Los sinsabores del conflicto y la guerra
Como no entender el odio agrio y ácido que pasa por el estomago de una persona, cuando se encuentra con la amarga noticia de que su hijo, su hija ha sido asesinado/a en medio de las movilizaciones, cuando se dice que los delitos están en manos de una fiscalía cada vez más ciega, sorda y muda.
Jorge Urueña
Profesor Universidad de Antioquia
“El día que una persona de música valga mas que una de medicina aceptaré perder clases por la muerte de un ñero sin relevancia alguna en nuestra sociedad. Madure gente y piensen mejor su futuro, por eso es por lo que nos metieron esa reforma retrasados. VIVA FELIPE CARDENAS” (Mensajes clasistas en medio de encuentros virtuales de la Universidad de los Andes – Bogotá, Colombia)
¿Debemos ignorar el odio que se destila por nuestro cuerpo, se saliva, y se exhala en palabras? ¿Por qué hay tanto odio en nuestra mente, en nuestro cuerpo, en nuestra alma? Son preguntas que nos dejan los últimos escenarios de conflicto que vive nuestro país en las calles. Un diálogo nacional no se construye a puerta cerrada, tampoco se hace con sectores que se mueven, con privilegios, por los pasillos del capitolio nacional. Un diálogo nacional implica comenzar a revisar cada uno de los sentires que nos han llevado a esta guerra.
Estamos ante lazos emotivos fracturados, quebrados en palabras de Doris Salcedo. No podemos hacer paz hasta que no se propicie una introspección sobre el sentir de una ciudadanía cansada, agotada y vulnerada por actos de guerra, de diferentes movimientos –entre bandos opuestos– que se disputan el control del país. El odio es una respuesta agria, fétida, que evidencia una queja, un sinsabor al ver cómo el interés personal se prioriza por encima del colectivo en nuestra cultura.
Yo soy parte de una generación que creció en medio de los fallidos procesos de paz, donde la palabra fue vital para la negociación, pero nunca se concibió con las comunidades, especialmente las que hemos vivido la guerra en carne propia. El odio no puede ser mas agrio, con ciertas notas ácidas que producen revolcones estomacales y sociales, porque no puede existir otra respuesta más directa a un acto tan indignante, donde periodistas y funcionarios del gobierno nacional no tengan idea alguna de cuánto gasta un colombiano en los huevos que, si mucho, se come en una cena o almuerzo como reemplazo de una proteína, una o dos veces cada quince días.
El odio es tan agrio que empieza a crear efectos perjudiciales en las papilas gustativas; comienza a convertirse en un espacie de sin sabor que causa anosmias y ageustias en las personas. La incapacidad de oler y degustar lo que comemos es la causa de gobiernos que nunca priorizaron a la comunidad en cada una de sus acciones “corporativas”. Cargados de metodologías basadas en gestión de proyectos, se han gastado todo el dinero del erario, ignorando cómo la canasta familiar ya no existe. Hoy por hoy, nacen proyectos donde se comisiona la comida de niños y jóvenes con los residuos o alimentos descompuestos que llegan a nuestras escuelas, colegios y universidades; mientras se cobra cuatro, hasta cinco veces más, por el valor de lo que supuestamente entregan a través de estos programas de alimentación ciudadana.
Como no entender el odio agrio y ácido que pasa por el estomago de una persona, cuando se encuentra con la amarga noticia de que su hijo, su hija ha sido asesinado/a en medio de las movilizaciones, cuando se dice que los delitos están en manos de una fiscalía cada vez más ciega, sorda y muda. No se puede esperar otra respuesta sensible más que un odio de tragos agrios, ácidos y amargos. Ya no provoca tragar saliva por el dolor tan fuerte que ocasiona hacerlo, pensarlo y sentirlo.
Quiero terminar diciendo que, si bien los odios se han despertado por estas diferencias en las clases sociales colombianas, no se puede ignorar cómo la misma academia no ha contribuido de manera contundente a una revisión introspectiva y consecuente de las sensibles diferencias que existen entre profesiones, las cuales parecen ser “indispensables” para el sistema de producción del país y otras que están pensando la esencia misma del porqué estamos aquí –en este mundo convulsionado–. Los odios son tragos amargos que se pasan, a simple vista y a veces con sonrisas de no “quise decir eso, no lo veas así”, en donde mas de uno de nosotros, los artistas, nos sentimos despojados de oportunidades para ver, oler, degustar la vida de manera diferente. Las comisiones de ciencia, MinCiencias, MEN, Ruta N, ProAntioquia entre otros entes son expertos en apoyar “investigaciones” que impactan al país, cuando solo se ha creado una esfera discursiva que solo privilegia aquello que llena de dinero a los grandes grupos empresariales.
Hacer ciencia con hambre, en un país con odios donde ni tragarse las eufemísticas respuestas del poder hegemónico no llenan un estomago y no alimentan el alma, hace posible que los odios tengan sentido y no pueden tramitarse, sino se dispone a un diálogo abierto y sensato, en donde se invite a expresar, visceralmente, el sentir de estas comunidades vulneradas y cansadas.
Disculpen la expresión, pero estamos cansados de comer mierda, y el odio no puede ser mas amargo y fétido porque no otra manera de ser.
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Fuente:
Edición 728 – Semana del 8 al 14 de mayo de 2021
https://viva.org.co/cajavirtual/svc0728/articulo05.html