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EL CICLO PROGRESISTA EN DEBATE

Explicar el lugar que ocupan las fuerzas populares dentro de los proyectos políticos en disputa en Latinoamérica y el Caribe, exige, sin dudas, realizar un enorme esfuerzo analítico.

Por Paula Giménez, Matías Caciabue

"Los que esperan", Ricardo Carpani.

Cualquiera sea el recorte que se haga, la región está enmarcada dentro de un mundo en el que están cambiando irreversiblemente las reglas del juego.

Nos referimos a una serie de transformaciones de carácter estructural y sistémico, que han puesto en jaque a todas las formas anteriores de organización de las relaciones sociales, imponiendo unas nuevas, en un proceso conducido por la digitalización de la economía y la consolidación de la virtualidad como nueva mediación económica, política y social.

Las formas anteriores de organizar la sociedad no sólo entran en crisis, sino que van quedando en obsolescencia. Esto se expresa de una manera particularmente visible en la crisis que atraviesa el sistema político-institucional, en su conjunto, a nivel mundial, producto de un desfasaje entre unos cambios radicales que operan en la estructura y una superestructura que no se termina de adaptar a los mismos. Los cambios tienen tal extensión y profundidad que han dejado a los gobiernos de los Estados en un lugar de subsidiariedad, actuando como dique de contención de los dramas económicos y sociales que la transformación capitalista está imponiendo.

Esto significa que los Estados se transforman, definitivamente (pues en cierta medida ya venía sucediendo), en un medio para instrumentar programas políticos que se definen desde los actores más avanzados de una economía plenamente transnacionalizada y en proceso de digitalización, que maniobran políticamente para construir una nueva hegemonía, una nueva forma de gobernanza global, un nuevo orden mundial.

En este marco, y como no podría ser de otra manera, hay muchas categorías analíticas que entran en crisis y deben ser resignificadas en función de este nuevo escenario. Uno de los conceptos que es necesario volver a debatir es, sin dudas, el de “ciclo progresista”, ya que la crisis del sistema institucional abre nuevos interrogantes acerca de si, en verdad, un gobierno de carácter progresista es garantía de una avanzada popular.

El “ciclo progresista” entre las “oleadas”


A inicios de 2021, Álvaro García Linera afirmó que América Latina estaba viviendo una segunda oleada progresista. El exvicepresidente boliviano sitúa una “primera oleada” del Ciclo Progresista en un espacio temporal que va desde 1999 a 2014, es decir, los primeros tres lustros del siglo XXI, con el marco de la Revolución Bolivariana en Venezuela como puntapié de inicio.

También hace referencia a una contra-oleada entre 2014 y 2019 que, entendemos, tiene como hitos centrales la llegada del macrismo a la Casa Rosada en Argentina en diciembre de 2015, el inicio del Juicio Político a Dilma Rousseff a fines de 2015 y su destitución definitiva en agosto del año siguiente, el triunfo del No en el Referéndum Constitucional en Bolivia de febrero de 2016, la victoria del No en la votación por la Paz en Colombia en octubre de ese mismo año, la traición de Lenín Moreno en Ecuador en mayo de 2017, y el golpe de Estado en Bolivia en noviembre de 2019.

Según García Linera, la llegada de López Obrador a la presidencia de México en diciembre de 2018, el triunfo del Frente de Todos en Argentina en octubre de 2019, y la victoria electoral del MAS en Bolivia en octubre de 2020, serían los grandes hitos que inauguran el inicio de una segunda oleada. La misma está “marcada por un progresismo moderado y sin la presencia de liderazgos carismáticos” (28/02/2021). Pero producto de un escenario de movilización y protesta popular, incorpora nuevos países como Perú, Chile y Colombia, “que en la primera oleada se habían mantenido como una especie de barrera conservadora” (12/06/2021).


Así, el concepto en cuestión, ayuda a caracterizar los momentos de cristalización de la lucha popular con la aparición de gobiernos de tinte progresista en América Latina. Sin embargo, la idea de “oleada” no lograría desentrañar las ligazones particulares entre la “forma ético-política” y el “contenido económico-social” que estos períodos de tiempo señalan, si nos remitimos al concepto gramsciano de “bloque histórico”, es decir, de la particular cristalización de un orden económico y político en un período relativamente prolongado de tiempo en una determinada sociedad.

Es decir, lo que nos interesa desentrañar es el movimiento de las fuerzas sociales en pugna en nuestra región, para luego preguntarnos por la relación entre proyectos políticos populares, con su articulación de actores en las órbitas de la economía, la política y la estrategia, y su expresión en el sistema institucional. Dicho de otro modo, entre la construcción de alianzas político sociales al interior del campo del pueblo y la dimensión del poder, donde se nos aparece la mediación de intereses por parte del gobierno del Estado.

La pregunta que surge es si para el desarrollo y acumulación de los proyectos populares, con contenidos emancipatorios, alcanza solo con acceder a la posición de gobierno del Estado. Las posibles respuestas a este interrogante antecede, e importan más, que las caracterizaciones sobre la “segunda oleada” del llamado “ciclo progresista” que se afirma estar transitando.

Los dilemas de la “segunda ola” del ciclo progresista”


En Chile se están cumpliendo cinco meses de la histórica elección que llevó a Gabriel Boric a la Presidencia de la República. Sin embargo, hay mucha discusión sobre las posibilidades de aprobación o no de una nueva y necesaria nueva constitución, redactada con un poder constituyente con una mejor correlación de fuerzas que el poder legislativo y judicial constituido.

A su vez, más de 60 jóvenes presos y presas políticas de los levantamientos del 2019 y 2021, según denuncian organizaciones como la Asamblea Nacional de Familiares de Presos Políticos de la Revuelta y la Coordinación Ni un Día + en la Cárcel. Años de resistencia popular en los que el joven dirigente estudiantil, tuvo un rol protagónico en la denuncia al aparato represivo del Estado y las políticas neoliberales, hoy lo encuentran tal vez demasiado “encorsetado” a las instituciones que prometió, en campaña, venía a transformar.

En Perú, Pedro Castillo, el profesor y rondero campesino, que tanta esperanza alimentó en 2019 como el candidato de la coalición de partidos políticos, movimientos sociales y sindicatos que logró desplazar al fujimorismo, por estos días enfrenta el tercer intento de vacancia presidencial (destitución). Acosado por la Justicia y el Parlamento, la derecha lo acorrala y lo ha obligado a permanentes cambios de gabinete, frenado cualquier intento de reforma agraria o política social en favor del pueblo andino.

Es Argentina, desde aquel punto de inflexión que el pueblo argentino marcó en la calle, en diciembre del 2017 resistiendo una reforma laboral y jubilatoria, hasta la victoria del Frente de Todos en 2019, creció y se amplió la voluntad popular de derrotar a Macri y retomar el gobierno para recuperar condiciones de vida digna, arrebatadas vertiginosamente por el gobierno de Juntos por el Cambio.

Sin embargo, y a pesar de los enormes esfuerzos que eso significó en términos sociales, actualmente los condicionamientos impuestos por el FMI nos han arrojado a un escenario que mixtura el 40% de la población por debajo de la línea de la pobreza, con innumerables concesiones del Estado al sector agroexportador en detrimento de las y los trabajadores, que imprimen, de conjunto, un clima generalizado de desazón e incertidumbre.


Entonces, antes de afirmar contundentemente que nos encontramos atravesando por una “segunda ola” del llamado “ciclo progresista”, deberíamos evaluar las condiciones de posibilidad de gobiernos que no terminan de lograr recrear y crear la potencia que otorga el poder y la organización popular que, sin dudas, también organizó el triunfo en las urnas.

Por supuesto, no se trata de desconocer la valía del signo ideológico de estos gobiernos, sino en juzgar certeramente los programas en pugna y las correlaciones de fuerzas sociales para darle validez (o no) a la oleada progresista en curso.

Todo esto se da, de conjunto, en un contexto latinoamericano condicionado estructuralmente por, al menos, cinco aspectos:La “primera oleada progresista” no pudo terminar de romper con nuestra dependencia y nuestra falta de diversificación económica.
  • La emergencia de una nueva fase del capitalismo a nivel mundial está cambiando las reglas del juego.
  • La lucha entre EEUU y China también se libra en América Latina. Eso ordena alianzas, intereses y configura formas de poder que trascienden a las formas gubernamentales.
  • La interna angloamericana salpica Latinoamérica, pues halcones y palomas operan sus estrategias para el “Patrio Trasero”.
  • Las transformaciones estructurales de la economía mundial ha hecho emerger nuevas formas de lucha y nuevas sujetas sociales, que reconfiguran hondamente los escenarios de producción y realización del poder popular.
Poder visualizar los intereses que se debaten en la región, con sus brazos de maniobra político-partidarios, judiciales, mediáticos, militares y paramilitares, permite observar siempre al Estado como el estado de las correlaciones de fuerzas sociales. Todos los medios son importantes en las batallas actuales, por lo que no es lo mismo contar o no contar, desde los proyectos populares y/o progresistas, con gobiernos al frente de los Estados.

El problema radica en no terminar de comprender que las acciones de quienes nos representan en la trama institucional son síntesis permanentes de los enfrentamientos sociales que se suceden, el lugar desde donde se construye o se pierde poder popular. En otras palabras, un triunfo electoral es importante, pero no equivale directamente a una victoria política.

Lo central, entonces, es identificar las vías que permitan conquistar, acumular y sostener poder popular real, que permita torcer los destinos y las decisiones políticas. Construir las condiciones subjetivas, en el terreno de la política y la organización, para lograr realizar las transformaciones estructurales necesarias, en un tiempo tan excepcional como el de la post-pandemia y el Conflicto Armado en Europa (Ucrania).


En estas condiciones generales (y según las condiciones particulares de cada sociedad latinoamericana), urge empujar los procesos de universalización de la lucha social, política y cultural, tejer en los territorios locales programas de acción que pongan en el centro protagónico de la toma de decisiones a las comunidades para el fortalecimiento de un poder popular que puede investir un carácter “glocal” (de lo local a lo global, de lo global a lo local, pasando por lo regional).

Lejos del fatalismo que intentan imponer los sectores corporativos, y más allá de los debates en torno a los diagnósticos de esta etapa, resulta prioritario poder ensayar algunas respuestas que solo mostrarán su grado de verdad cuando son asumidas y puestas a prueba en la praxis política del Pueblo.


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* Caciabue es Licenciado en Ciencia Política y Secretario General de la Universidad de la Defensa Nacional, UNDEF en Argentina. Giménez es Licenciada en Psicología y Magister en Seguridad y Defensa de la Nación y en Seguridad Internacional y Estudios Estratégicos. Ambos son Investigadores del Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE)

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