Una extraña conexión
Jorge Gomez Barata (especial para ARGENPRESS.info)
Al margen de su eficacia, es francamente difícil imaginar una conexión política más exótica que la eslabonada entre Brasil, Irán y Turquía sobre el fondo de un contencioso nuclear desplegado a lo largo de siete años, con potencial bélico y efectos globales que involucra a Estados Unidos, la Unión Europea, el Consejo de Seguridad y la Agencia de Energía Atómica de la ONU frente a Teherán que, desde dentro del Tratado de No Proliferación, reivindica su legítimo derecho a producir uranio enriquecido. La “mediación” de Brasil y Turquía significa el debut de dos potencias emergentes que reclaman un espacio político ocupado, nada menos que por el “Big Five”.
La elevación del perfil diplomático de Brasil y Turquía, ocurre en un momento en que ambos países son miembros no permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU y por tanto participantes en cualquier votación en torno a Irán, incluso cuando se trate de decidir sobre nuevas sanciones. En un escenario así, de actores que sin tomar partido buscan una solución conveniente para las partes, Brasil y Turquía se verán obligados a elegir. La escogencia no será fácil.
A pesar de lo que Estados Unidos quisiera, la política mundial no es todavía un condado regido por un sheriff, sino un condominio mal administrado. No sólo a Estados Unidos, sino tampoco a Rusia, China y a la Unión Europea les interesa ni les simpatiza que aparezcan nuevos actores internacionales que invadan sus fueros y le disputen el monopolio y la relevancia de que ahora disfrutan. En las ligas mayores de la política, el linaje y la precedencia cuentan.
Hace apenas unos meses, Brasil irrumpió en la política mundial de alto estándar al anunciar la intención de su presidente de mediar en el conflicto del Medio Oriente, cosa acogida por Estados Unidos con un “frio cortes”, mientras que Israel la rechazó porque no busca un acuerdo con los palestinos sino su rendición y para eso no se necesitan mediadores.
Después de la gestión en Palestina y Tel Aviv, el canciller brasileño, Celso Azorín trabajó discretamente, preparó el terreno y, en fecha reciente Lula viajó de nuevo al escenario y en Ankara, en presencia del presidente iraní Mahmud Ahmadineyad y el primer ministro turco Tayyip Erdogan, fue firmado un acuerdo para el intercambio de uranio iraní de baja ley por equivalentes medianamente enriquecidos. De ese modo se dio por resuelto una parte del contencioso y se avanzó en relación a lo más importante que es, crear un clima de confianza que sirva de base para ulteriores avances.
La idea de enviar el uranio iraní al extranjero surgió dos años atrás cuando Rusia y luego Francia se ofrecieron para refinar el uranio de Irán y abastecerlo del combustible nuclear necesario pasa sus necesidades civiles. De ese modo se esperaba inducir al Estado persa a renunciar a su proyecto de desarrollar capacidades para enriquecer su uranio.
Entonces el proyecto no resultó viable, debido a que por razones de principio, cuestiones de seguridad y conveniencias geopolíticas, Irán no estuvo dispuesto, no sólo a renunciar a su derecho a enriquecer uranio, sino a volverse atómicamente dependiente y mucho menos a entregar sus inventarios de uranio enriquecido a países que desde el Consejo de Seguridad han participado en la política de sanciones y no le resultan confiables.
Andando el tiempo, con las opciones agotadas y el juego cerrado, apareció la propuesta de mediación de Brasil, un país tercermundista con un presidente de lujo que, sin limitación ni debate alguno, bajo sus propias condiciones, se incorporó recientemente al selecto club de Estados capaces de realizar por si solos el ciclo completo del uranio: extraerlo en su territorio, procesarlo y enriquecerlo, cosa que sólo media docena de naciones pueden hacer.
Detalles técnicos aparte, el acuerdo consiste en que, en el brevísimo plazo de un mes, Irán enviará a Turquía, en calidad de depósito, 1 200 kilogramos de uranio enriquecido al 3,2 por ciento para, en un año, recibir a cambio 120 kilos de uranio enriquecido al 20 por ciento y que constituye un producto configurado y terminado que no pude ser más enriquecido.
Según se cree, el compromiso involucra alrededor de la mitad del uranio físico con que cuenta Irán que obviamente, de ninguna manera, pondría en manos ajenas la totalidad de sus inventarios; tampoco el acuerdo significa que desmantelará las facilidades tecnológicas que ha creado para enriquecer el mineral, ni que renunciará a su derecho a hacerlo.
Por estas razones y porque a los norteamericanos no le basta con resolver el contencioso de la refinación del mineral atómico, sino que quisieran humillar a Irán y dejarlo a merced de Israel, el acuerdo no es reconocido como solución para Estados Unidos, el Consejo de Seguridad+Alemania que únicamente se conforman con la total renuncia de Irán a producir uranio enriquecido, imposición arbitraria que contradice la letra y el espíritu del Tratado de No Proliferación.
Nadie debiera extrañarse de que Estados Unidos no considere sustantivo el acuerdo alcanzado; para los norteamericanos nada que haga Irán, excepto rendirse será suficiente. Lo realmente extraño fue que la nación persa estuviera dispuesta a deshacerse de la mitad del uranio levemente enriquecido que posee a cambio de una vaga promesa de que será resarcido un año después, período en el que, en el Medio Oriente, pueden ocurrir demasiadas cosas.
Lo que ocurrirá ahora es que a contrapelo del acuerdo, cuyo texto fue oficialmente entregado ayer a la Organización Internacional de la Energía Atómica, seguramente el Consejo de Seguridad adoptará nuevas sanciones, que empujarán a Irán a un endurecimiento de sus posiciones y a la denuncia de lo acordado en Ankara y todo volverá a la posición inicial, excepto que los riesgos de una conflagración bélica serán mayores.
Si bien el fracaso de lo acordado puede favorecer a las posiciones más radicales y legitimar la intransigencia de las partes, en un escenario así no habrá ganadores; por el contrario todos serán perdedores, especialmente los pueblos del Medio Oriente, particularmente el pueblo persa, blanco de la política discriminatoria y agresiva de los Estados Unidos.
Para quien habrá un verdadero dilema es para Brasil que no puede evadir su destino. O se decide a abrir el juego y asumir el liderazgo de una América Latina que aspira a la unidad y a la integración y asume las complejidades de una confrontación con Estados Unidos, o se resigna a la mediocridad de las potencias de segundo orden. Tal vez para el gigante sudamericano haya también un destino manifiesto. Veremos.
Imagen: Bandera de la República Islámica de Irán
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