Pese al terrorismo de Estado, el paro no se levanta, seguirá nutriéndose con millares de personas que se encuentra excluidas a lo largo y ancho del país
El mundo conoce la cruenta guerra contra el pueblo colombiano que desde el 28 de abril deja más de 47 asesinados, 963 detenciones arbitrarias, 548 desaparecidos, 28 víctimas de heridas en los ojos, 12 abusos sexuales.
De este terrorismo de Estado la juventud (entre los 18 y los 36 años) es la mayor víctima de la más salvaje y descarnada brutalidad policial; respaldada de manera incondicional por el presidente Duque, a quien no le importan las justas exigencias ni la vida del pueblo.
Pese al terrorismo de Estado, el paro no se levanta, seguirá nutriéndose con millares de personas que se encuentra excluidas a lo largo y ancho del país, sin esperanza. El paro cobra mayor fuerza porque no cree en el Gobierno mentiroso, distante de dar una solución real que mitigue las necesidades básicas del pueblo.
El pueblo ha tomado la responsabilidad de encontrar la solución a sus problemas, aprendió bien la lección de años anteriores, por eso no cree en las marchas convertidas en caminatas de corto alcance. El pueblo ya no cree en las mesas de concertación porque los salarios, el alimento, la salud, el trabajo, la educación, la vida y la dignidad no se negocian, no se mendigan, no se le delegan a una mesa de concertación compuesta por burócratas que no nos representan.
La juventud abandonada por un Estado incapaz se atrevió de manera justa y decidida a hacer barricadas y ocupar la primera línea porque saben que el pueblo unido, organizado y en pie de lucha, es descomunalmente superior ante el terrorismo de Estado, con todo lo fuerte que aparenta ser.
Los llamados a concertar son los llamados a retroceder; es desconocer el avance logrado durante 12 días de combatividad, que al pueblo colombiano en general y en particular al pueblo caleño le han costado sangre levantar su voz para exigir la atención a sus reclamaciones. Ya no queda tiempo para detenerse; estamos obligados a transformar el sudor, las lágrimas, el dolor en fuerza para la lucha contra un Estado que con el paso de los días se ha hace más criminal.
No concertar, sino avanzar en el fortalecimiento de las asambleas populares para programar mejor las tareas del inmediato quehacer, para apearse de los abastecimientos a que haya lugar, para garantizarse la seguridad de manera organizada, para mejorar las comunicaciones que desmientan la desinformación de los monopolios al servicio de la clase opresora.
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