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UNA TAREA INMEDIATA EN COLOMBIA ES DERROTAR Y SACAR DEL GOBIERNO A LAS MAFIAS CRIMINALES DEL URIBISMO

DEBATE:
Seguramente mantendrán sus poderes e influencias dentro del Estado, y por ello, hay que mantener y fortalecer la fuerza organizada y apretar la lucha para –por ejemplo– recuperar las tierras despojadas a los campesinos por los terratenientes que generaron el paramilitarismo en los 80 y 90.
Poder, Estado y gobierno en Colombia y América Latina




Fernando Dorado
Activista social

Con ocasión de una serie de hechos que apuntan a que efectivamente se están generando condiciones propicias para que un dirigente popular sea elegido presidente de la república en Colombia y logre conformar un gobierno progresista, planteo algunas ideas que hacen parte del debate obligado entre activistas de los movimientos sociales y de las izquierdas colombianas (y de pronto, sean de interés para activistas de otros países de América Latina).

Antes de referirme a esas ideas y debates, describo brevemente los hechos que confirman que Gustavo Petro pareciera encaminarse hacia un triunfo electoral en Colombia, que después de 30 años de haberse aprobado la Constitución Política de 1991 que fue inspirada en gran parte por militantes del Movimiento 19 de abril (M19), sería ciertamente un hecho inédito e histórico.

Esos hechos son:

– Se ha logrado conformar un movimiento social y político de amplio espectro, más allá de las izquierdas y progresismos, que pareciera estar en capacidad de canalizar los anhelos expresados por millones de colombianos en los pasados estallidos sociales.

– La estrategia electoral implementada por la coalición denominada Pacto Histórico que combina el impulso de una lista nacional para Senado y listas regionales para Cámara, la gran mayoría “cerradas” y bien conformadas, envían un mensaje de confianza y unidad de cara a escoger mediante una consulta el 13 de marzo a su candidato presidencial.

– Las fuerzas del “centro” y de las derechas han querido copiar esa misma estrategia, pero diversos factores les han impedido –hasta ahora– desencadenar entusiasmo entre sus posibles votantes. Las coaliciones que han conformado son una suma de aspiraciones individuales, se han enredado en la mecánica electoral y no envían un mensaje unificado.

– Se han empezado a expresar personalidades representativas del establecimiento oligárquico y tradicional que entienden que el fracaso del actual gobierno (Duque) le ha creado una situación favorable a las fuerzas de oposición y que Gustavo Petro no solo está canalizando esa inconformidad sino que tiene grandes posibilidades de ser electo.

– La imagen de Petro de ser un dirigente preparado, experimentado, respetuoso de la democracia y con capacidad de estadista, ha venido creciendo. Su llamado a que el partido liberal se sume al Pacto Histórico ha calado entre muchos sectores que observan que en muchas regiones las antiguas bases de ese partido ya se han alineado con su proyecto.

– El debilitamiento de la favorabilidad del expresidente Uribe, que pareciera ir en caída libre, también contribuye con el crecimiento de Petro, que en vez de “cebarse” en las desgracias de su principal contradictor (para muchos “enemigo”), hace hincapié en la necesidad de construir la “paz grande” y de consolidar la reconciliación entre los colombianos.

– La expresión de esas manifestaciones positivas frente al candidato progresista se pueden encontrar en diversos artículos y entrevistas publicadas recientemente. En ellas se observa que se ha iniciado un cambio de postura entre importantes analistas y políticos, que captan las tendencias que se presentan a nivel latinoamericano y evalúan un cambio de perspectiva, no porque simpaticen con Petro sino porque un posible apoyo de su parte estaría dentro de las expectativas de “domesticar” al rebelde y “moderar” sus posibles realizaciones.

Esos son los hechos que están en desarrollo. Ante la eventualidad de lograr (y recibir) apoyos de parte de un sector de “políticos tradicionales” (entre ellos del expresidente César Gaviria, director del partido liberal) al interior del activismo de izquierda que apoya el Pacto Histórico, ha surgido un fuerte debate que pareciera radicalizar a quienes desechan ese tipo de apoyos y quienes los aceptan de buena gana.

“Hay que derrotarlos a todos”, “No a las alianzas con políticos corruptos” y “Si nos aliamos con ellos, el pueblo no nos apoyará”, se escucha de una parte. Del otro lado se dice que “Hay que tener sentido de la oportunidad y ser flexibles”, “Estamos frente a una verdadera guerra” y “El enemigo principal son las mafias criminales que se apoderaron del Estado”.

Intentaré aportar una mirada sobre estos temas a partir de las experiencias que se han vivido en Venezuela, Brasil, Uruguay, Argentina, Ecuador, Paraguay y Bolivia, y de las que se han empezado a experimentar en México, Chile y Honduras, porque observo que en el trasfondo del debate existe una gran incomprensión entre lo que en verdad es el Poder, el Estado y lo que representa llegar a ser Gobierno en nuestros países.

Una reflexión previa

Está demostrado que el socialismo y comunismo no serán conquistas o construcciones de ningún gobierno (sea fruto de elecciones o de una insurrección). Y menos, si se pretende esa “construcción” país por país. Es un hecho demostrado y demostrable.

Los gobiernos “progresistas” o “alternativos” pueden contribuir en un “proceso de avance democrático” pero, sólo si logran compenetrarse con los intereses y anhelos de las mayorías, sin pretender imponer “desde arriba” esas metas. Para lograrlo deben andar al ritmo de las sociedades y pueblos, sin afanes y sin imposiciones.

Que la humanidad logre construir nuevos sistemas de organización social que superen la explotación y dominio del Gran Capital, será el resultado de cambios lentos pero acumulativos en todas las áreas de la vida.

Cambios en la economía (producción, trabajo, intercambio, consumo), en las relaciones sociales (cooperación, reciprocidad, colaboración), avances culturales (reconocimiento de todas las identidades particulares de nación, etnia, cultura, género, edad, etc.), la construcción de una Humanidad profundamente compenetrada con la Naturaleza (crítica del consumismo obsesivo) y, el desarrollo tecnológico (y sus efectos sobre todas las áreas de la vida).

Apunto “lo tecnológico” de último porque es un factor dinamizador de los cambios en la sociedad, pero, por sí mismo no es “revolucionario”. “Lo tecnológico” puede ser puesto al servicio de cualquier tipo de poder y de sector social. Es un terreno más de lucha y en disputa (Ej. El internet puede ser herramienta de emancipación, pero también de dominación).

Lo “político” (como pasó con las revoluciones burguesas del siglo XVIII), más allá de refriegas y rebeliones coyunturales que se han presentado durante largos periodos históricos, se vuelve importante y se concreta en cambios reales (institucionales) luego de que esos acumulados han colocado al frente de la sociedad a los sujetos sociales que representan el “cambio” (nuevas relaciones de producción).

Las revoluciones políticas “triunfantes” son resultado de procesos que en un momento determinado “estallan” y confirman ese lugar de prelación que han adquirido esos sectores sociales dentro en la sociedad. Dichas clases sociales triunfantes, que representan y portan dentro de sí mismas “lo nuevo”, usan esas revoluciones políticas para instaurar el tipo de Estado que le conviene para consolidar sus intereses y dominios.

En la actualidad se están empezando a configurar los sujetos sociales que portan “dentro de sí” la semilla de un “postcapitalismo eco-socialista”.

El “ecosocialismo” –en los hechos– ya tiene unos dolientes y unas prácticas que están en desarrollo, porque responden a necesidades objetivas que una buena parte de la humanidad está identificando con claridad: la crisis del capitalismo parasitario y la crisis ambiental.

Esas dos dinámicas están siendo desarrolladas por “nuevos productores”, que por ahora se centran en la producción de alimentos (tarea urgente) pero que poco a poco avanzan en otras áreas de la producción (nuevas industrias, energías limpias y renovables, nuevas formas de comercio, rechazo al consumismo, nuevas miradas sobre el “desarrollo”, etc.).

En Colombia los sujetos sociales que tienen esas características (o que pueden avanzar en esa dirección) son los pequeños y medianos productores agropecuarios, que para sobrevivir tienen que apropiarse –en forma asociativa y colaborativa– de toda su cadena productiva (única manera de ir “socavando” el poder de los grandes monopolios corporativos globales).

Y en su ayuda, pueden llegar cientos de miles de “profesionales precariados” (“nuevo proletariado”) siempre y cuando rompan con la formación académica y tecnológica que han adquirido en la mayoría de las universidades, y se pongan a tono con las tareas del momento (nuevo tipo de industrialización y cambio en la matriz energética).

Sin embargo, esos dolientes no tienen necesidad de “organizarse por aparte”, y menos, en partidos políticos, como les recomendaba Marx a los obreros comunistas de su tiempo. Claro, pueden apoyar a los sectores y gobiernos que en sus programas propongan apoyar dichos procesos de transformación, pero deben cuidarse de involucrarse en la dinámica “institucional”. Es claro que si le entregamos la iniciativa al Estado (“instituciones”), se acaba la iniciativa popular y nos cooptan.

La experiencia de América Latina nos muestra que si los sujetos sociales que representan y “portan” el cambio se enfrentan con el Gran Capital sin haber acumulado una fuerza consistente a todo nivel (geográfico: local, regional, subcontinental, mundial y societal: social, económico, político y cultural), esa lucha será rápidamente derrotada y aislada. Mucho más, si le entregan la dirección de esa lucha a los Gobiernos (cualesquiera que sean). Venezuela, Ecuador y Bolivia son los ejemplos más visibles y recientes.

Entre las razones de esas derrotas podríamos señalar las dos principales: los gobernantes idealizan el “poder de los votos”. No ubican el “aparato de gobierno” dentro del Estado capitalista, y creen haber “conquistado el Poder”. Con esa ilusión, sobredimensionan el papel de las personas o piensan que con cambios en la Constitución se logra transformar el Estado. Así, se lanzan ingenua y apresuradamente a enfrentar a los grandes y poderosos conglomerados capitalistas, y por el otro, a “transformar” el Estado “desde arriba”, a punta de Decretos, lesionando en ese proceso a las clases y sectores de clase que les dieron su apoyo electoral.

En esas experiencias los gobiernos “afanaditos” (Mojica), van destruyendo el apoyo popular con el que arrancaron, que en muchos casos no fue construido por los protagonistas del gobierno (a diferencia de Evo Morales), y en vez de acumular fuerza con paciencia estratégica, terminan enfrentándose sin fuerza, tanto con el gran capital (“nacional” y global) como con otros sectores sociales que debían haber sido atraídos.

Por ello, los sujetos sociales que están avanzando con nuevas economías (nuevas formas de industrialización con contenidos ecológicos y asociativos) deben avanzar con paciencia y prudencia, no ilusionarse con la institucionalidad existente, y exigir medidas prácticas a los gobiernos de acuerdo con las circunstancias reales de la lucha en todos los terrenos.

Más adelante detallaremos algunos ejemplos de lo inútil e insulso de usar tanta “retórica revolucionaria” desde los gobiernos, pregonando el “socialismo”, el “anticapitalismo” y el “antimperialismo” sin que efectivamente se realicen cambios estructurales porque no se han desarrollado las fuerzas materiales (sociales, económicas, políticas y culturales) para realizarlos.

“Ecosocialismo” y Petro

Hoy el más cercano a las ideas “ecosocialistas” en América Latina es Gustavo Petro, candidato de la Colombia Humana y del Pacto histórico en Colombia. Así no lo diga ni lo pregone abiertamente, es quien está planteando ideas, programas y propuestas que apuntan a avanzar en esa dirección, pero sin la pretensión de que su gobierno sea “ecosocialista”.

Entre menos lo diga más podrá hacer. Quienes tenemos que llevar a la práctica esas propuestas deben ser los sectores organizados, pero, sin ilusionarnos en que esas tareas puedan lograrse o “completarse” en el corto o mediano plazo (en realidad esas tareas deben asumirse como un “movimiento permanente” que avanza en la dirección transformadora, aprendiendo y mejorando en el camino).

La fusión entre “industrialización y cambio de matriz energética” lleva necesariamente hacia tareas “eco-comunistas y socialistas”. No obstante, para que eso sea posible no puede ser una tarea de un solo país ni proclamadas “por decreto” por un gobierno. Los gobiernos pueden ayudar, pero parcialmente; es la gente misma la que marca la pauta.

En lo que si puede ayudar un Petro si llega a ser presidente de Colombia es en desencadenar (así sea en lo mediático) un movimiento de ese tipo a nivel Latinoamericano y mundial (ya lo está haciendo), y para poder hacerlo bien, hay que ir despacio en lo interno (nacional) y ponerle ritmo a nivel internacional (el Papa Francisco ya es aliado y el entorno internacional es favorable).

Y acá introduzco un tema local. Al no entender que para poder ser elegido y mantenerse en el gobierno, muchas personas no ubican la necesidad de realizar lo que llamo “alianzas incómodas” con sectores políticos que –así no sean “puros”– apoyan la tarea de derrotar a las mafias criminales que se han apoderado del Estado.

Para avanzar a todo nivel se requiere contar con un período de gobernabilidad suficiente para lograr “una nueva estabilidad”, y ello solo se logra concertando incluso con sectores del Gran Capital. Mucho más en Colombia en donde una de las tareas urgentes es salir de la guerra que nos han impuesto.

Poder, Estado y gobierno

El presidente Chávez parecía tener clara la diferencia entre Poder, Estado y gobierno. Sin embargo, en muchas de sus actuaciones demostró que no lo tenía claro o que, en la dinámica de la refriega política y del ejercicio de gobierno, olvidó muchos de sus fundamentos.

El “poder” es la expresión de una relación de fuerzas. A nivel de la sociedad ese poder lo portan las clases y sectores de clase que por su fuerza social, económica, política y cultural, pueden imponer sus intereses (y decisiones) a las clases y sectores de clase que no tienen la fuerza para impedirlo. Puede existir también un “poder subordinado” que está en proceso de acumulación y resistencia entre las clases y sectores de clase oprimidas.

Cada factor (social, económico, político y cultural) tiene su propia dinámica, y aunque el determinante económico es muy importante, en ocasiones particulares –y coyunturales– los otros factores pueden desencadenar levantamientos, rebeliones y revoluciones que pueden cambiar la relación de poder en favor de las clases subordinadas o dominadas.

El conocimiento de sus intereses, el grado de concentración de la riqueza, la capacidad y eficacia para organizarse políticamente, y la identificación con una serie de valores culturales que logran imponer en la sociedad, son determinantes importantes de esa fuerza dominante.

De otro lado, la ignorancia de sus intereses, la precariedad económica, las dificultades para organizarse en política, y los obstáculos para deslindarse de los valores impuestos por las clases dominantes, son determinantes de la situación que viven las clases explotadas.

El Estado es la concreción material de esa relación de fuerza. El Estado es el “poder cosificado”. Las clases dominantes (y aliados, que son diversos y pueden incluir sectores de las clases dominadas) necesitan organizar un “aparato de dominación” y un “orden” que garantice la estabilidad y el funcionamiento del aparato productivo y de las demás instancias de vida en sociedad.

El Estado es mucho más que el “aparato de gobierno”. Sus formas más visibles son el ejército y la burocracia, pero a medida que la sociedad se ha hecho más compleja y los problemas que las clases dominantes han tenido que enfrentar en la lucha por defender sus intereses y “su estabilidad”, han ido surgiendo otras materializaciones del Estado.

Las relaciones sociales de dominación se materializan de diversas formas y asumen diversas “formas de Estado”, entre las cuales podemos incluir una serie de “instituciones” que son puestas al servicio del Poder, y que en algunas ocasiones asumen funciones estatales.

Entre ellas podemos incluir a las organizaciones gremiales de las clases dominantes, los sindicatos, las iglesias, las escuelas y universidades, la familia patriarcal, los medios de comunicación, las redes sociales, etc., que en la dinámica de la vida en sociedad ofrecen un terreno de lucha en donde se disputan los intereses antagónicos y contrarios y, entran en conflicto los modelos de sociedad que cada clase o sector de clase va construyendo en ese proceso.

El gobierno es un “subsistema del Estado” (Dieterich). En la época de los emperadores, monarcas y reyes, existía la apariencia de que ellos eran los gobernantes, pero en realidad alrededor de ellos existía un Estado y un aparato de gobierno (“subsistema”) especializado en manejar las alianzas cortesanas y en garantizar la estabilidad de sus imperios y reinos.

En la actualidad, luego de 500 años de desarrollo del capitalismo no hay duda de que como decían Marx y Engels “El Poder público (Estado) viene a ser, pura y simplemente, el Consejo de administración que rige los intereses colectivos de la clase burguesa”.

Lo comprobamos con la acción de las nuevas formas de Estado que han ido apareciendo en el campo internacional (ONU, OMC, OMS, FMI, BM, Foro de Davos, etc.). Y hoy, cuando la crisis sistémica que vive el capitalismo (incluyendo la crisis ambiental y de salud) ha sacado a flote las contradicciones intrínsecas de este sistema de explotación, aparecen con mayor nitidez esas “funciones administrativas” que impulsan esos organismos en favor del Gran Capital.

¿Qué grado de autonomía han tenido los Estados frente al poder de la Oligarquía Financiera Global que utiliza a la OMS y demás organismos multilaterales para imponer su política y sus intereses? ¿Se libran de esa dinámica Estados tan poderosos como China y Rusia? ¿Acaso sus políticas de “control” de la pandemia no siguieron la misma dinámica que la que se aplicó en los países de la órbita estadounidense-europea?

Creemos que no. Todo ha girado alrededor de controlar a la población, usar el miedo para ocultar una serie de intereses geopolíticos, económicos y financieros que en medio de esa crisis sistémica saltan a la vista por todos lados (crisis económica y financiera, energética, alimentaria, ambiental, de salud pública, etc.) en donde la economía parasitaria está agudizando y tensionando al máximo la lucha a nivel planetario ya no sólo por el control de las materias primas sino por los mercados, la fuerza laboral y la mente (voluntad) de las personas.

Los gobiernos como desencadenadores (o enterradores) del poder “de abajo”

Un movimiento, partido político o un dirigente carismático puede obtener –parcial y temporalmente– el “poder” de hacerse elegir como Gobierno e incluso, cambiar una Constitución Política, pero ello no significa que pueda cambiar las relaciones de poder en un país. Cambiar la “norma” (Constitución) pareciera generar esa ilusión fetichista.

Lo lograron los dirigentes del M19 en Colombia (1991), Chávez en Venezuela (1999), Correa en Ecuador (2008) y Evo en Bolivia (2009). Y ahora, el pueblo chileno (2021). Se cambió la letra de la Constitución, pero los países y pueblos siguieron siendo -básicamente- los mismos. El poder del Gran Capital se ha mantenido, las relaciones de dominación no se han superado, e incluso, en algunos de esos países el “proceso de cambio” ha sido neutralizado o está en franca involución.

Es más, en los países en donde los “revolucionarios” derrocaron por medio de la fuerza insurreccional de las masas oprimidas a los representantes de las clases dominantes (señores feudales y/ grandes capitalistas) como ocurrió en Rusia, a la larga, no se lograron concretar los cambios estructurales (socialistas y comunistas) que se habían planteado.

El “poder” de los obreros y campesinos supuestamente materializado en el “partido” se fue diluyendo por el camino y –en la práctica– el Partido basó su poder en el ejército y en la nueva burocracia para imponer unas metas “socializantes” y “modernizadoras” que, por un lado, no contaban realmente con una base material (tecnológica), económica (trabajo), social (clases sociales dispuestas), política (correlación de fuerzas) y cultural (nuevos valores).

En América Latina, después de 22 años que marcan la llegada del presidente Chávez al gobierno de Venezuela, vale la pena hacer una revisión –muy breve y sintética– para ilustrar ese proceso de lucha “institucional” que nos sirve de lección a los activistas progresistas y de izquierda, y sobre todo, a los dirigentes sociales para intentar –tratar por todos lo medios– de no repetir los errores de nuestros compañeros de otros países latinoamericanos (las experiencias de Grecia, España y Portugal, también son referencias importantes pero será material para otro artículo).

Una revisión –sucinta– de experiencias de América Latina (breve resumen)

Hacer este resumen es arriesgado, pero lo planteo para ilustrar el contenido de todo el artículo, tratando de referirme, primero, a la estructura y composición de la “fuerza dirigente” y la estructura de las organizaciones partidarias que estuvieron al frente de ese proceso.

Segundo, describir y analizar el enfrentamiento de los gobiernos de izquierda y/o progresistas (y a veces, los pueblos) con el Gran Capital (empresas transnacionales dedicadas a la extracción de petróleo, gas, oro y otros minerales, y en algunos casos, inversionistas en grandes megaproyectos al servicio de sus intereses) y los gobiernos de potencias imperiales con los que dichas empresas mantienen relaciones íntimas y estrechas.

Por otro lado, presento una mirada panorámica de la relación de esos gobiernos y sus respectivos partidos políticos con las clases sociales y sectores de clase que eran el soporte inicial para acceder a esos gobiernos mediante elecciones (aunque como ocurrió en Ecuador y Bolivia, y ahora ha sucedido en Chile, los resultados de esas elecciones estaban mediatizadas por verdaderos levantamientos populares que marcaron esas campañas electorales).

Venezuela: Por la particularidad de que en ese país el núcleo “partidario” que alentó y canalizó la inconformidad del pueblo venezolano durante la década de los años 90s del siglo XX (después del Caracazo) estaba conformado básicamente por militares nacionalistas, dicho proceso no alcanzó a generar un verdadero partido revolucionario, con estructuras estables y procedimientos democráticos. Así, en el juego de poder, Chávez era un caudillo y “casi” todo dependía de él. El PSUV nació como un aparato e instrumento burocrático del gobierno “chavista”.

Después del golpe de Estado de 2002, orquestado por la cúpula oligárquica de Venezuela (entre ella, la alta burocracia de PDVSA), con un relativo, pero no decidido apoyo del gobierno de los EE.UU., que fue derrotado por la movilización popular venezolana, el presidente Chávez idealizó y sublimó ese momento, creyó que con esas fuerzas podría hacer una revolución socialista (el “Socialismo del Siglo XXI”, según Dieterich) y se lanzó por dicho camino en forma decidida.

Así lo proclamó en el Foro de Sao Paulo en 2005, y llamó al referendo constitucional de 2007 que fue rechazado por las mayorías. No obstante, en vez de recibir de buena gana ese llamado de atención que le hizo el pueblo (similar ocurrió con Correa y Evo), desconoció esa situación y avanzó por el camino de un enfrentamiento abierto no solo con el gran capital corporativo (“nacional” y global) sino con el gobierno de los EE. UU.

Paralelamente Chávez intentó desarrollar proyectos productivos en el campo y en la ciudad para “sembrar el petróleo”. Era claro que tenía el control de PDVSA, tenía una importante inversión en CITGO (EE. UU.) y había desarrollado un trabajo subcontinental con otros gobiernos de la región contra el ALCA y por desarrollar la “Patria Grande” con que soñó Simón Bolívar.

No obstante, cuando se propuso la creación del Banco del Sur (principal tarea para romper con el control del FMI y el BM), ningún gobierno de la región secundó la idea. A partir de 2010 y luego de 2014, cuando empezaron a bajar los precios del petróleo, cada gobierno empezó a vivir sus propios problemas internos y los grandes proyectos de la Celac, Alba, Unasur, Mercosur y Petrocaribe, quedaron aplazados o relativamente debilitados.

De acuerdo con una revisión de los proyectos productivos impulsados por Chávez, que eran gigantescos en cuanto a inversión en infraestructura, preparación y formación de los trabajadores, importación de tecnologías y otras materias primas, etc., la gran mayoría de ellos no lograron sus objetivos, fueron un fracaso. Además, ante la eventualidad de una expropiación directa de sus fábricas o negocios –ordenada por Chávez en su programa Aló Presidente– los capitalistas iniciaron el proceso de bloqueo comercial y de extracción de sus capitales hacia otros países.

Es evidente que las intenciones del presidente Chávez eran “revolucionarias” y “transformadoras”. Pero su concepción del desarrollo y de la revolución eran “tradicionales”. Quería que Venezuela y su pueblo “creciera” y se “desarrollara”, no importaba si los proyectos supuestamente “endógamos” estaban dentro de la lógica desarrollista del gran capital. Y si había que pasar por encima de los pueblos indígenas (caso de los Yukpas y otros) o de los campesinos que no entendían la visión “desarrollista” de Chávez, no importaba. Había que hacerlo.

Y ese proceso fue el que heredó Maduro. Al morir Chávez importantes sectores populares en Venezuela agradecieron masivamente su intención y voluntad. Pero, al faltar el “gran líder” y “caudillo” en 2015 el pueblo le hizo otro gran llamado de atención a los “chavistas”. No apoyaron a los candidatos “chavistas” a la Asamblea Nacional y quedaron en minoría.

Ante esa dura realidad, Maduro y su cúpula política iniciaron un proceso de resistencia para no “ceder o entregar el gobierno”. Allí se combinaron todo tipo de provocaciones violentas (aprovechando las torpezas de la oposición), se tomaron decisiones arbitrarias y poco democráticas para tener el control del Tribunal Supremo de Justicia, y para sacar a la Fiscal rebelde, y se aplicó en forma más descarada la política asistencialista y clientelar que venía de atrás (que era “pintada” de “socialismo”). Mojica alguna vez dijo que Chávez no construyó socialismo.

En realidad, el pueblo venezolano no estaba preparado para enfrentar el Poder del gran capital. Las fuerzas chavistas llegaron al gobierno y en gran medida se apoderaron del Estado (no totalmente) pero era imposible –como lo soñaba Chávez con sus “misiones populares”– transformar el Estado “desde adentro”. Casi la totalidad de los “cuadros” del partido fueron cooptados por la burocracia y la corrupción administrativa (que venía de atrás), y sin negar el bloqueo estadounidense, Venezuela entró en una fase de mayor entrega de sus riquezas a todo tipo de poderes capitalistas y del proyecto “socialista” solo quedó la retórica “antiimperialista” de Maduro.

Tal vez valga la pena recordar y mencionar al General Alberto Muller Rojas y al diputado Luis Tascón, que se destacaron por denunciar lo que por 2008 empezaba a ocurrir dentro del gobierno de Chávez. Ambos murieron en 2010 manteniendo una posición crítica del proceso.

Conclusión

La historia de los demás países de América Latina viene demostrando y enseñando que nuestra tarea no es “apropiarnos del Estado capitalista” y querer transformarlo en nuestro beneficio. Como decía Lenin en su tiempo: “Ese Estado no es el nuestro”. Sin embargo, los bolcheviques en su incomprensión de esa verdad, encabezados por Stalin y una cúpula burocrática similar a la de Chávez, creyeron que lo podían hacer. Pero, ese intento fue fallido.

No obstante, si entendemos la diferencia entre Poder, Estado y gobierno, los pueblos y trabajadores podemos utilizar y aprovechar a los gobiernos progresistas y de izquierda, que de alguna manera concentran la fuerza de sectores populares en un momento dado. Lo principal, es comprender que con los solos votos no alcanza. Que hay que fortalecer las organizaciones sociales de base, no dejarnos cooptar por el Estado, y en la medida de lo posible, ir construyendo formas de autonomía que pueden ser “gobiernos autónomos”, “asambleas autoconvocadas”, “cabildos indígenas” (propios), “consejos comunitarios” (no burocráticos) que funcionen con nuestras propias normas (independientes del Estado, de sus instituciones y de las numerosas ONG que se pasean por allí).

Pero insisto, si contamos con una mirada de mediano y largo plazo, si no permitimos que nuestros dirigentes se conviertan en funcionarios del Estado (durante 5 décadas fueron las guerrillas las que nos “sonsacaban” a los dirigentes, con la misma mirada, o sea, la de “tomarnos el Poder”), si impulsamos nuestros propios proyectos económicos, sociales, políticos y culturales, si desarrollamos una visión estratégica “postcapitalista”, de “socavamiento del capitalismo”, no tendremos ningún problema en apoyar a las izquierdas y progresismos, en tareas de tipo institucional que son necesarias para poder despejar nuestro camino.

Una tarea inmediata en Colombia es derrotar y sacar del gobierno a las mafias criminales del Uribismo. Seguramente mantendrán sus poderes e influencias dentro del Estado, y por ello, hay que mantener y fortalecer la fuerza organizada y apretar la lucha para –por ejemplo– recuperar las tierras despojadas a los campesinos por los terratenientes que generaron el paramilitarismo en los años 80 y 90.
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Nota: En próximos artículos se tratará el tema aplicado a las demás experiencias de América Latina, Grecia y España.


Edición 765 – Semana del 12 al 18 de febrero de 2022
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