Luis Carlos Galán,un soñador derrotado
AGUSTÍN ANGARITA LEZAMA
La segunda respuesta también es sencilla. Era un estorbo para gente con mucho poder en el Estado y son ellos quienes han entorpecido cualquier investigación judicial.
Galán asumió el reto de enfrentarse a la mafia. A una mafia poderosa y pletórica de dinero, que sabía como corromper todo lo que se le atravesaba. Mafiosos a los que enriqueció el contrabando y la marihuana, luego la cocaína y la amapola, lavaron su dinero ilegal en los bancos e instituciones financieras sin que nadie dijera nada. Compraron lujosas casas y finos carros y nuestros ricos presurosos vendieron con jugosas ganancias. Los mafiosos se asociaron con empresarios, con hacendados, con industriales. Mientras otros países sufrían la crisis económica de finales de los 80, en Colombia el dinero del narcotráfico era una inyección salvadora. Hasta una "ventanilla siniestra" abrió el Banco de la República para recibir dólares sin preguntar su procedencia. Un prelado de la Iglesia recientemente jubilado, decía sin ruborizarse, que el dinero de los narcos al llegar a las arcas de la Iglesia se limpiaba, porque los fines que ella le daba eran benéficos, así que él recibía sin reparos las gruesas contribuciones de la mafia. El poder corruptor del narcotráfico compró artistas, deportistas, periodistas, jueces, autoridades, políticos, gente humilde, instituciones…Galán decidió luchar de frente contra el monstruo del negocio de las drogas ilícitas que se había afincado en la sociedad. Cuando en Medellín valientemente expulsó de su campaña política al movimiento liberal en el que militaba Pablo Escobar, Galán firmó una sentencia anticipada de muerte.
Los políticos se regodeaban con los lujos y excesos de los mafiosos. Financiaron sus campañas con dinero teñido de sangre. Aprobaron, unos tácitamente y otros con decisión, la guerra desatada en el país. Galán creía que se podía recuperar la dignidad del país. Consieraba que se podía rehacer la moral y la ética pública. Estaba convencido que la corrupción no podía hundir a la nación en la inmundicia. Galán creía en la justicia, que los jueces honrados y limpios no se dejarían amedrentar por la venalidad y putrefacción de unos pocos. Él sabía de la infiltración mafiosa de las fuerzas armadas, pero no alcanzaba a imaginar su dimensión. Por eso se convirtió en un estorbo. Porque los políticos, los militares, los jueces y magistrados, los funcionarios estatales y los potentados corruptos no dejarían por ningún motivo las gabelas que obtenían de los contratos amañados, de los sobornos y privilegios. Que un loquito recorriera Colombia hablando de honestidad, responsabilidad y compromiso con el país y sus gentes humildes, venga y vaya. Pero que ese loquito convenciera masas, que les hablara claro y al corazón, que fuera coherente con lo que decía y pensaba, entonces se convertía en una amenaza, en una afrenta que no se podía permitir. Por eso lo mandaron a matar. Y por eso obstruyeron la investigación del crimen. Por eso encarcelaron inocentes para que la gente creyera que la justicia funcionaba. Luego mataron a cuanto testigo podía delatar a los grandes señores responsables del homicidio.
Galán salió derrotado. La corrupción salió airosa. La mafia ganó. Las costumbres políticas contra las que luchó Galán se mantuvieron intactas y seguramente crecieron y aprendieron a camuflarse. El proceso 8.000 fue una constatación de esa derrota, como lo es hoy la parapolítica, la farc-política y los falsos positivos. Hoy la corrupción, la politiquería, el clientelismo, el deseo del dinero fácil, las aspiraciones a esquilmar el erario, la trampa, la mentira, la impunidad y la injusticia social son señales que demuestran que la lucha de Galán y su inmolación fueron en vano. Galán y el país perdieron. Nos queda la esperanza que podamos mantener una cruzada contra los enemigos de la vida, los verdaderos enemigos del país, los que nos quieren arrancar de cuajo las ilusiones y los sueños. Dicen que los optimistas lo son por desinformados, pero creo con firmeza en mi país y, además, que todavía podemos. ¿Y usted?