De Frente.
Las Farc y la reelección
Maria Elvira Samper
29/04/09
A medida que se suman escándalos que afectan a la Casa de Nariño, Uribe sube el tono contra las Farc y aviva los miedos.
Las elecciones de los últimos presidentes han sido de alguna manera definidas por las Farc. Pastrana ganó porque iba a hacer la paz pero la paz no llegó. Las Farc aprovecharon el cuarto de hora de la zona de despeje para cometer toda clase de tropelías y fortalecerse, abuso que les costó la pérdida de los pocos centavos del capital político que les quedaban.
El gigantesco conejo que ‘Tirofijo’ y compañía le pusieron a Pastrana en el Caguán dejó abonado el terreno para Álvaro Uribe que ganó las elecciones porque iba a derrotar a las Farc en el campo de batalla, tanto en 2002 como en 2006, tras la reforma del ‘articulito’. Esa fue y ha sido su bandera, y desde el potro de la Presidencia ha mantenido la lanza siempre en ristre.
Ahora, en el horizonte de una posible segunda reelección, el interrogante es sobre si las Farc volverán a ser determinantes en la campaña. Por lo pronto, el intercambio epistolar con el movimiento Colombianos por la Paz, las liberaciones unilaterales de secuestrados, los pronunciamientos de la Iglesia y otros sectores a favor de la solución política y la propuesta del Presidente de un cese unilateral del fuego, son señales de que están en el centro del debate público y de que van a jugar en las próximas elecciones. Qué tan duro, es el segundo interrogante.
Lo cierto es que no pocos coinciden en que Uribe y las Farc se necesitan mutuamente. No solo en el campo militar, también en lo político: las Farc porque, debilitadas como están, necesitan oxígeno para sobrevivir y recuperar interlocución, y Uribe para justificar su aspiración reeleccionista. Como en dos períodos no ha podido derrotarlas, necesita cuatro años más.
El Presidente no quiere negociar. Las Farc tampoco, no con Uribe. Por eso las propuestas unilaterales que hacen las dos partes no conducen a ningún Pereira. Son saludos a la bandera para quedar bien con la opinión.
“La culebra está viva”, es el argumento que le sirve a Uribe para insistir en la derrota militar. Y, claro está, en su segunda reelección. Y las Farc, que se quedaron del tren de la Historia y no han entendido el masivo rechazo de la sociedad, alimentan el discurso de la guerra y la ambición presidencial. Un juego macabro con propósitos estratégicos y políticos en medio del cual están los secuestrados.
La anunciada liberación del cabo Moncayo está en veremos y ni qué decir la del resto de sus compañeros de cautiverio. El Presidente sacó a la senadora Piedad Córdoba de la liberación de Moncayo con el argumento de que no quiere que las Farc la conviertan “en un festín politiquero del terrorismo”. Pero el “festín” le sirve a su vocación de mano dura y también, y de qué manera, para cambiar el foco de atención.
A medida que se suman escándalos que afectan a la Casa de Nariño —el espionaje del DAS a magistrados de la Corte Suprema, dirigentes de oposición y periodistas críticos; los jugosos negocios de los delfines; el pliego de cargos contra el secretario jurídico de la Presidencia, y nuevos casos de parapolítica y de falsos positivos— Uribe sube el tono contra las Farc a pesar de que, según las encuestas, es el desempleo y no la guerrilla lo que tiene en ascuas a la gente.
Aun así, en medio de una grave crisis económica, el Presidente insiste en la ofensiva contra las Farc. Y me temo que mientras aterrizan y se desinflan más colombianos y empiezan a cobrarle caro sus desaciertos y vacíos en materia económica y social, acudirá al expediente en avivar los miedos y en extremar los peligros con respecto a las Farc para justificar su reelección. Bien lo dijo en la pasada edición de CAMBIO el profesor Daniel Pécaut, profundo conocedor de la realidad colombiana: “En el momento, lo que le interesa a Uribe es la reelección y toda su estrategia en relación con la guerrilla está supeditada a ese tema”. ¿Le dará resultados? Es el tercer interrogante.