismo en favor de la paz” a pesar de que desde el inicio de la guerra en Ucrania este enfoque sea tabú. Las consecuencias que ha traído la guerra le sirven para analizar un modelo corporativo de mantenimiento de la paz que “solo sirve para salvaguardar el capital, proteger a la élite y llenar los bolsillos del lucrativo sector de la seguridad privada”.
En tercer lugar, Júlia Martí y Flora Partenio también ponen el foco en los intereses corporativos, en un artículo titulado “Del green, blue & purple washing a la economía de la guerra y el ajuste”. Su texto se centra en analizar la evolución de la gobernanza global neoliberal, destapando los intentos de legitimar las políticas pro corporaciones con lavados verdes, morados y azules, y alertando sobre la consolidación de varias amenazas corporativas en el nuevo contexto abierto por la pandemia y la guerra. Una de ellas, la captura corporativa de los órganos multilaterales en los que se deberían asumir políticas fuertes contra la impunidad corporativa o el cambio climático.
Por último, cerramos el Plural con el artículo “El internacionalismo en el siglo XXI”, en el que recuperamos el programa del internacionalismo de clase para repensar cómo enfrentar los desafíos globales a los que nos lleva el capitalismo. Valerio Arcary nos recuerda que “cualquier proyecto que ignore la fuerza del Estado capitalista, sus bases sociales de apoyo que son nacionales, pero también internacionales, es una aventura que condena a los trabajadores a la derrota desde el principio”. De esta forma hace un llamado a construir un internacionalismo de clase, como algo claramente difícil, “pero no imposible”.
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Notas
[1] http://centredelas.org/actualitat/la-expansion-de-la-otan-en-africa/?lang=es
[2] https://www.europapress.es/internacional/noticia-ciudadania-danesa-vota-favor-participar-programas-militares-ue-20220601225021.html
[3] Para saber más sobre la securitización de las fronteras de la UE son muy recomendables los estudios del Transnational Institute, https://www.tni.org/es/publicacion/guerras-de-frontera
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Fuente: