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ECONOMÍA COLOMBIANA, TRES AÑOS EN DECLIVE. CUANDO NO SE CUMPLE LA LEY DE SAY

Desorientación económica

Por: Eduardo Sarmiento

La economía colombiana lleva tres años en declive, con tendencia a prolongarse por un tiempo igual o mayor, sin diagnóstico claro de las causas y de las acciones para cambiar la tendencia. Por tratarse de un comportamiento ocasionado por traumatismos de mercado lo consideran natural y de recuperación automática. Se espera que el mercado apoyado en las tasas de interés de referencia del Banco de la República normalice el sistema.

Parte de la explicación está en que los autores de la política están altamente influidos por las teorías clásicas basadas en la ley de Say, que proclama que el mercado conduce a un estado en el cual el ingreso nacional, definido por el ahorro más el consumo, es igual al gasto, representado por la suma del consumo, la inversión, el déficit fiscal y el superávit en cuenta corriente. Cuando el gasto es inferior al ingreso nacional, la tasa de interés baja y propicia la expansión del consumo, la inversión y la balanza de pagos hasta restituir la igualdad.

Nada de esto ocurre en la economía colombiana. El mercado y la intervención del Banco de la República no han logrado afectar significativamente la tasa de interés, el crédito y mucho menos el volumen. La tasa de interés de títulos de largo plazo se mantiene muy por encima de la tasa de referencia del Banco, y en términos reales no es muy diferente a la de hace tres años. El crédito bancario, al igual que los índices de liquidez, se desploma y avanza muy por debajo de la inflación.

En este contexto, la ley de Say no se cumple. El ingreso nacional se mantiene por encima del gasto presionando el producto hacia la baja. La igualdad entre el déficit fiscal y el déficit en cuenta corriente no garantiza el balance entre el ahorro y la inversión. En efecto, el aumento del déficit fiscal de 1,5 % del PIB a 4 % en el último año y medio para contrarrestar el déficit en cuenta corriente fue nulificado por la caída de la inversión y el aumento del ahorro. Se creó una congestión que se refleja en el alza de las tasas de interés de los TES y no evita la caída de la producción. Así, la resistencia a la baja de las tasas de interés activas no obedece tanto a los bancos como a la política del ministro de Hacienda de conformar cuantiosos déficits fiscales financiados con la colocación de títulos. Lo grave es que de paso se resquebrajó la potencia de la política fiscal para impulsar la actividad productiva.

La economía se encuentra en un completo desequilibrio con visos de agravarse. El déficit fiscal tiende a superar el déficit en cuenta corriente y el crédito privado se encuentra seriamente deprimido. La creencia de que el ingreso nacional iguala persistentemente el gasto conduce a prácticas convencionales que en la realidad resultan recesivas.

La salida de la encrucijada existe, pero no es fácil llegar a ella. No se puede lograr dentro de las condiciones de autonomía del Banco de la República, orientada exclusivamente a regular las tasas de interés y extirpar la emisión. En su lugar se plantea una mayor discrecionalidad en la programación del déficit fiscal y su financiamiento, al igual que la regulación del tipo de cambio. En términos generales, se requiere una estrategia coordinada de política fiscal, monetaria y cambiaria para impulsar la producción, ampliar el acceso del sector privado al crédito y suministrar la liquidez adecuada.

La lección es clara. Los desaciertos de las políticas y predicciones resultan de instituciones y orientaciones que se inspiran en la ley de Say y se mantienen vigentes en los libros de texto. El principio se originó en un error de los pensadores clásicos del siglo XIX, el cual fue claramente cuestionado y señalado por Keynes, pero no ha sido incorporado en la teoría aceptada.

Fuentehttp://www.elespectador.com/opinion/desorientacion-economica-columna-712368

Ley de Say, Marx y las crisis capitalistas

En esta nota analizo la crítica que me dirigió (también a José Tapia, con quien he publicado trabajos), el economista Fabián Amico, en el sentido de que defendemos la ley de Say (otros aspectos de las críticas de Amico en Teoría monetaria….). En opinión de Amico, afirmar que la economía está liderada por la inversión, o la acumulación, equivale a sostener que el crecimiento potencial de la economía está dominado por la ley de Say. Dado que la crítica de la ley de Say tiene mucha relevancia para las explicaciones sobre las crisis, la cuestión tiene interés más allá de la polémica circunstancial con este economista. Empiezo por algunas cuestiones elementales.

Ley de Say y coherencia lógica

La ley de Say, de 1803, en esencia sostiene que a una venta le sigue siempre una compra, de manera que la oferta genera su propia demanda. Say decía que cuando un productor termina un producto, su mayor deseo es venderlo, y cuando lo ha vendido no está menos apresurado en deshacerse del dinero que le proveyó la venta, comprando otro producto. Originariamente Say formuló su ley para ser aplicada al mercado de bienes, y luego Walras la generalizó al conjunto de los mercados (esto es, laboral, monetario y financiero). Lo importante es que, según la ley de Say, el sistema capitalista no podría generar de forma endógena crisis generales de sobreproducción. A lo sumo podrían existir crisis en determinadas ramas o sectores, debido a las desproporciones que son propias de toda coordinación basada en el mercado; pero no una crisis generalizada. Es lo que pensaba Ricardo, que adhería a la ley de Say; y lo que piensan los neoclásicos. Según éstos, las crisis solo pueden generarse por interferencias externas a la economía (típicamente, por las malas políticas gubernamentales). Si los mercados funcionan libremente, y siempre de acuerdo a la ley de Say, no puede haber crisis económicas. De manera que en principio la crítica de Amico se desbarata muy fácilmente: dado que tanto Tapia como yo hemos afirmado que las crisis de sobreproducción se generan de manera endógena, no podemos afirmar que la oferta siempre genera su correspondiente demanda. O bien Amico demuestra que no afirmamos que las crisis se generan de forma endógena; o Amico demuestra que la ley de Say afirma que en determinadas coyunturas la oferta no genera su demanda correspondiente. Pero Amico no tiene manera de demostrar ninguna de estas cosas. Comprendo que tenga muchas ganas de criticarnos, pero no se trata de “ganar” una polémica a cualquier costo, sino de entender la lógica y los argumentos, y discutir desde allí.

Si bien podría terminar aquí mi respuesta a la crítica referida a Say, vale la pena explorar un poco más el asunto. Es que existe una conexión entre la posición ante la ley de Say, las teorías del valor que se defienden, y las explicaciones de las crisis que se derivan de ellas. A fin de analizar el asunto, presento en lo que sigue la lógica que preside las dos grandes críticas que se hicieron a la ley de Say, la que se inscribe en la línea de Malthus-Keynes, y la de Marx. La primera da sustento a las posiciones de Amico sobre la demanda (y sus recetas de salidas a la crisis). La segunda plantea una lógica totalmente distinta. Veamos entonces la cuestión, tomándola en su perspectiva histórica.

Dos críticas a la ley de Say

Las críticas a la ley de Say derivan de las dos alternativas fundamentales que se plantean en el análisis económico cuando se analizan las posibles insuficiencias de la demanda. Una de ellas viene a sostener que al valor del producto (considerado en la totalidad de la economía) que se ofrece, le corresponde un poder de compra (o sea, un poder de demanda) equivalente. Esto es lo que se deriva de la ley del valor trabajo, tanto en Ricardo y Marx. El valor contenido en el lado de la demanda solo puede generarse en la producción, y por lo tanto al valor contenido en el producto necesariamente le debe corresponder un poder de compra equivalente. En consecuencia, si se asume la ley del valor trabajo, el crítico de la ley de Say deberá demostrar por qué, en determinada circunstancia, los agentes económicos (o algunos agentes económicos) deciden no ejercer ese poder de compra. Es lo que intenta Marx, como veremos luego, para explicar la posibilidad de las crisis capitalistas. La segunda crítica a la ley de Say pasa por decir que el poder de compra no es necesariamente igual al valor del producto ofrecido. Es la posición de Malthus y Keynes, y de sus seguidores, y entronca con la idea de que la ganancia no surge de la producción.

Esta visión distinta de la demanda puede seguirse en la polémica entre Ricardo y Malthus. Dado que Ricardo sostiene que el valor se genera en la producción, piensa que a la suma del valor ofrecido le debe corresponder, necesariamente, un valor equivalente por el lado de la demanda. En una sociedad de productores simples de mercancía, por ejemplo, el productor que empleó 10 unidades de trabajo para generar la mercancía A, tiene un poder de compra de 10 unidades de trabajo (en términos de valor). Debido a que Ricardo no veía ningún motivo para que alguien no quisiera ejercer ese poder de compra (Ricardo no tenía en cuenta el atesoramiento), concluía que en el sistema capitalista no podía haber un déficit general de demanda. En última instancia una economía “a lo Ricardo” está descrita por una matriz de insumo producto, en donde no hay problemas de realización. En Ricardo hay coherencia entre su teoría del valor y la no problematización de la venta; su teoría monetaria, donde el dinero es principalmente medio de cambio; y su adhesión a la ley de Say.

Malthus, en cambio, planteaba que los precios surgen de una suma de partes con distintos orígenes, y que la demanda juega un rol fundamental en la formación del valor. En su visión, el costo de la mercancía está representado por el salario, y a este costo se le agrega una utilidad que surge en el mercado. Por eso definía a las utilidades “como el exceso de valor de un producto por encima del valor de los anticipos, o de una cantidad de trabajo anticipado” (Malthus, 1946, p. 251). En consecuencia, en este enfoque la ganancia del empresario depende de que el producto se venda a un precio superior al costo; para lo cual es necesario que exista una demanda adecuada que permita que el precio de venta sea tal, que dé origen a la ganancia. Destaquemos que Keynes, en esencia, compartió esta postura de Malthus. Por lo tanto en este enfoque el beneficio no se corresponde con valor generado en la producción, y el precio se determina por la mutua relación entre la oferta y la demanda. Observemos que en Ricardo y Marx, si la oferta satisface la demanda existente, los precios coinciden con los valores, o en todo caso con los precios de producción. En Malthus y Keynes, en cambio, es vital una demanda lo suficientemente alta para que haya ganancia. De ahí que Malthus sostuviera que eran necesarios los consumidores improductivos, por lo menos para sostener la demanda cuando la clase capitalista estuviera ahorrando (véase el paralelo con las posiciones de Keynes). Pero aquí surgía la objeción central de Ricardo: ¿de dónde surge ese poder de compra de los consumidores improductivos? Malthus no tenía respuesta a esta cuestión porque no poseía una teoría del valor coherente que respaldara su posición. Pero éste es el quid de la cuestión que hay que responder. Bleaney (1977) lo explica con claridad: “La solución (a la falta de demanda) de Maltus, el consumo de los consumidores improductivos, que era descrita como si la demanda no emanara de alguna parte y no fuera un elemento del costo de producción de las mercancías, solo mostró una vez más cuán lejos de una concepción exacta del movimiento y las interrelaciones de la economía como un todo, y cuán lejos estaba de una solución real de las dificultades que exponía” (Bleaney, 1977, p. 72).

En Teorías de la plusvalía Marx plantea la cuestión en términos parecidos. Explica que en la teoría de Malthus “el valor de una mercancía es igual … al valor de los salarios que contiene la mercancía más un aumento de la ganancia sobre los anticipos, según la tasa general de ganancia. Ese aumento nominal del precio representa la ganancia, y es una condición para la oferta, y por lo tanto para la reproducción de la mercancía. Estos elementos constituyen el precio para el comprador, como cosa distinta del precio para el productor, y el precio para el comprador es el verdadero valor de la mercancía. Entonces surge el interrogante: ¿Cómo se realizará este precio? ¿Quién lo pagará? ¿Y de qué fondos se lo pagará?” (Marx, 1975, t. 3, p. 34). Carente de una explicación del origen del poder de compra que permita realizar las ganancia, Malthus no podía resistir la crítica de Ricardo. Ricardo argumenta que si los capitalistas disminuyen el consumo de los bienes de lujo, aumentan la inversión; de manera que contratan más obreros, y aumenta el consumo de bienes salariales, por lo cual la demanda no debe caer. Aclaremos que Ricardo, a igual que Malthus, pensaba que todo lo que se ahorraba, se invertía; los clásicos no distinguían el ahorro y la inversión como dos instancias separadas.

Una consecuencia de lo anterior es que, desde el punto de vista de la teoría del valor trabajo, si los consumidores improductivos son mantenidos con fondos del Estado, esos fondos solo pueden surgir de los impuestos que pagan los capitalistas. En consecuencia, no hay forma de generar poder de compra por fuera del valor generado en la producción. Antes de terminar el punto señalemos que la variante “obrera y popular” de la tesis subconsumista a lo Malthus sostiene que los problemas de demanda en el sistema capitalista surgen porque los salarios son bajos, en relación al valor (aunque por lo general se dice riqueza) creado. Frente a esto, el argumento de Ricardo era similar al anterior: si los salarios son bajos, las ganancias aumentan, por lo cual aumenta la inversión y se contratan más obreros. La demanda de dos obreros que ganan $60 cada uno es igual a la demanda de tres obreros que ganan $40 cada uno.

Marx y la ley de Say

Dada su defensa de la ley del valor trabajo, la crítica de Marx a la ley de Say no podía coincidir con la de Malthus. Marx pensaba que las ganancias, las rentas mineras o agrarias, los intereses y los salarios, se generan en la producción. Por lo tanto, en promedio, el poder de compra debe igualar al valor del producto generado. Lo cual impide recurrir a la fuentes de demanda “autónoma” cuyo poder de compra no derive del valor generado en la producción. En relación a que el problema de la demanda en el capitalismo se origina en los bajos salarios, Marx apuntaba que del conjunto del valor agregado, consistente en beneficios y salarios, los trabajadores solo pueden realizar la parte del producto equivalente a los salarios. Por eso, si la realización de la parte correspondiente a los beneficios dependiera de los salarios, el sistema capitalista no tendría viabilidad. En esencia, el planteo subconsumista es incoherente. En El Capital esta idea está expuesta en el tomo 2, en la sección en que Marx analiza la reproducción global del capitalismo. Del valor total arrojado al mercado, subrayamos, los salarios solo pueden realizar una parte; otra parte corresponde a la renovación del capital constante consumido, y otra al gasto de plusvalía. Por supuesto, en la medida en que los capitalistas decidan gastar sus ingresos, no hay problemas de realización. Este planteo ha llevado a algunos a pensar que Marx adhería a la ley de Say. Pero no hay nada de esto. En el capítulo 3 del tomo I de El Capital, al explicar las funciones del dinero, Marx plantea que no siempre a una venta le sigue una compra, ya que por alguna razón el vendedor puede preferir atesorar. Si esto se extiende a muchos sectores de la economía, tenemos una crisis. Por este motivo ya la escisión Mercancía-Dinero abre la posibilidad teórica de las crisis. Y con ello se cae la ley de Say. Luego, cuando trata la función del dinero como medio de pago, Marx vuelve a criticar la idea (contenida en la ley de Say) de que siempre se vende para comprar. Es que muchas veces se vende para pagar deudas, y esto no es menor durante una crisis. Insistimos, si por alguna razón quien ha vendido no ejerce el poder de compra, la venta no se realiza; si esa actitud se generaliza, tenemos una crisis de sobreproducción. El desafío entonces era explicar por qué, en determinadas coyunturas, podía producirse un fenómeno de atesoramiento generalizado. Todo el problema de explicar las crisis capitalistas, desde el punto de vista de Marx, reside en este punto. Es un error grueso (¿o mala fe polémica?) decir que los marxistas estamos de acuerdo con la ley de Say por el simple hecho de criticarla desde una postura anclada en la teoría del valor.

Algunas consecuencias

Lo anterior tiene consecuencias inmediatas para el análisis de las razones de las crisis. Es que si el valor agregado surge de la producción, y está compuesto por salarios y el conjunto de los beneficios (incluyendo la renta, y antes de impuestos e intereses), es necesario explicar por qué, en determinado punto de la fase alcista se debilita la demanda. El comportamiento de la demanda en la fase alcista del ciclo es clave. Las crisis no se inician porque haya un cambio autónomo de la oferta (esto lo pueden pensar los teóricos del ciclo real de negocios, pero no los marxistas) sino porque en algún momento la demanda se debilita. Pues bien, en este punto hay dos posibilidades: o bien el debilitamiento de la demanda viene por el lado de los asalariados, o viene por el lado del gasto de la plusvalía. ¿Puede originarse la caída de la demanda en los bienes salariales? Es altamente improbable. En la parte más alta de la fase de expansión del ciclo, la desocupación tiende a encontrarse en su punto más bajo; y el poder de negociación de los asalariados alcanza su nivel más alto. Aun admitiendo que los salarios no aumentan, no hay lugar para sostener que en ese momento los salarios se debilitan y generan la caída de la demanda. Tampoco existe evidencia de que se produzca algún giro hacia el atesoramiento por parte de los trabajadores. En consecuencia el centro de la atención debe ser puesta en el gasto de los ingresos de los capitalistas, y particularmente en los beneficios. Por eso, el giro desde la cima del auge a la crisis debe explicarse por el hecho de que en algún momento empiezan a surgir bolsones de atesoramiento de plusvalía ( fin de analizar el fenómeno en su pureza, consideramos ahora una economía cerrada). La crítica de la ley de Say, basada en premisas teóricas vinculadas a la ley del valor, enlaza con esta exigencia. Veamos entonces las alternativas.

Una posibilidad es que el ciclo sea interrumpido porque el Estado empieza a restringir el gasto, en tanto sigue cobrando impuestos. Pero en principio no hay razón teórica para que suceda esto; y menos de forma recurrente, y siempre en las fases alcistas. Además, no es lo que se comprueba empíricamente. Queda por lo tanto el gasto de plusvalía en bienes de consumo, y la inversión. Es en este punto donde las ganancias, y la tasa de ganancia, juegan un rol importante. En determinado momento las ganancias empiezan a debilitarse, y con un retraso, parece debilitarse la inversión. El proceso no es mecánico, y el retraso puede ser importante, pero es lo que indica la evidencia disponible. En algunos casos se nota muy claramente un debilitamiento de la inversión un poco antes de que la economía de conjunto gire hacia la crisis, como sucede en EEUU a mediados de 2000, preparando la recesión de 2001. A mediados de 2000 la inversión en nuevas tecnologías se estanca (todavía en la primera mitad de ese año crecía a una tasa de 15%), preparando el escenario de la recesión posterior. No se advierte una caída previa del gasto de consumo, aunque el giro hacia la recesión es acompañado de una caída rápida del gasto de bienes de lujo. De hecho, en todas las recesiones, la inversión es la variable que cae más rápidamente, seguida por el consumo de bienes durables. En este punto dejo anotada una cuestión que analizaré en una próxima nota. Fabián Amico, y otros economistas kichneristas han planteado (véase Amico, Fiorito y Hang, 2011) que la inversión no depende de las ganancias, sino del crecimiento esperado de la demanda y de la relación capital-producto. Pero si esto es así, no habría motivos endógenos para que ocurra una crisis; en una economía en expansión, ¿por qué va a debilitarse la inversión, si ésta depende de la demanda que se está expandiendo? El giro hacia la crisis permanece inexplicado.

Retomando la secuencia de la explicación “a lo Marx”, una vez que comienza a debilitarse la inversión se reducen las horas trabajadas y el empleo, comienza a caer el consumo salarial. Pero normalmente el consumo salarial es el que menos fluctúa. La característica dominante del pasaje hacia la recesión es una aguda “preferencia por la liquidez”. Los capitalistas tratan de hacerse de activos líquidos; en períodos inflacionarios, buscan refugios alternativos, como propiedad inmobiliaria, o en última instancia activos financieros indexados.

El mismo criterio -el centro de la historia está en la actitud de los capitalistas- debe aplicarse al inicio de la recuperación. Durante las crisis aumenta la desocupación y los salarios se estancan, o bajan. De manera que la recuperación de la demanda no se debe a una mejora del poder de compra global de los trabajadores; menos todavía se puede sostener que la recuperación se debe a que los trabajadores deciden empezar a gastar sus fondos líquidos atesorados. Por eso hay que explicar la recuperación por el gasto de la plusvalía, instrumentado por la clase dominante. Una posibilidad es el gasto estatal. De hecho, en muchas ocasiones el gasto estatal intenta reanimar la demanda durante una crisis. De todas formas, dado que la fuente del gasto estatal es el valor generado en la producción, el recurso es limitado. El gasto estatal puede actuar como un estímulo, pero debe empalmar con el aumento del gasto privado de la clase dominante. Anotemos de todas maneras que para el moderno partidario del gasto improductivo“a lo Malthus-Keynes”, esto no es así. Dado que ha postulado la existencia de una demanda cuyo origen no puede explicar (la ley del valor trabajo es prejuicio marxista, en su visión) va a sostener que la solución mágica pasa por más y más gasto estatal. A partir de aquí, surgen muchas divagaciones posibles sobre el “gasto autónomo”; discutí estas cuestiones en una nota anterior (véase Crisis, gasto… ).

La otra posibilidad para la recuperación es que en determinado momento, cuando los precios de los activos se han derrumbado, los que se han mantenido líquidos comiencen a entrar nuevamente al mercado. Por un lado, porque se realizan consumos postergados. Por otra parte, empieza a recuperarse la inversión. Aquí el malthusiano-keynesiano interrumpe, impaciente. ¿Para qué van a invertir los capitalistas, si tienen capacidad ociosa? Respuesta: por dos razones. Primero, capitalistas que se han mantenido líquidos pueden considerar conveniente comprar empresas y otros medios de producción o transporte que se han devaluado con la crisis; también en determinado punto entra dinero en el mercado accionario. Estas inyecciones de líquido son elementos reactivadores, y mejoran las condiciones del crédito de las empresas. En segundo término, se recuperan los inventarios. Así como en el inicio de la crisis los capitalistas tratan de bajar inventarios rápidamente, a los primeros síntomas de recuperación de la demanda, recomponen inventarios (éste fue un factor importante en la recuperación de la economía mundial a partir de mediados de 2009). Por supuesto, la fortaleza y perspectivas de la recuperación dependerán de los horizontes de rentabilidad que vean los capitalistas en el largo plazo.

La centralidad de la acumulación

La crítica de Marx a la ley de Say no solo enlaza orgánicamente con la ley del valor trabajo, sino también con el rol central que tiene la acumulación del capital. Puede gustarnos, o no, pero la realidad es que el poder de decisión último sobre la demanda no lo tienen los trabajadores, sino los capitalistas. Esto es una consecuencia del carácter antagónico de las relaciones de producción existentes. Los capitalistas tienen la propiedad privada del capital, en tanto los trabajadores solo poseen el valor de su fuerza de trabajo. El ciclo capitalista se inicia con un acto de compra, D-M, dinero que compra mercancías (fuerza de trabajo y medios de producción). Ese impulso inicial de la demanda no proviene del trabajo, sino del capital. El ciclo del trabajo es M-D-M, fuerza de trabajo-dinero-mercancía salarial. Por eso la posibilidad de gasto por parte de los trabajadores está subordinada a que el capitalista lance el dinero a la circulación, para que funcione como capital. En última instancia, el salario es una asignación sobre una parte de la propia producción de los trabajadores. No puede ser más que eso.

Naturalmente, explicar esto no significa acordar con la ley de Say, sino poner en evidencia que la clave de la demanda no pasa por los salarios, o los asalariados, sino por la decisión de gasto de los propietarios de los medios de producción. La afirmación de Amico de que defendemos la ley de Say es una tontería, que no resiste el menor análisis.

Bibliografía:

Amico, F. (2011): “Izquierda y economía vulgar: Marx no tiene la culpa”, Revista Circus, 09/07/11, http://grupolujan-circus.blogspot.com/2011/07/izquierda-y-economia-vulgar-marx-no.html.

Amico, F.; A. Fiorito y G. Hang (2011): “Producto potencial y demanda en el largo plazo: hechos estilizados y reflexiones sobre el caso argentino reciente”, CEFIDAR, Documento de Trabajo Nº 35, enero.

Bleaney, M. F. (1977): Teorías de las crisis, México, Nuestro Tiempo.

Malthus, R. (1946): Principios de Economía Política, México, FCE.

Marx, K. (1975): Teorías de la plusvalía, Buenos Aires, Cartago.

Marx, K. (1999): El Capital, Madrid, Siglo XXI.

Fuente: https://rolandoastarita.blog/2011/08/30/ley-de-say-marx-y-las-crisis-capitalistas/

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