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Que no se haya roto el espejo llena a Venezuela de reflejos brillantes

Chávez: crecerse en el castigo

Juan Carlos Monedero
Comiendo Tierra


Como el toro me crezco en el castigo
la lengua en corazón tengo bañada
y llevo al cuello un vendaval sonoro.
 
Miguel Hernández, El rayo que no cesa
Un país difícil (como todos)


Hay quienes quieren ver en la suerte del General Piar un retrato permanente de una Venezuela que siempre termina volviéndose contra sí misma. “He derramado mi sangre”, habría afirmado el Libertador Bolívar después de confirmar la ejecución del general y amigo por delitos de insubordinación, deserción, sedición y conspiración. El mismo Bolívar terminaría diciendo en el umbral de su vida, viéndose combatido por aquellos con los que había luchado por la independencia: “he arado en el mar y he sembrado en el viento”, recordándose un loco parejo a Don Quijote y Jesucristo. Venezuela, que en su himno canta “compatriotas fieles, la fuerza es la unión”, no siempre acierta a la hora de saber encontrar el mejor de sus caminos ni el mejor de sus aliados. ¿O acaso no es verdad que Doña Bárbara, la poderosa mujer retratada por Rómulo Gallegos, tenía siempre en una mano el látigo y en el otro el remordimiento? Piar, Bolívar, Don Quijote Doña Bárbara o Jesucristo son personajes que pasean por las ideas de Hugo Chávez como personajes de una novela trágica atravesada de un heroísmo desconcertante. Hugo Chávez, que ha puesto a Venezuela y a América Latina en un nuevo lugar en el mundo, ha ganado las elecciones más difíciles de su vida. En nombre del pueblo y del socialismo. No del “chavismo”. La pregunta a contestar, siendo un hecho que no hay cinco millones de oligarcas en Venezuela (como en su día recordó Fidel Castro), sigue repitiendo la mismo música: ¿cómo es que medio país no sólo no apoya las políticas sociales de Chávez sino que vota por los que sin duda iban a ser sus propios verdugos?

Cuando hace un año la enfermedad de Chávez parecía poner punto y final al proceso bolivariano, los analistas más serios coincidieron en que, fuera el que fuese el desenlace, ya no sería cierto que los logros del proceso bolivariano pudieran revertirse. La politización del pueblo –desde ese comienzo en que una sociedad con un enorme grado de analfabetismo fue capaz de discutir, enmendar y aprobar una nueva Constitución- se tradujo en la capacidad de exigir derechos. Escuchando al candidato Capriles durante la campaña, uno podría imaginar, de no conocer al personaje, que estaba ante un genuino representante de la izquierda. Chávez, en cualquier caso, había logrado que la cuestión social volviera a estar en la agenda política venezolana. Algo que los que se han presentado contra el comandante olvidaron durante, al menos, los 30 últimos años. Ahora, el pueblo venezolano ha vuelto a recordárselo. Con una participación histórica y con 11 puntos de distancia frente al candidato de la oposición. ¿Tendrá Chávez derecho a gobernar con ese resultado? Hollande le sacó a Sarkozy apenas tres puntos. Chávez a Capriles, once. La prensa del mundo libre que quiso hacer verdad la victoria de Capriles a fuerza de repetirlo aún no se ha disculpado.

Un proyecto que quiere reinventar el socialismo

Mientras que en Europa la democracia se está vaciando con la justificación de “los mercados”, en Venezuela gana puntos elección tras elección. El sentido común electoral europeo ya no permite escoger entre modelos diferentes. Si llega el caso de ponerse en riesgo el modelo existente, aparece un técnico (Monti, Papademos) o se amenaza al candidato alternativo y a sus votantes con las siete plagas (caso de Syriza). En Venezuela las elecciones merecen ese nombre porque cada candidato implica un tipo radicalmente diferente de sociedad. Sólo donde en verdad se escoge hay democracia. Y a Chávez nunca se le hubiera ocurrido, de haber pensado que iba a perder las elecciones, llamar a un técnico para salvaguardar el modelo, como ha sido el caso en Europa. Pero Vargas Llosa, como un idiotés descongelado, cree que es al revés, que donde la democracia peligra es en Venezuela, y los medios afines lo amplifican. La brillantez de su verbo parece agotar toda su inteligencia para el resto de tareas. Por debajo de Vargas Llosa, ni mencionarlo. Ya que no han matado a Chávez, regresan a las maniobras de antaño. El dictador bolivariano…

La victoria de Chávez, y eso es lo que debiera ocupar a la derecha, implica cumplir su programa (en cuanto a cumplimiento de compromisos electorales, Chávez ha demostrado hasta el día de hoy que no es el Presidente español Rajoy). Ese programa, ahora refrendado popularmente, habla de soluciones socialistas. Un gesto de radical honradez de Chávez, nunca lo suficientemente reconocido, tiene que ver con el anuncio en 2005, en el estadio Gigantinho de Porto Alegre, de que la solución a los problemas de su país y del mundo sólo podía venir del socialismo. Nada más sensato, desde otra lógica, que proponer un modelo que se basara en el “chavismo”. Si, como reza la hueca crítica, Chávez fuera un abusivo populista –un curioso populista que comenzó su gobierno con una nueva Constitución y aumentando a cinco los poderes del Estado (añadiendo un poder moral y un poder electoral), mientras que los que lo acusan de populista en España, están desmantelando en silencio y sin referéndum la propia-, difícilmente hubiera renunciado a construir un régimen personalista. De esa manera, podría haber chavistas de derechas y chavistas de izquierdas, algo que no cabe cuando el asunto va de “socialismo”. Apostar por el socialismo resta apoyos. ¿Alguien recuerda en el entorno político liberal a algún gobernante dispuesto a perder votos antes que perder ideas?

Pero Chávez no se quedó ahí, sino que, además, dijo que el socialismo del siglo XXI no podía repetir los errores del socialismo del siglo XX. Por eso se abrieron líneas de discusión –donde el Centro Internacional Miranda tuvo un papel estelar- que debían identificar qué aspectos del socialismo del siglo XX debían conservarse y cuáles debían superarse. Muros y alambradas, desconfianzas ante el pueblo, campos de reeducación, adoctrinamiento, confusión del Estado y el partido, autoritarismo, estatización de todos los medios de producción, partido único, primacía de los fines sobre los medios o falta de respecto a la diversidad (recordemos el trato concedido a los homosexuales en muchos países socialistas o cómo la Komintern fue a Perú a recriminar a Mariátegui por hablar de un socialismo indígena en su país o) forman parte de aquellos aspectos que durante el siglo XX alejaron al socialismo de la libertad y del apoyo popular.

Sin embargo, la entrega y el sacrificio (fue el ejército rojo quien frenó a los nazis), la eficacia económica (Rusia y China salieron del feudalismo), la conquista de derechos sociales y políticos, la descolonización, el pacifismo, el ecologismo, el pacifismo son todos logros de la izquierda. Proponer el socialismo en un país petrolero rentista, donde el consumismo es casi una religión, con unos militares formados durante 40 años para combatir a los izquierdistas, con un Estado débil y “anárquico” (Macondo se empeña en mudarse a Venezuela) y en un momento de crisis mundial de la izquierda y de auge del modelo neoliberal o es un rasgo de genialidad o lo es de locura tropical. Aunque, ¿acaso no tienen mucho que ver ambas? Chávez conecta con su pueblo. Y resulta que Venezuela está en Venezuela, no al lado de Oslo ni de Zurich.

¿Odian a Chávez o más bien a sus políticas?

Jueces díscolos, curas comunistas, policías sindicalizados, incluso hijas metidas profesionalmente a putas, son figuras que siempre han molestado sobremanera a los bienpensantes del establishment y a sus ideólogos calderilleros. Son actores rupturistas que desestabilizan unos escenarios que llevan siglos sirviendo a un mismo señor. Pero al fin y al cabo, son de casa. Si el desorden doméstico sube de nivel y se rompe la geopolítica de ese mapamundi donde España está en el centro y las Américas son, caídas en la cartografía, herencia del viejo imperio, el desparramo se vuelve cósmico. Si tenemos un rey, piensan en el suelo castellano, que sea al menos para que tengamos un imperio. “¿Cómo que un zambo está causando problemas? ¿Otro esclavo como Espartaco saliéndose de madre? ¡Me lo sacan de inmediato!”

Nada como un militar medio negro medio indígena, católico ferviente y chingador del Vaticano, adorador de Fidel Castro y de la Virgen de Coromoto, irrespetuoso del azufre de Estados Unidos y de la caspa permanente de la política exterior del reino de España, nada mejor digo, que un militar así para venir a decirle al resto del continente latinoamericano -y de paso al mundo-, que madre no hay más que una y que la que dicen madre patria ni es madre ni, visto lo visto, puede siquiera sostenerse como patria. Un militar Presidente, Chávez, que le habló de tú a los Estados Unidos, que vino a decirle a los latinoamericanos que solos no van a poder ser, y que unidos es que van a empezar a reconocerse lejos las ataduras de la historia. Que viene a contarles a los pueblos de América que las empresas que obran allí como señores feudales tienen los pies de barro y que no gozan de legitimidad porque no pagan impuestos ni allá ni acá y que bueno es domesticarlas. Que viene a susurrarles a los dirigentes del Sur que miren con recelo a las instancias internacionales, empezando por el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, que los que se dejan engañar no son antecesores de nadie. Y entre decir y decir, se escucha: “¿por qué no te callas?”. Pero no basta con mandarlo. Y, además, ya era tarde. Chavez ha ganado 14 elecciones. La última, este 7 de octubre, once puntos por delante de su contrincante. Todos contra él y ni por esas. ¿Y si el truco fuera la política?

Viéndolo en perspectiva histórica, no es extraño que Venezuela haya concitado tantas iras. Tampoco que haya tanta gente con una opinión tan contundente sobre un país que no sabrían poner en el mapa y sobre un Presidente sobre el que sólo han oído chascarrillos. Pero Chávez, qué duda cabe, es un dictador tropical -que en eso se han puesto de acuerdo casi todos los medios-. Porque para hacer algunas afirmaciones leer ni siquiera es un requisito. El “caso Chávez” es un ejemplo de manual de cómo los medios de comunicación son capaces de crear matrices que construyen en la ciudadanía –incluso en la letrada- puntos de vista tan firmes como carentes de báculo. “¿Sabe usted algo de Venezuela más allá de intuir por donde queda?” . “Pues no, y ni falta que me hace”. “¿Y sabe algo sobre su política social, sobre su historia, sobre su Constitución?” “Pues menos aún. Pero mire, no me hace falta ser muy listo para saber que Chávez es un militar golpista, que cierra medios de comunicación, que adiestra a los niños y tiene a su pueblo en un puño”. “¿Y las elecciones donde hay más libertad que las que tuvieron los griegos?” ¡Oiga, joven, póngame otra copa de coñac!”. En este mes que arranca la universidad en España, cuando son muchas las familias que no tienen los 1400 euros que cuesta una primer matrícula en la universidad pública, ¿sabe la ciudadanía española que hay dos millones trescientos mil estudiantes universitarios en Venezuela? ¿Sabe que Venezuela es el segundo país de América Latina en estudiantes universitarios? ¿Sabe que es el quinto del mundo? Podemos hablar también de la vivienda social, de la medicina pública, de la escolarización, de los libros y ordenadores gratuitos para los estudiantes, de la libertad para entrar y salir del país, de la libertad de escribir en la prensa un día sí y otro también que hay que matar a Chávez, del artículo de la Constitución que permite revocar el mandato de cualquier cargo público, de las reformas constitucionales que siempre pasan por un referéndum popular. ¿Comparamos con la España de Rajoy o Zapatero? Estos malditos dictadores…

El asunto, pues, es de fondo. Bastaría echar un vistazo a la historia para ver que cada vez que ha existido una gran crisis del capitalismo y un país ha intentado una vía alternativa, ha sido demonizado, fustigado, castigado y, en caso de no valer esas medidas, finalmente ha llegado la invasión o el sometimiento. Pasó con la crisis de 1876 –proceso que lleva a la Primera Guerra Mundial- y la de 1929 –con la URSS y la II República española como estigmas-. De manera más cercana, ocurrió con la crisis de 1973 –ahí es donde hay que entender el desenlace del Chile de Allende- y la crisis de 1998-2008 –que es donde aparece la Venezuela bolivariana como referente alternativo y, por tanto, sujeto de demonización-. Decía Stiglitz que el éxito del neoliberalismo es haber convencido a la gente de que no existía alternativa. Y resulta que Chávez decía que sí la había y, además, tenía petróleo. Intolerable. Que luego, como sostenía Kissinger, empiezan a caer los países como en un dominó…

Esa coherencia hace daño en no pocos oídos. Si el neoliberalismo sólo puede sobrevivir en tanto en cuanto convenza de que no hay alternativa, la Venezuela bolivariana es en exceso disolvente. Una piedra en el zapato de la lógica una, grande y libre, como ayer fue el Chile de Allende, la Cuba de Fidel, la España del Frente Popular, la Rusia de Lenin, la Comuna de París, el Haití de Petion o la Roma de Espartaco.

Odios hispánicos

En el caso de España, el odio de los que viven de odiar viene de lejos. Aznar, ya Presidente del Gobierno, mandó en 1998 a Venezuela a su futuro yerno Alejandro Agag, a su asesor político Pedro Arriola, el jefe de comunicación del PP, García Diego, y al entonces desconocido empresario Franciso Correa (ya andaba fraguándose la red Gürtel) a montarle la campaña presidencial a Irene Sáez, una ex Miss Universo que si bien iba si no a solventar los problemas de un país con un 60% de pobreza, iba, al menos, a llenarlo de glamour (quizá, si hubiera sido así, Boris Izaguirre no habría venido a España a bajarse los calzoncillos en la tele y a pegar gritos que desvelaban a los pensionistas). Pero Chávez ya apuntaba maneras y arrasó en aquellas elecciones. Le sacó a la candidata de Aznar más de 50 puntos. Nada extraño que cuando el golpe contra Chávez en 2002, Aznar mandara al embajador español a reconocer al golpista, a la sazón, además, presidente de la Patronal. Todo un exceso (que las patronales den un golpe y pongan al patrón de patrones al frente ¿Se imaginan a Cuevas o a Díaz Ferrán de jefes de gobierno después del 23-F? Bueno, la pregunta no deja de ser retórica).

Por parte del PSOE, el desencuentro viene de las relaciones de Felipe González con Carlos Andrés Pérez, el Presidente corrupto (así lo sancionó el congreso que lo juzgó mucho antes de que llegara Chávez) y responsable de mandar al ejército a disparar contra el pueblo durante el Caracazo de febrero de 1989. Esas complicadas amistades que hace la Internacional Socialista… Añadamos que a González, quien ya debería estar tanteando el terreno que le llevaría a trabajar para Carlos Slim (el hombre más rico de América Latina), le presentó el mismo Carlos Andrés a un empresario, Gustavo Cisneros (una de las principales fortunas de Venezuela). Aquello debió ser el comienzo de una hermosa amistad, pues González le vendería a Cisneros Galerías Preciados por 1.500 millones de pesetas. Tras un saneamiento con dinero público de 48.000 millones de pesetas, el avispado empresario vendería cinco años después la empresa por 30.600 millones, esto es, 20 veces más. No es de extrañar el enfado de Cisneros, Carlos Andrés y Felipe González con el comandante Chávez. Más extraño es por qué tuvo que hacer de su enfado personal una cuestión política. Aunque a lo mejor el enfado ya era también política. Quedaba por ver la posición de la izquierda del PSOE. La que siempre ha tenido dificultades para procesar lo que estaba fuera de los partidos comunistas. Anda aún dándole vueltas al asunto. 40 años de dictadura militar han generado igualmente algunos anticuerpos ante todo lo que tenga que ver con la milicia.

Junto a esos odios políticos están los odios empresarial-mediáticos. El grupo PRISA, cuya fortuna vino de la exportación de libros de texto con créditos públicos, nunca le perdonó a Chávez que cometiera el delito de decidir que fueran los venezolanos los que hicieran los libros de texto de los venezolanos. Ahí empezó una cruzada contra el Presidente que contrasta con el apoyo cerrado a Lula –coincidente con la nominación del español como lengua de estudio en Brasil, lo que multiplicó una vez más el mercado de los libros de texto-. El diario El país y el conjunto del grupo empezó una caza contra el bolivarianismo que va desde la celebración del golpe de Estado de abril de 2002 –el editorial “Golpe a un caudillo” del 13 de abril se estudia como ejemplo de periodismo mercenario- a la construcción mediática del supuesto “empate técnico” entre Capriles y Chávez que preparaba el desconocimiento del resultado electoral que pedían los viejos partidos que integran la supuesta Mesa de la Unidad opositora.

Sin embargo, como dice Boaventura de Sousa Santos, tenemos que empezar a aprender del Sur. No para repetir el error de importar acríticamente modelos, como ellos hicieron en el pasado. En esta situación de pérdida del Estado social y democrático de derecho en Europa motivado por el embate neoliberal, pudiera ser interesante saber cómo América Latina sufrió lo mismo hace 30 años (incluidas privatizaciones, pérdida de infraestructuras, también del transporte ferroviario, cierre de hospitales y escuelas, rescates bancarios, primas de riesgo, empobrecimiento general de la población) y cómo salieron a través de procesos constituyentes que están sentando las bases de un nuevo pacto social. Y ahí puede aparecer un Chávez diferente. Un Chávez que nos ayude a mirarnos de otra manera. Un militar zambo y del Sur. ¿Nos atrevemos al menos a entenderlo?

¿Y ahora qué? Chávez frente a Chávez

Chávez ha tenido las elecciones más reñidas desde su victoria en 1998. Nunca la oposición ha recortado tanto la distancia entre su candidato y el Presidente Chávez, marcando una tendencia que, a medio plazo, beneficiaría al antichavismo. Si bien es cierto que la distancia entre ambos partidos ha sido espectacular (once puntos), aún más contando con el desgaste necesario de 13 años de gobierno, nunca ha sido más estrecha. Y todo esto no por mérito de la oposición –que lo que ha tenido es mucho dinero de oscuro origen para su campaña- ni por ninguna maldición de la historia, sino por algún tipo de demérito de entre las filas bolivarianas y su quehacer gubernamental. Porque los avances en estos 14 años han sido tan espectaculares que es difícil ocultarlos para quienes viven en Venezuela (por más que mientan con gran descaro quienes los niegan o los falsean desde los medios internacionales). Déjesenos insistir: basta mirar los 7 puestos avanzados en el Índice de Desarrollo Humano entre 2006 y 2011, los dos millones trescientos mil estudiantes universitarios, la reducción a la mitad –a la mitad- de la pobreza y de la pobreza extrema, las casi 400.000 viviendas públicas construidas en los dos últimos años, los 500 millones de consultas médicas públicas –en un país donde los pobres no tenían acceso a la sanidad- y los casi 11.000 centros médicos abiertos, la erradicación del analfabetismo, las redes de alimentación populares… Por todo esto, Chávez tenía que ganar las elecciones. Entonces ¿por qué ha sido el resultado más reñido de la historia?

La Republica Bolivariana de Venezuela ha tenido fortuna a la hora de enfrentar los problemas actuales ligados a la política neoliberal. La capacidad y decisión gubernamental eran suficientes para enfrentar las presiones del Banco Mundial, del FMI y de los demás organismos financieros internacionales. No era menor para reubicar a los Estados Unidos –acostumbrado a mirar hacia el Sur con maneras de cowboy– o para utilizar el petróleo –previa rearticulación de la OPEP para terminar con la era de los precios bajos–. También para hacer keynesianismo impulsando el gasto social (más de 500.000 millones de inversión social en los últimos diez años) y poner en marcha un programa de humanismo social redistribuyendo la renta en forma de redes de alimentación, sanitarias y educativas, entre otras muchas.

Sin embargo, su suerte no ha sido pareja a la hora de pelear contra los “fantasmas” históricos que acompañan al país desde los tiempos de la colonia, aquellos en los que Venezuela no era siquiera un Virreinato sino una simple Capitanía general (de aquellos barros, estos lodos). Estos fantasmas tienen que ver con la debilidad del Estado –construido al tiempo que el país se hace petrolero–; con la ineficiencia administrativa, que a su vez da paso a una corrupción endémica y que tampoco es vista de manera dramática por la ciudadanía; el centralismo –muy ligado igualmente a la debilidad estatal–; el militarismo –una vez más vinculado al escaso desarrollo industrial que hizo que la débil burguesía acudiera a los militares para solventar sus cuitas–; y una firme creencia en los liderazgos fuertes –los gendarmes necesarios, en la expresión de Vallenilla Lanz– que terminan por delegar más funciones de las posibles en la figura del Presidente. Esos problemas estructurales son los que hicieron de Chávez un Presidente “mágico”. Y es el retraso en su solución lo que ha llevado a que el candidato Capriles –una persona que en su discurso de aceptación de la derrota ha afirmado que acaba de conocer, a sus 40 años, al pueblo– recoja más votos de los que le corresponderían por su origen de clase (millonario de familia), sus compañías –los grandes clanes del dinero–, sus vinculaciones exteriores –sintonía con el narcopresidente Uribe..., con la derecha injerencista norteamericana o con los lobbies mediáticos de la derecha y la extrema derecha– o su enfrentamiento con los partidos tradicionales –Acción Democrática y COPEI–, que ven con miedo el avance del joven político que prometió arrumbar a los partidos del “pasado”.

Las elecciones han demostrado una normalización del país (que se suma a la normalización de las relaciones con Colombia). Si Capriles puede consolidarse como el referente de la oposición, el chavismo va a tener enfrente poderosos problemas si no ataca de frente los problemas estructurales del país. No sirve sin más mejorar las condiciones iniciales: los pueblos que mejoran siempre quieren más. Y hacen bien. La oposición debe de haber aprendido que la vía electoral les entrega mayores réditos que la vía insurreccional (que fue la preferida durante una parte importante de estos 14 años). E igualmente tienen que asumir que el proyecto claro del presidente Chávez es ahora la construcción del socialismo, de manera que su marco de juego tiene que ser ese. De lo contrario, estarán de nuevo subvirtiendo las estructuras de consenso y la polarización social seguirá existiendo. Igualmente, Venezuela debe blindarse frente a los ataques externos. Los resultados de la oposición están vinculados a la financiación de su campaña por parte de los mayores capitales del país y por la financiación estadounidense. Igualmente está ligada al el control de los medios de comunicación (por mucho que se repita lo contrario, el 80% de los medios de comunicación en Venezuela están en manos de la oposición). La democracia reclama las mismas reglas para todos, y si a algunos se les olvida, es misión del gobierno recordárselo. Porque el Gobierno de Venezuela, a diferencia de lo que estamos viendo en Europa, sigue reclamándose como un gobierno de las mayorías.

De las elecciones sale un posible candidato de la oposición que tiene por delante la tarea de transformar la heterogeneidad de sus apoyos y la falta de proyecto popular en una alternativa de gobierno. No es tarea fácil y no hay señales que indiquen un probable triunfo en ese cometido. La derecha venezolana apenas está empezando a saber lo que es el pueblo y cuáles son sus necesidades. Y los viejos partidos tradicionales, AD y COPEI, no están dispuesto a que lo que perdieron en las primarias que eligieron a Capriles se convierta en un criterio incuestionable que los arrincone aún más.

Igualmente, sale un Presidente Chávez que tiene que conjugar el “arroz con mango” (forma criolla de referirse a cosas que ligan mal) de la puesta en marcha del socialismo, de la conjugación del Estado heredado y de la construcción de un nuevo Estado basado en las comunas, de la articulación del Partido Socialista Unido de Venezuela como un partido que vaya más allá de las cuestiones electorales, de la relación con los demás partidos que configuran el Polo Patriótico, de la recuperación de parte de esos seis millones que han votado a Capriles acabando con el burocratismo, la corrupción y la ineficiencia, y también de la corresponsabilización del pueblo, marcando nuevas obligaciones en la construcción de la nueva sociedad. Sin olvidar que su salud no es la misma que hace 14 años, lo que hace regresar otra vez la cuestión de la sucesión, de la delegación de poder y de la dirección coral del proceso de transformación. El apoyo popular, después de 14 años, ha sido espectacular: un 80,7% de participación y el 55,11% de los votos. Queda lejos, sin embargo, el objetivo de los diez millones de votos. Y la distancia con la oposición se acorta. Se trata ahora, otra vez, de la revolución dentro de la revolución. De sentar realmente las bases para la transición al socialismo. Y éste parece ser el momento. Quizá el último momento

Chavez reloaded

Al bolivarianismo, en este nuevo escenario de victoria y gobierno hasta 2019, le corresponde hacer creíble su capacidad de, esta vez sí, solventar los problemas estructurales de Venezuela. Y para ello, no hay otra que reforzar el poder popular con cierta urgencia. Si hiciera esto –aunque los plazos electorales a la vuelta de la esquina lo dificultan- se abriría la posibilidad –ahora prácticamente clausurada –de frenar ese resultado negativo prometido para las elecciones de diciembre y que dificultaría la enorme labor planteada y con la que se han ganado las elecciones (sentar las bases para la transición al socialismo). Sin olvidar que la derrota de Capriles ha servido para conjurar un peligro extremo para el continente latinoamericano como es el prometido freno del proceso de integración, único capaz de lograr la paz en la región –ahí está el ejemplo de las negociaciones con las FARC o de la unidad contra las intentonas golpistas-, de sentar las bases de unas instituciones financieras latinoamericanas –un Banco del Sur, un Fondo Monetario del Sur- y de lograr un avance económico que no repita los errores del extractivismo, del productivismo y del crecimiento basado en el despojo medioambiental. Si tras 200 años de soledad América Latina no está sola se debe en buena medida a los esfuerzos en esa dirección hechos por Hugo Chávez.

Mientras que Europa, y España con ella, se desliza por la pendiente, América Latina, y Venezuela con ella, está escalando la montaña. La enfermedad recargó a Chávez. Chávez reloaded. Estas elecciones han sido la segunda parte de ese recargamiento. Pero estas aventuras, como las buenas historias épicas, son trilogías. Queda la tercera: sentar las bases para que, en cualquier escenario, la revolución bolivariana pueda decir que llegó con voluntad real de quedarse. Socialismo, Estado comunal, derechos indígenas, crecimiento compatible con el respeto al medioambiente y a las formas tradicionales de vida, liberación paulatina de la dependencia del petróleo, formas corales de dirección política. Hoy Chávez está frente a Chávez. Es él el que, una vez más, ha ganado unas elecciones por encima de errores de los cuales una parte pueden atribuirse a él y otros muchos a quienes le acompañan. Un Chávez que gobierna el país real con el que cuenta y un Chávez cuyos sueños se agitan entre los fantasmas latinoamericanos. Entre esos dos espejos enfrentados tiene que reflejarse a sí mismo el pueblo. Que no se haya roto el espejo llena a Venezuela de reflejos brillantes

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