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Sombrero de mago
Uribito y los pobres
El tipo “nació” para ser estadista, ministro, presidente, para servirles a los de su clase social. Eso se entiende. Estudió en universidades de prestigio (o caras), se preparó para llegar al poder. Y en él, salvaguardar los intereses de las castas que han manejado este país. Nada raro. Como él, hay otros en esa minoría privilegiada que ha dominado esta nación de cafres (con perdón de los cafres).
Dentro de esa concepción de ofrecer, desde el Estado, lo mejor para los magnates, los más ricos, los que han contribuido a llevarlos al poder, hay muchos dignatarios que se desviven por ser consecuentes con sus adláteres. Hasta ahí, asuntos normales, gajes de la lucha de clases, de mantener los privilegios, de no dejar acercar a la mesa a los desarrapados. Para ellos, ni siquiera caben las migajas.
Y en este punto, hay que decir que en el caso de Andrés Felipe Arias, alias Uribito, no hay nada novedoso. Todo era lo que se podía esperar de un miembro del régimen de Álvaro Uribe, que estableció los mecanismos del “todo vale” y más si eran propicios para perpetuarse en el poder. Y dentro de ese clima, se fueron sembrando los dispositivos para el control de la torta del Estado y, a su vez, para crear una especie de ética de lo inmoral, términos que ya, de por sí, aparentan ser contradictorios.
Arias, a quien ya le aplicaron de parte de la Procuraduría una inhabilitación de dieciséis años para ejercer cargos públicos, ha sido, sin duda, un buen discípulo de esa “escuela” uribista que durante ocho años tornó al país en el reino de la corrupción, la intolerancia y el desprecio absoluto hacia los pobres. Durante ese período, por ejemplo, se consolidó la contrarreforma agraria, que dejó en manos de unos pocos las mejores tierras colombianas, tras el despojo y la intimidación de muchos campesinos a los que se les mandó a padecer las desventuras del desplazamiento forzado.
El ex ministro Arias es una suerte de graduado en las aulas de un régimen que favoreció los intereses de las transnacionales, impulsó las compras de conciencias para asuntos de reelección, volvió las notarías un mercado, y, entre otras cosas, hizo añicos los servicios de salud para favorecer el capital financiero y darle a ese rubro el carácter de negocio y no de servicio social y humanitario. Así, vistas las condiciones, no es extraño que el funcionario de marras, durante su ejercicio ministerial, favoreciera a aquellos que prestaban sus oficios a los apuros de la reelección.
Lástima, sí, que por haber denunciado el escándalo de Agro Ingreso Seguro, se cerrara una revista. Durante el régimen uribista gran parte del periodismo y de los medios de comunicación estuvo al servicio incondicional de esos intereses y de la proyectada intención de imponer un pensamiento único. Fueron los tiempos siniestros de los “falsos positivos”, cuando precisamente el actual presidente de la república fungía como ministro de Defensa.
Había que dar la idea de que se estaba derrotando a la guerrilla, mostrando los cadáveres de muchachos que nada tenían que ver con aquélla. Las madres de Soacha y todos los familiares de las víctimas todavía esperan que se haga justicia en torno a esos crímenes del Estado colombiano.
Así que alias Uribito obró en consecuencia con lo que su patrón creó. La feria de subsidios agrarios pagó los favores de las familias archimillonarias que apoyaron a Uribe y dejó “mirando pa’l páramo” a los campesinos. Pero qué más se podría esperar: eso es lo que hace un régimen neoliberal, antidemocrático, al servicio de los poderosos. Alguna vez, Arias dijo que a los pobres no se les podían dar tierras porque podían volverse guerrilleros o paramilitares.
Como en el caso Carimagua, Arias, ahora preso mientras espera el juicio, mostró todo su amor por la plutocracia. Raro hubiera sido que quisiera favorecer a campesinos pobres, a desplazados (ah, y fuera de eso que son bastantes, más de cuatro millones), a desterrados. No, si él, una suerte de iluminado, estaba llamado a servir a la minoría oligárquica, sin importar aquello que se denomina la moral. Ésta es lo de menos. No le digo, todo vale.