DOSSIER:
1. América Latina, el incendio se extiende
1. América Latina, el incendio se extiende
Jesús González Pazos
Chile, octubre 2019
En las últimas semanas diferentes países de América Latina han estado en lo que se suele llamar el foco de la noticia. Haití, Honduras, Ecuador, Brasil, Argentina, Chile… la lista empieza a ser interminable y alcanza a la práctica totalidad de los rincones del continente. Y el denominador común en estos procesos es el hartazgo de la ciudadanía por el acelerado proceso de empobrecimiento que se está viviendo.
Más allá del sensacionalismo y la manipulación de muchos de los titulares que han ilustrado algunos de estos momentos, se podría afirmar que hay una constante a todos ellos. La derecha está incendiando América Latina. En su sentido literal o como metáfora del hundimiento social y económico al que se están viendo abocados la mayor parte de estos países es ésta una afirmación que muestra con meridiana claridad lo que hoy ocurre en ese continente.
Se dejó atrás la década perdida de los años 90 del siglo pasado en la que las políticas neoliberales arrastraron a este territorio, pese a su riqueza en recursos, a ser el de mayor brecha de desigualdad, con niveles de pobreza que en muchos países alcanzaban a más del 50% de la población. Después se han vivido las casi dos últimas décadas donde bajo la égida aún del capitalismo como sistema dominante, se adoptaron por el contrario políticas posneoliberales que, cuando menos supusieron una mejora considerable de las condiciones de vida para muchos millones de personas. La pobreza y la extrema pobreza bajo varios dígitos, el estado recuperó presencia y dirección en las políticas económicas hasta recuperar en muchos casos sectores estratégicos antes privatizados, la soberanía y dignidad de muchos pueblos se convirtieron en una realidad y nuevos movimientos sociales (feminista, indígena, barrial…) se fortalecieron ocupando espacios de relevancia en los diferentes procesos de cambio. Aunque cierto es que los modelos extractivistas siguieron siendo dominantes también en esta etapa y los avances en muchos casos han sido más lentos de los que esos nuevos actores hubieran deseado.
Durante esa última época las opciones conservadoras, derechistas, quedaron descolocadas en los nuevos escenarios políticos. Intentaron por todos los medios a su alcance no perder su poder; y al decir todos los medios es necesario subrayar que hicieron uso de todos: sabotajes económicos, división social, manipulación, golpes de estado.
Llega América Latina así a esta última fase en la que esas corrientes han recuperado parte de su antigua presencia en diferentes países. En unos casos mediante procesos electorales, como Argentina, Colombia, Brasil (amañado al imposibilitar a Lula da Silva presentarse)…, en otros a través de golpes de estado como Honduras o Paraguay. Y nuevamente se entra en una etapa de aplicación de las viejas recetas neoliberales. Una vez más la constante es el recorte de derechos para las grandes mayorías, su empobrecimiento y el desmantelamiento lo más rápido posible de aquellos mecanismos y programas que caracterizaron los años de gobiernos progresistas. Es precisamente la recuperación de esas antiguas medidas (dictadas nuevamente por el FMI) las que están en la base de ese incendio del continente. Las tasas de pobreza se han multiplicado en unos pocos años, incluso en meses, y la carga sobre la población se dobla continuamente mientras las tasas de beneficio y la consiguiente riqueza queda cada día en menos manos. El continente más desigual del planeta vuelve a ocupar ese primer puesto, pero con una brecha que se acrecienta hora a hora.
Y esas grandes mayorías no aguantan más la ya vivida situación y los estallidos sociales se multiplican. Haití, la eterna olvidada, acumula más cinco semanas con protestas diarias pidiendo la dimisión del presidente; Honduras se incendia periódicamente constatando que su la oligarquía siempre manejó el país como una finca bananera.
En el sur, Ecuador ha vuelta a vivir los levantamientos indígenas y populares de hace décadas hasta obligar al presidente Lenin Moreno a retirar el paquetazo de nuevas medidas neoliberales; Argentina, que iba a ser salvada del populismo kichnerista, está al borde del hundimiento económico y la población rememora los momentos más duros del “corralito” en los primeros tiempos del nuevo siglo. Brasil se ha entregado a una camarilla ultraderechista, machista y racista que viendo la selva amazónica solo como una posible fuente de riqueza está dispuesta a incendiarla hasta acabar con ella.
Y el caso más reciente, a día de hoy, es Chile. La prepotencia de la derecha hacía que el actual presidente, Sebastián Piñera, acabara de declarar que este país es un oasis de estabilidad. No había terminado de digerir la misma cuando la aplicación de nuevas medidas neoliberales ha supuesto el levantamiento popular más duro de los años de aparente democracia tras la dictadura pinochetista. Son precisamente los tiempos del régimen dictatorial los que hicieron de Chile el laboratorio ideal para la aplicación de medidas neoliberales ya que el gobierno y ejército se encargaron de eliminar cualquier oposición sindical, social o política.
La transición a la democracia, siguiendo el ejemplo español, no alteró en medida alguna este sistema y ello ha traído un creciente empobrecimiento de la mayoría de la población. Chile aparecía en el mundo como una democracia consolidada que se alternaba entre la derecha conservadora y la socialdemocracia sin cuestionar en ningún caso el sistema neoliberal dominante.
Los medios de comunicación brindaron esta imagen del país. Por eso ha sorprendido tanto la magnitud de la protesta social que ha estallado. Sin embargo, conocer la verdadera realidad nos habla de un país entregado a las empresas trasnacionales, sobre todo, para la extracción de sus principales recursos naturales (cobre, litio, agua…), mientras los bienes sociales (salud, pensiones, educación, vivienda o transporte) se han privatizado hasta hacerse casi inalcanzables para cada vez un mayor porcentaje de la población. Esto es lo que verdaderamente explica el estallido social en Chile hoy, pero esta es también la constante en gran parte del incendio que recorre América Latina: las políticas neoliberales empobrecen a los pueblos y, además, son un fracaso económico, y político.
Jesús González Pazos
@jgonzalez pazos
Miembro de Mugarik Gabe
Fuente: https://www.alainet.org/es/articulo/202813
2. El pueblo chileno da ejemplo con su lucha
Chile arde, la lucha popular hizo que las calles chilenas se convirtieran en una hoguera y el combustible del ardor de la lucha de masas son las medidas antipopulares y elitistas que la burguesía, por medio del gobierno del presidente asesino Sebastián Piñera le ha impuesto a las clases trabajadoras.
Todo empezó con un incremento a la tarifa del transporte público en el que viajan hacinados e inseguros hacia sus hogares, universidades y trabajos los que todo lo producen en Chile. Pero las razones sobraban para que esas protestas que inicialmente lideraron los estudiantes, se transformaran en una poderosa Huelga Política de Masas que hoy atraviesa todo el país. El pueblo se cansó de un sistema pensional que no garantiza a los obreros una vejez con las necesidades cubiertas después de haber acumulado parte de su salario por décadas. Se cansó de un sistema de salud que ni siquiera pagando, evita las muertes por enfermedades curables o que no cubre medicamentos de calidad. El pueblo ya no soporta el Código de Aguas impuesto desde la dictadura, el cual le da derechos de aprovechamiento de por vida a los capitalistas privados, lo que contrasta con las fuertes sequías que han azotado dicho país. Los jóvenes no aceptan la discriminación laboral que se produce al momento de terminar una carrera universitaria, pues a pesar de que casi el 60% de la educación superior es gratuita, los mejores empleos y cargos de dirección de las empresas son asignados a ese otro 40% que tuvo la capacidad económica para pagar una educación privada. La corrupción propia del capitalismo invade las instituciones del Estado de los ricos, empezando por la evasión de impuestos por parte de los capitalistas, pasando por los carteles del papel higiénico y de las medicinas para incrementar los precios de estos productos al pueblo y por la malversación de millonarios fondos en Carabineros y en el Ejército, entre otros.
Es por esto que a pesar de que el gobierno echó para atrás el incremento en el transporte, las masas populares continúan luchando. El trato que la burguesía chilena le ha dado a las protestas ha sido de una brutal represión militar, sacando a las calles tanto a la policía como al ejército a detener, herir, reprimir y asesinar al heroico pueblo que resiste en la calles la embestida del Estado criminal de los opresores y explotadores. El asesino gobierno de Piñera ejecutó la brutal dictadura imponiendo el Estado de Emergencia, es decir, desplegó por todo Chile la bota militar con sus fusiles y tanques de guerra para intentar aplacar la rebeldía popular y desesperadamente ordenaron el toque de queda que ha sido desobedecido colectivamente con cacerolazos y movilizaciones en diferentes regiones. La respuesta de las clases dominantes a las necesidades de las masas es la represión violenta a sus demandas, ese es el carácter de los Estados democrático-burgueses, y en Chile, el que Piñera haya sacado al ejército a las calles es una forma especial del terrorismo de Estado, pues inmediatamente el pueblo recordó la oscura época de la dictadura pinochetista en la que era prohibido reunirse y hacer manifestaciones en contra de la cúpula militar.
Las Huelgas Políticas de Masas que han explotado en Ecuador, Perú y Chile son ejemplo de la valentía del pueblo que se enfrenta sin miedo a las fuerzas represivas del Estado para conquistar y defender sus derechos. En masa, diferentes sectores de los de abajo se han rebelado contra el Estado de dictadura de los ricos y han hecho valer su fuerza organizada para echar abajo las medidas antipopulares. Estas jornadas de lucha le sirven de aprendizaje al pueblo para los combates futuros y definitivos que debe dar para destruir el Estado de los monopolios por medio de la violencia revolucionaria. Pero también estas poderosas Huelgas Políticas de Masas, son un problema al orden del día para los destacamentos revolucionarios que se propongan organizar y dirigir a las masas para cambiar radicalmente la podrida sociedad capitalista por otra opuesta, en la que se garanticen las condiciones de vida a las masas trabajadoras.
El elemento consciente debe fortalecerse en medio de la lucha por darle una dirección política revolucionaria al movimiento de masas, en pugna con las corrientes oportunistas que pujan por contener este poderoso ascenso dentro de los estrechos límites leguleyos y hasta donde se los permita la mutilada democracia burguesa. Los comunistas revolucionarios en Chile sabrán decidir la mejor orientación política y práctica para que este alzamiento sirva a la estrategia de fortalecer la organización política de los revolucionarios que movilice a las masas a construir en el país austral el Socialismo científico que le dé todo el poder a los obreros y campesinos, para que estos decidan en todos los terrenos sobre su futuro económico, político y social.
Fuente:
3. Revueltas en América y España
Manuel Humberto Restrepo Domínguez
Quito, Ecuador, paro de octubre de 2019
Las movilizaciones de protesta en América del Sur y España, no tienen en sus fuentes las violencias, ni provienen de asociaciones al terrorismo, ni las fomenta la izquierda. Son expresiones producto de la cada vez más notoria ruptura entre el orden económico, que da ganancias y poder político a pocos y el orden social más injusto y desigual. Las mayorías en protesta solo reclaman garantías a derechos ya ganados. En América por derechos sociales, en España por derechos políticos. Son levantamientos no orientados a obtener algo nuevo, si no a impedir la continuidad del desastre y acceder a lo suyo.
En el camino de la protesta se atraviesan tres grandes obstáculos, que conducen hacia la violencia y por esta vía la pérdida del capital político y organizativo que podría ganarse en cada movilización. La primera es la intransigencia, autoritarismo y arrogancia del gobierno, que descalifica, amenaza, estigmatiza y condena de antemano creando condiciones adversas; después la ferviente militancia periodística de los medios que confunde, miente y reduce a espectáculo morboso lo que ocurre, llenando sus parrillas de presunciones y prejuicios y; tercera la arremetida policial, forzada a alterar, reprimir y provocar escenas de violencia que minan la legitimidad de la protesta, reducen la calidad de ciudadanos responsables de quienes protestan y debilitan la capacidad de organización.
En América la movilización la nutren sectores medios y empobrecidos, que dinamizan protestas indetenibles en poco tiempo y unen sentimientos reprimidos de desesperanza, desesperación, temor y rabia, forman multitudes, antes que masas conscientes que respondan a un proyecto social u organización política. Este modo de acción concentra los inconformismos por el abandono y olvido del Estado, que no ve, oye, ni atiende las demandas urgentes de quienes carecen de los bienes materiales para satisfacer necesidades que parecían superadas. Son luchas transversales, en las que confluyen múltiples agendas complementarias. Son movimientos espontáneos, aunque en ellos participen sectores de amplia y sólida tradición, conducidos especialmente por jóvenes, en lucha contra el poder hegemónico, al que se le reclama haber tomado partido por el capital, entregado la democracia del pueblo al mercado (legal e ilegal) y proveerlo con los bienes públicos el enriquecimiento, despojo y acumulación de los recursos que corresponden a derechos.
La reivindicación en América es por garantías a derechos sociales y económicos. Son grandes movilizaciones, a las que el Estado ofrece fuerza policial desbordada. En el centro de Santiago arde el edificio de energía por un aumento en las tarifas del metro y se revive el fantasma de Pinochet; hace una semana fue Quito por un aumento en las tarifas de combustibles, por eliminación de subsidios y se revive el fantasma de de los buscadores del tesoro de Atahualpa que no dudaron en torturar y quemar a los indios y; desde hace unos días en Bogotá y otras ciudades retumba un eco de descontento y recriminación por dilaciones a los derechos de educación, salud, jubilación y empleo y medidas latentes como la regulación de la protesta. Son multitudes, que denuncian desigualdades y reflejan las consecuencias de la voracidad criminal de los financistas, que ganan expulsando del sistema humano a miles de personas que quedan sin garantías para llevar la vida con dignidad.
A diferencia de América del Sur, Barcelona encarna otra lucha, de reivindicación política centrada en la libertad y contra una especie de totalitarismo en democracia. Cientos de miles de catalanes, hacen pueblo y no muchedumbre, ni multitud espontanea, convocan a Europa a ser consecuente con su mejor conquista: libertad. Llaman al gobierno y a la sociedad española a recocerles su derecho a ser libres a su modo y a tener soberanía sin la injerencia del estado español bipartidista, cuyas partes contaminadas de dictadura franquista, impiden desactivar el espíritu de dominación y conquista, así como pudieron desactivar las armas por acuerdo pacífico.
El pueblo catalán, no responde a la lógica de lucha transversal ni espontánea, son sectores medios y acomodados de población, resultado de un acumulado de tradición histórica, que trata de completar su libertad y su autonomía, pidiéndole al estado que la realidad jurídica y social que hay en las líneas de la constitución española, les permita vivir como nación con territorio, lengua, costumbres y modos de ser catalanes antes que españoles y hacer realidad el derecho a ser independientes, conforme a la autonomía señalada con la práctica y la cultura jurídica de posguerra. Cataluña, hace tiempo reclama que se cumpla la constitución que en su primer artículo proclama el carácter democrático del estado, que ampara su validez en las decisiones de los poderes públicos cuando derivan del consentimiento de los ciudadanos. Hay percepción de doblegamiento de las cortes al poder político y de alejamiento de la voluntad popular, al tratar de imponer la supremacía constitucional (dictadura constitucional?) que ahoga la vitalidad de una democracia tomada como ejemplo en la misma américa latina, en la que dejó enterradas sus espadas y sus cruces, para que nunca regresaran al viejo mundo. Encarcelando y silenciando a sus líderes y gobernantes, por reclamar autonomía, en Cataluña el estado español parece hacer renacer el espíritu de su pasado invasor en américa, del que todavía permanecen vigentes sus huellas en casos como Colombia, donde “el único delito es estar contra el gobierno” y donde la desobediencia al poder del soberano (y su partido) no se paga con cárcel, si no con amenaza, destierro y muerte, como lo muestra la tenebrosa cifra superior a 700 líderes y defensores de derechos asesinados a la sombra de la revuelta social y la construcción de paz.
En América y en Barcelona, se pueden estar sentando las bases de una agenda global común contra el capitalismo y su espíritu depredador de la política, la democracia y la vida misma en todas sus condiciones. Además queda claro que la violencia es “preparada y producida en contra de las movilizaciones”, para deslegitimar, dispersar y estigmatizar y es incubada en las ultraderechas políticas, que se valen de la acción policial, como herramienta de fuerza desbordada que alienta, empuja y crea condiciones de caos utilizables para reprimir, enjuiciar, limitar y amedrentar el ánimo de resistencia pacífica y organizada y “llenar de razones” al gobierno para promover la seguridad y la fuerza y declarar que el estado está en guerra contra un enemigo implacable.
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