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El Modelo Chileno

Política económica II

El modelo chileno

Por: Bernardo García

Temas: Alca y Tratado de Lib

re Comercio | Economía | Imperialismo Neoliberal |

Edición Nro.: 41

Foto Friederich Hayeck. Wikipedia.

 

Salvar el modelo chileno en Colombia es el propósito del TLC. Propósito desesperado y grave, pero simple propósito. Mas, el despropósito es identificar la apertura chilena con la apertura de los Tigres Asiáticos. Identificarla luego con la apertura de China es frenesí. Sin embargo, discurso va y discurso viene con el imaginario social chileno que no ha sido evaluado, por un rechazo compulsivo de las dos extremas en pugna. Imposible abordar la partitura completa: el propósito, el despropósito y el frenesí. Baste, por ahora, abordar el propósito.

El neoliberalismo nació en Chile. Histórica importancia mayor del modelo chileno. Allí, el verbo se hizo carne porque el verbo se concibió en la escuela austriaca, en la conciencia indignada de F. von Hayek y L. von Mises, exasperados ambos porque de la simple iniciativa política del New Deal del presidente Franklin Delano Roosevelt nacía como una aplanadora la teoría general de Keynes. ¡La consagrada ciencia económica era relegada al mundo micro de Robinson Crusoe, como homo oeconomicus, haciendo racionales cálculos!

En franca rebeldía, entonces, enarbolan el estandarte del neoliberalismo con unas gotas de indignación anti-socialista. Esa es la reivindicación primera de la neociencia, que fuera consagrada en Viena y decantada por los británicos Marshall y Pigou en los comienzos del siglo XX. El verbo de su artillería pesada ya no apunta a Keynes sino a “la ruta a la servidumbre” (Hayeck 1945), a “la moneda sana o Estado totalitario”, (J. Rueff, 1948), a “el socialismo” que no puede funcionar (Von Mises 1938), es decir, contra el socialismo soviético. La idea se madura bajo la prolífica producción del filósofo y periodista norteamericano W. Lippman y los coloquios de Mont Pellerín (Suiza), a los que acude una crema intelectual de radicales ya neoliberales de Austria, Francia, Gran Bretaña, Suiza y Bélgica.

De esos famosos coloquios, Joseph Schumpeter hace mofa como si se tratara de una idea alucinada: “Existe –me han dicho– una montaña suiza sobre la cual se realizan congresos de economistas que han condenado, la mayoría si no todos, los puntos de un tal programa (socialista democrático). Pero estos anatemas han caído en el vacío y ni siquiera han provocado contraataques”1. Von F. Hayeck enseña, sin embargo, en universidades de Londres y en la U. de Chicago. La idea cruza el Atlántico. Allí encuentra a su discípulo estrella, Milton Friedman, quien perfecciona la idea con mucha geometría hipotética y mucha ardentía.

Tras el golpe de Estado del general Pinochet (1973), Milton Friedman y su equipo de Chicago boys saltan a Santiago de Chile como si fuera una trinchera de combate. Milton Friedman en persona comanda la I Internacional. Alternan con generales –que cometen muchos “errores”, dirán luego los Chicago boys ante los sucesivos cracs financieros.

En ese instante, en ese bello país austral y medio de una trágica coyuntura, nace la criatura. El verbo se hace carne y con ese advenimiento –pocos años después– el británico conservatismo enmohecido se vuelve neoliberal, los liberales se juntan con los laboralistas socialdemócratas y entonces a los laboristas radicales no les queda más remedio que convertirse en bolcheviques. “El retorno a la clase obrera y a los sindicatos” es el viraje de una porción del laborismo inglés que estalla al partido, permitiendo así la llegada fulgurante de los conservadores tories británicos al poder.

La premier Margaret Thatcher (1979) aparece en el escenario declamando un discurso más convincente que los versos del presidente Reagan (1981) y, por supuesto, que las marciales frases de Pinochet. La I Internacional marcha viento en popa. El modelo chileno se replica pero con una publicidad brotada del corazón mundial de las finanzas, Londres y luego desde Washington.

Milton Friedman y luego una seguidilla de sus colegas son proclamados premios Nobel de Economía. Aunque en un periplo fugaz (1976-1982), la resurrección conservadora, estrenando banderas neoliberales, se impone también con nuevos alientos en Canadá, Dinamarca, Noruega, Bélgica e inclusive Suecia, cuna de la socialdemocracia moderna y de los premios Nobel.

Pinochet también tiene la fortuna de irradiar la nueva doctrina hacia la Argentina de Videla y el Uruguay de Bordaberry. No logra convencer a los militares de Brasil, firmes en su propósito de profundizar la industrialización con el modelo cepalino. Pero, sumando al dictador Stroessner del Paraguay, logra el denominador común de exterminar la izquierda armada y desarmada.

Términos del discurso

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En dialéctico discurso, Pinochet –método consagrado– inculpa del desorden monetario, la inflación rampante, la expropiación atropellada de las empresas y la tumultuosa reforma agraria al sacrificado presidente Allende, y como réplica inmediata repara los entuertos e implanta de lleno el laissez faire. En 1974, devuelve a sus propietarios 259 empresas confiscadas, en los dos años siguientes privatiza 99 y prosigue con 36 empresas públicas más. Deja intacta la nacionalización de las minas de cobre. Más aún, paga el saldo de la indemnización. Tampoco toca la reforma agraria pero suelta los bancos a merced de una jauría de habilidosos financistas, llenos de iniciativas. “Error one”, cantarán luego los Chicago boys en voz baja.

Sin tardanza, rebaja el promedio de barreras arancelarias a la importación en una progresión sucesiva del 90 al 10 por ciento (entre 1974-1979). La advertencia es perentoria: “Empresa ineficiente que, dentro de esos cinco años, no alcance la competitividad internacional muere”. Aplausos. No más industrias nacientes ni infantes ni en desarrollo. Obligatorio nacer adultas, es decir, creadas por el capital extranjero. “Error two”, porque ellos sólo compran a precio de remate lo existente y sólo fluyen a mercados grandes, cautivos y bien protegidos, al mejor estilo China o Brasil. De lo contrario, prefieren exportar desde sus seguras y bien dotadas metrópolis.

Los fondos de pensiones y de seguros sociales también se privatizan. Pronto se advierte que la caótica y turbulenta liberación de la banca, tras diversas crisis, culmina con la quiebra general de 1982, cuyo rescate le cuesta al Banco Central cerca del 25 por ciento de PIB2. Sin excepción, entran al club latinoamericano de los países de la década perdida. Únicamente la tardía legislación bancaria de 1986 impone la tradicional regulación y la prudencia del Estado.

La Thatcher se ataca también en la misma línea a los laboristas. Responsables de la crítica estanflación (aunque provocada por los precios del petróleo y las torpes reacciones monetaristas), inculpa además el Estado del Bienestar y los privilegios de los sindicatos, y no tarda en ser pionera en inculpar a los paisitos emergentes del Tercer Mundo.

Demoledora de subsidios, privatizadora de empresas públicas, atizadora de una recesión sin antecedentes para comprimir la inflación, les da holgura a los bancos para operar nuevos productos pero no osa, como los generales chilenos, darle mucha cuerda a la City, corazón mundial de las finanzas. En su fresco discurso liberal-populista, la dama ofrece rescatar la vitalidad perdida del empresariado capitalista, “arrinconado por la onerosa carga fiscal y los excesos de poder del Estado”. Ese es el santo y seña del modelo: rescatar la libertad y la eficiencia empresarial, en vez de la decadencia terminal del imperio británico. Pueblo: levántate y anda.

Porque –como lo comenta el analista Stuart Hall– no es el recital de principios rancios lo que le otorga el éxito político, ni es la fuerza bruta usada por Pinochet sino el nuevo discurso de acento liberal-populista: “Ni el keynesianismo ni el monetarismo..., sentencia Hall, ganan votos por sí mismos en el mercado electoral. Sin embargo, en el discurso de ‘los valores del capitalismo popular’, el thatcherismo descubre el método convincente para traducir la doctrina económica al lenguaje de la experiencia, del imperativo moral y del sentido común, que de este modo ofrece una filosofía en el amplio sentido de la palabra, es decir, una ética alternativa a la de la sociedad asistencial. Esta traducción de una ideología teórica a un idioma populista logra su crucial éxito político”3. Además, logra convencer a los tibios de su partido, y por último usa la receta dialéctica de “libertad económica” y “Estado fuerte” –como si tuviera en mente a Pinochet–, administrada con una preocupación auténtica por los problemas de la población, pese a las desdichas de una recesión provocada y con cifras de alto desempleo.

Pinochet ya lo había logrado a fuerza de rigor castrense y algunos gestos patrióticos. Ella, como dama convincente y discutidora, va más lejos. Se precia inclusive de tener como amigo de colaciones privadas a Mijaíl Gorbachov. Ya jubilada, mantendría ese estilo como solícita asesora de políticos de Varsovia, Praga y Budapest, todos en plan de privatizar, liberar mercados y desmontar planes. Otra vez, transiciones a la Pinochet, aunque menos caóticas, menos sanguinarias y mucho más razonables.

Halls remata: “El lenguaje del ‘pueblo’ unificado tras un deseo reformista que pretende cambiar el rumbo del ‘colectivismo progresivo’, prohibir toda ilusión keynesiana en el aparato del Estado y renovar el bloque de poder, le resulta muy convincente.

Su radicalismo conecta con el del pueblo para darle realmente la vuelta, absorbiendo y neutralizando su empuje, creando una unidad populista allí donde exista una ruptura popular”.

A esta sorprendente versatilidad de un discurso le añade un grano de mostaza. Cuando desprecia el grave desempleo como un mal menor, y el motor capitalista y las ganancias de los trust y monopolios crecen sin que la economía se dispare, entonces le añade la dosis de unidad nacional. El dormido león imperial vuelve a rugir en la contundente victoria de Las Malvinas sobre las ‘invasoras’ tropas argentinas. La premier se convierte desde entonces en la “Dama de Hierro”. Con ese patriótico título y pese a la profunda depresión económica, Margaret Thatcher arrasa de nuevo a la dividida oposición en los comicios de 1983. Oposición dividida entre liberal-socialdemócratas y laboristas (bolcheviques), que no encuentran ni norte ni líder común.


El ocaso neoliberal

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Entre tanto (1980), el general Pinochet ya ha proclamado una nueva Constitución y prolongado su mandato por 10 años más, por plebiscito y con la abstención de una oposición pulverizada.

La Thatcher, desde comienzos de su segundo mandato, tira por la borda el monetarismo e inventa una especie de “monetarismo keynesiano”, mientras celebra el descubrimiento de petróleo en el Mar del Norte. Tras un repunte, la dama enfrenta de nuevo el malestar económico y el malestar político que provoca su franco desdén por la Comunidad Europea.

En 1987, vuelve a ganar un nuevo mandato aunque con un margen inferior. La oposición es de mayoría relativa (31% laboristas y 23%, la alianza liberal-socialdemócrata), pero ella obtiene la mayoría absoluta (42%), y la caída del Muro de Berlín la premia como si fuera la artífice directa de aquella demolición.

La fiebre neoliberal dura en Inglaterra y en los Estados Unidos una década larga. Se hacen ajustes, es cierto, la distribución de ingresos empeora, pero Reagan remata el ensayo con el déficit fiscal hiperkeynesiano, el más gigantesco en la historia, y aumenta la intervención del Estado en la monumental empresa del rearme con la Guerra de las Galaxias. David Stockman, su jefe de presupuesto, renuncia indignado y publica la denuncia bajo el título de “La victoria de los políticos”. La economía americana repunta pero bajo el signo de la ‘traición’ a los principios neoliberales.

La Thatcher, cumplida una década en el poder, el 15 de noviembre de 1989 es depuesta por la bancada parlamentaria de su propio partido, a propósito del declive torie en elecciones parciales, de los mediocres resultados económicos con malestar social, de su chauvinismo antieuropeo y de su desagradable personalismo: “Ella ha realizado una labor heroica. Es necesario despacharla heroicamente. Y sería mejor poner a otra persona”. Heseltine, líder de la oposición interna, en entrevista al Time habla de la paradójica “personificación del mundo que ella había destruido”4. Solo le faltó aludir al culto de la personalidad. Su sucesor, Anthony Meyer, reblandece los principios neoliberales y el chauvinismo imperial.

Anthony Blair vuelve con el laborismo unido y mete los restos neoliberales en el ambiguo talego de la Tercera vía, más acorde con el nuevo liberalismo-socialdemócrata; sin guiños bolcheviques.

En la primera década perdida de América Latina del 80, Pinochet goza, por tanto, de excelente clima internacional. Pero sólo clima, porque el capital extranjero fluye parco, como siempre, y el 80 por ciento hacia las minas y el sector primario. En efecto, con el ascenso de Ronald Reagan en 1981, le levantan a Chile las sanciones económicas impuestas por Jimmy Carter por graves atropellos a los derechos humanos.

El Banco Mundial le concede dos préstamos por 36 y luego por 90 millones de dólares, con expreso destino al fomento ganadero, de lácteos, frutas, verduras y hortalizas.

El tercero, sólo para la carretera troncal. Para entonces “la industria ineficiente” ya ha cerrado puertas ante la caída de los aranceles y la apertura económica. El retiro del Grupo Andino (1976) le enajena su mercado industrial predilecto.

La economía vuelve a una primaria fase anterior pero con alta dinámica. No pocos analistas le atribuyen a la inmensa represión de la demanda interna (desempleo con caída de sueldos y salarios) el primer boom exportador chileno. Exportación de excedentes. Además, en el caso del cobre, tras su chilenización y luego su nacionalización, el monto de divisas reintegradas al país evoluciona del 43 por ciento en 1960 al 90 en 1974. En los campos de la reforma agraria allendista, que Pinochet no demuele, crecen las exportaciones de frutas.

Se ataca a los pinares plantados de antaño y se exportan maderas y pulpa destinada a la producción de papel. Hay recursos para 30 años más, como si se tratara de limpiar las selvas del Chocó. A los frutos de mar de la corriente de Humboldt se le añaden pescado y mariscos en cautiverio.

Se vuelve por las artesanías, la marroquinería y los artículos de cuero. Con buenos precios del cobre, las exportaciones pican en punta; entre 1976 y 1979, crecen en un 173 por ciento, aunque las importaciones se elevan en un 262.

El economista Carlos Díaz-Alejandro, célebre por su holgura intelectual y su irreverencia ante las novelerías, en “Adiós represión financiera. ¡Hola, crac financiero!”5 inicia su artículo con la sentencia de que “los bancos no son carnicerías”, para luego demostrar que gobiernos como el chileno de los 70 y principios de los 80 no debieron prometer tanto laissez faire para no caer en el caos especulativo. Ni el ahorro se incrementa ni la asignación del crédito desarrollista funciona, pero el endeudamiento externo se desborda alegremente. En suma, lo contrario de lo afirmado por los elocuentes y escuchados predicadores de la liberación bancaria en América Latina, Ronald I. McInnon y Edgard S. Shaw6.

Las bancarrotas de diciembre del 76 y enero del 77, combinadas con modificaciones en el tipo de cambio peso-dólar, ponen en evidencia que en el “milagro chileno”, mientras los technopols ensayan medicamentos antiguos, otros amasan fortunas sobre una población de ingenuos cuentahabientes. Todavía falta la década del 80 para pagar onerosas deudas externas, acumuladas en audaces operaciones privadas de cuyos pagos el Estado debe responder al fin de cuentas. En 1988, Pinochet (un año antes de la caída de la Thatcher) pierde el plebiscito para prolongar su mandato, y Patricio Aylwin lo sucede como candidato de Concertación para la Democracia, alianza de una polvareda de 17 partidos, por fin unidos.

Chile, convertido ya un país fuerte en el sector primario exportador, está listo para ingresar en el Alca sin mayores traumatismos.

No tiene industria que perder, salvo las del cobre, eléctricas y alimentos. Tampoco reivindica una patria grande andina ni Mercosur en qué soñar. Los anhelos de regresar al paraíso perdido, con todo su aire bucólico, se han cumplido; pero con un acierto estelar: Pro-Chile, la eficiente empresa estatal (sic) que promueve e impulsa las exportaciones. Sin decirlo, es el Plan Estratégico Chileno de Desarrollo a largo plazo, a la manera de la intervención estatal más exitosa y de corte japonés. Para 1986, Chile alcanza una tasa de intercambio (importaciones más exportaciones sobre PIB) del 74 por ciento, mientras que Colombia solo marca 45 por ciento, Perú 40 por ciento, México 38 por ciento y Brasil 26 por ciento. El fantasma del endeudamiento externo se esfuma, por encanto estatal.

Chile austral: bello país costero, de altas montañas, hermoso valle central pletórico de frutas y ganados, enormes desiertos salitreros en el norte, gigantes minas de cobre y, a todo lo largo, el ancho mar. Chile, poblado por gentes de singular simpatía y que se precian de que el paraíso botánico de las Islas Juan Fernández sea la inspiración de la famosa novela Robinson Crusoe, arquetipo del homo oeconomicus.

 La II Internacional

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El fracaso de la Thatcher-Reagan no es total, pero la fiebre cesa con la llegada de Clinton y luego Blair. La guerra fría se congela y reposa. No queda intacto sino el propósito de revitalizar un capitalismo que se supone envejecido, ¡ahora por cuenta de los países emergentes! Sin tardanza, en 1989, se lanza el nuevo manifiesto: el Consenso de Washington, firmado en una elegante torre del Institut of International Economics y con la asistencia de dos ‘informales’ invitados de cada uno de los principales países latinoamericanos. Comienza la tarea de implantar el modelo chileno; comienza la segunda década perdida en América Latina, que se cierra con el descalabro argentino y los cambios de gobierno en Venezuela, Brasil, Argentina y Uruguay, ahora en dificultosa transición. En Perú, Ecuador, Bolivia y Colombia se mantiene el modelo, en trance de ser endosado a una supuesta tabla de salvación: el TLC. Chile, en cambio, sigue en pie, con gobierno socialdemócrata ahora pero marcado por las improntas –geniales, dicen muchos– de Milton Friedman. Otros, por el contrario, le otorgan su reciedumbre a la forja del general Pinochet, aún en vida y con cauda de prosélitos.

Después de Venezuela, Chile tiene en promedio, durante la década, la relación más baja de endeudamiento externo sobre exportaciones (columna 4) y la más baja en pago por intereses (columna 5). No la más baja en remesa de utilidades (columna 6). En miles de millones de dólares, el monto promedio de inversiones extranjeras productivas hacia Chile es sensiblemente similar al promedio de los países andinos.

Nada nuevo. La suma de todos los andinos, con Chile (13,7) se aproxima al monto de capital recibido por Brasil (columna 7).

La magnitud de esos indicadores financieros, promesa del “milagroso modelo chileno” para acelerar el crecimiento y la competitividad, demuestra toda su mediocridad en el aumento del producto por habitante (columna 1) y en la tasa promedio de desempleo (columna 2). Como lo demostrara el Nobel de Economía J. Stigliz en su reciente conferencia en Bogotá, tales indicadores, en la década neoliberal, no son mejores que los indicadores de la primera ‘década perdida’ en América Latina, de los 80. Incomparable, por supuesto, con la década de oro del modelo cepalino de los 60, aunque entonces nunca se habló de “milagro”.

Éxito total en el franco empeoramiento de la distribución de ingresos. Igual que el saldo final legado por la fulgurante Dama de Hierro.


1 J. Schumpeter: “Capitalisme, socialisme et democratie”, Ed. Payot, Paris, 1954, p. 453.
2 Cortés-Douglas, Hernán: Financial reform in Chile: Lessons in regulation et deregulation, Ed. Development Studies, Banco Mundial, 1992.

3 “The great moving righ show” in: S. Hall and M. Jacques (eds): The politics of thatcherism, Ed. Lawrence & Wishart, Londres, 1983, p. 28.
4 Young, Hugo: Margaret Thatcher, La Mujer de Hierro”, Ed. Vergara, 1991, p. 585.
5 Díaz-Alejandro, Carlos: “Adiós represión financiera. Qué tal crac financiero”, en CEMLA-L. Bendesky (ed), El papel de la Banca Central en la actualidad, México, 1991.

6 Ronald I. McInnon: Money and capital in economic development, Ed. The Brooking Institution, 1973 y Shaw, Eduard S., Financial deepening in economic development, Oxford University Press, 1973.

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Publicado Por: Eliézer Tijerina Email: eliezertijerina@yahoo.com.mx
Fecha: 2008-05-02
Titulo: Profesor, Depto. de Economía, Universidad Aurónoma Metropolitana,Iztapalapa
Comentario:


Me parece un acierto destacar el ocaso del neoliberalismo-monetarista desde los segundos periodos de Thatcher y Reagan y su re-implantación en América Latina excluyendo los ajustes keynesianos anti-cíclicos en EU e Ingaterra. Asimismo, la ignorancia de las crisis financieras bajo la desregulación financiera neoliberal. Chile 1982, con un costo de 21%del PIB; México, 1994-1995, con un costo de 20%del PIB. Se socializan las pérdidas y se privatizan las ganancias-M. Kalecki-, a la vez que en un derroche de coherencia lógica e ideológica se sigue predicando el dogma de los mercados financieros desenfrenados óptimos y del Estado como causa de la decadencia. Añadir: las crisis financieras de EU: de las cajas de ahorro en 1986-89, rescatadas con dinero público; la de Long Term Capital Management en 1998; la de las acciones tecnológicas, 2001-2003 (pérdidas por cerca de 8 trillones anglosajones de dólares) y ahora de las hipotecas de alto riesgo(pérdidas reconocidas hasta ahora por 1 trillón anglosajón de dólares).Sugiero destacar el disparate en la ideología neoliberal: lógico y empírico: se fabrica la leyenda negra del Estado y la dorada del mercado, pero las evidencias lógicas y empíricas apuntan al revés y a su trascendencia.

 

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