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EN COLOMBIA LE TIENEN ORGANIZADA LA MUERTE A GUSTAVO PETRO

El clima actual en Colombia no puede ser más propicio para que los militares, en abierta coautoría con los grupos paramilitares, patrocinados por la élite y la institucionalidad gubernamental, se tomen el poder y asesinen al candidato Gustavo Petro

DANIEL MENDOZA LEAL

El candidato de la izquierda a la presidencia de Colombia, Gustavo Petro, blindado. ambito.com. Foto: EFE

Hace unas semanas, el 13 de marzo de este año 2022, en una tarde electoral, Álvaro Uribe Vélez, el expresidente de Colombia procesado por haber ordenado y coordinado asesinatos selectivos de líderes sociales, defensores de derechos humanos y cruentas masacres de familias inocentes, perdió el 60% del capital político que había conseguido a lo largo de 30 años de ejercicio del poder a sangre y fuego, cuando el Pacto Histórico, el partido opositor, se alzó como fuerza mayoritaria en el Congreso de la República arrasando con la hegemonía de extrema derecha que dominaba el legislativo.

El Pacto Histórico, liderado por el escritor, director y productor de cine Gustavo Bolívar, adorado por la juventud y considerado el mejor de los senadores del ala progresista, está compuesto por una bancada limpia de paramilitarismo y narcotráfico. Sus representantes en su mayoría son jóvenes profesionales, profesores universitarios, líderes comunitarios y ambientalistas que han enfrentado desde sus espacios laborales y desde las redes sociales este engendro único en la historia mundial que es la institucionalidad asesina narco-paramilitar que encarna el Gobierno de mi país, al que mojan los océanos Atlántico y Pacífico y está ubicado en la esquina norte de América del Sur que mira al caribe.

En junio del 2020, cuando la gripa maligna y mundial del Covid obligó al cierre de fronteras y tras haber escrito y producido una serie documental difundida en YouTube en la que denuncio la relación de Álvaro Uribe con la delincuencia organizada, tuve que salir exiliado tras haber sido rescatado por la Embajada de Francia, que me resguardó durante 20 días en uno de los apartamentos adecuados en ella para las visitas diplomáticas, antes de sacarme del país en un vuelo humanitario con destino a París.

Muy probablemente si Francia no me hubiera salvado la vida, las mafias subordinadas a Álvaro Uribe, a quien hoy en día llaman el Matarife, el nombre que lleva la serie audiovisual, me hubieran dejado reposando en pedacitos bajo tierra o repartido entre el cardumen de pescados de algún río y hoy no estaría aquí acompañado de la primavera europea, al otro lado de la ventana mientras escribo estas líneas.

Uribe, que desde hace tres décadas tiene más de 200 procesos abiertos y quien hasta hace muy poco andaba purgando una orden de prisión domiciliaria decretada por la Corte Suprema de Justicia en su lujosa mansión rural, podría terminar esta vez agarrado a los barrotes de una cárcel de verdad, dado un segundo pronunciamiento judicial que le abre las puertas a un juicio del cual, con solo ver de reojo el caudal de pruebas que reposan en el expediente, debería salir condenado. Este es el hombre que administra a Colombia como si fuera una de las haciendas en donde cría a sus caballos de paso fino.

Ese cartel criminal estatal, representado por Iván Duque, el muñeco de trapo que Uribe puso a gobernar, y que me obligó a correr una maratón por mi supervivencia, está a punto de terminar de perder lo poco que le queda de su carrera política este 29 de mayo, cuando los resultados tras el escrutinio de las urnas le den el triunfo al candidato que, durante toda su vida y desde el congreso, ha liderado una lucha frontal en contra de la mafia y el paramilitarismo gubernamental: Gustavo Petro.

En este momento, Petro se encuentra en inminente peligro de muerte. Nadie entiende cómo sigue vivo. Y el país está a punto de ser tomado por los militares que están cocinando un golpe de Estado.

No es fácil escribir para ustedes los franceses. Para entender la situación actual colombiana, hay que realizar un análisis del ADN que edifica las más importantes instituciones Estatales. A los europeos les queda muy difícil digerir de qué están hechos la mayoría de altos funcionarios del gobierno de Iván Duque, que es la prórroga de la dinastía monárquica sometida a Álvaro Uribe, proveniente en su gran mayoría de una élite caníbal, permeada por el narco-paramilitarismo, formada y deformada en una sociopatía cultural que hace que, frente a los ojos de la clase alta, los pobres se conviertan en bacterias y la clase media en hormigas trabajadoras que solo están para servirle a esa oligarquía deschavetada para la cual la vida de las personas no vale nada.

Es muy difícil para ustedes, gestores de la noble academia contemporánea, detenerse a entender sociedades que se despiertan cada día viviendo en una matriz de libertad irreal y disfrazada. El espejismo de una institucionalidad que es un zombi que camina y abre los ojos, pero que está muerto. Deberán hacer un arduo esfuerzo por atravesar el océano y aterrizar en esa esquina tropical en la que se produce la mayor parte de la cocaína mundial. Ustedes los franceses viven radicados desde que sus abuelos eran niños en el concepto de Democracia Constitucional, que los edifica a lo largo de su existencia y al que el libre desarrollo de su personalidad le da vida a través de la libertad de expresión consagrada en sus opiniones, reclamos y protestas. A ustedes los franceses los educan gratuitamente y quien quiera y esté calificado para ir a la universidad no paga casi nada. Según los estudios, a la inmensa mayoría de personas, si se enferman las curan. En principio y estadísticamente, la cifra de los que mueren en la calle por inasistencia médica es prácticamente inexistente y, lo más relevante para lo que nos ocupa, los altos mandos de la fuerza pública, en general, están para perseguir las organizaciones delincuenciales y no están subordinadas a ellas.

Entonces, lo primero será entender que la estructura y los cimientos del Gobierno colombiano están hechos con otros materiales. Los colombianos somos un pueblo decente del que los extranjeros se enamoran cuando lo conocen, somos hijos muy honrados, alegres y muy trabajadores de un padre borracho de poder que nos asesina, nos viola y nos tortura cada día al llegar a la casa. Un padre que no nos atiende en la enfermedad y que no se preocupa por educarnos. Para el Estado colombiano, tradicionalmente, desde los siglos de los siglos, el pueblo es un engendro abominable parido de mala gana que no se merece sino su desprecio.

Me tengo que detener a explicarles de qué les hablo para que entiendan la magnitud de lo que está por suceder en mi país, si el mundo entero no nos echa una mano. Debo gastarle algunas palabras al tema, porque de otra forma saldrán de aquí sin saber nada. Inicio entonces una clase muy corta y resumida de biología del Estado colombiano. Voy a hablarles de los tres pilares que estructuran la naturaleza del Gobierno impuesto por Álvaro Uribe, hoy gerenciado por Iván Duque: el paramilitarismo, el narcotráfico y la corrupción.

El tráfico de cocaína es el más rentable de los negocios en el mundo, el sustento económico del paramilitarismo y también la génesis de la más rica y poderosa organización criminal que haya existido jamás. En el seno del Cartel de Medellín, liderado por Pablo Escobar y coadministrado por Carlos Lehder, Rodríguez Gacha y el clan de los hermanos Ochoa, nace Álvaro Uribe Vélez, el gestor del aparato estatal genocida más devastador de América Latina, protagonista de mi serie audiovisual y de estas líneas. Uribe inicia su carrera en la Aeronáutica Civil, entidad encargada de otorgar las licencias de vuelo que necesitaban los aviones de Escobar para transportar la droga, que terminó metiéndose por las narices nuestro sistema financiero y fluyendo por las arterias de la política y el comercio. El Cartel manda a asesinar al director de la institución para abrirle el campo a Uribe, su ejecutivo junior que iniciaba su carrera pública. Más tarde, bajo el mecenazgo de su tío Don Fabio Ochoa, el patriarca del mítico clan, llega a la Gobernación de Antioquia, donde toma el control de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC), la organización paramilitar que más masacres ha ejecutado en toda la historia del continente americano. Lo hace a través de la creación de grupos de seguridad privada dotados de armas largas y creados mediante decreto gubernamental: las Convivir.

Las AUC, amparados, patrocinados y en abierta coparticipación con las fuerzas armadas, obedeciendo los parámetros de conducta del gobernador, inician la ejecución de un genocidio cruel y despiadado sobre la población civil, especialmente sobre las familias campesinas que habitaban los campos y veredas. Descuartizamientos, desmembramientos, violaciones, desangramientos, incineraciones, todas estas atrocidades cometidas muchas veces en las plazas públicas de los pueblos constituyen los rituales de una sangrienta ceremonia que aún ejecutan estas bandas criminales que, después de tres décadas, tras el relevo generacional, continúan siendo las mismas con otros nombres y obedeciendo a aquel expresidente que no ha dejado de ser su jefe supremo.

Álvaro Uribe, recién salido de la gobernación, utiliza a este ejército personal de grupos paramilitares que tienen el poder de hostigar a la población civil para que vote por quien ellos unjan como candidato y que tienen además el poder de nombrar alcaldes, gobernadores y funcionarios públicos de rangos medios que fueron los que alteraron el software electoral de la Costa que Caribe, cuyo resultado terminó dándole en el año 2002 el triunfo. Así es que llega Uribe a la Presidencia.

Los gobiernos del Matarife en cuerpos propios y ajenos son reconocidos como los más corruptos de la historia contemporánea colombiana; el desfalco a las arcas públicas ha sido verificado por los jueces que han terminado enviando a la cárcel varias centenas de funcionarios de su gobierno, condenas de las que, aunque lo señalan directa y explícitamente, se ha librado gracias al fuero de impunidad con que lo cubre el sistema que el manipula a su antojo.

La principal conclusión a tener en cuenta por ustedes los franceses es que la naturaleza del gobierno colombiano lo convierte en un engendro único en la historia. A diferencia de otros países en el mundo, como por ejemplo México, en donde algunos funcionarios públicos tienen tratos y relaciones comerciales con los carteles y con los grupos paramilitares, mi país nos devela una realidad incuestionable: En Colombia, el narcotráfico y el paramilitarismo no tienen relaciones con los funcionarios públicos. En Colombia, el Gobierno mismo es un cartel narco-paramilitar. Allá, en el país más bello, inundado de paisajes preciosos y de la biodiversidad más rica del planeta, repleto playas, valles y montañas, y en donde la gente más alegre del universo no para de bailar y reír a pesar de su desgracia, los carteles y los paramilitares operan dentro del Estado como órganos de un mismo cuerpo, del cual Álvaro Uribe Vélez es el alma, el corazón y la cabeza.

Ahora sí, habiendo ya mostrado el muerto viviente, el zombi de ojos abiertos que es la democracia colombiana, que camina y respira pero que no vive, voy a explicarles las razones lo que puede estar a punto de suceder.

En Colombia, los altos mandos militares han ejecutado, de la mano del paramilitarismo y el narcotráfico, un genocidio que se extiende durante toda la historia contemporánea del país. Estos hechos se han dado en cumplimiento de una política de Estado al amparo de instituciones como la Fiscalía General de la Nación, la Justicia Penal Militar, la Procuraduría, la Presidencia y el Congreso de la República. Dichas instituciones no han parado de premiar con absoluciones y con el archivo de investigaciones a oficiales de la fuerza y altos funcionarios del Gobierno. La operatividad de la sociedad empresarial existente entre los grupos organizados al margen de la ley, el Gobierno y las fuerzas del orden no hubiera sido posible sin un piso de impunidad en el que se pararan firmes los implicados.

El Gobierno mafioso del Matarife, dado el triunfo del Pacto Histórico en las legislativas, convirtió en una cucaracha al león político que fue el uribismo. La vigilancia y el apoyo ciudadano, así como el de las nuevas tecnologías no permitieron en marzo que la Registraduría alterara los resultados a favor de la extrema derecha, es decir, para las elecciones de Mayo; muchos ojos estarán pendientes de a quién le caen los votos y así tuvieran la plata para comprar la millonada de votos que requería el uribismo para ganarle a Gustavo Petro, no cuentan con la infraestructura necesaria para hacerlo. Y existe un hecho indecoroso e inexplicable para esa élite podrida que desde la sombra se enriquece con este caos: Petro, con casi el 50 % de intención de voto en las encuestas, dobla al candidato del Matarife (un mafiosito burócrata que fue alcalde de Medellín y que está señalado en varios procesos de ser miembro activo de un cartel del narcotráfico, llamado la Oficina de Envigado). Es decir, en este añejo ajedrez de madera resquebrajada, Uribe y sus secuaces están en Jaque.

No es difícil deducir la situación por la que atraviesa la cúpula militar que se encuentra investigada de la cabeza a los pies por ejercer sus funciones dentro del paramilitarismo, el narcotráfico y la ejecución de varias masacres. El general Eduardo Enrique Zapateiro Altamiranda, comandante en jefe de las Fuerzas Militares, puso en marcha el genocidio juvenil del 2021 llevado a cabo por la policía, el ejército y el paramilitarismo durante las manifestaciones. Este oficial no tuvo reparo en atacar a Petro en redes sociales. Centenas de coroneles, mayores, capitanes y tenientes mandaron a vestir jóvenes inocentes de camuflado y los asesinaron a sangre fría para presentarlos como bajas de la guerrilla y así incrementar las estadísticas que necesitaba Uribe para que lo siguieran financiando los norteamericanos a través del Plan Colombia, dentro del horror llamado los “falsos positivos. Otro puñado de militares están relacionados con asesinatos selectivos de líderes sociales, masacres de civiles en coautoría con las autodefensas y sindicados de participar en el lavado de activos y el narcotráfico. En Colombia cientos de militares de alto rango están untados de sangre y cocaína y eso hace que tengan miedo de perder, no solo el poder, sino también la libertad, si llega a mandar un gobierno decente que los desampare. En la misma situación están varios de los empleados de las altas esferas del poder ejecutivo, como Diego Molano, el ministro de Defensa y otros muchos otros ministros y exministros, gobernadores y alcaldes con procesos engavetados por haberse robado toneladas de billetes a través de las coimas comunes en la corrupción estatal , y si le sumamos que la élite, empresarial y financiera se nutre del saqueo inmisericorde de las arcas estatales y le sirve de máquina lavadora al narcotráfico, no era de extrañarse que la semana pasada, se hubiera descubierto un plan que involucraba al banda La Terraza y que estaba dirigido a acabar con la vida de Gustavo Petro.

La Terraza es una banda conformada por narcotraficantes, paramilitares, lavadores de activos y varias cuadrillas de sicarios muy bien afinados dirigidos por policías, militares y miembros de los cuerpos de inteligencia del Estado, como el CTI y la Dijín. La Banda fue fundada por el comandante paramilitar Carlos Mario Jiménez, alias Macaco, quien operaba en asocio con la Presidencia de la República a través del jefe de seguridad del presidente Uribe, el coronel de la Policía Flavio Buitrago. Tras la extradición de Macaco, fue su hermano, Roberto Jiménez, quien tomó el mando. El sobrino de “los Macacos” es Carlos Escobar, un hacker exconvicto extraditado de los Estados Unidos y que no solo le maneja las redes a Álvaro Uribe, sino que también es un informante del Ejército que ha intervenido teléfonos y cuentas de redes sociales de reconocidos periodistas, políticos, referenciadores de redes, líderes sindicales, políticos de oposición y de quien aquí cuelga sus letras en la pantalla. Estos hechos fueron denunciados en su momento a las autoridades. Es decir, tan claro como el agua del manantial: quien dio la orden de matar a Petro fue el Matarife.

A todos estos hechos debemos sumarle una acción determinante de la potencia mundial más grande del mundo, aquella que ha desplegado una voraz política de intervención internacional y que es experta en azuzar ejércitos internos que les hacen más digerible el bocado cuando se tragan nuestras democracias en Latinoamérica; me refiero a los Estados Unidos, cuyo embajador no tuvo reparo en afirmar que se reunió con Duque y su vicepresidenta, Martha Lucía Ramírez, investigada y denunciada por lavarle activos a través de su compañía constructora a un capo de la mafia llamado el Memo Fantasma, y que tras la mentada reunión con el jefe de Estado colombiano quedó muy preocupado al enterarse (sin exponer ninguna prueba) que había infiltración de gobiernos extranjeros en las elecciones y que el gobierno norteamericano no iba permitir estos hechos. Es decir, desde ya, los Estados Unidos nos avisan que para ellos el que va quedar no es que les guste de a mucho.

La semana pasada el Clan del Golfo, uno de los más poderosos carteles del país, declaró un paro armado. La definición de ese tipo de paro no se encuentra en los diccionarios. Un paro armado del paramilitarismo colombiano es lo que ha venido sucediendo frente a las cámaras de los celulares: jaurías de gruesos hombres armados hasta los dientes que con la venia de las autoridades públicas y de policía llegan a una población a descuartizar personas, incinerlas vivas, a sacarlas de sus casas para torturarlas y sacar de sus bocas datos y nombres antes de tasajearlas a machetazos, o, en el mejor de los casos, asesinarlas frente a sus familiares con tiros de gracia, está es la pena fatal que reciben quienes tienen algún vínculo con la militancia política de izquierda o pertenecen a la campaña de Gustavo Petro, o a quienes simplemente los coge la noche fuera de su hogar.

Días antes del muy mentado paro armado, alias Otoniel, el líder máximo del Clan del Golfo fue capturado por las autoridades. Tras su captura y ante un tribunal especial dedicado a reestablecer la memoria histórica de la guerra y el genocidio, declaró bajo juramento el hecho de que el Clan tenía relaciones con la plana mayor del uribismo y específicamente patrocinaba decenas de políticos, militares y funcionarios públicos relacionados con Álvaro Uribe. Otoniel dejó abierta la posibilidad de develar muchos más nombres en audiencias posteriores y ante el mismo tribunal, antes de que el Gobierno de Iván Duque decidiera empacarlo en un avión rumbo a los Estados Unidos en ejecución extra rápida de una orden de extradición, que sirvió de mordaza represora de aquella verdad que tanto requiere el país. Otra vez, golpeando la puntilla, los hilos a donde tienen que llegar: tras la bruma se alcanza a develar la sombra del Matarife como el gestor del paro armado.

Sumar y restar es lo único que hay que hacer. Si tomamos ejemplos como los golpes de estado “cívico militares” de los años setenta en Bolivia, Chile, Uruguay y Argentina, vemos cómo la historia nos lleva a prever como posible un resultado preocupante: el clima actual en Colombia no puede ser más propicio para que los militares, en abierta coautoría con los grupos paramilitares, patrocinados por la élite y la institucionalidad gubernamental, se tomen el poder y asesinen al candidato Gustavo Petro.

Y es entonces cuando esta historia llega a mi presente, a este exilio doloroso. Han sido publicadas en YouTube tres temporadas de la serie Matarife y estoy viendo desde las ventanas de mi computador portátil la chamusquina de la tierra que adoro y que no para de arder. Es por eso que allá, atravesando el basto océano, nadie puede marchar ni manifestarse, porque no es inteligente ni prudente, porque estamos a punto de reivindicar la historia eligiendo como presidente a un humanista ecologista, de mentalidad abierta e incluyente como Gustavo Petro, y como en Colombia marchar es muy riesgoso, el mundo marchará por ella este 21 de mayo en las principales ciudades del planeta. Porque no hay pueblo que haya aguantado tanto como el colombiano, que sigue abrazando, bailando, besando, amando, creando, soñando…y llorando alegre su infortunio.
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*Articulo original publicado el 17 de Mayo de 2022 en francés para el diario l´Humanité de Francia, con el título: “En Colombie, menaces de mort sur Gustavo Petro”
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