Las diferencias entre ser “progresista” y ser polista son de fondo.
Aurelio Suárez Montoya, Bogotá 30 de marzo de 2011
La palabra “progresista” suena a izquierda y es atractiva para quienes suponen que con unas cuantas reformas para el mejoramiento de las condiciones de vida de grupos vulnerados, se llegaría a estadios sociales superiores, al “progreso” y hasta al “perfeccionamiento”. Las proclamas “progresistas” explican que la causa de las degradantes situaciones de iniquidad se debe a malas obras de corruptos o mafiosos, como catalogan a los congéneres perversos. Los “progresistas”, como dice un filósofo alemán, ven el mundo a través de la lucha entre “bandidos y caballeros” y, aunque a veces se hace con buenos propósitos, en muchas otras sirve de camuflado para proponer eventuales “cambios radicales” pero desde el centro.
No es extraño que las proclamas “progresistas”, ligadas a las corrientes liberales, se inspiren en Hegel, quien explicó la sociedad, el Estado y su devenir como frutos de fuerzas superiores al hombre. La monserga “progresista” dista del discurso del Polo Democrático Alternativo; no le es equivalente como quiere hacerse creer. Mientras la primera no tiene tiempo ni lugar, puede corresponder a cualquier momento; el Ideario de Unidad, en contrario, parte de la realidad concreta de Colombia del siglo XXI para transformarla. La primera busca corregir almas, el segundo cambiar realidades. Por esto, cuando habla de alcanzar la soberanía nacional, no sólo denuncia la dominación de una nación fuerte sobre una débil sino que propone la autodeterminación como forma única de superar el consecuente estado de postración de una colonia.
Y esa dominación, a contramano de los “progresistas”, no se declara como conducta censurable de extranjeros malvados sino como hecho económico y político por el cual las potencias resuelven sus contradicciones materiales y sus crisis de excedentes con sus satélites. Es decir, el Polo, como corresponde a una fuerza seria, ubica la lucha por el progreso en el mundo de las contradicciones entre intereses económicos y políticos, no en la retórica.
La división entre bienhechores y malhechores, extendida por los “progresistas” por encima de la organización social, facilita a cualquier bribón que, haciendo gala de buenos modales, pase la prueba ácida para ingresar al mundo de “los buenos” y asalte la buena fe de los demás, sin importar ni los intereses que defiende ni los actos de gobierno que realice contra las mayorías; estos, en la óptica “progresista”, serían calificados como meros errores humanos.
Así, la corriente “progresista”, en tanto desarma políticamente a la opinión, induce a que los juicios sobre los gobernantes se emitan por aspectos formales y no esenciales, dejando la sociedad a merced de cualquier salteador de conciencias. ¿Son acaso estos los “nuevos conceptos que “los progresistas” presentan como aporte?