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LA PRIMAVERA ENCARA EL INVIERNO

LA PRIMAVERA ENCARA EL INVIERNO 


MIKE DAVIS
Editorial New Left Review 

En las grandes convulsiones, las analogías vuelan como metralla. Las electrizantes protestas de 2011 –la aún activa primavera árabe, el «cálido» verano ibérico y heleno, el «ocupado» otoño en Estados Unidos– han sido comparadas inevitablemente con los anni mirabiles de 1848, 1905, 1968 y 1989. Ciertamente, algunas cosas fundamentales siguen siendo aplicables y los patrones clásicos se repiten. Los tiranos tiemblan, las cadenas se rompen y los palacios son asaltados. Las calles se convierten en laboratorios mágicos en los que se crean ciudadanos y camaradas, y las ideas radicales adquieren un repentino poder telúrico. Iskra se con-vierte en Facebook. ¿Mas persistirá este nuevo cometa de protesta en el cielo invernal, o es solo una breve y deslumbrante lluvia de meteoritos? 

Como nos advierte el destino de anteriores journées révolutionnaires, la primavera es la más corta de las estaciones, en especial cuando los com -munards luchan en nombre de un «mundo diferente» del que no tienen un verdadero proyecto, ni siquiera una imagen idealizada. 

Pero quizá eso venga después. Por el momento, la supervivencia de los nuevos movimientos sociales –los ocupas, los indignados, los pequeños partidos anticapitalistas en Europa y la nueva izquierda árabe– exige que hundan sus raíces en la resistencia masiva a la catástrofe económica pla-netaria, lo que a su vez presupone –seamos sinceros– que el actual talante de «horizontalidad» pueda finalmente acomodar suficiente «verticalidad» como para debatir y aplicar estrategias de organización. Hay un camino aterradoramente largo solamente para llegar a los puntos de partida de anteriores intentos de construir un mundo nuevo. Pero al menos una nueva generación ha iniciado con valentía el camino. 

¿Acelerará necesariamente esta crisis económica cada vez más profunda que ahora engulle buena parte del mundo una renovación económica de la izquierda? Las «viñetas» que siguen son mis conjeturas. Ideadas para fomentar el debate, son simples pensamientos en voz alta acerca de algu -nas de las especificidades históricas de los acontecimientos de 2011 y los resultados que podrían dar en los próximos años. La premisa subyacente es que el Segundo Acto del drama traerá principalmente escenas inverna-les, interpretadas sobre el telón de fondo del desplome del crecimiento económico basado en las exportaciones, en los países BRIC, y la conti -nuación del estancamiento en Europa y Estados Unidos. 

1. Pesadillas Capitalistas 

En primer lugar, debemos rendir homenaje al temor y al pánico que sien-ten en las altas mesas del capitalismo. Lo que parecía inconcebible hace solo un año, incluso para la mayoría de los marxistas, es ahora un espec -tro que frecuenta las páginas de opinión de la prensa económica: la inmi -nente destrucción de buena parte del marco institucional de la globaliza-ción y el debilitamiento del orden internacional posterior a 1989. Hay una creciente aprensión ante la posibilidad de que la crisis en la zona euro, seguida de una recesión mundial sincronizada, pudiera convertirnos en un mundo similar al de 1930, con bloques monetarios y comerciales semi-autárquicos, enloquecidos por resentimientos nacionalistas. En este su -puesto, dejaría de existir la reglamentación económica del dinero y la demanda: Estados Unidos, demasiado débil; Europa, demasiado desorga-nizada; y China, con pies de barro, demasiado dependiente de las expor-taciones. Cada potencia de segunda fila querría la póliza de seguro que supone el enriquecimiento de uranio; las guerras nucleares regionales se convertirían en una posibilidad. ¿Exagerado? Quizá, pero también lo es la creencia en el viaje de regreso en el tiempo a los enloquecidos años no-venta. Nuestras mentes analógicas simplemente no logran resolver todas las ecuaciones diferenciales generadas por la incipiente fragmentación de la eurozona o por la rotura de una junta en el motor de crecimiento chino. 

Mientras que diversos expertos predijeron con más o menos precisión la explosión sufrida por Wall Street en 2008, lo que ahora se nos avecina está muy por encima de la predicción de cualquier Casandra, o de igual modo, de tres Karl Marx. 

2. de Saigón a Kabul 

Si el apocalipsis neoliberal llega a producirse, Washington y Wall Street serán vistos como los principales ángeles exterminadores, que han des -truido simultáneamente el sistema financiero noratlántico y Oriente Próxi -mo (además de acabar con cualquier oportunidad de mitigar el desastre climático). Las invasiones de Irak y Afganistán por parte de Bush pueden considerarse en retrospectiva histórica actos de la clásica sobre-expansión desmesuradamente orgullosa: rápidas victorias de los Panzer y espejismos de omnipotencia, seguidos de largas guerras de desgaste y atrocidad que corren el riesgo de terminar tan mal para Washington como la aventura de Moscú al otro lado del Oxus un cuarto de siglo antes. Estados Unidos ha sido obstaculizado en un frente por los talibanes, apoyados por Pakis-tán, y en el otro por los chiíes, apoyados por Irán. Aunque todavía unido a Israel, capaz de llenar los cielos de zumbidos asesinos y de coordinar un letal ataque de la OTAN, Washington ha sido incapaz de obtener una garantía de inmunidad para las fuerzas estadounidenses en Irak, limitando el número de ataques sobre el terreno en un país fundamental de Orien-te Próximo. Los levantamientos democráticos de Túnez y Egipto contem -plaron un Obama y una Clinton obligados a aplaudir amablemente el derrocamiento de dos de sus regímenes favoritos. 

El obvio dividendo de la retirada –un poder y unos objetivos militares de Estados Unidos más adecuados a la mengua de sus recursos y de su influencia económica en el mundo– sigue siendo rehén de enloquecidos planes incubados en Tel Aviv o de la mortal amenaza del absolutismo saudí. Aunque las enormes reservas de petróleo pesado de Canadá y el gas de esquisto de los Allegheny reducen la dependencia directa de Esta-dos Unidos respecto a los pozos de Oriente Próximo, no liberan la eco-nomía estadounidense, como algunos afirman, de los precios energéticos determinados en el mercado mundial por las políticas del Golfo. 

3. Un 1848 árabe 

La inacabada revolución árabe es de alcance y energía social épicos, una sorpresa histórica similar a 1848 o 1989. Está remodelando la geopolítica del norte de África y Oriente Próximo, convirtiendo a Israel en un obsole-to puesto avanzado de la Guerra Fría (y por lo tanto más peligroso e im -predecible que nunca), y al mismo tiempo permitiendo a Turquía, recha-zada por la UE (lo cual al final parece no haber sido tan malo), reivindicar una influencia fundamental en territorios antes pertenecientes al Imperio otomano. En Egipto y Túnez, los levantamientos han ayudado también a separar el auténtico significado de la democracia de las versiones censura -das que la OTAN había distribuido. Se pueden establecer provocativos paralelos entre las «revoluciones florales» pasadas y presentes. Como en 

1848 y en 1989, la megaentifada árabe es una reacción en cadena contra un sistema autocrático regional, siendo Egipto el análogo a Francia en el primer ejemplo, quizá Alemania Oriental en el segundo. La función de la Rusia contrarrevolucionaria la desempeñan hoy Arabia Saudí y los princi-pados del Golfo. Turquía encarna a la Inglaterra liberal como modelo re-gional de parlamentarismo moderado y prosperidad económica, mientras que los palestinos (estirando la analogía hasta el punto de fractura) son una romántica causa perdida como los polacos; los chiíes, extranjeros airados como eslovacos y serbios. (The Financial Times, por su parte, animaba recientemente a Obama a pensar como el «nuevo Metternich».) 

Vale la pena hojear los voluminosos escritos de Marx y Engels (así como las posteriores glosas de Trotski) sobre 1848 en busca de ideas respecto a la mecánica fundamental de dichas revoluciones. Un ejemplo es la convicción de Marx, convertida con el tiempo en dogma, de que ningu-na revolución –democrática o socialista– podría triunfar en Europa hasta que Rusia fuese derrotada en una gran guerra o revolucionada desde el interior. Sustituyamos por Arabia Saudí, y la tesis sigue teniendo sentido. 

4. el Partido del Pueblo 

El islam político está obteniendo un mandato popular tan arrollador como el dado por los acontecimientos de 1989 a los liberales en Europa Orien-tal (aunque quizá igual de breve). No podría haber sido de otro modo. 

En el pasado medio siglo, Israel, Estados Unidos y Arabia Saudí –los dos primeros invadiendo, el tercero haciendo proselitismo– prácticamente han destruido la política laica en el mundo árabe. De hecho, con el inevitable óbito del último baathista en su búnker de Damasco, los gran -des movimientos políticos panárabes de la década de 1950 (nasserismo, comunismo, baathismo, los Hermanos Musulmanes) habrán quedado re-du ci dos a los Hermanos Musulmanes y sus rivales los wahhabíes. 

La Sociedad de los Hermanos Musulmanes, especialmente en su lugar de nacimiento egipcio, es la solterona suprema de los movimientos políticos, y ha esperado más de 75 años para asumir el poder a pesar del apoyo masivo en todo el Nilo, que ya se calculaba en varios millones a finales de la dé-cada de 1940. La permanencia en al menos cinco países árabes de este ve-terano movimiento político multinacional es también una de las diferencias claves entre el levantamiento de 2011 y sus precedentes europeos. Tanto en 1848 como en 1989 los movimientos democráticos populares solo poseían una organización política embrionaria. En 1848, de hecho, no había prácti-camente ningún partido político de masas en el sentido moderno fuera de Estados Unidos. En 1989-1991, por el contrario, el vacío de organización política y de expertos en relaciones públicas fue pronto rellenado por una intimidante caterva de conservadores alemanes y comisarios de Wall Street, que apartaron a la mayoría de los líderes de base reales. 

La Sociedad de los Hermanos Musulmanes, por contraste, ha presidido la escena egipcia silenciosamente, como la esfinge. Sus masivas organizaciones pantalla, que operaban en la semilegalidad, han construido impresionantes elementos de un estado alternativo, incluidas cruciales redes de ayuda a los pobres. Sus listas de mártires (como el «Lenin islamista», Sayid Qutb, asesi-nado por Nasser en 1966) son tan conocidas para la mayoría de los egipcios devotos como las listas de los reyes para los ingleses o las de los presidentes para los estadounidenses. A pesar de su imagen temible en Occidente, ha evolucionado y ahora engloba aspectos del islamismo de libre mercado re-presentado por el Partido de la Justicia y el Desarrollo en Turquía. 

5. ¿El Dieciocho Brumario Egipcio ? 

Pero como claramente ha demostrado la primera fase de las elecciones parlamentarias egipcias, los Hermanos Musulmanes ya no pueden afirmar ser los representantes exclusivos de la devoción popular. Que el improvisado partido Al-Nour, de tendencia salafista, obtuviese aproximadamente un 24 por 100 de los votos (frente al 38 por 100 de los Hermanos) subraya la turbulencia en las bases de la sociedad egipcia. De hecho, los salafistas, a pesar de haberse abstenido inicialmente en la revolución del 25 de enero, tal vez constituyan ahora la mayor organización de cuadros del mundo sun -ní. Caminando por la antigua senda de la Sociedad de los Hermanos Mu-sulmanes y muy subvencionados por Riad, cultivan un ominoso conflicto vigilante con coptos y sufíes. El equilibrio de poder entre estos dos campos islamistas probablemente será decidido el próximo año por el precio del pan y la política del ejército. Si los Hermanos Musulmanes hubieran llega-do al poder en un momento anterior de la pasada década, el crecimiento mundial habría reforzado el atractivo y la posibilidad de la senda turca. 

Pero dado que todas las veletas apuntan ahora a la baja, el paradigma de Ankara (como el modelo brasileño en Sudamérica) puede quedar privado del éxito económico y perder considerable atractivo regional. 

Por otra parte, la imagen pública de los salafíes –incorruptibles, antipo-líticos y sectarios– será utomáticamente imantada con el aumento de la miseria y las supuestas amenazas al islam. Sin duda algunos elementos del ejército egipcio ya han analizado la «opción pakistaní» de alianza tácita o formal con los salafistas. Diversas circunstancias podrían hacer avanzar este supuesto: la continua resistencia de los generales a efectuar una sustancial cesión del poder; la incapacidad de los Hermanos Musulmanes para cumplir las mínimas expectativas populares de bienestar económico; o el que la coalición liberal de izquierdas se convierta en el árbitro de las mayorías parlamentarias. (Israel, por su parte, podría desestabilizar la democracia egipcia con un simple ataque aéreo. ¿Cómo responderían los partidos sunníes a un ataque contra Irán?) 

Por si acaso, la izquierda egipcia lleva estudiando el Dieciocho Bruma-rio desde Nasser. Lo sabe todo sobre plebiscitos, lumpemproletarios, gobernantes napoleónicos y sacos de patatas. Sus grupúsculos y redes, en alianza con trabajadores y jóvenes de todas las tendencias, fueron el tendón de la revolución del 25 de enero y de la reocupación de la plaza 

Tahrir en noviembre. ¿Garantizará un gobierno de mayoría islámica el derecho de la nueva izquierda y de los sindicatos independientes a orga-nizarse y hacer campaña abiertamente? Esta será la prueba decisiva de la democracia egipcia. 

6. La descomposición del mediterráneo 

El sur de Europa, por su parte, afronta la misma devastación provocada por el ajuste social y la austeridad forzosa que Latinoamérica experimentó en la década de 1980. Las ironías son mortales. Aunque la Europa nor-central ha desarrollado de repente un agudo caso de amnesia, hace unos años la prensa económica elogiaba a España, Portugal e incluso Grecia (más Turquía, no perteneciente a la ue) por su capacidad para disminuir el gasto público y elevar las tasas de crecimiento. Inmediatamente des-pués de la debacle de Wall Street, los temores de la UE se habían centrado principalmente en Irlanda, el Báltico y Europa oriental. El Mediterráneo, en conjunto, se consideraba relativamente bien protegido contra el tsuna-mi económico que cruzaba el Atlántico a velocidad supersónica. 

Por su parte, el Mediterráneo árabe tenía poca importancia en los cir-cuitos trombóticos de inversión de capitales y comercio de derivados, y por lo tanto una mínima exposición directa a la crisis financiera. El sur de Europa, por su parte, tenía gobiernos en general obedientes y, en el caso de España, bancos fuertes. Italia era simplemente demasiado grande y rica para caer, mientras que Grecia, aunque molesta, era una economía minúscula (apenas el 2 por 100 del PIB de la Unión) cuyas faltas apenas amenazaban a los brobdingnagianos. Dieciocho meses más tarde, los Rush Limbaugh alemanes y austriacos gritan que las reinas del bienestar medi-terráneas están chantajeando a los prudentes burgueses, exigiéndoles que entreguen sus ahorros y vendan a sus hijos para que los griegos puedan manifestarse todo el día y los españoles tomarse siestas más largas. Pero podría alegarse con mayor verosimilitud que la prosperidad alemana está de hecho hundiendo la eurozona. Con sus méxicos baratos en el Este, sus incomparables ventajas de productividad y un fanatismo parecido al de China en lo referente a los enormes excedentes comerciales, Alemania compite con ventaja contra los europeos del sur. Por su parte, la totalidad de la UE mantiene su mayor excedente comercial relativo con Turquía y los países no petroleros del norte de África (34.000 millones de dólares en 2010), haciendo que estos dependan de las remesas, el turismo y la inversión económica para equilibrar las cuentas. Como resultado, todo el Mediterráneo es sensible a los movimientos cíclicos de la demanda y las tasas de interés en la UE; mientras que Alemania, Francia, Reino Unido y otros países ricos del norte disponen de grandes mercados secundarios que hacen de amortiguador. 

El euro es el volante de esta economía Grosseuropäische de múltiples velo -cidades. Para Alemania, el euro hace de marco alemán dinamizado, por-que es menos vulnerable a una apreciación repentina, garantiza los precios competitivos de las exportaciones alemanas y detrae una parte muy peque-ña del poder de veto que Berlín tiene de facto en la economía europea. 

Para los europeos del sur, por el contrario, es un acuerdo fáustico que atrae capital en los buenos tiempos pero elimina el uso de las herramientas mo-netarias para combatir los déficits comerciales y el desempleo en los malos. 

Ahora que la viruela ibérica y helena ha contagiado a Italia y amenaza a Francia, de Berlín y París emerge una visión enamorada de la Europa del euro: la integración fiscal mediante una revisión del tratado. A los países deudores, que han perdido ya el control sobre la política monetaria y se ven obligados a desfoliar sus sectores públicos bajo supervisión de técni-cos de la UE y el FMI, les piden ahora que acepten un permanente veto franco-alemán a su presupuesto y a su gasto público. En el siglo xix, Reino Unido mandó con frecuencia sus buques de guerra para imponer dichas sindicaturas a los países incumplidores de Latinoamérica o Asia. Los Alia -dos esclavizaron de modo similar a Alemania en Versalles y sembraron así el Tercer Reich. 

Tanto si se someten a Sarkozy y Merkel como si se niegan y abandonan la zona euro (y quizá la UE), las economías mediterráneas están senten-ciadas a años de deterioro e hiperdesempleo. Pero sus poblaciones no se dejarán precipitar sin más en esa buena noche. Portugal y Grecia, que se acercaron más a las revoluciones sociales de hecho en la década de 1970, conservan la cultura izquierdista más pura de Europa. En España, el nuevo gobierno conservador ofrece una amplia y tentadora diana a una revitalizada Izquierda Unida y al mucho más amplio, aunque todavía amorfo, movimiento de protesta juvenil. De hecho, es probable que los rescoldos del anticapitalismo vuelvan a inflamarse en toda Europa. Pero la derecha xenófoba y antieuropea puede ganar mucho más que la izquier-da con la descomposición de la eurozona, y con la disposición en círculo de las carretas europeas en torno al núcleo. Como en el caso de los salafistas en Egipto o del Tea Party en Estados Unidos, los nuevos partidos derechistas de Europa tienen ya empaquetadas la política de identidad y la furia centrada en chivos expiatorios para su envío interno. Una extraordinaria ambición de la izquierda anticapitalista en Europa occidental sería la de recobrar el espacio político ocupado por los comunistas durante los treinta años posteriores a 1945. Los movimientos liderados por Marine Le Pen y Geert Wilders, por su parte, tienen razonables esperanzas de oponer un serio reto en su política nacional a la franquicia conservadora más seria y dotada de fondos. La toma del Partido Republicano por la extrema derecha en Estados Unidos les proporciona una plantilla inspiradora. 

7. El motor de la revuelta 

Las rebeliones universitarias de 1968 en Europa y Estados Unidos fueron espiritual y políticamente alentadas por la ofensiva del Tet en Vietnam, la insurgencia guerrillera en Latinoamérica, la Revolución cultural en China y los levantamientos de los guetos en Estados Unidos. De modo similar, los indignados del año pasado han derivado una fuerza primordial de los ejemplos de Túnez y El Cairo. (Los varios millones de hijos y nietos de inmigrantes árabes al sur de Europa hacen que esta conexión sea íntima -mente vívida y militante.) Como resultado, apasionados veinteañeros ocupan ahora las plazas en ambas orillas del fundamental Mediterráneo de Braudel. En 1968, sin embargo, pocos de los jóvenes blancos que protestaban en Europa (con la importante excepción de Irlanda del Norte) y Estados Unidos compartían las realidades existenciales de sus homólo-gos del sur. Aun estando profundamente alienados, la mayoría podía es-perar convertir sus títulos universitarios en prósperas trayectorias profe-sionales de clase media. Hoy, en contraste, muchos manifestantes de Nueva York, Barcelona y Atenas afrontan perspectivas drásticamente peo-res que las de sus padres y cercanas a las de sus homólogos de Casablan -ca y Alejandría. (Algunos de los ocupantes del parque Zuccotti, si se hubieran titulado diez años antes, podrían haber entrado directamente en un fondo de cobertura o en un banco de inversión con sueldos de 100.000 dólares. Hoy, trabajan en Starbucks.) 

Globalmente, el desempleo de adultos jóvenes alcanza niveles récord, de acuerdo con la OIT: entre el 25 y el 50 por 100 en la mayoría de los países con protestas lideradas por los jóvenes. Asimismo, en el crisol de la revolución norteafricana, un título universitario es inversamente propor -cional a la probabilidad de encontrar trabajo. También en otros países la 

inversión familiar en educación, cuando se considera el endeudamiento adquirido, está produciendo dividendos negativos. Al mismo tiempo, el acceso a la educación superior se ha restringido, de manera más drástica en Estados Unidos, Reino Unido y Chile. 

8. Las colas del Pan 

La crisis económica combina la deflación de los activos populares (valor de la vivienda y por lo tanto del patrimonio familiar en Estados Unidos, Irlanda, España) con una fuerte inflación en artículos esenciales del coste de la vida, en especial combustible y alimentos. En la teoría clásica, en la que se espera que las tendencias generales de los precios avancen al uní-sono con el ciclo económico, esta es una bifurcación inusual; en realidad, puede ser más ominosa. La crisis hipotecaria en Estados Unidos y en otros países es un elemento interno de la crisis financiera en general, y se resol-verá mediante intervención estatal o mediante la simple destrucción de derechos de valor. El precio base del petróleo, a su vez, puede caer a medida que el Asia industrial se ralentice y en Irak aumente el nivel de producción. (El debate sobre el pico del petróleo me parece indetermina-ble e interminable.) Pero los precios de los alimentos parecen encontrarse en una tendencia secular ascendente, determinada por fuerzas en gran medida ajenas a la crisis financiera y a la deceleración industrial. De he-cho, un creciente coro de voces de expertos indica desde comienzos de la década de 2000 que el sistema mundial de seguridad alimentaria se está despedazando. Diversas causas se retroalimentan y amplifican mutuamen-te: el desvío de cereales para la producción de carne y biocombustibles; el recorte neoliberal de las subvenciones alimentarias y los mantenimientos de precios; la desenfrenada especulación en futuros sobre cosechas y en terreno agrícola de primera calidad; la falta de inversiones en investigación agrícola; los volátiles precios de la energía; el agotamiento de los suelos y de los acuíferos; la sequía y el cambio climático, etcétera. En la medida en que el menor crecimiento reduzca algunas de estas presiones (que los chinos coman menos carne, por ejemplo), el enorme ritmo de aumento de la población –otros tres mil millones de personas en el tiempo de vida de los actuales manifestantes– mantendrá las presiones de la de-manda. (Los cultivos genéticamente modificados, por supuesto, han sido promocionados como una solución milagrosa, pero más probablemente para los beneficios de las agroempresas que para las cosechas netas.) 

«Pan» fue la primera exigencia de la protesta en la plaza Tahrir, y la palabra resuena casi con tanta fuerza en la Primavera árabe como lo hizo en el Octubre ruso. Las razones son sencillas: los egipcios comunes, por ejemplo, gastan aproximadamente el 60 por 100 del presupuesto familiar en petróleo (calefacción, cocina, transporte), harina, aceites vegetales y azúcar. En 2008, los precios de estos artículos básicos se dispararon un 25 por 100. La tasa de pobreza oficial en Egipto aumentó abruptamente un 12 por 100. Apliquemos esa misma proporción en otros países de «renta media» y la inflación de los productos básicos elimina una fracción sus-tancial de la «emergente clase media» promulgada por el Banco Mundial. 

9. Esperando a que aterrice china 

Marx culpaba a California –la Fiebre del Oro y el consiguiente estímulo monetario para el comercio mundial– del prematuro fin del ciclo revolu-cionario en la década de 1840. Inmediatamente después de 2008, los de-nominados BRIC se convirtieron en la nueva California. La aeronave Wall Street cayó del cielo y se estrelló en tierra, pero China siguió volando, con Brasil y el sur de Asia en estrecha formación. India y Rusia también con-siguieron mantener sus aviones en vuelo. La resistente levitación de los BRIC dejó atónitos a asesores de inversión, columnistas económicos y as-trólogos profesionales, todos los cuales proclamaron que China, o India, podían ahora sostener al mundo con una mano, o que Brasil pronto sería más rico que España. Su eufórica credulidad, por supuesto, derivaba de la ignorancia de las enormes técnicas de prestidigitación usadas por los houdinis del Banco Popular de China. El propio Pekín, en agudo contraste, expresa desde hace tiempo significativos temores acerca de la excesiva dependencia que el país tiene de las exportaciones, la insuficiencia de la capacidad de gasto de las familias, y la escasez de viviendas asequibles unida a una inmensa burbuja inmobiliaria. 

A finales del pasado otoño, los artículos de fe de los optimistas respecto a China disminuyeron de repente en las páginas editoriales y el supues-to del «aterrizaje forzoso» se convirtió en el favorito de los escritores de libros. Nadie, ni siquiera los líderes chinos, sabe durante cuánto tiempo más podrá seguir volando la economía frente a los vientos de cara mun-diales. Pero la inevitable lista de bajas de pasajeros extranjeros ya está confeccionada: Sudamérica, Australia, buena parte de África y la mayor parte del sureste asiático. Y –de especial interés– Alemania, que ahora comercia más con China que con Estados Unidos. Una recesión mundial profundamente triangulada, por supuesto, es precisamente esa pesadilla no lineal a la que yo aludía al principio. Es casi una tautología observar que en los países del bloque BRIC, donde tanto han aumentado reciente -mente las expectativas populares de progreso económico, el dolor de vol-ver a empobrecerse puede ser completamente intolerable. Miles de plazas públicas rogarían que las ocupasen. Incluida una llamada Tiananmen. 

Los posmarxistas occidentales –residentes en países en los que el tamaño absoluto o relativo de la mano de obra fabril ha disminuido drásticamente en el lapso de una generación– rumian con indolencia si el «agente proletario» está ya obsoleto, obligándonos a pensar en «multitudes», en espontaneidades horizontales, lo que sea. Pero no es esto lo que se debate 

en la gran sociedad industrializada que Das Capital describe incluso con más precisión que a la Gran Bretaña victoriana o al Estados Unidos del New Deal. Doscientos millones de obreros fabriles, mineros y obreros de la construcción en China son la clase más peligrosa del planeta. (Pregun -témosle si no al Consejo de Estado de Beijing.) Su despertar de la burbuja podría determinar si es o no posible una Tierra socialista.

http://www.newleftreview.es/?getpdf=NLR30601&pdflang=es

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