Más ladrones que leones
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Reinaldo Spitaletta
Dicen, en lo que se ha convertido en un lugar común, que ser colombiano es un acto de fe.
Creo, además, que ser colombiano es pertenecer al odio y la violencia. A la era de las corrupciones y a la barbarie. Para no ir muy lejos, también al mal gusto y a la vulgaridad. Así que la frase de Borges, del cuento Ulrica, pasó a ser una curiosidad literaria, como también el verso de Rubén Darío en el que, con un exceso de retórica, advierte que “Colombia es una tierra de leones”.
Vamos no más a caminar por acontecimientos más o menos recientes para demostrar por qué la tierra del anarquista Biófilo Panclasta, perfilado por el periodista y escritor Osorio Lizarazo, y de la dirigente obrera Betsabé Espinal, todavía no cantada por nadie, está abonada para el crimen y para tener presidentes que no han hecho sino postrarse “ante los bárbaros”, como diría Vargas Vila.
Nosotros, los colombianos, que hemos pasado por la vergüenza de no levantarnos ante el “I took Panama” de Teddy Roosevelt, y que nos indemnizaron los gringos con 25 millones de dólares por el robo del istmo, hoy volvemos a otra vergüenza como la del Tratado de Libre Comercio, que nos inundará de presas de pollo gringo y motos (la primera transacción feliz del TLC fue la llegada a la colonia de una Harley Davidson) y acabará con la agricultura y la seguridad alimentaria. Bueno, pero enriquecerá a unos cuantos y así ha sido nuestra historia.
Nosotros, los “colombianos de bien”, que nos soportamos ocho años de autoritarismo, corrupción y politiquería del señor del Ubérrimo, hoy nos toca resignarnos ante aquel que dice –gajes de la demagogia- que va a ser llorar a los ricos, cuando, en rigor y en la realidad, hace reventar de hambre a los pobres. El anterior mandatario le dejó servida en bandeja las dulzuras del tratado para que éste demostrara que es un obsequioso sobrino del Tío Sam.
En esta tierra, que tiene más ladrones que leones, que dio origen a chulavitas y otros pájaros, que creó “aplanchadores” de machetes bien afilados, que dio a luz monstruos como Escobar, tan alabado y cantado e imitado, digo que aquí uno –cualquier ciudadano- no sabe si es parte de una ficción del realismo maravilloso o de una realidad que delira. Casi en una misma jornada asistimos a un atentado de película, con explosivos raros, con terrorista de peluca y bufanda, que de inmediato un expresidente dijo que era de “la Far”; y a saber de la detención de un político, ex secuestrado de la guerrilla, al que acusan de haber sido cómplice de sus verdugos y parte de la operación que condujo al secuestro de doce diputados (incluido él) del Valle del Cauca.
En esta tierra, en la que se arma una batahola porque una estupenda bailarina metida a cantante altera una palabra del himno nacional más feo del mundo, pero se calla ante las injusticias sociales, las “balas perdidas” que matan niños, las gabelas para las transnacionales de la química farmacéutica, las reformas constitucionales amañadas, y un largo etcétera, que merecería, mínimo, la resistencia y la desobediencia civil.
En esta tierra, en la que un poeta de Nicaragua para hacerle un cumplido al presidente Núñez, autor de la lamentable letra del himno nacional, dijo que Colombia “siempre será la patria que derrama la savia de los grandes corazones”, hay espacio para el caso ocho mil, el saqueo del Estado, el Guavio y sus ladrones, los paramilitares, las convivir, la guerrilla, los corruptos de todos los pelambres, los crímenes de lesa humanidad y la entrega de sus recursos a los extranjeros. Todo, desde antes de la masacre de las bananeras, desde antes de las concesiones petroleras. Desde antes del fin del mundo.
En esta tierra de magias poéticas y mafias del narcotráfico y la política, el odio y la violencia son el lema. Nuestro lema. ¿Ser colombiano, un acto de fe? ¿Resplandecen aquí egregios paladines, según Darío? Qué va. Pero dicen afuera que somos felices, aunque no comamos perdices. Qué vaina.