Ningún apoyo a esta guerra reaccionaria
Los pueblos de Armenia y Azerbaiyán necesitan un camino correcto: La reconstrucción del Socialismo
Hoy la experiencia histórica muestra el camino que deben tomar los pueblos en Armenia, en Azerbaiyán y Nagorno Karabaj; sus pueblos deben unirse nuevamente...
Azerbaiyán y Armenia han retornado a una guerra que hoy amenaza con tomar grandes proporciones. Retornado, pues los enfrentamientos entre estos dos países datan de hace muchos años, y la “joya de la corona” es un territorio enclavado en medio de Azerbaiyán donde la mayoría de sus pobladores son de descendencia armenia. El enclave se llama Nagorno Karabaj o República de Artsaj, un territorio montañoso donde habitan 138.800 personas, según censo de 2007 y en su mayoría de nacionalidad armenia, que ha sido motivo de disputa desde hace más de 100 años; solo mitigada cuando los dos países se independizaron con la caída del imperio zarista.
Para aquel entonces la disputa entre estas dos naciones, como muchas otras que pervivían en la región, se disipó gracias a la triunfante Revolución de Octubre de donde surgió la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas – URSS. Tanto Armenia como Azerbaiyán formaron parte de la patria de los Soviets, y a la par con el resto de obreros y campesinos se embarcaron en la heroica lucha por desarrollar la patria socialista, azeríes y armenios se unieron como hermanos y depusieron sus diferencias de raza, credo, nacionalidad, y tantas otras, para hacer parte de la construcción de la gesta más grande que haya tenido la humanidad, avanzar hacia la destrucción del capitalismo y poner el mundo al servicio de la hermandad y confraternidad de los pueblos de todo el planeta.
Pero la unión fraternal duró, lo mismo que duraría el proceso de construcción y desarrollo de la patria de los soviets. La burguesía dio el golpe contrarrevolucionario en la Unión Soviética desde 1956, y con ello, todas las diferencias que obreros y campesinos habían logrado deponer con la revolución, fueron caldo de cultivo con la nueva burguesía en el poder. Entre ellas, la unión fraternal entre las naciones, dio paso nuevamente a la división y a la disputa por imponerse unas a otras. Rusia se convirtió en el azote, y ya no solo de los países que fueron parte de la URSS, sino que empezó su expansión hacia nuevas tierras para disputar como otro coloso imperialista en la arena internacional.
La URSS se desintegró en un proceso de varias décadas y en 1991 se desató la sangrienta guerra entre Armenia y Azerbaiyán por la disputa de Nagorno Karabaj, una lucha ya puesta en otro nivel cualitativamente distinto, donde toman parte otros países movidos por sus apetitos de control regional, sobre todo la participación directa de Turquía, quien ha declarado su respaldo total a Azerbaiyán y que desde hace años ha asumido una postura guerrerista con el interés de posicionarse fuertemente en la región, no en vano, su presidente Erdogan declaró el pasado agosto: “La nuestra es una civilización de conquista. Estamos dispuestos a lo que haga falta desde el punto de vista político, económico y militar. Así que invitamos a nuestros interlocutores a mantenerse apartados y no cometer errores que puedan significar su destrucción”. Por su parte, Rusia ha apoyado a Armenia a quien mantiene como uno de sus países oprimidos y parte de sus fichas para el control geopolítico. Hoy por hoy, la zona en disputa está mayormente controlada por Armenia, representada en una fuerte presencia militar en Nagorno Karabaj y que además está respaldada por la población debido a su nacionalidad.
Los miles de muertos que ha dejado esta disputa histórica, son tan absurdos que solo mirando la cantidad de población hace que esta guerra se salga de todas las proporciones. Pero es plenamente entendible bajo este sistema económico que basa su existencia en la explotación del hombre y de la naturaleza, en el sometimiento de unos países por otros, en el interés de expansión territorial de acuerdos militares, y en general todo lo que mueve el mundo de la explotación capitalista-imperialista. Tiene sentido entonces pensar que ningún conflicto se va a resolver en definitiva, mientras no cambie el tipo de sociedad sobre la que se levantan estos intereses y estas divisiones.
De ahí, que solo haya sido posible disipar esta guerra irracional, cuando estuvo en construcción la patria gobernada por la alianza obrero-campesina y que duró desde 1917 hasta 1956. Hoy la experiencia histórica muestra el camino que deben tomar los pueblos en Armenia, en Azerbaiyán y Nagorno Karabaj; sus pueblos deben unirse nuevamente, aprender de la experiencia vivida durante la gloriosa construcción socialista y retomar ese camino; los errores que se hayan cometido, pues de seguro los hubo, tomarlos como enseñanza y experiencia para no repetirlos en el futuro, y unirse como un solo pueblo para derrotar a sus explotadores y opresores, internos y externos, y encausar nuevamente la ruta de la edificación del socialismo.
Ningún apoyo a esta guerra reaccionaria, pues allí los muertos los pone el pueblo para beneficio de los reaccionarios internos y externos. La única guerra justa, es la que libren los pueblos para alcanzar su liberación; guerra que, dirigida por auténticos partidos comunistas revolucionarios, conducirá no solo a la liberación de las cadenas impuestas por los imperialistas, sino a destruir los Estados reaccionarios y a reconstruir o construir la gloriosa dictadura basada en la alianza obrero campesina, sostenida sobre la roca firme del armamento general del pueblo y cuya meta será la abolición de toda forma de explotación y de opresión.
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