VIERNES 13 DE MARZO DE 2009 00:00
Nuestra educación y la manera como aprendimos a entender, existir y sentir el mundo está mediado por la mirada de occidente. España no sólo llegó a América con sus carabelas repletas de ex presidiarios y mercenarios, también llegaron ilustrados y personas cultas.
Además, nos legó su cultura, la religión, la ciencia y la lengua. En la confrontación contra la invasión colonial y la construcción de una identidad propia se fue construyendo nuestra cultura, hibridando sueños, percepciones y costumbres pero bajo la égida de lo construido por occidente. Recibimos entonces, la mirada de la fragmentación. Ese enfoque que tiene que dividir el todo en las partes que lo componen para poderlo entender. Es el análisis. Esta fragmentación del conocimiento produce una cultura fragmentada, al igual que creencias, comportamientos y sentimientos fragmentados reflejados en acciones que no tienen en cuenta las relaciones que existen entre los diversos hechos de la vida y la naturaleza. Esta, que se asume como si existiera de manera independiente y por fuera de la persona, es vista como una cosa, como un objeto, y como el conocimiento debe tener utilidad, le permite manipular y utilizar las cosas que están por fuera de la persona, ya sean otras personas, seres vivos o la propia naturaleza.
Permanecemos creyendo en la única religión que existe en occidente y que se ha extendido por todo el planeta, la religión del mercado y sus mandamientos. El cielo y la salvación de esa religión es la obtención de ganancia y beneficios. Su ideología es la acumulación (mientras más, mejor) y esta lo vinculan al supuesto desarrollo. Su ética es el consumo, que mientras más desenfrenado, mejor. Desconocen que la tierra no pertenece al hombre sino que el hombre pertenece a la tierra y que lo que le ocurre a la tierra le ocurre al hombre. Roszac decía que las necesidades del planeta son las necesidades de las personas y los derechos de las personas son los derechos del planeta.
A la mentalidad del mercado sólo le importa lo que le dé las mayores ganancias posibles, no importa si para eso hay que vender las plumas de la cola del espíritu santo, como diría Maiakosky. No le preocupa envenenar la tierra, el aire, el agua y la vida si eso le produce dividendos. Considera que con dinero puede comprar todo lo que desee. Por eso luce y ofrece sus monedas cuando quiere comprar conciencias, pregoneros, defensores de oficio, embaucadores, funcionarios, científicos, autoridades y todo lo que se interponga en su camino. Es lo que parece estar ocurriendo con el oro en Cajamarca. Se miente, se engaña, se manipula información, se amparan en resquicios legales y en palabrerías ofreciendo paraísos de papel y progresos figurados y fingidos.
Después que muelan y trituren las montañas y las envenenen con cianuro y mercurio para extraerles hasta el último granito de oro, ¿qué vamos a hacer los tolimenses con miles y miles de toneladas de tierra tóxica y peligrosa? ¿De dónde vamos a tomar el agua si nos contaminan las fuentes? ¿Y la rica despensa de alimentos que se tiene en esas tierras, permanecerá o la fiebre del oro la hará desaparecer? Los tolimenses conocemos la historia, contada por García Márquez, de Melquíades, el descubrimiento del hielo y de los inventos mágicos.
La faena en Ataco contra la famosa draga dejó enseñanzas que ahora hay que poner en la conciencia de todos los que vivimos en el Tolima. Quieren hacernos creer, con cuenticos de magia, que las ventajas mínimas y de corto plazo, son suficientes para subsanar los gigantescos males que producirán, casi incurables y de largo plazo. Si observan quienes defienden la instalación de una mina de oro a cielo abierto en Cajamarca, se darán cuenta que son empleados pagados por los empresarios extranjeros, o lugareños a los que han engatusado con prebendas y posibles ventajitas similares a las migajas que caen de la mesa en los banquetes de los opulentos.
Contra el despilfarro y la devastación ambiental del mudo fragmentado y dividido del capitalismo debemos levantar la bandera de los que entienden que dependemos de la naturaleza, que creemos en la interdependencia, en la interrelación, la coherencia, la solidaridad, la cooperación y la colaboración entre los seres humanos y la naturaleza. Y que estamos dispuestos a defender nuestro patrimonio vital y a no resignarnos con la devastación, la miseria y la muerte.
http://www.elnuevodia.com.co/nuevodia/opinion/columnistas/6159-los-espejismos-del-oro.html