Las fases de la guerra
Jorge Eduardo Navarrete
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El péndulo del conflicto comercial sino-estadunidense –que entra en su tercer año de oscilaciones, ora bruscas, ora pausadas– apunta, a partir del próximo 15 de enero, hacia una dinámica más organizada y hasta predecible, en abierto contraste con la experiencia vivida hasta ahora. En una semana, si en realidad ocurren los acontecimientos previstos y anunciados o insinuados por alguno de los contendientes, culminará –en Washington, en una ceremonia de cuidada coreografía, muy al gusto de Donald Trump– lo que ahora se denomina la fase uno de la guerra comercial. Esta circunstancia, el inicio del año y el largo lapso transcurrido desde la última vez que se analizó en este espacio (recuérdese De la tregua a la guerra, 15/05/19), fuerzan a presentar primero un parte resumido del estado actual de la conflagración.
Las hostilidades comenzaron a mediados de 2018, con el anuncio de que Estados Unidos impondría aranceles de 5 a 25 por ciento ad valorem a importaciones procedentes de China con valor de 34 mil millones de dólares. China adoptó de inmediato una represalia simétrica. Vino después una escalada de anuncios sucesivos tan rápida que fue difícil llevar la cuenta de los montos de intercambio afectados. Los lapsos variables para la entrada en vigor efectiva de los aranceles anunciados contribuyeron a la confusión y, para mediados de 2019, los aranceles impuestos o anunciados por EU afectaban de hecho a nueve décimas de las importaciones procedentes de China y las acciones de represalia de China alcanzaban a casi la totalidad de sus compras a EU. Como revela un análisis reciente, el costo incurrido ha sido muy inferior del que podría esperarse de un despliegue tan reiterado e impresionante: entre 2017 y 2019, la caída en el valor de los intercambios mercantiles bilaterales se calcula en sólo 9 por ciento (Poles apart, The Economist, 02/01/20) y la del déficit estadunidense en 15 por ciento. Como los chinos parecen saberlo mejor que nadie, los juegos pirotécnicos no suelen ser mortíferos, salvo por accidente.
La principal víctima colateral del conflicto se encuentra, como revela el artículo citado, en los flujos bilaterales de inversión directa entre Estados Unidos y China. Entre los años mencionados, éstos se han abatido en 60 por ciento. La profundidad de los vínculos económicos y financieros entrambos países es tal que continúa alimentando a la primera y mayor relación de auténtica interdependencia en la globalidad. Dice el mismo ensayo: En tecnología, la mayor parte de los artículos electrónicos estadunidenses son ensamblados en China y, en forma recíproca, las empresas de China descansan en proveedores extranjeros para obtener más de 55 por ciento de sus insumos complejos en robótica; 65 por ciento de los usados en computación remota y 90 por ciento de los destinados a fabricar semiconductores.
Esta dependencia mutua es la principal póliza de seguro contra la guerra económica entre las dos potencias. No es una conclusión nueva. La expuse, entre otros textos, en Resistencias al avance hacia un mundo multipolar, un fascículo publicado por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) en 2005.
Si bien puede confiarse en que, en el largo plazo, la cooperación y el entendimiento se impondrán sobre la confrontación y la pugna, el corto plazo –el futuro inmediato, del que es cada vez más difícil excluir la posibilidad de un segundo periodo presidencial de Donald Trump– encierra enormes peligros. En un ambiente de extremada inestabilidad internacional, exacerbado por las acciones unilaterales –e ilegales– de Estados Unidos en Irak, es difícil dar
por supuesto que se cumplan a cabalidad las acciones internacionales de largo alcance inscritas en este momento en la agenda global. Puede suponerse, sin embargo, que así ocurrirá. Conviene a EU demostrar que la irresponsabilidad de algunas de sus acciones no afecta al conjunto de su desempeño global y a China conviene evitar que una acción que repudia abiertamente afecte la búsqueda de un entendimiento bilateral que responde a su interés nacional.
A principios de enero comenzaron a conocerse algunos detalles sobre la celebración, la agenda y las delegaciones (encabezadas por el vicepremier Liu He y por el representante comercial Robert Lighthizer) para la ceremonia en Washington el 15 de enero. Seguía habiendo incertidumbre sobre el acuerdo por firmar, en especial en cuanto al alcance del desarme arancelario, el tipo y volumen de importaciones adicionales de productos estadunidenses por parte de China y la oportunidad y secuencia de la fase dos y, quizá, otra(s) ulterior(es).
Más allá de los avatares de la guerra comercial, se espera que 2020 sea un año en que China modere la desaceleración de su tasa de crecimiento –manteniéndola algo por encima de 6 por ciento–, coseche los frutos de las acciones de estímulo adoptadas el año pasado y fortalezca su demanda global de importaciones, según estima el Standard Chartered Bank ( FT, 06/01/20) En alguna medida, China volverá a significar buenas noticias para la economía mundial.
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